A los sesenta años de su asesinato.
Xochicalco, Morelos, 1962. Es el miércoles 23 de febrero y pasa del mediodía. Los magníficos edificios y monumentos arqueológicos guardan silencio sepulcral, han sido testigos de un crimen de Estado. En sus cercanías yace la familia Jaramillo: Rubén y Epifania (Pifa), su esposa encinta, y sus hijos Enrique, Filemón y Ricardo.
Unas horas antes los Jaramillo habían sido detenidos en su casa, en Tlaquiltenango, Morelos, por una partida militar y un nutrido grupo de policías civiles que sumaba cerca de 60 hombres fuertemente armados. Para asegurar la captura, una ametralladora había sido emplazada frente a la casa y otra en la parte posterior. (Política N° 51).
Rubén Jaramillo pertenecía a una familia de luchadores agraristas. Su hermano Porfirio había sido dirigente de la cooperativa cañera de Atencingo, Puebla, siendo asesinado ocho años atrás. La sombra de William Jenkins y de altos caciques de la entidad se vislumbra en la oscuridad del crimen.
La vida de Rubén siempre estuvo ligada a las causas de los desposeídos del campo, particularmente del sur del país. Desde muy joven se había enrolado en las filas de Emiliano Zapata, combatiendo bajo el lema de “Tierra y Libertad”. Terminada la etapa armada de la Revolución siguió encabezando las luchas de los campesinos morelenses. En la presidencia de Ruiz Cortines se levantó en armas en las montañas de Morelos. Fuerzas mecanizadas y de caballería, apoyadas por artillería y aviación, fueron enviadas a batirlo, pero los jaramillistas nunca fueron derrotados. Conocedores del terreno y apoyados por la población, burlaron siempre a sus perseguidores y con frecuencia los castigaron. Al ser designado presidente de la República Adolfo López Mateos, Jaramillo abandonó la lucha armada, con plenas garantías para él y para sus hombres. En 1961 el nombre de Jaramillo salta de nuevamente a las primeras páginas de los periódicos al ocupar los llanos morelenses de Michapa y el Guarín, al frente de cinco mil campesinos sin tierra. Un año más tarde sería fusilado. Contaba con 62 años.
Dos días más tarde, rompiendo el cerco impuesto por las fuerzas militares y policiacas, cerca de cinco mil campesinos de Morelos, Puebla y Guerrero acompañan a los Jaramillo a su última morada. El féretro de Rubén va envuelto en una vieja bandera utilizada por los zapatistas. Ha caído un legendario dirigente campesino. En su casa quedan Raquel, su hija que apenas escapa del crimen, y Rosa, la abuela. En la sala aún yace la foto de Rubén abrazando a López Mateos, en un abrazo que sellaba la amnistía otorgada por éste y la creencia en la palabra presidencial de parte del líder campesino.
Después de esta fúnebre escena, Jaramillo se convertirá en ícono de la lucha social en el campo: será evocado por agrupaciones campesinas demandantes de tierra y por las movilizadas en la gestión productiva. También por grupos armados de origen campesino e indígena. (Carlos Montemayor, 2007)
Un personaje a descifrar
Nuestra intención es presentar a Rubén Jaramillo como un hombre de convicciones, como un ser humano congruente con ellas. También de pasiones. Afirmaremos que su pensamiento sobre la justicia social y los ideales que dieron origen a la Revolución Mexicana se mantuvo a lo largo de su vida. Pero, asimismo, en dicha continuidad no pasaron desapercibidos matices y aun quiebres en su biografía social y política, lo cual hace pensar que Jaramillo no tenía una sola mirada sobre la realidad sino distintas percepciones en las que se amalgaman ideas, sentimientos, valores y emociones. He aquí en donde se encuentra la complejidad del personaje. Nudo intrincado que en ocasiones ha servido -y sirve- de argumento para restar legitimidad e incluso desacreditar al personaje y a las acciones que lideró.
No obstante, este rasgo es, precisamente, en donde se encuentra la esencia de Jaramillo como líder y luchador agrario. Es decir: su visión sobre la justicia y los ideales de la Revolución, en efecto, se mantuvo, pero las formas o los medios de que dispuso para consumar sus objetivos fueron diversos. Este es el Jaramillo que queremos mostrar, y es así como presentamos a un revolucionario cargando su fusil durante la Revolución y combatiendo al lado de Emiliano Zapata; de igual modo como veremos más tarde a un político apoyando la campaña presidencial del Gral. Lázaro Cárdenas y que preside la administración del ingenio azucarero de Zacatepec. Allá por el año de 1943 encontraremos a un rebelde volviendo a tomar su fusil y encabezando una acción armada. Veremos también al insurrecto abandonar las armas, sumarse a la campaña por la presidencia del Gral. Henríquez Guzmán en 1952 e intentar ocupar la gubernatura de Morelos por la vía institucional. No mucho tiempo después lo observamos alzarse en el monte y retomar las armas. Y, por último, presentaremos un Jaramillo liderando una ocupación de tierras en su natal Tlaquiltenango.
El propósito consiste, en suma, en revelar a un Jaramillo congruente dentro de este marco que se infiere complejo y en ocasiones espinoso. Su sentir, perspectiva y actitud sobre la justicia social y los ideales de la Revolución se construyeron y recrearon en relación directa con la realidad concreta y sensible que él vivía, junto a un grupo humano siempre presente en sus discursos y acciones: los campesinos morelenses desposeídos de tierra y oprimidos por prácticas caciquiles, sobre todo de aquellos que habitaban en Tlaquiltenango y municipios contiguos. Así que su proceder no puede entenderse como una abstracción ni como una elaboración esencialmente ideológica. Es cierto que durante toda su vida Jaramillo intentó posicionarse y reposicionarse en el campo del poder (más específicamente: en los campos de la política y la economía), pero es erróneo inferir que su trayectoria pudiera ser explicada única o principalmente desde el ansía de dominio.
Cuando tuvo oportunidad hizo su apuesta y se la jugó bajo el campo «institucional», en donde participó abierta y activamente sujetándose a sus reglas. Pero también actuó al margen de ellas, en la clandestinidad y la rebelión. Es característico observar que durante diferentes momentos de su vida pudo hacerlo de una u otra forma: en un tiempo lo hizo por la tradicional vía de las instituciones del Estado y de sus reglas, en otro lo hizo por el camino de las armas, y en otro en una combinación de ambas. ¿Qué era lo que intervenía en que jugará de una u otra forma? ¿Por qué en un momento dado lo hacía respetando el “riel institucional” y en otro lo hacía rebelándose violentamente contra éste? A nuestro juicio la respuesta está en la interpretación de dichas reglas: Jaramillo interpretaba de acuerdo a su concepción de justicia social y de cómo esta concepción permitiría realizar los ideales originales de la Revolución Mexicana.
En este punto podemos plantear una cuestión que consideramos ineludible: ¿desde qué perspectiva interpretaba? O, en otros términos, ¿cuál era su fuente de interpretación? Podríamos comentar, en principio, que la respuesta se encuentra en sus lecturas de Marx, Engels y Lenin, sobre el comunismo, como el Manifiesto comunista o Semilla libertaria, de Ricardo Flores Magón. Pero lejos de asumir una posición dogmática sobre la lectura de estos textos, Jaramillo enriquece, a su manera, su ideario, fundamentalmente con la reflexión sobre diferentes libros de la Biblia. Nuestro protagonista era particularmente afecto a las palabras de la Primera Carta de Juan, de Proverbios, así como de los profetas Isaías y Amós, éste último único profeta campesino. No es casual la anécdota que cuenta el Gral. Salvador Rangel Medina, enviado por el gobierno a buscar una solución al conflicto armado en Morelos en 1957, al momento de su regreso a la capital: “para mostrarle su simpatía (Rubén Jaramillo) sacó un escapulario muy gastado que llevaba al cuello y se lo obsequió. Ese amuleto, dijo, lo había salvado de muchos peligros.” (Veledíaz, 2010)
Las creencias religiosas de Jaramillo constituyen un aspecto ampliamente relegado de su ideario y acción social. En la misma medida ha sido despreciado como aspecto de su capital cultural su formación y práctica religiosa en la iglesia metodista. Y quizá en un mismo grado su formación masónica. Esta «omisión» proviene, imaginamos, porque se trata de una faceta que no encaja con un “perfil izquierdista”.
Por lo anterior, habrá que tener siempre en cuenta las creencias religiosas de Jaramillo para conocer su coherencia dentro de su complejidad. Teniendo presente esta consideración, enseguida nos detendremos brevemente en su vida social y política, con miras a descubrir la congruencia que venimos señalando.
El agitado entorno rural
Lejos de la «paz y tranquilidad» pregonada por el discurso oficial, el descontento en el campo presagiaba extenderse y profundizarse, teniendo como eje estructurador las movilizaciones campesinas en demanda de tierra. El epicentro de la rebeldía se situaba en 1957 y 1958, cuando el noroeste había sido escenario de inusitadas como bien organizadas ocupaciones de latifundios, protagonizadas por núcleos de solicitantes de tierras pertenecientes a la UGOCM y guiados por sus líderes locales y regionales. Los agravios se habían acumulado en dos décadas de contrarreforma agraria, de concentración de los recursos, de marginación y pobreza, y los campesinos sin tierra no sólo estaban dispuestos a desbordar a sus directivas gremiales , poniendo en cuestión los entendimientos y arreglos del Partido Popular (después se le añadiría el adjetivo Socialista) con el partido hegemónico; sino que optaban por la acción disruptiva directa. La confrontación con los grandes terratenientes emerge en la bucólica como bien controlada sociedad rural. Sin saberlo, los ocupantes inician un tiempo de movilización en el campo. Eran, en los hechos, los «madrugadores» de un conflicto social que, en su continuidad, amplitud y profundidad, conformará un ciclo de lucha campesina agrarista del México moderno, el segundo después del suscitado en los años treinta.
En efecto, hacia 1961 el disenso se ha extendido a muy diversas regiones del país, proliferando, cobrando energía y amplitud la capacidad de acción de las colectividades campesinas. En un proceso en el que se amalgaman las redes de activistas y luchadores sobrevivientes de la época de consolidación del régimen autoritario en los cuarenta y cincuenta, con las que recién aparecen en el panorama rural, dinamizando una movilización que cada vez se vuelve más compleja y heterogénea al entrelazar generaciones y actores distintos, formas asociativas disímiles, variados intereses y demandas, y poniendo en práctica un repertorio de lucha que se enriquece rápidamente. El «nosotros» se vuelve más diverso con la aparición de segmentos de productores medios y con recolectores del desierto, que incluso contando con tierra y desde su experiencia se empeñan en plantear sus propias exigencias e inquietudes.
La lucha por la tierra se mantiene como eje estructurador del disenso. Pero ahora ésta se entrelaza con una añeja preocupación campesina: la lucha por democratizar sus asociaciones gremiales y ganar en independencia frente a los actores políticos, léase frente al Estado y al PRI. Una disidencia que logra aglutinarse orgánicamente en la CCI, que en su vigoroso comienzo combativo se propone disputar terreno a la CNC y a la UGOCM. Ello se conjuga con su movilización, como primer actor, en las jornadas por democratizar al régimen político. Lo que hace desde el plano municipal y estatal, participando activamente en distintas campañas electorales en el norte del país, como en Sonora y Baja California, y en el sur, notablemente en Guerrero.
Las izquierdas (como el PPS, el PCM y el MLN, entre otras) se nutren de militantes campesinos, lo mismo que sus cuerpos directivos. Sus programas dedican amplias partes para explicar la lucha por la reforma agraria y su actividad y representación nacional quedaría aún más restringida y aislada sin considerar su presencia en el mundo rural. No es casual que en la contienda de 1964 el Frente Electoral del Pueblo (FEP) postulara a la presidencia de la República a Ramón Danzós Palomino.
Los desafíos para el Estado y las élites dominantes no son menores. Ya no se trata de atender una exigencia puntual de tierra generada por un comité aislado de solicitantes. Hacia 1962 la movilización ha puesto en entredicho la política oficial seguida hacia el campo, con una crítica práctica y discursiva a la paralización y desvío de la reforma agraria y al surgimiento del neolatifundio. Y, lo que resulta más peligroso para el régimen, el corporativismo, pilar del autoritarismo, se ve amenazado por la disidencia. La arena del conflicto está puesta sobre la mesa política.
Es en este ambiente de efervescencia, descontento y confrontación que entra en escena, de nueva cuenta, Rubén Jaramillo, en la ocupación de tierras que encabezó en los llanos de El Guarín y Michapa. Más al sur Genaro Vázquez encabeza las causas de los desposeídos del campo y la ciudad, aglutinados en la Asociación Cívica Guerrerense. En La Laguna, Arturo Orona vuelve a ser centro de las noticias. En el norte árido, Raúl Todd promueve la organización y movilización de candelilleros e ixtleros. En Sonora, líderes como Danzós Palomino capitanean el descontento. En Chihuahua, el Dr. Pablo Gómez, los hermanos Gámiz y Álvaro Ríos conducen la inconformidad y las ocupaciones de latifundios. En Baja California, Alfonso Garzón vive un efímero como intenso soplo combativo. La voz de Jaramillo forma parte del coro más amplio de descontento en el medio rural, dando la palabra y en sentido espiritual más estricto al «Verbo», que encarna el disenso de los desposeídos rurales de Morelos.
Las modalidades e intensidad del reaccionar estatal pueden variar, sin duda, al estar involucrados distintos personajes, estructuras y niveles de poder, con sus propias tentaciones, agendas, tiempos y ritmos. Se trata, vista en términos generales, de la respuesta de las élites ante sus adversarios. La intolerancia y cerrazón de éstas responden al carácter autoritario del régimen, que llega, con frecuencia, a extremos de violencia de Estado. Esta es la suerte de los hechos que venimos relatando.
La suerte que corren estos dirigentes es muy diversa: mientras unos son perseguidos, encarcelados y asesinados; otros más se ven forzados a refugiarse en la clandestinidad e incluso a alzarse en las montañas; y no pocos son cooptados y ganados por el régimen, en una claudicación que lleva a su asimilación en la matriz corporativa. Endurecimiento y negociación, violencia, contención y asimilación, caras de un Estado autoritario «a la mexicana» que en modo alguno está dispuesto a admitir y, mucho menos, a ceder ante el desafío de contenido y sentido democratizador que levantan los opositores. La estrategia estatal cristaliza en una consigna: derrotar a la «subversión», que no es otra cosa que neutralizarla, aislarla, disgregarla, destruirla y, si se puede, extirparla, tanto más a los focos más dinámicos, independientes y contestatarios, a los verdaderos “enemigos” del régimen. (Fabrizio Mejía Madrid, 2011).
Podríamos afirmar que el asesinato de Rubén Jaramillo ilustra el momento de quiebre en el accionar del gobierno de López Mateos: a partir de entonces es claro su endurecimiento en su interrelación con el disenso campesino. El asesinato forma parte y sintetiza los nuevos arreglos del grupo político hegemónico y los círculos dominantes, imperiales y domésticos. Esto es, cuando los acuerdos y compromisos de las cúpulas liman las diferencias y dejan atrás, en lo sustancial, las tensiones que habían permeado sus relaciones en aquellos días –aunque se mantengan algunos asuntos de roce y desavenencia. Da cuenta, asimismo, de una realidad muy adversa para la lucha social: la disidencia obrera ha sido derrotada y dicho frente ha vuelto a ser dominado por el charrismo, afianzándose el corporativismo en los sindicatos nacionales. El delito de disolución social se ha aplicado con inusitada frecuencia y severidad y las cárceles se pueblan de presos políticos y sindicales. Cuestiones que brindan tiempo y un mayor margen de maniobra a la clase dominante, al calor del reordenamiento de su agenda de prioridades. El campo entra entonces en el ojo del huracán autoritario.
El asesinato de Jaramillo también resume la atmósfera que empieza a permear en el PRI durante el último tercio del gobierno lopezmateista, cuando el núcleo duro conservador empieza a cerrar filas en torno a la figura de Gustavo Díaz Ordaz, en la perspectiva del relevo presidencial en puertas. Aumentando la presión, el chantaje y la coacción hacia la corriente más progresista del priismo, algunos de cuyos sectores mantenían, incluso, relaciones de alianza con franjas de la disidencia campesina, como los Generales Lázaro Cárdenas y Heriberto Jara. Con ello, este bando de los aliados campesinos ve mermar lenta pero inexorablemente su capacidad de influencia y acción.
Dos hechos sintetizan la mudanza de la coyuntura: la visita de John F. Kennedy a México (fines de junio y principios de julio de 1962); y la reeditada campaña «anticomunista» ideada y organizada por las cúpulas políticas, económicas, militares y religiosas, encaminada a preservar la mexicanidad, entendida como el híbrido resultante de la ideología revolucionaria «a la mexicana» y la idiosincrasia guadalupana, frente al peligroso ejemplo que emana de la Revolución Cubana, cuya continuidad contagia un inquietante espíritu rebelde en el continente.
Es cierto, los caciques, terratenientes y autoridades morelenses forman parte de la conjura para asesinar a Rubén Jaramillo. Altos mandos del ejército también están involucrados, lo mismo que de la secretaría de Gobernación y de la Procuraduría General de la República. Pero el fusilamiento de los Jaramillo no obedece, sólo, a la lógica que sigue el teatro local y regional, a conflictos de intereses económicos (propiedad de las tierras ocupadas) y de las rencillas y vendettas personales (que también las hay, como las provenientes del Ingenio de Zacatepec). Pues igual se entrelaza con el acontecer nacional que se inclina hacia la cerrazón, rigidez y severidad estatales hacia la protesta independiente en el mundo rural. La reacción pasa por el crimen de Estado de la familia Jaramillo, como también de la de Raúl Todd –un par de años antes-, y la de decenas de solicitantes, agricultores y líderes campesinos que son perseguidos, encarcelados y asesinados por osar transitar «del discurso oculto a la Voz». Delito que ocupa rango de prioridad en la cartografía del quehacer político estatal, que dirige sus recursos, energía y voluntad a controlar el frente rural.
Notas y momentos en la vida de Rubén Jaramillo
“Rubén Jaramillo era un hombre de mediana edad, de bigote, algo robusto, cuyo rostro y aspecto mostraban huellas de mala vida y privaciones… el líder guerrillero que había traído en jaque al gobierno de Morelos y al ejército, que fue considerado como un enemigo peligroso, era una persona sencilla, modesta, que no hacía alarde de nada sobre su vida.” Así lo encuentra el Gral. Salvador Rangel comisionado por la secretaría de la Defensa para acercarse al rebelde y explorar las posibilidades de lograr un acuerdo y su armisticio, según designio del presidente Ruiz Cortines. (Juan Veledíaz, 2010)
Jaramillo nació en el año de 1900, en el municipio de Tlaquiltenango, Morelos. Con 15 años cumplidos se enroló en el Ejército del Sur que lideraba Emiliano Zapata con el propósito de combatir el latifundio. A los 17 años llegó a ser Capitán Primero de Caballería. Tenía bajo sus órdenes y responsabilidad a 72 hombres. Poco antes de la muerte de Zapata, el 10 de abril de 1919, afirmó que la Revolución fracasaría, pero a su vez creyó que en determinado momento habría necesidad de revivirla: “guarden sus fusiles cada cual donde los puedan volver a tomar”, escribió en su autobiografía. (Jaramillo, 1978)
En opinión de Jaramillo la Revolución Mexicana había fracasado, pues nada o casi nada había cambiado: la tierra morelense continuaba concentrada en unas cuantas manos; la pobreza era una marca característica de los campesinos, y el poder económico y político se concentraba en los caciques y en la emergente clase política. No obstante, era preciso no desistir en cualquier intento por revivir o corregir el rumbo que la «Revolución hecha gobierno» había adoptado. En 1927 realizó su primera tentativa, al encabezar la movilización de los cultivadores de arroz en Tlaquiltenango con los objetivos de combatir a los especuladores del grano y fomentar la organización para su comercialización. Dicha acción posibilitó la creación de la Sociedad de Crédito Agrícola que obtenía fondos del Banco Nacional de Crédito Agrícola. (Jaramillo, 1978). A pesar del esfuerzo, no tardó en que los caciques desbarataran la Sociedad, en 1932. (Castellanos, 2007).
Un año antes del desbaratamiento de la Sociedad, Jaramillo lo intentó nuevamente: decidió apoyar la campaña presidencial de Lázaro Cárdenas, quien como Jaramillo, era también masón. (Jaramillo, 1978). El apoyo a la campaña cardenista representaba un posible cambio en el difícil escenario rural y de la entidad. El líder morelense tenía en mente un proyecto social que dotaría de medios de producción a los campesinos del Distrito de Jojutla (que incluía los municipios de Tlaquiltenango, Zacatepec y Jojutla): la construcción de un ingenio azucarero para industrializar el cultivo de la caña y producir azúcar comercial, también se consideraban peticiones de agua potable y luz eléctrica. En la elaboración del proyecto participaron algunos campesinos. Antonio Solórzano, tío de Cárdenas y buen amigo de Jaramillo, lo divulgó entre personas cercanas al candidato. (Jaramillo, 1978).
Cárdenas ganó las elecciones en 1934. Dos años más tarde, Jaramillo vio concretada la construcción del ingenio en Zacatepec, y en 1938 se constituyó la Sociedad Cooperativa Emiliano Zapata, figura que lo administraría. Jaramillo fue electo presidente de la administración del mismo. Es durante este lapso que aparece un personaje importante en la vida de Jaramillo: Mónico Rodríguez, junto con un grupo de obreros, todos ellos comunistas, quienes se sumarían a la fuerza productiva del ingenio. (Julián Vences, 2001) Este momento también marcaría el inicio de Jaramillo en la lectura de obras comunistas y su ingreso al Partido Comunista Mexicano.
Jaramillo fracasaría como presidente de la administración del ingenio. Él mismo lo reconocería en su autobiografía. Este traspié es aprovechado por los caciques que ven la oportunidad de alentar la división entre campesinos y obreros, respaldados con el apoyo del gobernador de Morelos, Elpidio Perdomo. En adelante, la Cooperativa continuará existiendo pero ahora bajo el control de caciques o subordinados suyos, convirtiéndose en una figura que justificará el sojuzgamiento de sus socios disponiendo para ello incluso del ejército, la policía judicial y de pistoleros. En adelante, Jaramillo será un actor ajeno a los asuntos del proyecto azucarero.
La situación se recrudece cuando, en 1943, el presidente Manuel Ávila Camacho ordena a través de un decreto presidencial que los campesinos cultivaran únicamente caña de azúcar para asegurar la materia prima del ingenio. Los campesinos, quienes habían sido los actores centrales del proyecto agrario azucarero, ahora jugarían un papel secundario: ser proveedores de materia prima.
Ante esta situación, Jaramillo muestra una nueva forma de expresión para rechazar la imposición presidencial y combatir las prácticas caciquiles: el dirigente toma de nueva cuenta su fusil, monta su caballo, Agrarista, se despide de su esposa Epifanía, y parte de Tlaquiltenango con 100 hombres, la mayoría de ellos viejos zapatistas convertidos en ejidatarios. Jaramillo estaba cansado de la corrupción en el ingenio, del compadrazgo político y veía vanos sus intentos de combatir por los caminos de la legalidad la alianza entre caciques y la burocracia gubernamental.
Con breves interrupciones, fueron prácticamente quince años de su vida los que dedicó a esta acción armada. Años en lo que visitó diferentes pueblos de los estados de Morelos, Puebla, Guerrero y México. Ahí encontró muchos simpatizantes y partidarios, quienes le proveyeron de alimentos, caballos y forrajes. También ahí encontró refugio durante la persecución que el gobierno mantuvo con el ejército nacional. Jaramillo decía que éste era un ejército que sólo cuidaba de los intereses de los ricos.
A veinte días de iniciada su insurrección armada, y con doscientos hombres, Jaramillo diseñó una estrategia para atacar a un mismo tiempo Tlaquiltenango, Zacatepec y Jojutla. Asestó un fuerte golpe en las poblaciones, removiendo a las autoridades que habían sido impuestas por los caciques y el gobernador. El ataque no sumó bajas en sus hombres. Volvió con los suyos a refugiarse al cerro.
Después de un sangriento enfrentamiento entre guerrilleros y soldados, en la cual sale herido el rebelde Félix Serdán, Jaramillo negocia con el presidente Ávila Camacho el abandono de las armas. El Ejecutivo ofrece a Jaramillo y los suyos tierras fértiles en San Quintín, Baja California. Rechaza la oferta, pero el presidente le persuade de ocupar un puesto administrativo en el Mercado 2 de Abril, en la Ciudad de México.
Esta situación se presenta como una nueva oportunidad política para Jaramillo. Renuncia a su puesto, y en 1945, con el apoyo de campesinos y obreros, crea el Partido Agrario Obrero Morelense (PAOM), como una alternativa política diferente al PRI. El PAOM postula a Jaramillo a la gubernatura del estado de Morelos. Entre enero y marzo de 1946 emprende una campaña política abarcando decenas de poblaciones. Sus propuestas consisten en impulsar la integración de cooperativas campesinas y obreras, entregar más tierra a los campesinos, fortalecer el ejido y establecer instituciones de crédito para la población más vulnerable. Pretende, asimismo, promover programas de educación rural, que incluían becas y desayunos escolares para los niños más pobres. Contemplaba, por igual, retomar el proyecto original del ingenio azucarero. También propone combatir la discriminación contra la mujer y construir guarderías para madres obreras, lo que habla de que su concepción de justicia estaba cruzada por una «lente de género». Recuérdese que las mujeres ocuparon un papel clave en el jaramillismo, en su presencia, estructura organizativa y continuidad. (Tanalís Padilla, 2015)
Jaramillo fracasa en su nuevo intento, en una contienda desventajosa y llena de irregularidades. El PRI se mantiene en el poder y el ingenio azucarero continua siendo botín económico y político de unos cuantos. Rubén vuelve a tomar su fusil, en la semiclandestinidad, refugiándose en el cerro hasta 1951, año en que con dificultad el PAOM resurge para nuevamente postularlo e intentar posicionarlo en la gubernatura del estado. Ello en el revuelto ambiente político de 1952, cuando el Gral. Henríquez Guzmán se postula a la presidencia.
A pesar de contar con el apoyo de miles de simpatizantes, a Jaramillo le es arrebatado el triunfo. El PRI manipula el voto, lo impide y el ejército y la policía roban las urnas. La protesta es acallada; aquellos que disienten sobre el resultado son perseguidos. Poco tiempo después el PAOM es borrado del teatro político. Sus simpatizantes son detenidos arbitrariamente, desaparecidos, torturados.
El líder rebelde, junto con su familia, repetirá su historia: volverá a tomar su fusil, a refugiarse en el cerro, en la semiclandestinidad. Se reintegrará a la vida civil hasta 1958, año en que el presidente Ruiz Cortines le ofrece amnistiarlo, acuerdo que cristaliza públicamente en la administración de López Mateos: la foto del abrazo entre Rubén Jaramillo y este último así lo constata.
Durante el convulsivo entorno rural de comienzos de los sesenta se presenta otro de los momentos clave del activismo social y político de Jaramillo. La amnistía implicó que se le concediera la delegación distrital de la CNC. Esta posición entrañó su encuadramiento formal en la estructura corporativa estatal, pero a su vez le permitió reposicionar a jaramillistas como comisariados ejidales, con miras a vigorizar su presencia e influencia regionales.
En este contexto, Jaramillo empieza a bosquejar uno de sus proyectos políticos agrarios más ambiciosos: el establecimiento de una especie de comuna campesino-obrera en un predio de catorce mil hectáreas ubicado entre Michapa y El Guarín, en Tlaquiltenango. La vida comunitaria se sustentaría en el trabajo colectivo. Ánimo político que se conjugaba con representaciones y valores religiosos, así como formas de vida rescatadas del cristianismo primitivo, para dar sentido y orientación a la utopía jaramillista.
El predio fue ocupado por cuatro mil integrantes de familias campesinas. No tenían propietario, y sus tierras permanecían ociosas, pero Jaramillo decidió hacer una petición formal ante el Departamento de Asuntos Agrarios y Colonización (DAAC). La petición fue resuelta a su favor, y el 12 de abril de 1960 el DAAC publicó el edicto de creación del Nuevo Centro de Población Agrícola General y Profesor Otilio Montaño en el predio ocupado.
Se trataba de un predio con gran potencial productivo, pues muy pronto sería regado por nuevas presas. El encargado del Departamento, Roberto Barrios, parecía no haber considerado esa característica tan importante en el momento en que fue publicado el edicto. Pronto se dio cuenta, o le obligaron a “darse cuenta”, de que el predio era un recurso valioso y representaría una gran fuerza política para sus ocupantes. Además, altos miembros de la cúpula militar, muy cercanos al Ejecutivo federal, tenían intereses en el predio. El DAAC cambió el sentido de su resolución y desalojó por medio del ejército a los cientos de campesinos.
Días aciagos se vinieron encima. El acoso y la persecución de Jaramillo y de los jaramillistas no presagiaban nada bueno. La belicosa ofensiva autoritaria contra el disenso campesino daba muestras de una mayor intolerancia y endurecimiento. “Víctima de intrigas al más alto nivel que lo hicieron aparecer como un peligro para el régimen”, cuenta el Gral. Rangel (Veledíaz, 2010), Rubén Jaramillo y su familia caen asesinados el 23 de mayo de 1962.
Epílogo
Al final de este breve relato podemos decir que Jaramillo fue un radical antagonista del régimen. De ello dan buena cuenta las acciones armadas que encabezó. Pero debemos agregar que dicho antagonismo no fue ciego: si Jaramillo percibía la existencia de ventanas políticas en el propio régimen, él sacaba provecho de tal situación. De este modo, como hemos apuntado, jugaba de acuerdo a reglas institucionales, pero también al margen de ellas.
No hay duda de que Jaramillo deseaba un tipo de sociedad menos inequitativa y más justa; que era un hombre honesto que propugnaba por una redistribución de los medios productivos, de la tierra principalmente; que elaboraba proyectos políticos que incluían a la población más vulnerable, que contemplaban en el centro de sus consideraciones los apuros y derechos de la mujer, y que su objetivo siempre fue combatir las prácticas opresivas de caciques y la concentración desmedida de poder. Estos rasgos le pueden conferir el título de socialista o de comunista.
Como afirmamos más arriba, Jaramillo fue un personaje complejo. Fue un luchador social, un líder agrario, un guerrillero, cuyo ideario político encontró fundamento en la Biblia. A través de distintos momentos de su vida podemos distinguir a un Jaramillo que toma partido por las armas del Ejército zapatista y lucha contra la distribución inequitativa de la tierra morelense durante la Revolución mexicana, o que lidera acciones armadas para combatir al cacique y el autoritarismo priista. En este Jaramillo observamos que las armas constituían un elemento decisivo para la persecución de la justicia y la consecución de los ideales de la Revolución.
Pero en otros momentos Jaramillo encabeza iniciativas y apoya proyectos dentro de un marco institucional y legal en el sistema político mexicano. Es este el Jaramillo el que conviene, negocia y acuerda posiciones considerando un proyecto social amplio e incluyente. Aquí muestra su habilidad para moverse dentro de una estructura autoritaria sin ser cooptado.
Finalmente, Jaramillo siempre estuvo ligado a proyectos de orden más amplios, tanto regionales como nacionales: desde el zapatismo, pasando por el cardenismo y el henriquismo, y finalizando con sus ligas con las izquierdas. De ahí que su liderazgo fuera más allá de la lógica del aislamiento y encierro del circuito aldeano. Sus miras eran más bastas y de mayores alcances, pero aclaremos: era en la escala comunitaria donde se fundaban y construían sus proyectos colectivos. Además, éstos rebasaban las consignas de la resistencia, plantándose en la proposición y debate de caminos y contenidos alternativos.
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