MÉXICO TENOCHTITLAN, 500 AÑOS: MÁS ALLÁ DEL PERDÓN

(…) nadie coloniza inocentemente, que tampoco nadie coloniza impunemente, que una nación que coloniza, que una nación que justifica la colonización, y, por lo tanto, la fuerza, ya es una civilización enferma, moralmente herida.
Aimé Césarire

¿Quién tiene que pedir perdón y quién puede otorgarlo?
Subcomandante Insurgente Marcos

El 26 de marzo de 2019, el Presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, sorprendió a la opinión pública nacional e internacional cuando dio a conocer que había enviado una carta al Rey de España, Felipe VI, para solicitarle que exprese, en nombre del Estado español, su reconocimiento de los agravios causados a raíz de la caída de México-Tenochtitlan, en el marco de los 500 años de dicho acontecimiento. Dijo también que le había hecho una solicitud semejante al Papa Francisco, en el entendido que uno de los objetivos, o quizá de los pretextos, del acontecimiento señalado era justamente la difusión del cristianismo. El anuncio se hizo poco antes de conmemorar el aniversario 500 de la Batalla de Centla, Tabasco, donde los mayas chontales se enfrentaron a las huestes de Hernán Cortés, a quienes evidentemente juzgaron como invasores. El dato no es menor, pues tal conmemoración, inédita en un jefe de Estado mexicano, exhibía implícitamente la intención de reconocer la justeza de la resistencia de los pueblos mesoamericanos a los españoles, y en consecuencia, la condena moral al acto ejecutado por estos últimos, donde incluye también los tres siglos de régimen colonial. Paralelamente, el propio López Obrador se comprometió a pedir perdón a los pueblos maya y yaqui, víctimas de una guerra de exterminio en el siglo XIX, y a la comunidad china, objeto de una persecución y masacrada a principios del siglo XX. 

Como casi toda propuesta de López Obrador, la anterior generó una andanada de reacciones de todo tipo en las que, también como suele ocurrir, las contrarias a su señalamiento fueron las más difundidas y quizá las que han generado mayor consenso. Entre ellas destacaremos dos: la esbozada por el propio gobierno español, apenas unas líneas, pero muy significativas, y un amplio comunicado formulado por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). Por nuestra parte, la carta, más que generar aceptación o rechazo absolutos, representa una oportunidad única para discutir, más allá del ámbito meramente académico, el significado de un acontecimiento que no por antiguo está en el olvido y, por el contrario, es hito histórico con obvias resonancias contemporáneas y en el que una toma de posición es sencillamente irrenunciable.

Por principio de cuentas, para evaluar la naturaleza de la demanda expuesta por López Obrador, podemos señalar que su pertinencia o no descansa en los siguientes supuestos: 

a) Su viabilidad, sobre la base de ejercicios semejantes al mismo. Esto es, ¿se han solicitado y contestado señalamientos en sentido análogo en otros países? ¿Acaso es un despropósito una demanda de tal naturaleza?

b) La valoración práctica de un acto de desagravio. Es decir, ¿sirve de algo hacerlo?

c) La continuidad política de los participantes. Vale preguntarse, ¿podemos decir que el estado español actual es heredero directo del que legitimó la llamada “Conquista”? Del mismo modo, ¿el Estado mexicano de hoy puede decirse heredero de los vencidos de entonces? 

d) La evaluación histórica del acontecimiento. ¿Fue una guerra justa? ¿Cuáles fueron sus consecuencias?

¿Se puede pedir perdón?

Tratemos de contestar los cuatro señalamientos anteriores. En el primer caso, hay que decir que las disculpas expuestas por algunos gobiernos sobre atrocidades efectuadas en tiempos pretéritos han sido, si no comunes, sí al menos reiteradas en diferentes momentos y en distintas latitudes. Por citar algunos ejemplos, en 2008 la Cámara de Representantes de Estados Unidos se disculpó de la esclavitud y las leyes de segregación racial, cuyos orígenes se remontan desde el siglo XVII. Del mismo modo, el Congreso del mismo país y el presidente en funciones, William Clinton, se disculparon en 1993 por el golpe de Estado que estadounidenses promovieron contra la Reina de Hawái, Lili’uolkalani, ocurrida en 1893, con la finalidad de anexar dicho territorio a Estados Unidos, lo que finalmente se consumó en 1898. En 2008, el entonces Primer Ministro italiano, Silvio Berlusconi, pidió perdón a Libia, entonces gobernada por Muamar Khadafi, por la colonización de que dicho país fue objeto entre 1911 y 1942.[1] En 2020, tras las manifestaciones globales ocurridas tras el asesinato de George Floyd, ocurrida el 25 de mayo, el rey Felipe de Bélgica, si bien no se disculpó explícitamente, al menos lamentó la “violencia y la crueldad” ejercida durante el periodo colonial en el Congo (1885-1908).[2] Finalmente, el Vaticano respondió inmediatamente el señalamiento de López Obrador al recordar que el propio Papa Francisco ya había pedido perdón a los pueblos indoamericanos en Bolivia, cuando dijo: “Pido humildemente perdón, no sólo por las ofensas de la propia Iglesia, sino por los crímenes contra los pueblos originarios durante la llamada conquista de América”.[3] Así pues, la solicitud del mandatario mexicano no parece estar fuera de lugar, pues vivimos tiempos donde la violencia colonialista es particularmente revisada y cuestionada, por lo que una disculpa de los actuales jefes de Estado por los crímenes cometidos por ese mismo Estado en el tiempo pretérito se ha visto conveniente  y necesaria por gobiernos de diferente signo. 

En ese sentido, lo que parece fuera de lugar es la respuesta del gobierno español, que señaló sobre la misiva “cuyo contenido rechazamos con toda firmeza”, que “La llegada, hace quinientos años, de los españoles a las actuales tierras mexicanas no puede juzgarse a la luz de consideraciones contemporáneas. Nuestros pueblos hermanos han sabido siempre leer nuestro pasado compartido sin ira y con una perspectiva constructiva (…)”.[4] Con esto, el gobierno español se aleja de sus pares que, siendo metrópoli colonial, aceptaron la violencia que ello significó, y por lo dicho, no parece que pretendan modificar tal postura. Más adelante formularemos una hipótesis para explicar tan peculiar comportamiento. 

¿Para qué sirve pedir perdón?

Pasemos ahora al segundo planteamiento. ¿Para qué sirven las disculpas en el caso de acontecimientos históricos de este tipo? Por supuesto que el pasado no puede cambiarse, pero sí su valoración. El presente nunca deja de interpelar al pasado, pues éste es una herramienta indispensable para proyectar un futuro mejor.  El mea culpa de los gobiernos con prácticas colonialistas históricas significa el reconocimiento de las injusticias que provocaron, del atropello a los pueblos que las padecieron y vislumbra al menos el propósito para no repetirlas en el futuro. Implica también la identificación de las secuelas en el presente de aquel pasado que finalmente no es del todo pasado. En la ya aludida ola de manifestaciones surgidas en diversas partes del mundo a raíz del asesinato de George Floyd en 2020, los participantes arremetieron contra las estatuas de personajes célebres que han sido considerados héroes debido a su pasado colonialista, en donde fueron incluso traficantes de esclavos. El principal objeto de la ira fue justamente Cristóbal Colón, cuya estatua fue destruida en varias ciudades.[5] La evaluación de los manifestantes es que la discriminación racial del presente, reflejada en un hecho tan atroz como el asesinato de Floyd, hinca sus raíces en aquel pasado esclavista. En términos de la teoría decolonial, terminado el colonialismo, sobrevive la colonialidad. La superación del racismo contemporáneo pasa por la revisión del pasado que le dio raíces y lo convirtió en un hecho consuetudinario, en una “normalidad” que, vista de manera crítica, aparece como monstruosa. Las secuelas coloniales del presente no pueden superarse si no se reconoce la atrocidad del pasado que las alimenta. Así pues, si ubicamos que el apoderamiento de Tenochtitlan por parte de las huestes comandadas por Cortés (mayoritariamente constituida por aliados mesoamericanos) fue el origen de una práctica colonial a todas luces injusta, la reflexión sobre la misma y la condena moral no resulta un hecho sin consecuencias.

¿Somos herederos de los vencidos y/o de los vencedores?

En ese sentido, es necesario evaluar también en qué medida los actuales estados de España y México son herederos legítimos de los contendientes hace 500 años. En el caso del primero, es perfectamente conocido el papel fundacional que juega la alianza entre Castilla y Aragón desde finales del siglo XV, misma que se vio coronada con el llamado “Descubrimiento de América” en 1492. De hecho, el 12 de octubre es considerado el día de la “Fiesta Nacional de España”, con lo cual se ubica al colonialismo desatado por Colón como un acontecimiento incardinado a la propia hispanidad. Esta tradición y la valoración implicada, dificulta, por no decir que se considera un agravio, el cuestionamiento de su legitimidad, y consecuentemente, una revisión histórica del acontecimiento. Eso explica la reacción inmediata del gobierno español a la carta enviada por López Obrador, articulada con la visible molestia que una revisión de aquellos acontecimientos despierta en el actual ánimo nacionalista de aquel país ibérico. 

Pero si en el caso español la línea de continuidad señalada es a todas luces evidente, no puede decirse lo mismo del caso mexicano. Por lo menos, no en una aproximación elaborada de momento primario. Es por demás obvio que los mexicas vencidos en Tenochtitlan no son exactamente los mexicanos de hoy; que el Altépetl de entonces dista mucho del Estado mexicano actual. En contraposición, se podría pensar incluso que, dado que Cortés elaboró su toma de la Ciudad aliado de diversos pobladores de Mesoamérica, primordialmente tlaxcaltecas,[6] la conmemoración podría ser incluso festiva. Se recordaría el fin del dominio de la barbarie mexica y el triunfo de un ejército mayoritariamente mesoamericano, con algunos aliados españoles. Pero por alguna razón la anterior idea no parece viable. No es difícil reconocer que, en diferentes momentos, el Estado mexicano ha reivindicado en cierto sentido su filiación e incluso su continuidad con el pueblo mexica derrotado. La respuesta podemos encontrarla en la fundamentación misma de dicho Estado. En efecto, desde su origen mismo, esto es, a partir de la Independencia, la evocación del pasado mexica, y explícitamente, de su derrota, aparece como una fuente privilegiada de legitimidad. Es el mismo Miguel Hidalgo quien lo señala. Si consideramos el Grito de Independencia no como un acto cerrado la madrugada del 16 de septiembre de 1810, sino un proceso iniciado entonces, veremos que, apenas cinco días después, el cura de Dolores explica la fundamentación histórica de su naciente movimiento al Intendente de Guanajuato Juan Antonio Riaño: 

La dependencia de la Península por 300 años ha sido la situación más humillante y vergonzosa, en que ha abusado del caudal de los mexicanos con la mayor injusticia, y tal circunstancia los disculpará más adelante (…) el movimiento actual es grande, y mucho más cuando se trata de recobrar derechos concedidos por Dios a los mexicanos, usurpados por unos conquistadores crueles, bastardos e injustos, que auxiliados de la ignorancia de los naturales y acumulando pretextos, santos y venerables, pasaron a usurparles sus costumbres y propiedad, y vilmente, de hombres libres, convertirlos a la degradante condición de esclavos.[7]

Como puede observarse, Hidalgo hace un breve diagnóstico de la situación colonial partiendo de su momento primigenio, la derrota de los mexicas. Éstos son llamados por su equivalente en español, los mexicanos, apelativo con el que identifica, por extensión, simbólicamente, al conjunto de los pueblos originarios que habían padecido una situación de dominación durante todo el periodo colonial. Así pues, los mexicanos, es decir, el conjunto de los pueblos originarios, tenían derechos para gobernarse por su cuenta, mismos que fueron conculcados, lo cual convertía al gobierno colonial en uno ilegítimo, de facto, por 300 años. Así pues, el movimiento por la Independencia es, desde este punto de vista, una insurrección anticolonial. La Independencia sería el medio, la descolonización, el fin. 

En una lógica semejante, el discípulo y sucesor de Hidalgo, José María Morelos, alude de manera mucho más explícita la derrota mexica y asume como un objetivo de su movimiento la reivindicación histórica de los vencidos. Así, en el discurso inaugural del Congreso de Chilpancingo, y en un texto atribuido a la pluma del historiador Carlos María de Bustamante, el Siervo de la Nación señala: 

¡Genios de Moctezuma, Cacama, Quaitimotzin, Xicoténcatl y Calzontzin, celebrad en torno de esta augusta asamblea y como celebráis el Mitote en que fuisteis acometidos por la pérfida espada de Alvarado, el fausto momento en que vuestros ilustres hijos se han congregado para vengar vuestros ultrajes y desafueros y librarse de las garras de la tiranía y fanatismo que los iba a absorber para siempre! Al 12 de agosto de 1521 sucedió el 14 de septiembre de 1813; en aquél se apretaron las cadenas de nuestra servidumbre en México-Tenochtitlan; en éste se rompen para siempre en el venturoso pueblo de Chilpancingo (…) Vamos a restablecer el Imperio Mexicano, mejorando el gobierno.[8]

Con toda claridad, el discurso independentista tiene un sentido descolonizador y reconoce la necesidad de la revisión del pasado para situar su origen ahí, en la caída de Tenochtitlan, y así convertir el tiempo colonial en una larga noche de dominación y usurpación que al fin podía superarse. La Independencia significaría así recobrar la libertad de gobernarse por su cuenta, fuera de la tutela española, de los territorios bajo el poder de los antiguos mexicanos, referente patriótico de los nuevos mexicanos, del tiempo de la Independencia. Por supuesto, es obvio que este planteamiento no corresponde a una verdad histórica, sino una apropiación simbólica del pasado mexica con el fin de conseguir una descolonización del imaginario construido durante tres siglos de domino imperial español. Era la forja de un pasado glorioso que podría sustentar una nueva formación política. No se trata de un planteamiento del todo extraordinario. Por citar un ejemplo, la cultura europea reconoce su origen en la antigua Grecia, cuando los pensadores de ésta no se consideraron parte de Europa (Aristóteles es explícito al respecto). Es un mito, un artificio legitimador lógicamente comprensible. Por supuesto, no todos estuvieron de acuerdo con la interpretación construida en el marco del movimiento insurgente popular. En el Plan de Iguala se presenta una interpretación francamente opuesta: “Trescientos años hace la América Septentrional que está bajo la tutela de la nación más católica, heroica y magnánima. La España la educó y engrandeció (…).”[9] Según esto, el régimen virreinal tuvo un carácter civilizador y fue perfectamente legítimo, al igual que las guerras contra los pueblos originarios que le dieron origen.

Obvia decirse que la formación del Estado-nación en ciernes dejó en su desarrollo muy lejos el postulado planteado por el movimiento popular independentista. Que la fundamentación teórica de ese nuevo Estado no sólo no desmanteló, sino que en muchas ocasiones profundizó las relaciones coloniales que marginaban y en muchas ocasiones parecían buscar la aniquilación de los pueblos originarios. En la propia carta de López Obrador se alude este hecho en el caso de los yaquis y los mayas. El referente, sin embargo, no ha dejado de mantenerse ahí al menos como un ideal, y su presencia es en la que se arraiga la solicitud del perdón. 

¿Guerra justa?

Sobre la base anterior es que puede ser reconocido el cuarto punto propuesto, referido a la calificación de la guerra justa. En realidad, ya ha quedado prefigurada su calificación. Si recurrimos a los dos documentos fundacionales que hemos citado veremos que, en el primero, expuesto por Morelos, se mencionan los nombres de gobernantes nahuas que habrían sido injustamente despojados y asesinados. Los tlatoanis, Moctezuma, de Tenochtitlan; Cacama, de Texcoco; Cuauhtémoc, también de Tenochtitlan; el noble tlaxcalteca que combatió a Cortés, Xicoténcatl; el cazonci de Tzintzuntzan, Tangáchoan Tzínzicha (Calzontzin), habrían sido todos gobernantes legítimos o rebeldes injustamente asesinados y despojados de su poder por los invasores españoles (Cortés y Nuño de Guzmán, en el último caso), por lo que son vistos como víctimas de una guerra injusta. En efecto, no olvidemos que Tenochtitlan fue sólo el obstáculo mayor, pues tras su caída la guerra se emprendería de forma inicua contra diversos pueblos de Mesoamérica. Como hemos advertido, tal versión chocaría con la esbozada en el Plan de Iguala. 

Ahora bien, la carta de López Obrador hace un diagnóstico ciertamente crítico no sólo de la caída de Tenochtitlan, sino del régimen colonial que le sucedió. Sobre la primera dice que se cometieron “innumerables crímenes y atropellos” y recuerda que al propio Hernán Cortés se le juzgó por los mismos, entre los que destaca el asesinato de Cuauhtémoc. Su intervención fue no solamente ilegal, atendiendo a la propia legalidad española, sino injusta, atendiendo a la lógica de su actuación. Pero la parte más importante del texto es cuando vincula el hecho bélico fundacional con los tres siglos de dominio español en el actual territorio mexicano:

Tanto en la conquista como en el proceso de colonización que siguió se cometieron incuantificables violaciones a las leyes entonces vigentes (…) se impuso la fe y se construyeron templos católicos sobre las antiguas pirámides y con los materiales de éstas; se instauraron la esclavitud y las encomiendas; las tierras propiedad de los naturales fueron usurpadas y repartidas a colonizadores y a órdenes religiosas; se organizó un sostenido saqueo de las riquezas naturales (…) se implantó un ordenamiento social basado en la segregación de castas y razas; se impuso la lengua castellana y se emprendió la destrucción sistemática de las culturas mesoamericanas (…) los actos de autoridad durante el largo periodo colonial fueron consecuencia de políticas de Estado: las instituciones virreinales fueron parte de la Corona española (…).[10]

López Obrador hace una caracterización del régimen virreinal como uno de facto, colonial, en la lógica de la interpretación independentista descolonizadora que antes referimos. Elabora su argumento procurando mantener el protagonismo de los pueblos originarios como los afectados principales, como la alteridad no reconocida, despojada, víctima de una estructura política estructuralmente injusta y opresiva, de la que el Estado español no puede negar su responsabilidad. Se trata de articular una censura institucional al colonialismo, a los fundamentos de la Modernidad misma, si entendemos que ésta y la colonización forman parte de un proceso sincrónico. El presidente mexicano busca situarse en una perspectiva que valore la legitimidad histórica de los pueblos mesoamericanos y consecuentemente, condene a sus agresores. El resultado ha sido un desencuentro abierto con el gobierno español, que, como advertimos, parece auxiliarse de la filosofía de la historia que justifica tales “conquistas” como parte necesaria del proceso occidentalizador, y en el que la Corona española fungió como aventajada conductora. Todo indica que detrás del visible malestar está la sensación de que, cuestionando el imperialismo hispano se lastima a la propia España y su cultura, y por lo mismo, la no aceptación parece definitiva. Pero una evaluación de tal tipo no es exclusiva del gobierno español, como veremos a continuación. 

EZLN: “¿De qué nos va a pedir perdón la España?”

Para sorpresa de muchos, quizá la respuesta más indignada ante la propuesta de López Obrador, fuera de la del gobierno español, es la que ofrecieron los zapatistas de Chiapas. Se trata de una posición imposible de ignorar, pues durante cerca de tres décadas el movimiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) ha sido visto nacional e internacionalmente como la vanguardia de los pueblos originarios de México, por lo que se esperaría que una demanda que se propone rechazar el proceso colonialista merecería su apoyo o al menos cierta simpatía. No es así. Su posición es antitética a la propuesta de López Obrador y en algún sentido, no sólo coincidente, sino más radical que la del propio gobierno español. En su comunicado “Sexta parte: UNA MONTAÑA EN EL MAR”, fechado el 5 de octubre de 2020 y firmado por el Subcomandante Insurgente Moisés, anuncia un viaje a Madrid, el simbólico 13 de agosto de 2021 donde manifestarán su rechazo al perdón solicitado por el gobierno mexicano y, haciendo a un lado los reproches, dirán al pueblo español dos cosas:

Uno: Que no nos conquistaron. Que seguimos en resistencia y rebeldía.

Dos: Que no tienen por qué pedir que les perdonemos nada. Ya basta de jugar con el pasado lejano para justificar, con demagogia e hipocresía, los crímenes actuales y en curso: el asesinato de luchadores sociales, como el hermano Samir Flores; los genocidios escondidos detrás de los megaproyectos (…) NO queremos volver a ese pasado, ni solos, ni mucho menos de la mano de quien quiere sembrar el rencor racial y pretende alimentar su nacionalismo trasnochado con el supuesto esplendor de un imperio, el azteca, que creció a costa de la sangre de sus semejantes, y que nos quiere convencer, con la caída de ese imperio, los pueblos originarios de estas tierras fuimos derrotados.[11]

Se trata de una crítica profunda a lo que sin duda es uno de los puntos débiles de la carta de López Obrador: no contemplar actos reivindicatorios para el presente. De que, en efecto, más allá de los programas sociales articulados, los asesinatos de los líderes sociales no han cesado, además de que se decidió continuar con la hidroeléctrica de Huexca, rechazada por los pueblos de la zona, y por cuya protesta fue asesinado Samir Flores en 2019 (un crimen todavía no aclarado) y la activación de un megaproyecto como el Tren Maya, tras una defectuosa consulta a las comunidades y a pesar de la oposición explícita de algunos integrantes de ellas. Ahora bien, destaca también su repudio al “imperio” mexica, mismo que es descrito como una especie de despotismo bárbaro que tenía por víctimas a otros pueblos originarios por lo cual supone que, al caer Tenochtitlan, dichos pueblos no fueron derrotados, para dejar entrever que, por el contrario, salieron victoriosos, en la línea de diversas interpretaciones formuladas en años recientes. Se trataría entonces de una guerra justa. La conocida alianza de Cortés con los pueblos opositores a los mexicas habría sido legítima, como legítima sería su victoria. Tal versión no es precisamente nueva, pues tiene como artífice al propio Hernán Cortés, quien formuló la versión de su “conquista” como una especie de guerra de liberación ante la barbarie. El problema consiste en no reconocer la continuidad entre dicha “conquista” y el proceso colonizador que le sucedió. No es un asunto menor, pues tras ello se esconde uno de los principios de la citada filosofía de la historia occidental, inscrita particularmente en la Ilustración europea: que las naciones de Occidente tienen derecho a intervenir con el fin de liberar a los pueblos que viven en la tiranía y la barbarie. Es parte de lo que Enrique Dussel llama “el mito de la Modernidad”, donde las víctimas aparecen como victimarios, y el proyecto civilizador de la cultura occidental aparece como legítimo.[12]

La crítica no se detiene ahí y, parafraseando uno de los comunicados más conocidos del EZLN, ¿De qué nos van a perdonar? (publicado el 18 de enero de 1994, poco después que el gobierno mexicano les ofreció la amnistía), el autor zapatista argumenta: 

¿De qué nos va a pedir perdón la España? ¿De haber parido a Cervantes? ¿A José Espronceda? ¿A León Felipe? ¿A Federico García Lorca? ¿A Manuel Vázquez Montalbán? ¿A Miguel Hernández? (…) ¿A Panchito Verona, Ana Belén, Sabina, Serrat, Ibáñez, Llach, Amparanoia, Miguel Ríos, Paco de Lucía, Víctor Manuel, Aute siempre? (…) ¿Al hermano maya Gonzalo Guerrero?

¿De qué nos va a pedir perdón la Iglesia Católica? ¿Del paso de Bartolomé de Las Casas? ¿De Samuel Ruiz García? ¿De Arturo Lona? ¿De Sergio Méndez Arceo?[13]

De manera semejante al gobierno español, el comunicado zapatista parece advertir que la crítica al colonialismo español agrede a la cultura española. Que todo español o amante de las letras o la música de España tendría que sentirse insultado por la demanda que pide hacer una crítica a la naturaleza histórica del colonialismo español, lo cual no es sino a todas luces un argumento falaz. Al propio Bartolomé de Las Casas, citado en el comunicado, se le ha calificado en múltiples ocasiones como “antiespañol”, cuando en realidad lo que criticó, desde su propia hispanidad, fue el carácter destructor del imperialismo hispánico. Gonzalo Guerrero, también citado, convertido a la cultura y la razón de ser de los mayas, combatió a los españoles por considerarlos invasores. La misma Iglesia Católica, como ya hemos visto, pidió perdón desde 2015, aceptando así que su incursión ciertamente legitimó crímenes contra los pueblos originarios de América. 

Ahora bien, debemos recordar que el EZLN fue en realidad pionero de los actos de desagravio que cuestionaban la colonización española. En su primer acto público, justo el 12 de octubre de 1992, sus militantes derribaron la estatua de Diego de Mazariegos en San Cristóbal de Las Casas, el invasor que, con aliados tlaxcaltecas, sometió a los antiguos chiapanecos, quienes se defendieron heroicamente y, según cuenta la leyenda, prefirieron arrojarse al Cañón del Sumidero antes que someterse al dominio español. Aquél notable acto simbólico del zapatismo demostró que ese pasado lejano no es tan lejano y no ha pasado del todo. Que, si ya hubiera pasado, el EZLN no tendría razón de ser. Por otra parte, habría que recordar también que varios de quienes originaron y fundamentaron más radicalmente la crítica del colonialismo español, nacieron en España.

Reflexiones finales

Pedir perdón es importante, pero no es suficiente. El colonialismo externo, y su secuela, el colonialismo interno, son dos elementos constitutivos de la Modernidad que mantienen su carga excluyente, que se manifiesta, entre otras cosas, en una articulación social donde el racismo sigue teniendo un papel estructurante. El perdón pasa por el reconocimiento del pasado, pero de nada sirve sin la transformación del presente. La demanda de López Obrador tendría que acompañarse de la promoción de una nueva ley de autonomía de los pueblos indígenas que actualizara la desprendida por los acuerdos de San Andrés de 1996. La misma, por supuesto, tendría que ser construida por los propios pueblos originarios. Quizá ese podría ser el principio de que la necesidad del perdón sea un ejercicio que realmente pueda pasar a la historia, porque estaría acompañado de su complemento necesario: la reconciliación.


Bibliografía y hemerografía:

Cortés, Hernán, Cartas de Relación, México, Porrúa, 2015.

García Díaz, Tarsicio, (coordinador), Independencia Nacional, vol. II, México, UNAM, 2005

González, Isabella, “Rechaza España que Felipe VI se disculpe”, México, Reforma, 25 de marzo de 2019.

Herrejón, Carlos, Hidalgo. Razones de la insurgencia y biografía documental, México, SEP, 1987,

“Historias de perdón colonial”, México, Reforma, 25 de marzo de 2019.

López Obrador, Andrés Manuel, Carta del Presidente Andrés Manuel López Obrador a Felipe VI, Rey de España, 25 de marzo de 2019.

https://www.gob.mx/presidencia/documentos/carta-del-presidente-andres-manuel-lopez-obrador-a-felipe-vi-rey-de-espanaConsultada el 18 de marzo de 2021.

Masdeu, Jaume, “El rey de los belgas lamenta por primera vez los abusos coloniales en el Congo”, La Vanguardia, 30 de junio de 2020.

https://www.lavanguardia.com/internacional/20200630/482034092307/rey -belgica-perdon-abusos-congo-independencia.html Consultado el 18 de marzo de 2021.

Ordaz, Pablo, “El Papa pide perdón por los crímenes durante la conquista de América”, Madrid, El País, 10 de julio de 2015. 

https://elpais.com/internacional/2015/07/10/actualidad/1436484652_422140.html . Consultado el 18 de marzo de 2021.

Ruiz Sotelo Mario, “La revolución contra las estatuas. La Covid-19 y la crítica a los fundamentos de la Modernidad”, en Revista Filosofía de la Liberación, No. 1, enero 2021.

Subcomandante Insurgente Moisés, Sexta parte: UNA MONTAÑA EN EL MAR, en enlacezapatista.org.mx


[1] Ejemplos tomados de “Historias de perdón colonial”, México, Reforma, 25 de marzo de 2019.

[2] Jaume Masdeu, “El rey de los belgas lamenta por primera vez los abusos coloniales en el Congo”, La Vanguardia, 30 de junio de 2020. 

[3] Pablo Ordaz, “El Papa pide perdón por los crímenes durante la conquista de América”, Madrid, El País, 10 de julio de 2015. https://elpais.com/internacional/2015/07/10/actualidad/1436484652_422140.html

Consultado el 13 de mayo de 2021.

[4] Isabella González, “Rechaza España que Felipe VI se disculpe”, México, Reforma, 25 de marzo de 2019.

[5] Véase mi texto, “La revolución contra las estatuas. La Covid-19 y la crítica a los fundamentos de la Modernidad” https://www.academia.edu/45682594/La_revoluci%C3%B3n_contra_las_estatuas_La_Covid_19_y_la_cr%C3%ADtica_a_los_fundamentos_de_la_Modernidad

[6] No olvidemos que dicha alianza fue entre otras cosas producto de la agresividad terrorista que, de acuerdo con su propio testimonio, había sembrado Cortés en diferentes poblaciones, incluida Tlaxcala. En esta última, él mismo confiesa que mandó cortar las manos a más de cincuenta tlaxcaltecas antes de fraguar su “alianza” (Cortés, 2015: 47).

[7] Carta de Miguel Hidalgo a Juan Antonio Riaño, en Carlos Herrejón, Hidalgo. Razones de la insurgencia y biografía documentalMéxico, SEP, 1987, pp. 207-208. [Cursivas mías.]

[8] “Discurso pronunciado por Morelos en el Congreso de Chilpancingo”, en Tarsicio García Díaz (coordinador), Independencia Nacional, vol. II, México, UNAM, 2005, p. 61.

[9] “Plan de Iguala”, en ibid. p. 305.

[10] Carta del Presidente Andrés Manuel López Obrador al Rey de España, 1 de marzo de 2019.

[11] En enlacezaptista.org.mx

[12] Véase Enrique Dussel, 1492. El encubrimiento del Otro. Hacia el origen del mito de la Modernidad. 

[13] Véase “Sexta parte… op. cit.