El tiempo ha llegado. Después de cuarenta años de lucha de clases desde arriba—del acenso de la política conservadora, de políticas públicas neoliberales y guerras culturales bien financiadas que juntas han subordinado el bien público a la codicia privada, hecho al rico tremendamente más rico y llevado a muchos de nosotros a negar nuestros anhelos e impulsos democráticos— los estadounidenses están despertando. Ha llegado el momento de que los historiadores e intelectuales progresistas se unan a sus conciudadanos en la elaboración de una nueva narrativa estadounidense.
Durante mucho tiempo hemos aspirado a crear una nueva gran narrativa, una que articule la historia trágica, irónica y, no obstante, progresista y radical de la construcción de la democracia estadounidense, una que no solo contrarrestaría las historias debilitantes presentadas por conservadores y neoliberales, sino que también aliente nuevas luchas para extender y profundizar la vida democrática estadounidense. En Qué pasó con la historia[2], artículo escrito en The Nation en noviembre de 1981, el historiador del trabajo, Herbert Gutman, nos desafió a recordar por qué comenzamos el estudio de la historia por primera vez y, con ese espíritu, trabajamos para crear una narrativa que conecte de manera más efectiva con nuestros conciudadanos. Pero no fue simplemente el sueño de un hombre blanco. Dos años después, el intelectual afroamericano Nathan Huggins insistió en que “No deberíamos de olvidar que la finalidad de nuestro estudio de la historia es no menos que la reconstrucción de la historia de Estados Unidos “[…] Todos necesitamos pedir una nueva narrativa […] Es especialmente importante para los historiadores afroamericanos”[3]. Y al final de la década, Sarah Evans presentó su libro Born for Liberty: A History of Women in America (Nacidas para la libertad: Una historia de las mujeres estadounidenses) con “Ahora nosotros tenemos muchas historias y la tarea de los historiadores es la de integrar esas experiencias dentro de la narrativa dominante del pasado estadounidense, la historia principal que nos contamos sobre quiénes hemos sido como nación.”[4]
Aún así, a pesar de nuestra sólida y prometedora erudición, no pudimos producir la narrativa solicitada. Como Joyce Appleby, Lynnn Hunt y Margaret Jacob escribieron en 2004 in Telling the truth about History (Decir la verdad sobre la historia) “ahora confrontamos la tarea de crear un nuevo marco narrativo”[5]. Y doce años después, el desafío original de Gutman sigue de pie.
Era de esperarse. Podemos elaborar libros de texto innovadores y componer maravillosas obras épicas, pero no podemos convertirlas por sí solas en grandes narrativas. Hacerlo depende no solo de la escritura de la historia, sino sobre todo de la elaboración de la historia, ya sea desde arriba o, como seguramente esperarían los progresistas, desde abajo.
Ahora, sin embargo, a medida que más y más de nuestros conciudadanos muestran una determinación cada vez mayor de hacer precisamente eso, ya no tenemos motivos para simplemente lamentarnos. Ha llegado el momento de renovar nuestros esfuerzos.
Los estadounidenses, especialmente los jóvenes, reconocen que el propósito histórico y la promesa de nación han sido secuestrados y que la plutocracia ha triunfado sobre la democracia. En este sentido, rechazan tanto las narrativas de los supuestos republicanos como demócratas—narrativas que han reforzado las ambiciones corporativas, empoderado el derecho no solo a tomar el control completo del Partido Republicano, sino que también dictan regularmente los términos en la vida pública y la legislación, y han permitido a los neoliberales someter al “Partido Popular” al Poder del Dinero.
Vimos los inicios del gran rechazo en 2011 en los desafortunados movimientos Wisconsin Rising y Ocuppy Wall Street. Atestiguamos como volvió a la vida el movimiento político por un salario mínimo Fight for $15 (dólares estadounidenses por hora), las campañas anti-fracking, las luchas por los derechos de los inmigrantes y los Dreamers, las huelgas de profesores en Chicago y la compañía telefónica Verizon, las protestas religiosas por los derechos civiles “Moral Monday”, el movimiento Black Lives Matter y el movimiento progresista Democracy Spring. Lo hemos visto en las victorias electorales de 2013 de candidatos progresistas en ciudades de todo el país, en el entusiasmo por el populismo de Elizabeth Warren y, especialmente, en la participación masiva para la campaña presidencial progresista y socialdemócrata de Bernie Sanders–sin dejar de mencionar el apoyo popular, colérico y pavoroso, a Donald Trump. Sin importar cuán divididos permanezcan los estadounidenses, la mayoría quiere redimir la promesa de la nación y una acción radical a su favor.
Para los políticos y activistas que enfrentan crisis y confrontaciones inmediatas, la historia puede parecer una extravagancia. Pero las narrativas importan. Como observaron Appleby, Hunt, and Jacobe “Las narrativas y meta-narrativas son el tipo de historias que hacen posible la acción en el mundo. Hacen posible la acción porque la hacen significativa”[6].
Los conservadores y neoliberales siempre lo entendieron. Lo que hace que nuestra tarea sea aún más desafiante. Decididos a deshacer o socavar los logros y avances democráticos de la Gran Sociedad de los años 60 (Great Society) [7] y la guerra contra la pobreza (War on poberty)[8]—si no los logros del New Deal[9]de la década de 1930, también—y obstaculizar las luchas en curso de las mujeres y personas de color, los políticos, expertos e intelectuales públicos de la “nueva derecha”, encabezados por el actor convertido en político Ronald Reagan, hicieron del uso y abuso de la historia un sello distintivo de sus campañas políticas. Sintiendo las ansiedades y temores de los estadounidenses después de los sesenta, evocaron un pasado nostálgico de ciudadanos trabajadores y patriotas, temerosos de Dios, orientados a la familia y prometieron “volver a hacer grande a los Estados Unidos”. Apreciando las creencias más profundas de los estadounidenses, secuestraron a “los padres fundadores”, las barras y las estrellas y la idea del excepcionalísimo estadounidense, los despojaron de sus vidas, historias y significados revolucionarios, y los envolvieron en sus exhortos para reducir los impuestos, limitar el gobierno, desregular negocios, reducir el bienestar, restaurar la oración escolar, poner fin al derecho de la mujer a elegir y restaurar los derechos de los estados. Y reconociendo la necesidad de moldear la memoria e imaginación histórica de las generaciones venideras, se propusieron reconstruir de manera conservadora la educación en historia y en humanidades.
Demócratas neoliberales como Jimmy Carter, Bill Clinton y Barack Obama no ofrecieron ningún desafío serio a la narrativa conservadora. De hecho, en cuestiones de economía política y políticas públicas, hicieron eco de ello y buscaron estar a la altura. Carter fue pionero de la “Revolución Reagan”. Declarando que “El gobierno no puede resolver nuestros problemas”, le dio la espalda tanto a la tradición liberal de Franklin Roosevelt como a los movimientos laborales y de consumidores e inició políticas de “austeridad nacional” y desregulación empresarial y financiera. Siguiendo su ejemplo, Clinton traicionó a los trabajadores y al movimiento ambientalista; promulgó el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), se propuso “reducir el tamaño del gobierno”; terminó “el bienestar tal como lo conocemos”; y aprobó la desregulación de las industrias de las comunicaciones y la banca. Y por mucho que Obama respondió a la Gran Recesión de 2008-2009 lanzando programas de gasto masivo y asegurando la Ley de Cuidado de Salud Asequible (también conocida como “Obamacare”), que favorece a las empresas, él también no solo le dio la espalda al trabajo sino que impulsó la promulgación del TPP (Asociación Transpacífico) de libre comercio, predicó la necesidad de que “el gobierno[…] comience a vivir dentro de sus medios”, creó una Comisión Nacional de Responsabilidad Fiscal y anunció que estaba listo para “poner todo sobre la mesa [es decir, seguridad social y Medicare]” para llegar a un acuerdo con los congresistas republicanos sobre la reducción del déficit.
Además, Clinton y Obama no parecieron menos ansiosos que los republicanos por restringir la acción popular desde abajo contando una historia de Estados Unidos desprovista de luchas radicales y populares. Al asumir el cargo en 1993, William Jefferson Clinton hizo todo lo posible por identificarse con el autor revolucionario de la Declaración de independencia, Thomas Jefferson. De camino a la Capital para tomar el juramento del cargo, Clinton incluso volvió sobre el viaje inaugural de Jefferson desde Monticello a Washington y llenó su discurso inaugural con referencias jeffersonianas. Pero la forma en que presentó al Fundador y tercer presidente de los Estados Unidos reveló un temor elitista a las energías democráticas populares y un deseo de mantener al “pueblo” pasivo y alejado del poder. Pidiendo a los estadounidenses que “sean valientes, adopten el cambio y compartan los sacrificios necesarios para que la nación progrese”, afirmó que Thomas Jeffersson creía que, para preservar los cimientos mismos de nuestra nación, necesitaríamos cambios drásticos de vez en cuando”. Sin embargo, como seguramente sabía Clinton, Jefferson no dijo que necesitaríamos un cambio para sostener la República. Lo que dijo Jefferson fue “Sostengo que una pequeña rebelión de vez en cuando es algo bueno y tan necesario en el mundo político como las tormentas en el físico”.
Al igual que su predecesor neoliberal, Obama mostró poca inclinación a recordar a los estadounidenses su pasado radical y progresista (dejando la plaza pública abierta de par en par a los Tea Partyers de derecha). Enfrentando una recesión cada vez más profunda en el momento de su primera toma de posesión, el nuevo presidente ofreció una narrativa de la “grandeza estadounidense” que no hacía referencia a cómo diversas generaciones de estadounidenses tuvieron que luchar para asegurar “la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad” y expandir el “Nosotros” en “Nosotros la gente”. Más bien dijo “Han sido los que se arriesgan, los hacedores, los creadores de cosas[…] que nos han llevado por el largo y accidentado camino hacia la prosperidad y la libertad”.
Si bien Obama ha hablado a menudo y con orgullo de sus abuelos de la “Generación Grandiosa”, ha vaciado la experiencia de su generación de sus logros progresistas. Ignorando completamente cómo esos hombres y mujeres y el presidente Roosevelt sometieron a las grandes empresas a la cuenta pública y la regulación, empoderaron al gobierno federal para abordar las necesidades de los trabajadores, organizaron sindicatos, lucharon por sus derechos, establecieron un sistema de seguridad social, se movilizaron para reconstruir la infraestructura pública de la nación y mejorar el medio ambiente, y pasaron a luchar por las Cuatro Libertades[10], Obama ha ofrecido una interpretación verdaderamente reaganesca de la historia en la que la Generación Más Grande “triunfó sobre la Gran Depresión y sobre el Fascismo” y “dio lugar a la clase media y la economía más fuerte que el mundo haya conocido” debido a sus “valores. Cuando ha hablado de nuestra creciente desigualdad de clases, ha ignorado continuamente la larga guerra de clases desde arriba y lo que ha ocasionado, y ha indicado como culpables a las fuerzas del cambio tecnológico y a la globalización.
Ahora, sin embargo, después de décadas de narrativas e historias perdurables que niegan el imperativo democrático de Estados Unidos y sofocan nuestros impulsos y anhelos democráticos, los estadounidenses, con sus propias acciones, están comenzando a hacer posible una nueva narrativa. Estamos presenciando el regreso de la historia y el resurgimiento de las posibilidades democráticas. Siempre atentos, los conservadores están cada vez más ansiosos y algunos incluso piden una nueva narrativa. Mientras tanto, los demócratas están redescubriendo a su líder más grande y progresista. Con la esperanza de identificarse con Franklin Roosevelt y la era del liberalismo Fighting Faith, Hillary Clinton lanzó su candidatura para la nominación presidencial en el FDR Four Freedoms Park en Nueva York; y en un discurso en la Universidad de Georgetown, Bernie Sanders explicó su “socialismo democrático” al discutir el discurso de la Declaración de Derechos Económicos de 1944 de FDR.
Ha llegado el momento de que nos unamos para crear la nueva narrativa estadounidense. Es hora de que hagamos más que desacreditar las afirmaciones de los poderes fácticos. Debemos aprovechar el trabajo que hemos estado haciendo durante las últimas cuatro décadas para articular una historia que permita a nuestros conciudadanos comprender por qué sienten los impulsos y anhelos que sienten y reconocer lo que podrían hacer al respecto. Debemos hablar con la memoria e imaginación histórica y popular y diseñar una narrativa que nos recuerde a todos que estamos inmersos en un gran experimento democrático que exige más que defenderlo. Como dijo el periodista progresista Henry Demarest Lloyd: “El precio de la libertad es algo más que la vigilancia eterna. También debe haber un avance eterno. Podemos salvar los derechos que hemos heredado de nuestros padres solo si ganamos otros nuevos para legar a nuestros hijos”[11].
Debemos cultivar una narrativa que afirme y promueva las esperanzas, aspiraciones y energías democráticas. Una narrativa que, sin dejar de reconocer la explotación y la opresión que ha marcado las vidas de tantas generaciones, reclame y recuerde el pasado revolucionario, radical y progresista de los Estados Unidos, que revele cómo nuestros mejores presidentes Washington, Lincoln y FDR, fueron hechos así por grandes oleadas y movimientos democráticos y muestre que, a pesar de todas nuestras terribles y trágicas fallas y fracasos, somos radicales de corazón y que para hacer que Estados Unidos vuelva a ser grande debemos mejorar aún más la democracia, no disminuirla. Una narrativa que, sin hacer promesas de victoria, muestre que lo que verdaderamente ha hecho a Estados Unidos y a su historia excepcionales es que cuando hemos enfrentado crisis—crisis mortales, como lo hicimos en las décadas de 1770, 1860, 1930 y 1940, y la década de 1960—contrariamente a los impulsos conservadores y las expectativas históricas, no renunciamos ni suspendimos nuestros mejores ideales, sino que hicimos a Estados Unidos más libre, más igualitario y más democrático.
Debemos cultivar una narrativa que nos ayude a recordar no solo que hicimos todo eso en el pasado, sino también que podríamos hacerlo una vez más.
La traducción es cortesía de Christian Javier Castro Martínez
Gutman, Herbert G., The missing synthesis. Whatever happened to the history?, The Nation. 11/21/1981, Vol. 233 Issue 17, p521-554.
Appleby, J. O., Hunt, L., Hunt, L. A., Jacob, M., & Jacob, M. C. (1994). Telling the Truth about History: Norton.
Evans, S. M., & Press, F. (1989). Born for Liberty: A History of Women in America: Free Press.
Huggins, N. I., & Huggins, B. S. (1995). Revelations: American History, American Myths: Oxford University Press.
Kaye, H. J. (2014). The fight for the four freedoms : what made FDR and the greatest generation truly great(First Simon & Schuster hardcover edition. ed.): Simon & Schuster.
Kaye, H. J. (2019). Take Hold of Our History: Make America Radical Again: John Hunt Publishing.
Harvey J. Kaye es profesor de la Catedra Ben & Joyce Rosenberg de Democracia y Estudios Jurídicos en la Universidad de Wisconsin-Green Bay y autor de Thomas Paine and the Promise of America (Thomas Paine y la Promesa de América) y The Fight for the Four Freedoms: What Made FDR and the Greatest Generation Truly Great (La Lucha por las Cuatro Libertades: Lo que hizo que FDR[1] y la generación más grande fueran verdaderamente grandiosos).
[1] Franklin D. Roosevelt. De aquí en adelante FDR.
[2] El autor se refiere al artículo de Gutman (1928-1985) publicado en el semanario neoyorquino de izquierda, The Nation. En ¿Whatever happened to the history?, Gutman señala que, a pesar de que una nueva camada de historiadores se han planteados nuevas preguntas sobre viejos procesos históricos como la Guerra de Independencia de Estados Unidos, la esclavitud y el populismo, sus aportaciones han sido ignoradas por las grandes audiencias. Gutman indica que, aunque la historia de las mujeres, el movimiento antiesclavista, el movimiento populista y los movimientos socialistas son percibidos de forma distinta después de las aportaciones de las nuevas generaciones de historiadores, la Historia Estadounidense no ha cambiado del todo. El autor se inclina por una nueva síntesis entre la Historia estadounidense en relación reciproca con las grandes audiencias. Gutman, Herbert G., The missing synthesis. Whatever happened to the history?, The Nation. 11/21/1981, Vol. 233 Issue 17, p521-554.
[3] (Huggins & Huggins, 1995, p. 127)
[4] (Evans & Press, 1989, p. 2)
[5] (Appleby, Hunt, Hunt, Jacob, & Jacob, 1994, p. 294)
[6] (Appleby et al., 1994, p. 236)
[7] El autor se refiere a los programas sociales ejecutados durante la administración de Lyndon Johnson cuyo eje central consistió en contrarrestar la pobreza y la segregación social a través del aumento del gasto social.
[8] Fue el nombre que recibió el paquete de 40 programas de bienestar social que tuvieron como objetivo eliminar la pobreza. Estás políticas sociales son consideradas como parte de los programas nacionales de reforma social que adoptó Lyndon Johnson.
[9] El autor se refiere a los programas de asistencia social, las leyes de seguridad laboral y sindicales implementadas por el presidente Franklin D. Roosevelt (New Deal) durante 1933 y 1938 para mitigar los estragos de la Gran Depresión.
[10] Harvey J. Kaye se refiere a los cuatro principios fundacionales que la Generación más Grande arropó el 6 de enero de 1941: libertad de expresión, libertad de culto, libertad frente a la miseria y libertad frente al miedo. (Harvey J. Kaye, 2014)
[11] (H.J. Kaye, 2019)