CHILE Y EL GOBIERNO DE GABRIEL BORIC. APUNTES SOBRE LA VICTORIA ELECTORAL

Las presentes notas pretenden dar ciertas pistas o claves que nos permitan entender la llegada de un presidente como Gabriel Boric a La Moneda. Un presidente que es el más joven en la historia de Chile, acompañado de fuerzas que hace solo unos pocos años habían estado excluidas del panorama político y que se reúnen en la alianza de izquierda Apruebo Dignidad. Presidente que además fue el más votado de la historia de Chile y que explícitamente ha mencionado que busca transformaciones estructurales al modelo neoliberal, justamente en el principal laboratorio del neoliberalismo en el mundo.

La fisura en el modelo

Durante muchos años Chile se mostraba al mundo como ejemplo. Ejemplo de que a través de políticas neoliberales se podía alcanzar desarrollo y estabilidad. Hacia el interior del país se generó una imagen de exitismo durante los años 90´s que buscaba mostrar un contraste con el desarrollo “frustrado” de los vecinos de Latinoamérica. El “modelo” chileno nos diferenciaba de nuestros vecinos y nos señalaba con claridad de que había que alejarse de ciertas políticas económicas que condenaban al país al atraso: el “estatalismo” y “populismo” de las formas políticas latinoamericanas eran los peligros de los que debíamos rehuir para lograr continuar nuestro camino de desarrollo y estabilidad. Dicho perfil hegemónico estaba concentrado en la imagen de “jaguares de Latinoamérica”, cuajada por el diario conservador El Mercurio y que nos mostraba como la anomalía positiva dentro un barrio turbulento.

En términos políticos la imagen de los años 90´s y parte de los 2000 era de estabilidad. Una sana convivencia democrática entre dos grandes sectores políticos. Por un lado, la derecha, que era heredera de las políticas económicas y culturales de la dictadura militar y que se conformó en 2 grandes partidos: Renovación Nacional y la Unión Demócrata Independiente. Principalmente este último partido, se conformó como un bastión de resistencia ante políticas de cambios a las políticas heredadas de la dictadura. Con un contingente de cuadros políticos que habían sido funcionarios civiles del régimen de Pinochet y que compartían una red orgánica con presencia de masas en diversos barrios de Chile y una estructura ordenada para hacer frente a los posibles desafíos. Por otro lado, la Concertación. Conglomerado diverso, pero que reúne a dos de los principales partidos de Chile en el siglo XX, la Democracia Cristiana y el Partido Socialista, y que se transformó en la fuerza política central del periodo posterior a la salida de Pinochet del poder. La transición, como se la conoció, fue un periodo de estabilidad debido a que la Concertación procuró administrar la economía, buscando dar muestras de gobernabilidad y capacidad de gestión, sin generar cambios estructurales al modelo legado por la dictadura. Quizás el concepto hegemónico que define esta idea es la de consenso. Discutido y defendido desde lo que se llamó la renovación socialista, defendía la idea de que para lograr grandes cambios era clave contar con la anuencia y concurrencia del centro y sectores de derecha. Se sacaba la conclusión de que uno de los grandes errores del gobierno de Allende había sido la incapacidad de generar esos consensos y que, por lo tanto, una nueva coalición no podía desatender la unidad con el centro político –la DC– y el diálogo con la derecha. 

Desde afuera y en términos económicos, políticos y sociales todo parecía normal. Tasas de crecimiento económico que promediaron un 4%, disminución de gran escala de los niveles de pobreza y desempleo, niveles récords de alcance de la matrícula educativa a nivel primario, secundario y de educación superior, estabilidad institucional, capacidad de ahorro y buenas cifras macroeconómicas en general.

Fuera de estos grandes resultados macroeconómicos la realidad social mostraba señales que pronto vendrían a dar otra cara del milagro chileno. 

Por un lado, y como fruto de las políticas radicales de carácter neoliberal que se fueron aplicando en Chile, la asociación simple de desarrollo y crecimiento, que mencionábamos arriba, comenzaba a mostrar que no era algo tan simple de ser homologado. Efectivamente, Chile mostraba cifras exultantes en materia de crecimiento, pero eso no siempre se percibía como un desarrollo humano equitativo para todos quienes vivían en el país. En un país que se congratulaba de su crecimiento y buen pasar, el tema de la desigualdad pasó a ser el gran elefante en la habitación. Si bien el crédito permitió a la mayoría de los chilenos acceder a productos que eran inimaginables para sus padres, esto trajo consigo un estado de endeudamiento permanente. En un país donde la mitad de los trabajadores obtiene un salario líquido de 537 dólares o menos y donde el costo de la vida es muy alto, el llegar a fin de mes se transformó en un problema permanente. Ese mismo país es donde solo 140 personas concentran el 20% de la riqueza. El mismo país donde al interior de la Región Metropolitana en algunos barrios se vive con el PIB de Noruega, mientras que a pocos kilómetros se vive con el PIB de la República Democrática del Congo. Diferencia social extrema y guetos sociales. Todo esto en medio de un contexto donde las capas populares de Chile deben vivir prácticamente al desnudo frente a la inclemencia del mercado. La serie de políticas neoliberales fueron desmantelando lo público, generando una diferencia extrema en el modo en que los ciudadanos acceden a los servicios básicos. En salud, educación, pensiones y vivienda la capacidad monetaria de la persona marca la posibilidad de acceder a buenos servicios o no.

Desde los años 2000 en adelante se comenzaron a hacer visibles una serie de hechos de corrupción que ponían en duda el hecho de que las instituciones funcionaran de forma pulcra y transparente como se pretendía mostrar. Desde casos de pagos de grandes empresas a políticos para redactar leyes (Ley de pesca, SQM), hasta estruendosos casos de robos multimillonarios en Carabineros y Fuerzas Armadas. A eso se sumaron posteriormente casos de colusiones que impactaron directamente en la vida de las capas más humildes de la población. Desde colusión de grandes empresas en farmacias, hasta alimentos como pollos y multi tiendas. La sensación de indefensión frente a este tipo de situaciones se hizo común y hasta objeto de humor por parte de la gente. 

Estos escenarios se combinaban con una política que en Chile se denominó “duopolio”. Con esto se quería decir que existían dos grandes conglomerados (Concertación y Derecha) que en lo sustantivo compartían las principales políticas económicas que se habían hecho comunes. Ambos sectores gobernaron en su momento de acuerdo con la Constitución de 1980 y que había sido construida en dictadura, con modificaciones importantes en materia política durante el gobierno de Ricardo Lagos en el 2005. Debido a la forma de elección que predominó en Chile hasta el 2015 y que se denominaba binominal, se premiaba la configuración de grandes alianzas entre partidos, lo que dificultaba que nuevas fuerzas o espacios alternativos ganaran espacios institucionales. Esta forma política generó un esquema institucional que se veía cerrado y donde se hizo común el paso de políticos de la Concertación desde ministerios a empresas lideradas por sectores de la derecha y al revés también. Este maridaje político fue comentario explícito por parte de líderes de la derecha. Uno de los aprendices de Jaime Guzmán (abogado prodictadura) y líder de la Unión Demócrata Independiente (UDI), Pablo Longueira, mencionaban en el 2010 que: “Los gobiernos de la Concertación fueron de derecha”. No dejaba mucho espacio al debate.

Con todos estos ingredientes combinados y en desarrollo durante los 90´s y 2000 es que el malestar social comenzó a crecer en diversas encuestas. Quienes más comenzaron a advertir esto fueron los estudios del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), que, a través de diversos informes, comenzaron a mostrar las fisuras en el modelo chileno. Pocos advirtieron desde el ámbito político la importancia de considerar estos hechos.

Esto aparece muy claro en el 2019, a partir del estallido social, sin embargo, una mirada de mediano plazo hacia atrás nos permite mostrar que al menos desde el año 2001 en adelante, se hace claro un alza en el recurso a la protesta. Desde una perspectiva histórica el historiador Franck Gaudichaud destaca que desde los años 90’s se ha producido una “acumulación molecular de conflictos parciales” acelerándose desde el 2006.

El malestar se comienza a expresar a través de diversas movilizaciones toda vez que el recurso al cambio del esquema institucional pareciera mostrarse como algo cerrado. Movilizaciones diversas desde lo ambiental, diversas regiones contra el centralismo, movilizaciones del pueblo mapuche, rapa nui y otros, diversidades sexuales, feminismos, estudiantes, trabajadores, etc. El recorrido es largo y da para una cuenta mucho mayor que haga justicia de los diversos acontecimientos que sucedieron cada vez con más fuerza desde el 2001 en adelante.

Dentro de este crisol movimientista es ineludible referirse al movimiento estudiantil que logra una masividad y transversalidad pocas veces vista en el Chile de la transición y que logra instalar una serie de demandas que en otros momentos no tenían eco. Fin al lucro, gratuidad de la educación, asamblea constituyente, democratización universitaria, entre otros. Dos grandes hitos que golpearon la sociedad chilena y toda una generación. La revolución pingüina del 2006 y la movilización estudiantil del 2011. Es en esta última movilización que un grupo de liderazgos asoma como representantes de este malestar incubado en la sociedad chilena y se muestran como encarnación de una fisura en la misma. Giorgio Jackson, Camila Vallejo, Gabriel Boric son solo los rostros de miles de jóvenes que en todo Chile emergen con nuevos discursos, nuevas formas y con una crítica radical a la sociedad de la transición. Es desde esta fisura que emergerá la alternativa que remecerá la política de la transición. 

La configuración de una alternativa política

Hasta este punto puede parecer que la emergencia de una fuerza política como el Frente Amplio es el resultado mecánico de una serie de acontecimientos que se generaban desde lo social. Nada estaba asegurado en realidad. El malestar por sí mismo no daba la necesidad de que se generase una alternativa transformadora en el escenario. Desde ya es importante señalar que previo al Frente Amplio fueron muchas las iniciativas que buscaron generar alternativas que dieran cauce al malestar, sin embargo, ninguna de ellas había sido capaz de irrumpir con fuerza sobre el escenario. ¿Qué fue lo distinto al momento de irrupción del FA al escenario lo que le permitió marcar un hito? Hay varias razones, sin embargo, es clave decir que la unidad de la diversidad de fuerzas alternativas al duopolio y la legitimidad que transmitieron los nuevos políticos surgidos del movimiento estudiantil fueron centrales en lograr mostrar esta irrupción como algo transversal. 

La tesis estratégica central que dio margen y unidad de propósito del Frente Amplio se puede resumir en lo siguiente:generar una alternativa política que fuera capaz de romper el duopolio y expresar en términos institucionales políticas progresistas en dirección antineoliberal. Esta tesis y margen, fue lo que dio la capacidad de aunar una enorme diversidad de actores en los orígenes del Frente Amplio. Desde posiciones liberales hasta sectores marxistas convivieron en los orígenes del proyecto frenteamplista. Esto marcó una señal hacia la sociedad, se mostró una fuerza plural y diversa desde el inicio.

En el 2016 me tocó ser dirigente de uno de los pequeños colectivos que se daban cita en la configuración de este esfuerzo. Ese año y defendiendo la idea de conformar el Frente Amplio señalaba que: 

“El Frente Amplio viene a ser el vehículo que nos permita realizar el asedio. Para dicho movimiento contamos en las consideraciones que no somos suficientes. El desafío primero, por lo tanto, es lograr convocar a miles tras un discurso. En este sentido es urgente un acuerdo político de las fuerzas fuera del duopolio, para que de inmediato se pueda generar un llamado nacional que permita territorializar una alternativa. Esto significa que en cada región, ciudad y pueblo de este país y donde exista gente dispuesta a levantar banderas, esas personas puedan tener la oportunidad de participar e involucrarse. Se trata de conmover, motivar y construir un actor que nos permita llevar adelante el desafío. Esta es la primera y, a mi juicio la tarea de las tareas, para que este Frente Amplio tenga la posibilidad de emerger. Si entendemos esto, veremos que el Frente Amplio excede con creces a las fuerzas políticas ya existentes y debe asumir como proyecto vida propia. Esto, sin duda, generará desorden y un proceso de anarquía en las orgánicas ya constituidas, pero se necesita de una catarsis, una anarquía para que avancemos, si es que de verdad queremos hacerlo. Hacen falta líderes políticos, sindicales, vecinales, estudiantiles, etc. y aun así con la convicción de que eso no basta. Cada ciudadano chileno que tenga la voluntad de movilizarse con mucho o poco, debiese tener su espacio y debe tener la posibilidad de levantar la bandera de una alternativa.”

El 2017 y en la primera elección de este conglomerado la sorpresa fue total. La candidata del sector, la periodista Beatriz Sánchez, logró el 20,27% de los votos quedando a solo 2% de dar el sorpasso[1] a la histórica Concertación y sus aliados. En esa elección un grupo de liderazgos estudiantiles lograban reelegirse al Congreso destacando dentro de ellos el dirigente de Magallanes Gabriel Boric quien sumaba a una serie de jóvenes que ingresaban al parlamento, esta vez como bancada frenteamplista. Si bien esa elección dio la victoria a Sebastián Piñera nuevamente, la fisura se había constituido en una fuerza material en términos institucionales. 

El 2019 como prueba

Si la cadena de movilizaciones sociales de los años 2000 no había sido clara o la irrupción de nuevas fuerzas tampoco, lo que moverá el eje de la política nacional será la serie de hechos ocurridos desde el 18 de octubre del 2019: el alza de los precios del transporte público desató una ola de indignación que reventó de forma radical y masiva contra el sistema político. Protestas por todo Chile, en todos los barrios, enfrentamientos contra la policía y graves violaciones a los derechos humanos, incluyendo mutilaciones y muertes a manos de la fuerza pública. Quema de edificios públicos y de gran cantidad de estaciones del metro de Santiago, lo que dejó paralizada la ciudad. Toque de queda y despliegue de militares por gran parte del país, cosa que fue desafiada mayoritariamente por la ciudadanía. El 12 de noviembre se generó una de las movilizaciones más radicales ante el llamado a paro de la Central Unitaria de Trabajadores. En el fuego de los acontecimientos la movilización parecía estrellarse de frente contra un muro, donde la posibilidad que se nombraba era la solución de fuerza dando más potestad a los militares en las calles para controlar la situación. Esto, tal como nos muestra la historia de Latinoamérica solo quería decir un baño de sangre mayor. Es en este escenario que la figura de Gabriel Boric pasa al primer plano de la política. En un país convulsionado y con heridas abiertas, lidera un esfuerzo institucional por conducir el momento. El 15 de noviembre firma el “acuerdo por la paz y la nueva constitución”. Por un lado, hace un llamado a la condena de la violencia en sus diversas formas y genera el compromiso de la derecha para sumar sus votos parlamentarios para una reforma constitucional en el congreso, que habilitase la posibilidad de un plebiscito para una nueva Constitución. De esta forma Boric, y con él todo el Frente Amplio, ponían su capital político para generar un acuerdo que mostrarácomo rumbo la posibilidad de enterrar la Constitución de Pinochet. Por el otro lado, una parte importante de la izquierda y los sectores más duros de la movilización social consideraron que esto fue una traición al movimiento en la calle. A tanto llegó esa animadversión que Boric debió enfrentar violencia callejera en su contra. El liderazgo de Gabriel Boric ponía todo su capital para que el proceso constituyente que se abría fuera exitoso. 

Originalmente el plebiscito había sido comprometido para abril del 2020, sin embargo, debido a la pandemia debió posponerse. Finalmente se realizó en octubre del 2020. En ese plebiscito se logró generar representación para pueblos originarios, paridad en la elección del órgano redactor y además la posibilidad de conformar listas independientes a los partidos políticos. El 25 de octubre de 2020 se realizó un plebiscito nacional en el que la ciudadanía decidió mayoritariamente cambiar la Constitución (78,28% por opción Apruebo a cambiar la Constitución) y, a la vez, convocar un órgano especial, elegido democráticamente y cuya función sería redactar esa nueva Constitución (79% apoya la opción de generar una Convención Constitucional)

Junto a este nuevo espacio institucional que se configura, comienzan a aparecer nuevas correlaciones de fuerzas en el espacio institucional. Los días 14 y 15 de mayo de 2021 se convocaron elecciones a la constituyente, de Gobernadores Regionales, Municipales y Concejales. En la Constituyente irrumpen una serie de nuevas fuerzas sociales y políticas generando un escenario donde no existe ninguna fuerza política que por sí misma sea capaz de imponer una mayoría. Estas nuevas fuerzas se articulan en espacios como: Frente Amplio, Lista de Movimientos Sociales, independientes no neutrales y la Lista del Pueblo. Diversas fuerzas que se originan en muchos casos de forma especial para entrar en la constituyente y que en su mayoría tienen enorme éxito gracias a plataformas digitales. A esto debemos sumar los escaños reservados para pueblos originarios que muestran una representación propia y novedosa en el escenario institucional. Las fuerzas políticas tradicionales a la fecha obtienen resultados que les impiden construir mayorías en la constituyente. Lo que se denominaba como “duopolio” aparecía desdibujado en el espacio político.

Por un lado, los sectores de derecha y que se articulan en la lista Vamos por Chile obtienen el 20,56% de los votos lo que les da una representación de 37 constituyentes electos de 155 en total. Por otro lado, los partidos que se habían agrupado en la Concertación y que en esta elección se congregaron en la “Lista del Apruebo”, consiguieron el 14,46% de los votos lo que les da una representación de 25 constituyentes de 155 totales.

Esta nueva correlación de fuerzas que se genera en la constituyente se replica con diversas variables en las disputas regionales y comunales. Un ejemplo paradigmático lo marcó la V región (Valparaíso) en términos de la elección de Gobernador Regional (máxima autoridad regional). Quien logra ganar con amplio margen es Rodrigo Mundaca. Mundaca postula en cupo del Frente Amplio y proviene de las luchas ambientales del interior de la V región, específicamente de la lucha por el agua liderada por Movimiento de Defensa del Agua, la Tierra y la Protección del Medioambiente MODATIMA. Es importante señalar que Mundaca se impone sin la necesidad de ir a una segunda vuelta, ya que supera la barrera del 40% en primera vuelta de GORE llegando al 43,67% de los votos en la V región. Este escenario se replica en una gran cantidad de municipalidades en la V región, donde en gran parte las fuerzas tradicionales son desplazadas por fuerzas independientes o de izquierda.  Una señal de lo que podría pasar en el país. 

El triunfo de Boric como proceso

El 21 de noviembre se realizó la primera vuelta presidencial para el periodo electoral 2022-2026. En ella se postula Gabriel Boric como representante de Apruebo Dignidad, espacio político que simboliza la confluencia entre el Partido Comunista (PC) y el Frente Amplio, entre otras fuerzas. A su vez se presentaron una gran cantidad de candidatos donde si bien se puede seguir hablando de campos a la izquierda y la derecha, es claro que existe un espacio de recomposición completo del escenario político. De los 7 candidatos que se presentaron en esa ocasión, 5 son candidatos que vienen de forma clara desde fuera del espacio político tradicional. Cada uno con sus proyectos y visiones disímiles, pero todos buscando generar una reconfiguración. Marco Enríquez Ominami, Eduardo Artes, Gabriel Boric, Sebastián Sichel y Franco Parisi, fueron candidaturas que en diversos momentos se presentaron como la ruptura con la tradición de la izquierda y derecha clásicas. Esos relatos de la independencia, la desconfianza, la crítica a la elite y los partidos alimentan fuertemente los discursos políticos del momento electoral. En esta elección quien más claramente logró convocar esa visión outsider fue Franco Parisi y el Partido de la Gente (PDG). Se constituyó como la gran sorpresa de esa jornada y fue capaz de desplazar a la derecha tradicional dejándola en el cuarto lugar con Sichel, así como también a la ex Concertación quien, con Yasna Provoste, solo alcanzó el quinto lugar en la contienda.

El gran proceso de asedio del proyecto del Frente Amplio sobre la política tradicional aparecía como exitoso, forjando una reconfiguración general del espacio político.

Quienes lograron pasar a la segunda vuelta presidencial del 19 de diciembre del 2021 fueron los dos sectores más antagónicos. Por un lado, Gabriel Boric representando las nuevas fuerzas de la izquierda chilena, y por el otro lado José Antonio Kast mostrando un nuevo rostro de la derecha tradicional, ya que, de la mano de su nuevo partido, fue capaz de desplazar del rol hegemónico de la derecha a RN y la UDI. Un mes de disputa abierta entre dos proyectos de país. La incertidumbre de si la grieta en el Chile neoliberal se inclinaría hacia una salida autoritaria o una progresista. El interés de la población fue alto y cada día que pasó se hizo más y más tensa. El día D se generó un alza de participación que llegó al 55,64% de la población, lo que, si bien es poco en comparación a otros países, es un alza de más de un 8% con relación a las elecciones anteriores de Chile. 

Boric fue capaz de articular dos sintonías difíciles de hacer convivir. Por un lado, por trayectoria y discurso, era muy claro que aparecía como representante de los cambios que hace ya varios años se venían prometiendo. Lo dificultoso era lograr seducir a la población que, si bien simpatizaba con este discurso, no buscaba cambios radicales, sino alternativas políticas más moderadas. Buena parte del discurso de la derecha tenía que ver con este elemento incentivando el miedo a cambios. Boric fue capaz de hacer suyo el discurso de la responsabilidad y la tranquilidad a la hora de hacer cambios. Su principal carta para esto era que fue el principal impulsor del acuerdo constituyente del 2019. Algo que fue tan polémico en el momento, apareció como importante en el momento de llegar y conquistar a más sectores de la población. Eso, más la imagen de radical que quedó esta vez en la figura de Kast, hicieron que la gran mayoría de la población se decantará por dar la oportunidad al líder frenteamplista. 

El 19 de diciembre Boric se alzaba como el presidente más joven en la historia de Chile, el más votado y la figura política capaz de encarnar una transformación profunda al Chile de la transición. Un camino que no se forjó en una elección, sino que hunde sus raíces en el malestar profundo de la ciudadanía en tiempos de neoliberalismo. 

En su discurso de asunción el 11 de marzo del 2022 Boric recordaba los orígenes en el movimiento estudiantil, el estallido y daba una pincelada de la historia de Chile, se refería al proceso constituyente, al movimiento feminista y terminaba su alocución recordando a Salvador Allende. Los jóvenes rebeldes lograron la tarea estratégica: Romper la política de la transición y buscar un camino para enfrentar el modelo desde las instituciones y con un proceso constituyente aún abierto. Nada menor para un país que era calificado como “un verdadero oasis en una América Latina convulsionada”, según decía Piñera el 9 de octubre del 2019.


* Sebastián Farfan es dirigente de Convergencia Social y consejero regional en Valparaíso.

[1] Término italiano que significa “adelantamiento”. Logro de un partido político que consiste en obtener en unas elecciones más votos o más representación que otro grupo político que en anteriores comicios acostumbraba a obtener mejores resultados que el primero.