PUTIN, LA GUERRA EN UCRANIA Y LA IDEOLOGÍA

En uno de los textos acerca de la invasión rusa a Ucrania, Slavoj Žižek -como es su costumbre- mezclaba especulaciones en torno a la guerra con ejemplos de la cultura popular, para volver a hacer uno de sus puntos clásicos acerca del poder y la forma “abierta” y/o “directa” de la ideología en la era posmoderna/neoliberal. Según él, ésta se entiende mejor no como una ilusión que esconde la realidad, sino un conjunto de disposiciones psicológicas y comportamientos en las que la clave no es el engaño, sino una suerte de “meta-consciencia” y “desprendimiento irónico”, que facilitan su funcionamiento y nuestra reconciliación con ella. Citando a uno de los protagonistas de Agatha Christie -“nunca menosprecies el poder de lo obvio”– Žižek acababa, más bien en tono afirmativo, preguntándose “si no era precisamente así, cómo funcionaba la ideología particularmente hoy en día”, algo que quedaba confirmado a la luz de la guerra.[1] Y continuaba: “Se la presenta como algo misterioso, apuntando a algún backstage oculto de los hechos para encubrir un delito cometido (o legitimado) de manera totalmente abierta. Un dicho favorito que presagia tal doble engaño es ‘la situación es más complicada’: un hecho obvio, por ejemplo, una agresión militar brutal, se relativiza en referencia a una ‘situación de fondo mucho más compleja’ (que, sorprendentemente, ha hecho que la agresión fuera presentada como un acto de defensa). Por eso, en algún nivel, debemos ignorar la ‘complejidad’ subyacente de la situación y confiar en los simples números. ¿No está pasando lo mismo ahora en Ucrania? Rusia la atacó, pero muchas personas encuentran algún tipo de ‘complejidad’. Sí, la situación es ciertamente compleja, pero el resultado final sigue siendo este: Rusia lo hizo. Más bien, nuestro error fue que no tomamos las amenazas de Putin lo suficientemente de forma literal: pensamos que realmente no lo iba a hacer y con sus amenazas solo estaba jugando un juego de manipulación con nosotros con algún propósito estratégico”.[2] En efecto, tratando de ser sinceros con nosotros mismos no queda de otra sino admitir que muchos observadores y analistas han sido -y hemos sido- “sorprendidos” por la invasión creyendo que Putin iba más bien a optar por ir prolongando su bluff y la tensión en las fronteras de Ucrania. Ir extendiendo su “juego”, manipulaciones y amenazas. Que era precisamente esta tensión y el puro ruido de sables que más lo favorecía y que incluso sus esfuerzos parecían tener ya algunos efectos beneficiosos para él al acaparar la atención y al provocar un cierto desasosiego en el Occidente. Al demostrar su “punto” respecto a la extensión de la OTAN o al presumir su “mano fuerte”, siempre y cuando… no invadía[3] (“por lo que una invasión abierta a toda Ucrania no iba a ocurrir”). Lo mucho que pudo haber ocurrido, pensábamos, era que Putin reconociera finalmente de manera oficial las dos “Repúblicas Populares” de Donetsk y Luhansk -que igual de “repúblicas” (soberanas) ni de “populares” no tienen nada, siendo solo unas republiquetas títeres de un régimen cleptocrático y capitalista en Moscú-, algo de lo que se rehuía desde 2014 y algo que efectivamente hizo el día 21 de febrero, pero solo para anunciar la masiva invasión a Ucrania tres días después.[4] La lista de este tipo de reconocimientos y “admisiones de errores” de observadores sorprendidos igualmente por no haber leído bien las intenciones de Moscú, empezó el primer día de la invasión y seguía creciendo incluso cuando la guerra entraba ya en su segundo mes. Si bien la administración de Joe Biden, citando “los informes de la CIA”, en las semanas previas de la invasión estaba insistiendo que ésta “estaba por ocurrir cualquier día”, advertencias que a menudo eran tomadas como “alarmistas” y/o “incendiarias” -“una cosa que atinaron y una sobre la que no nos mintieron” bromeó después de todo uno de los observadores-, incluso muchos de los propios “putinólogos” han sido tomados por sorpresa. Zygmunt Bauman apuntaba en algún lugar cómo lo mismo ocurrió en su momento con todos, casi, sovietólogos profesionales, una vez una bien desarrollada y “prestigiosa” rama de ciencias políticas en el Occidente, de los cuales, a pesar de que por décadas iban describiendo el paulatino declive de la URSS, nadie supo predecir su repentina implosión y desintegración (sic). Ha de ser precisamente este tropiezo en predecir lo que venía que animó a muchos analistas desde los primeros días de la guerra a buscar frenéticamente alguna “verdadera ideología”, “las profundas y ocultas raíces mesiánicas”, la “misteriosa cosmología” o “los motivos místicos” detrás de la decisión de Putin, un afán que, desde aquel momento, sigue creciendo con el ímpetu de una bola de nieve. Si era algo que no vieron venir, igualmente sus motivos e inspiraciones también tendrían que haber sido “ocultos” y “misteriosos”. Ivan Ilyin -un bastante olvidado pensador ruso filofascista “blanco” del periodo de entreguerras que emigró a Suiza tras el triunfo de los bolcheviques y que tenía un desdeño particular por “Ucrania” (para él siempre en comillas), reivindicado, en efecto, varias veces por Putin- o Aleksandr Dugin -un reaccionario y ultranacionalista “gurú geopolítico” de Euroasianismo y proponente del “tradicionalismo”, más bien marginado en el Kremlin, pero bastante popular entre la “Internacional ultraderechista” a lo largo del mundo- han sido los principales “nominados”. Sus ideas y doctrinas ahora -supuestamente- tenían que ser el verdadero spiritus movens del putinismo y la oculta base ideológica de la guerra. Pero en vez de haber sido “ciegos” y no haber advertido a tiempo las huellas y las verdaderas influencias p.ej. de aquellas figuras, el error que cometimos tal vez era, tal como sugiere Žižek, el no haber prestado la atención suficiente a lo que el propio Putin decía y hacía. Por ejemplo un interesante y desapercibido en su momento ensayo suyo del año pasado acerca de “la unidad histórica de rusos, bielorrusos y ucranios” que debería ser tomado como un ejemplo “obvio” de sus intenciones y de las cosas que él mismo dijo que iba a hacer, ya está siendo leído ex post casi exclusivamente en clave ilyiniano-duginiana, a pesar de que en sí mismo constituye un programa bastante abierto y completo.[5] Así que, más allá de la verdadera importancia de Ilyin o Dugin para Putin -las supuestas influencias que igualmente han sido ya desde hace tiempo un objeto de especulaciones sin que nadie realmente lograra determinar de manera convincente su verdadero peso (como sería el caso p.ej. de Timothy Snyder y el link Putin-Ilyin)- nuestra culpa, sería más bien simplemente el no haber tomado sus previas amenazas lo suficientemente en serio y de manera literal (la guerra en Georgia en 2008 cuando este país se ha movido “demasiado” hacia la órbita de la OTAN viene claramente en mente[6]): “el solo lenguaje de Putin [más allá de sus ‘trasfondos ideológicos’] nos dice todo lo que necesitamos saber”, escribía Žižek.[7]

II.

De modo que la agenda de Putin es mejor expresada en sus propias palabras, sus motivaciones, sobre todo su anticomunismo reaccionario y la nostalgia por el imperialismo zarista pre-revolucionario, quedaron bastante claras en su largo (y bizarro) “discurso histórico” de 21 de febrero que incluía todo un largo análisis, muy en el espíritu político dominante de instrumentalizar y reescribir el pasado para justificar el presente, que también incluía finalmente el (esperado) reconocimiento oficial de los territorios separatistas y rusohablantes de Donetsk y Luhansk que, junto con la anexada unilateralmente Crimea, “tenían el derecho de no ser gobernados por el Kiev”.[8] Finalmente, una vez que se haya preparado el campo de este modo, en otro discurso, del 24 de febrero, “dado que Ucrania estaba siendo gobernada por los drogadictos, los neonazis y cometía el genocidio en Donbas” (sic), Putin anunció el inicio de la invasión -no una “guerra”, sino una “operación especial” (sic)- con el fin de “desnazificar” y “desmilitarizar” a Ucrania.[9] Como quedó claro en su primer speech, según Putin “no hay tal cosa como Ucrania” y “no hay tal cosa como ucranios”, siendo ambos una “invención”. La existencia de este país, a sus ojos, “era culpa de Lenin” y fruto de “una traición de los bolcheviques” que lo crearon de modo artificial “separando y partiendo las tierras históricamente rusas”. El hecho de reconocer a Ucrania como una entidad separada en 1922 y de reconocer y promover posteriormente su identidad nacional -una mirada que simplificaba de manera burda tanto las verdaderas raíces y evolución del nacionalismo y de la identidad nacional ucrania, como el hecho de que lo que finalmente triunfó en Ucrania ha sido fruto de varios compromisos y factores imprevisibles en medio de la Guerra Civil, las sinuosas miradas de Lenin y otros bolcheviques respecto a la “cuestión nacional/colonial” y sus tácticas y estrategias en tiempos cuando el objetivo principal aún era la Revolución Mundial[10]– era para Putin “un error de la historia”. Una “bomba” que, mediante la ejecución de la cláusula del derecho a la secesión introducida por Lenin, hizo explotar a la URSS en 1991, “el más grande desastre geopolítico del siglo XX” como dijo en alguna otra ocasión Putin (a pesar de que normalmente, en consonancia con la tradicional narrativa nacionalista-imperialista de la “Gran Rusia”, ve al comunismo como un “elemento destructivo de la nación rusa”). Si bien a Stalin -enaltecido y venerado en Rusia putiniania, mientras Lenin queda oficialmente borrado y minimizado- que tras “el desvío internacionalista-leninista” con su contrarrevolución retornó al chovinismo gran-ruso, Putin le concedía algunos “méritos” en esta narrativa (al final fue Stalin que después de 1945 adjuntó a Ucrania, y por extensión a la URSS, la Galitzia Occidental, partes de Wołyń, pertenecientes antes a Polonia, partes de Bucovina de Rumania o Rusia Subcarpática perteneciente antes a Checoslovaquia), tampoco él fue capaz de abandonar el consagrado en la Constitución soviética marco de la autodeterminación -“odiosas y utópicas fantasías”, según Putin- que fueron “culpables de todo”. El anticomunismo y “antileninismo” de Putin quedó bien resaltado en un pasaje, cuando en referencia a los derribados a lo largo de Ucrania monumentos de Lenin, indicó que esto “le venía muy bien”, pero que “no había que detenerse a la mitad” y llevar la descomunizacion de Ucrania hasta el final mediante… el borramiento de la propia Ucrania (“el fruto del comunismo”). Es justo en este “trato de desigual” a Lenin y a Stalin, expresado abiertamente y sin muchos rodeos, donde radica uno de los núcleos político-ideológicos de Putin. Como bien subraya Žižek en otro lugar: “lo que hizo Stalin a principios de la década de los 30 fue simplemente retornar a la política exterior y nacional zarista prerrevolucionaria”.[11]Con todo esto la verdadera anatomía política de él se vislumbra de su propia narrativa histórica junto con sus motivos e intenciones. Es clara y transparente, siendo Putin un quintaesencial imperialista, nacionalista y chovinista (gran)ruso que sueña con la reinstauración del Imperio de los Romanov a sus fronteras pre-1914. Su gran inspiración y referencia ideológica aquí no es tanto necesariamente Ilyin o Dugin, sino Anton Denikin, uno de los principales generales “blancos” y líderes nacionalistas de la Guerra Civil, una figura que venera -las Memorias de Denikin son según él su lectura favorita- y cuyos restos repatrió del exilio hace unos años a Rusia sepultándolos con honores del Estado (lo mismo, de hecho, para ser exacto, hizo también con los restos de Ilyin, otro “héroe” anticomunista exiliado). Denikin, a parte de su virulento antisemitismo, era conocido por su insistencia de que “Ucrania era una parte indivisible de Rusia” y “una provincia” que él mismo perdió tras una serie de batallas con el Ejército Rojo de Trotsky −siendo Ucrania el principal teatro de la Guerra Civil−, al parecer otro “error de la historia” que Putin estaba determinado a corregir. Esta doctrina denikinista de “unidad” ya ha sido invocada por él en la anexión de Crimea y la invasión al este de Ucrania que acabó con el establecimiento de las dos republiquetas. He aquí precisamente el meollo del nacionalismo conservador del putinismo, que por más conveniente que parezca en términos políticos a reducir a sus “ocultas y místicas influencias ideológicas” es mucho más “abierto” y generalizado/internalizado en la cultura rusa y diseminado a lo largo de todo el espectro político. Si bien Putin efectivamente puso en cuestión la legitimidad y la soberanía de Ucrania como un país y una nación apelando a la “unidad histórica de la Rus de Kiev”[12] -la “unidad” que nunca existió y en realidad siempre ha sido solo un mito-, “demoliendo el presente para que el pasado imaginario pudiera llegar a ser el futuro”, como apuntaba de manera muy evocativa Mike Davis[13], este desdeño es ideológicamente mucho más común en la Rusia de hoy de lo que podría parecer, así como lo era en la época de los zares o en la URSS, y no tiene nada de “misterioso”. Lo mismo se refiere a la propia operación de evocar las sombras de las épocas gloriosas pasadas y perdidas y una visión del pasado idealizado, armonioso e… inexistente, que es igualmente típica para tantos otros líderes de la extrema derecha mundial a lo largo del mundo desde los EU, Francia hasta Polonia, un trend más amplio al que Putin solo se estaba inscribiendo (aunque el uso en su discurso de una misteriosa figura de un “futuro histórico” [sic] ya ha sido su contribución personal). Es cierto que Putin “que se rodea con tanta astrología, misticismo y perversión como los Romanov terminales” y que “cree sinceramente que tiene que salvar a los ucranios de ser los ucranios porque si no el destino celestial de Rus será imposible” (otra vez Mike Davis), también hace uso de la nostalgia en su propaganda, así como de algunos “componentes místicos”, la insistencia de que esto -a fuerza- tenga que venir de alguna “oscura ideología”, igualmente puede resultar engañoso. En su “negacionismo” hacia Ucrania y los ucranios, el pensamiento de Putin es más bien un reflejo de una cultura política y modos de mirar y (re)escribir la historia más amplias y más enraizadas en todo en el pensamiento postsoviético. Como bien apunta en este contexto Marlène Laruelle en una de las más interesantes miradas acerca de las influencias y “dinámicas intelectuales” de Putin, no se trata solo de su mirada ni solo de su persona, sino de algo que va mucho más de él (o de Ilyin, Dugin y otros): “Toda la cultura soviética ha producido a lo largo de las décadas narrativas despectivas sobre la supuesta falta de una identidad geopolítica clara de Ucrania, pintando la región (ni siquiera un país: en ruso [al igual que p.ej. en polaco] ‘Ucrania’ significa ‘periferia’) como incesantemente balanceada entre patrocinadores en competencia a lo largo de los siglos [Mancomunidad Polaco-Lituana, Austro-Hungría, Polonia, URSS, Alemania, etc.]. Ha cultivado la visión de un nacionalismo ucraniano profundamente arraigado que nunca fue realmente ‘limpiado’ de la mancha de sus tendencias colaboracionistas durante la Segunda Guerra Mundial y su antisemitismo. Estos tropos formaban parte del conjunto de herramientas políticas del régimen soviético, que reprimió a muchos ucranianos en nombre de su ‘nacionalismo (burgués)’. También se compartieron en un nivel más apolítico a través de chistes sobre los ucranianos como los banderovtsy, siendo Stepan Bandera la figura principal del nacionalismo y colaboracionismo ucraniano durante el período de la Segunda Guerra Mundial”.[14] Según Laruelle, el pensamiento de Putin ha sido formado a lo largo de muchos años más que nada por su resentimiento al Occidente, no por ninguna influencia ideológica especifica -Putin que a la hora de la caída del Muro estuvo estacionado en Berlín, hoy para justificar la invasión hablaba tanto de la “traición de los bolcheviques”, como de la “traición de Occidente”- y aun si fuera posible identificar una figura “rasputiniana” que ejerce la influencia doctrinal sobre él y una éminence grise en el Kremlin, “esto no captaría lo que lo impulsa a actuar, porque las visiones ideológicas del mundo siempre están formadas por características culturales más amplias que solo lecturas específicas”.[15] Lo mismo aplica al uso deliberado de la figura de un “nazi” y el argumento de la “desnazificación” elaborado para el público doméstico, siendo ésta la principal figura de un “enemigo” y su sinónimo en el pensamiento (post)soviético común y corriente, no solo una “inexplicable fijación ideológica suya”, como parecen argumentar los proponentes de la tesis de “esencialización/personalización/individualización”. La realidad -apuntaba bien Laruelle- es mucho más compleja. No hay un solo “gurú”, una sola ideología, ni una sola persona (en este caso solo Putin) que provocó esta desastrosa invasión. Todo ha sido “mediado” por diferentes ideologías y lugares comunes y decidido por una “corte” de gente de confianza que comparte una visión de Ucrania como “un país que debe ser devuelto por la fuerza a la órbita de Rusia”. La posición de Volodomyr Ishchenko, uno de los más perspicaces observadores de la política ucraniana, parece insertarse en este análisis. Según él todavía no ha aparecido una interpretación “integral” y convincente de la invasión: todas las que se centran en “la salud mental de Putin”, “su imperialismo mesiánico”, “la amenaza de la OTAN”, o “la amenaza del ‘ejemplo democrático de la Ucrania’ a la Rusia autocrática”, parecen quedarse cortas y/o motivadas políticamente. Ishchenko señala: “La tesis de que Putin enloqueció no se sostiene, ya que a mis ojos él no muestra síntomas de locura. En cuanto a la explicación que se volvió un fanático ideológico con una misión mesiánica de reconstruir el Imperio Ruso, hay que decir que los líderes con creencias ideológicas sinceras son algo atípico en toda la política postsoviética. Todos los líderes postsoviéticos eran unos pragmatistas cínicos que construían regímenes cleptocráticos desprovistos de cualquier visión ideológica. Incluso si fuera verdad que Putin se volvió de repente un fanático ideológico, sigue siendo un misterio como esto se llevó a cabo y se necesitarían más explicaciones”.[16]

III.

Un afán de centrarse en la “ideología de Putin detrás de la invasión” -incluso más que p.ej. en lo dicho abiertamente (o sea, en la “ideología” según Žižek)- tiende a oscurecer las cosas más que a esclarecerlas. A “personalizar” e “individualizar” el análisis. Parece que tenemos una intrínseca predilección a “patologizar el mal” y a buscar a toda fuerza a su “encarnación” para poder explicar los acontecimientos en clave de un “individuo”. Esto aplica tanto a la necesidad de encontrar a “algún Rasputin detrás de Putin” -un ideólogo e instigador- como a pintarlo en los colores más oscuros posibles, de preferencia pardos (con lo que uno no quiere decir que no sea el caso, sino que esto a menudo ocurre sin proporcionar la evidencia suficiente). Toda una avalancha y un verdadero “festival” de comparaciones de Putin con Hitler -una caja de Pandora que fue abierta ya en 2014 cuando su anexión de Crimea bajo el argumento de “proteger a la población rusohablante” de manera rutinaria fue comparada con la anexión de Sudetenland en 1938 por Hitler que decía proteger a los Sudetendeutsche- por parte de diferentes historiadores o filósofos (Timothy Snyder, Jason Stanley et al.) es un buen ejemplo de ello. Las últimas semanas estaban igualmente llenas de especulaciones sobre el estado de salud de Putin (locura, paranoia, desequilibrio, efectos del coronavirus, adicción, cáncer, etc.), algo que igualmente puede que tenga una relevancia, pero a la hora de presentar pocas evidencias no hace un buen análisis. Explicar la invasión también con los “giros en su mentalidad”, “su aislamiento”, “los cambios en su psique que ha tenido el gobernar dos décadas sin pausa”, como hace p.ej. Ivan Krastev, del mismo modo parece poco convincente y más cuando es puesto exclusivamente en términos clínicos, no políticos. Como una referencia, a la mente viene la llamada Madman Theory, solo que aquí se está enfatizando únicamente la parte de Madman (esta doctrina de la política exterior de Nixon ideada por Kissinger, consistía en hacer creer a la URSS y a los otros países del Pacto de Varsovia que Nixon era imprevisible y lo suficientemente “loco” para hacer todo, incluso provocar una destrucción nuclear -siendo la “preparación nuclear” anunciada en las últimas semanas por Putin una posible versión de esto-, pero claro, Nixon solo “fingía de ser loco”, Putin “lo es”). Por el mismo camino de la “personalización” iban igualmente, con resultados parecidos, otros analistas como Anne Applebaum que apuntaba a “la paranoia y el miedo a la democracia de Putin”, un autócrata “que teme a un ejemplo exitoso de la democracia a su lado [Ucrania], por lo que está determinado a destruirlo a toda costa”, que más que nada es un argumento sumamente complaciente, tanto respecto al “ejemplo de la democracia ucrania” presentada como un “éxito”, como a la implícita importancia e inmaculado carácter de los “valores europeos/occidentales” en los que aquella dice inspirarse. Lo mismo aplica a los afanes de colocar la culpa de un solo lado p.ej. en la “obsesión personal de Putin con la OTAN”, cuando esta “aversión” es más bien una continuación de la política de Rusia en general que data de principios de los 90 y algo sabido y reconocido por Washington desde hace tiempo.[17] Otro tanto se puede decir sobre los habituales intentos de localizar las razones de la invasión “en el histórico bagaje del autoritarismo en Rusia” o, más general, en el “alma ruso” (Stephen Kotkin). Pero mientras, como bien ha notado en un lugar Cas Mudde, todos estos esfuerzos de “patologizar” y “psicologizar” a Putin, negando de paso la evidencia que proporcionan muchos estudios empíricos que apuntan más a la importancia del contexto que a una personalidad, se acercaban de modo caricaturesco a la llamada “tesis de Teppichfresser” respecto a Hitler -una leyenda urbana según la cual Hitler era tan inestable que en momentos de tensión, como p.ej. las negociaciones sobre el mencionado Sudetenland, que se ponía de rodillas y mordía la carpeta (sic)[18]-, el marxismo parecía ofrecer una respuesta mucho más satisfactoria. Del mismo modo que, toutes proportiones guardées -aunque llama la atención la manera bastante abierta y “fácil” con la que se empezó a hablar de repente de un nuevo conflicto bélico mundial y la posibilidad de una Tercera Guerra Mundial (sic)- el desencadenamiento de la Segunda Guerra Mundial no podía y no puede ser explicado, desde el marxismo, a través de la psicología de un solo individuo, tampoco lo puede ser la invasión a Ucrania. Es justo aquí donde entra la teoría de la ideología que va más allá de la dominante hoy hermenéutica moral y que, al relacionar ciertos modos de pensar con las realidades materiales, puede ayudarnos a responder la pregunta “¿Por qué Putin ‘necesitaba’ tanto a Ucrania?”. En qué radicaba su atractividad. Y donde estaban las raíces de las pulsiones putinianias. Como bien apuntaba ya hace varias décadas Ernest Mandel existen formaciones sociales con leyes de desarrollo propias, aunque uno no pueda deducir una acción individual de ellas. Lo que importa es si estas instituciones o estructuras pesan más en determinadas acciones de un individuo que sus creencias a la hora de explicar esas acciones ya que hay presiones sociales sobre las cuales el individuo no tiene ningún control ni muchas veces ni siquiera es consciente de ellas (“Putin ‘deseando’ a Ucrania…”). Sigue Mandel: “Lo que está en juego es si las condiciones e instituciones sociales específicas pesan de manera decisiva en la configuración de ciertas formas concretas de acciones individuales, más que los deseos, pasiones, creencias, objetivos individuales, etc. La forma en que Hitler se convirtió en canciller del Reich o en la que pudo desencadenar la Segunda Guerra Mundial no puede explicarse de manera esencial, primaria o importante a través de los secretos de su psicología individual; ni el genio de Einstein puede explicar por qué y cómo Estados Unidos lanzó la bomba atómica al final de la Segunda Guerra Mundial (…) En ambos casos -así como en todos los demás relevantes para la historia de las sociedades de clases−-el peso de las fuerzas sociales, de las clases, de las principales fracciones de clase, de los gobiernos dirigidos por tales fracciones, fue mucho más decisivo que el de cualquier individuo o de cualquier agregado no estructurado”.[19] Para Mandel la acción social/política y la inacción con toda su ambivalencia son igualmente importantes y el marxismo tampoco es ciego a las implicaciones de la inacción entendida y/o la tolerancia al curso aparentemente “irreversible” de los acontecimientos. Del mismo modo que, según Mandel, ni Hitler, ni Auschwitz, ni Stalin, ni la bomba en Hiroshima y Nagasaki fueron productos inevitables de los acontecimientos históricos y surgieron como el resultado de cadenas de acciones, reacciones e inacciones, igualmente la invasión a Ucrania ha sido un resultado de una cadena de acontecimientos así, más que un producto directo de la ideología o del “misticismo” de un solo individuo (lo mismo aplicaría seguramente al propio Putin que con su narrativa de “levantar a Rusia de las rodillas” ha sido también un producto de una cadena de acontecimientos que empezó con la desintegración de la URSS y la impuesta desde afuera desregulación neoliberal). De este modo, se aprecia la manera en la que la “psicologización” y la “individualización” en boga buscan más bien oscurecer las verdaderas raíces de los acontecimientos que siempre ocurren en un contexto particular y como fruto de acciones (e inacciones) de diferentes actores. El mismo efecto tiene el centrarse en buscar las explicaciones de la invasión en ideas e “ideologías oscuras”, un afán de revelar a fuerza “más complejidades”, “secretos ideológicos” o “más cosas ocultas detrás” (la “psicología de Putin”, etc.) que tanto criticaba Žižek, como si lo obvio y lo que ya estaba a la vista -o sea, la mera “ideología” en términos žižekianos-, el chovinismo, el nacionalismo, el “neo-denikinismo” y la nostalgia imperial zarista-estalinista, etc. servidos de manera abierta y directa por Putin junto con otros lugares comunes gran-rusos respecto a Ucrania y sus intenciones no escondidas y manifestadas en diferentes discursos, no fueran suficientes para entender/explicar lo ocurrido (y todo a pesar de que, como se ha dicho, el mundo postsoviético es un mundo intrínsicamente postideológico). Estos afanes igualmente buscan tapar una cadena de acción-reacción-inacción en la que la UE, la OTAN y los EU también tienen su parte y alejar las culpas y/o las complicidades. No solo en la manera en la que todos ellos “iban empujando a Rusia a la invasión” -una explicación que por sí sola se queda corta y resulta exculpatoria respecto a las acciones criminales de Putin-, sino también en la que el Occidente “jugó” con la propia Ucrania atrayéndola por años a su órbita, pero al final negándole el acceso -p.ej. con políticos de la OTAN diciéndoles abiertamente a los ucranios que “oficialmente la puerta está abierta, pero Uds. nunca entrarán”- y a la mera hora dejándola a su suerte.[20]En la manera en la que la amenaza del “expansionismo ruso” está siendo aprovechado para un repentino rearmamento -una vez que la pandemia y el virus como “enemigos” desaparecieron de las pantallas-, incluidas las armas intercontinentales que estaban “pasadas de moda” en tiempos de la “guerra al terror”. O en la manera en la que los propios “valores occidentales” traducidos en las últimas décadas en una serie de “intervenciones humanitarias” a lo largo del mundo, mucho más que un mítico misticismo ruso, constituyeron un modelo de acción para Putin. Resulta que este no solo “tomó nota” de los antecedentes de Iraq[21] o Kosovo, copiando p.ej. literalmente en 2014 su declaración de independencia para la anexión de Crimea o emulando en 2022 la advertencia de “un genocidio en curso” tal como lo hizo la OTAN para justificar el bombardeo de Belgrado, sino que -precisamente en el sentido en el que Žižek subrayaba la importancia de lo que el mismo Putin dice que va a hacer-, invocó personalmente estos ejemplos para justificar y/o legitimar sus acciones.


*Maciek Wisniewski es politólogo y periodista polaco, colaborador de La Jornada.

[1] Slavoj Žižek, “Co wyrośnie z kieszeni pełnej ziaren słonecznika? [¿Qué va a crecer del bolsillo lleno de semillas de girasol?]”, en: Krytka Polityczna, 9/3/22

[2] Ibidem

[3] Patrick Cockburn ha sido uno de los más consecuentes exponentes de esta tesis, véase entre otros: “An Unwinnable War in Ukraine has No Upside for Putin, But Threats have the West up to Listen”, en: Counterpunch, 18/2/22 y “So Far, Putin is the Biggest Winner in the Ukraine Conflict”, en: Counterpunch, 15/2/22 o “Putin is Playing a Strong Hand in Ukraine… as Long as He Doesn’t Invade”, en: Counterpunch, 7/2/22.

[4] Ambas republiquetas antes de su reconocimiento oficial ya estaban integradas de facto políticamente y económicamente con Rusia igual que otras entidades parecidas como p.ej. Osetia del Sur desprendida de Georgia o Transnistria, una republiqueta separatista de Moldova (y una que comparte frontera con Ucrania, pero que hasta ahora se ha negado a involucrarse en el conflicto, mientras p.ej. Osetia sí mandó sus tropas), todos territorios sin un reconocimiento internacional salvo el ruso y el reconocimiento mutuo entre ellos, que funcionan bajo un paraguas (in)formal de Moscú.

[5] Vladimir Putin, “On the Historical Unity of Russians and Ukrainians”, en: Kremlin.ru, 12/6/21

[6] Con la diferencia de que en aquel momento ha sido el ejército georgiano que inició el ataque a las fuerzas separatistas prorrusas en la mencionada Osetia del Sur -solo para ser dominado en pocos días por el propio ejército ruso y otras fuerzas separatistas de Abjasia-, Putin apostaba a la repetición de un escenario parecido en Ucrania: una rápida y exitosa campaña ante el colapso de las fuerzas del enemigo, algo que claramente no ha ocurrido. La fuerte resistencia del ejército ucranio y sus defensas territoriales -junto con un terrible desempeño del ejército ruso, problemas logísticos y graves pérdidas de personal y equipo bélico- ha sido otra, al lado de la propia invasión, sorpresa y otro escenario que pocos especialistas han sabido predecir, véase: Rajan Menon, “Nearly a Month In, the Russia-Ukraine War Is Defying All Expectations”, en: The Guardian, 23/3/22. Lo mismo aplica a la intervención rusa en Siria, en sí misma fue  una suerte de “gambit” para “darle la vuelta a la página” al ostracismo internacional tras la invasión a Ucrania en 2014: también constituía “un aviso abierto” de lo que era capaz y lo que podía hacer Putin (bombardear ciudades, asesinar civiles, etc.) y otro ejemplo que él seguramente quería emular, aunque el “éxito” ruso en Siria fue una campaña limitada conducida en las condiciones de Rusia, frente a un enemigo diferente y mucho más determinado y disciplinado, era irrepetible.

[7] Žižek, “Co wyrośnie z kieszeni…”

[8] Vladimir Putin, “Address by the President of the Russian Federation”, en: Kremlin.ru, 21/2/22.

[9] Vladimir Putin, “Address by the President of the Russian Federation”, en: Kremlin.ru, 24/2/22.

[10] Hanna Perekhoda, “When the Bolsheviks Created a Soviet Republic in the Donbas”, en: The Jacobin, 22/3/22.

[11] Slavoj Žižek, ‘Goodbye Lenin’ en Ucrania: aceptadlo, izquierdistas, Putin es un nacionalista conservador, en: El Confidencial blog, 24/2/22.

[12] Una argumentación que, en consonancia con la dominante weaponización y securitización de la historia, ha sido invocada ya por Moscú durante la anexión de Crimea en 2014, véase: Daniel Steinmetz-Jenkins, “Beyond The End Of History. Historians’ Prohibition On ‘Presentism’ Crumbles Under The Weight Of Events”, en: Chronicle, 14/8/20.

[13] Mike Davis, “Thanatos Triumphant”, en: Sidecar/New Left Review, 7/3/22.

[14] Marlène Laruelle, “The intellectual origins of Putin’s invasion”, en: Unherd, 16/3/22. Para más sobre Bandera y su proyecto de independencia ucrania basada en una amplia limpieza étnica de judíos, polacos et al. ideada ya en los 20/30 y facilitada luego durante la ocupación y/o colaboración nazi, véase: Grzegorz Rossoliński-Liebe, Stepan Bandera: The Life and Afterlife of a Ukrainian Nationalist, Fascism, Genocide, and Cult, Berlín, 2014, pp. 670.

[15] Laruelle, Ibidem.

[16] Volodomyr Ishchenko, “Russia’s War on Ukraine Has Already Changed the World” (entrevista por Jerko Bakotin), en: The Jacobin, 19/3/22.

[17] Rajan Menon, “NATO and the Road Not Taken”, en: Boston Review, 16/3/22.

[18] Respecto a esta referencia y la comparación de la anexión de Crimea a la anexión del Sudentenland tras el acuerdo de Múnich (1938), Krastev, siendo un testigo de ello, ofrece no obstante un interesante detalle de como Vladimir Putin expresó en una ocasión una verdadera furia por haber sido comparado con Hitler, con lo que demostraba “que vivía efectivamente en las analogías y en las metáforas históricas”, una observación que confirma su particular predilección de la historia y sus usos políticos, sobre todo respecto a la Segunda Guerra Mundial, véase: Ivan Krastev, “Putin Lives in Historic Analogies and Metaphors” (entrevista por Lothar Gorris), en: Der Spiegel, 17/3/22.

[19] Ernst Mandel, “How To Make No Sense of Marx”, en: Canadian Journal of Philosophy, 19 (sup 1), 1989, p. 105-132.

[20] Para este punto igualmente a partir de una observación de como mucha parte de la izquierda no vio venir la invasión, véase: Daniel Marwiecki, “We Were Wrong”, en: Rosa Luxemburg Stiftung, 11/3/22.

[21] Aunque las paralelas entre la invasión a Ucrania y la invasión a Iraq han sido a menudo exageradas como bien lo ha demostrado Stathis Kouvelakis en polémica con Gilbert Achcar, véase: La guerra en Ucrania y el antimperialismo hoy. Una respuesta a Gilbert Achcar, en: Jacobin América Latina, 9/3/22. Pero tal vez una paralela -cortesía de Jeffrey St. Clair−-resulta correcta (y chistosa): la presencia de los nazis en Ucrania, el motivo oficial de la invasión de Putin era como la existencia de lotes de tubos de aluminio en Iraq, que según Bush Jr. “indicaban la producción de armas de destrucción masiva (WMD)”: tanto los nazis, como los tubos estaban en ambos países, pero no tenían nada que ver con los verdaderos motivos de las invasiones. Para el caso de los neonazis/nacionalistas en Ucrania, véase: Aris Roussinos, “The Truth About Ukraine’s Far-Right Militias”, en: Unherd, 15/3/22.