GERARDO DE LA TORRE, EL PETROLERO QUE SE CONVIRTIÓ EN NARRADOR

Una ficción entendida por él, casi siempre, como crítica violenta al mundo donde nos asentamos; a la vez, desde luego, como fugaz esperanza en las batallas de los heredados o de los necios de corazón abierto.
Tanto ese corazón abierto como la dolorosa iracundia que aprendió de Revueltas, son temas tangibles o implícitos en la obra y en la vida de Gerardo de la Torre.

Vicente Leñero, 2013.

LA BIOGRAFÍA

En la madrugada del sábado 21 de enero del presente 2022, mes que forma parte de un largo ciclo de tristezas y pérdidas, una más, el fallecimiento de Gerardo de la Torre. En marzo cumpliría 84 años. Publicó novelas y cuentos, artículos periodísticos, crítica literaria; elaboró también guiones de cine y televisión. Hizo traducciones y se desempeñó asimismo enseñando a escribir en talleres literarios y en otros ámbitos.

Su voz es única, muy distintiva, en la literatura mexicana contemporánea, pues conduce, a través de un apasionado y sensible temperamento, a la condición, mentalidad, frustraciones y anhelos de la clase obrera que en México ha estado tradicionalmente marginada de los beneficios sociales, más aún en lo relativo a la cultura.

Gerardo de la Torre escribió una autobiografía más o menos precoz, donde podía verse que estaba consciente de su formación, condiciones y posibilidades, como un petrolero que había dejado de serlo para convertirse en narrador. Pero más allá de ese breve texto, aparecido en la colección De cuerpo entero, en toda su escritura hay un intenso componente autobiográfico. Sus textos translucen la diversidad de circunstancias que lo moldearon y definieron su perspectiva:

 el provenir de una familia obrera mexicana, y haber trabajado desde la adolescencia como petrolero; la pertenencia a la generación del 68, y las experiencias históricas correspondientes, afectos, lecturas, música, cine, deportes; la juvenil y nunca abandonada toma de conciencia política y opción por la izquierda, y la militancia a través de organizaciones sindicales o partidos.

Gerardo vino al mundo a finales de los 40, en el seno de una familia de trabajadores petroleros, y pasó sus años infantiles en Minatitlán y en la capital mexicana. Él cargaba de significación simbólica la fecha de su nacimiento, el 15 de marzo: “nací en 1938, tres días antes de la expropiación petrolera […]. Creo que eso marcó mi destino, porque quince años después entré a trabajar en Petróleos Mexicanos, donde duré cerca de 18 años en trabajos manuales”, dijo en 1987. Y en su autobiografía ofreció más detalles de su vida como obrero en la refinería de Azcapotzalco, de Petróleos Mexicanos, apenas salido de la adolescencia:

Pemex, quince años, yo era un muchacho sensible y torpe. Era [… ] el más desvalido de los trabajadores petroleros […]. Y allí me tocó conectar tuberías, usar la terraja y la llave stillson, las españolas, el marro y las calibradoras; y me atrevía a veces con el tequila o con el pulque. Y en esos años comencé a decidir. Decidí, levemente, que sólo me interesaba leer (Torre 1990, 8). 

Dentro de la Generación del 68, caracterizada en términos generales por la decepción del sistema político mexicano, de la Torre fue asociado con los jóvenes que practicaron la literatura de la onda. Sin embargo, es más preciso recordar que las alternativas que eligió para enfrentar lo establecido, lo vinculan con un pequeño grupo de chavos que se afiliaron al Partido Comunista Mexicano. 

Muy dotado para la amistad, la solidaridad y la vida comunitaria,  Gerardo de la Torre estableció vínculos duraderos con sus compañeros de generación, a veces habitantes de la misma colonia, José Agustín, Juan Manuel Torres, René Avilés Fabila, por citar algunos. Amigos con los que platicaba de lecturas y películas, pasión por el rock, teatro, aprendizajes amorosos y literarios, con quienes cultivaba una absoluta irreverencia frente a lo establecido en todos los ámbitos. No obstante, su producción literaria muestra características diferentes a los onderos.

También se comunicaba positivamente con sus cuates de los equipos de beisbol.  Y muy de manera profunda con sus compañeros petroleros; dirigió a un grupo sindical para participar en los actos del movimiento de 1968. La excepcional presencia de los trabajadores del petróleo que iban con de la Torre, fue la representación obrera en esa revuelta urbana antiautoritaria, libertaria y lúdica, que se transformó en una batalla por derechos fundamentales y, a mediano plazo, incidió en la política nacional.

LA ESCRITURA

En casi medio siglo de escritura, Gerardo de la Torre, reitero, publicó cerca de 20 libros narrativos, entre novelas y cuentarios, sin tomar en cuenta los otros géneros que cultivó. Recordemos sólo algunas de sus narraciones:

Su primera novela Ensayo general (1970) cuenta una historia que sucede en los polvosos y descuidados barrios de Peralvillo o Tepito, y ostenta como trasfondo histórico principal, las fallidas luchas obreras de 1958-59. Allí, los protagonistas, dos amigos de la infancia, siguen caminos muy distintos. A uno de 

ellos, su conducta lo conduce al avance, hasta ser dirigente sindical. El otro, es un luchador obrero fracasado, invadido por la desesperanza.

En Muertes de Aurora (1980), novela que he estudiado en otro momento, el narrador, a través de múltiples historias, aborda las luchas petroleras y la derrota, en la coyuntura del movimiento estudiantil de 1968. El protagonista, Jesús de la Cruz, personaje que ya había aparecido Ensayo General es un antiguo trabajador petrolero que había sido despedido por sus acciones sindicales de 1958 a 1960. En el 68 se aburre en un rutinario trabajo de oficina, si bien jóvenes militantes le piden consejos. Destruido física y moralmente, suele  estar alcoholizado, y en sus delirios se siente atacado por insectos, aves y vampiros, y evoca obsesivamente a Aurora, su esposa fallecida. Ella es una presencia un tanto tanto mítica, que encuentra la muerte una y otra vez, siempre sufriendo: como estudiante, muere en la plaza de Tlatelolco; como vietnamita, es bombardeada con napalm; también sufre tortura policiaca en una cárcel; como esclava es atacada por perros en su huida. También muere en el parto, lo que evoca el fallecimiento  de la esposa del autor, al poco tiempo de haber dado a luz. 

De la Torre ha explicado que en esta novela plasma sus experiencias como líder en la sección 35 de petroleros. Y en la edición de la UNAM se le cita afirmando que en ella, “traté de volcar las muchas amarguras y resentimientos que dejó a varias generaciones el año 68”. Esto, sumado a su tristeza personal, como relata su hija Yolanda.

En Muertes de Aurora se percibe esa preocupación constante en toda narrativa de de la Torre por explorar la influencia del momento histórico sobre la intimidad de los personajes; así como su capacidad de sentir en carne propia el dolor de las derrotas políticas. Pero la novela es mucho más que un mero testiumonio, pues como en todas las obras del autor, la voz narradora o los personajes introducen el erotismo, los sueños, las fantasías, las pasiones, la adicción. Aurora muere en las alucinaciones de Jesús de la Cruz, pero vuelve a vivir, tal vez porque ni el derrotado petrolero ni el autor renuncian a ella, al amanecer, al futuro.

La saga petrolera de Gerardo de la Torre incluye asimismo mi novela favorita, Hijos del Águila (1987), una de las narraciones mejor acabadas, del autor. La obra mereció el “Premio Pemex 50 años de expropiación” en 1988, y fue publicada al año siguiente. Recrea precisamente la expropiación petrolera, desde la óptica de los trabajadores. El título de la novela se refiere a la Compañía Mexicana de Petróleo, “El Águila”, fundada en 1909, bajo el régimen de Porfirio Díaz, por un empresario inglés. Los “hijos del Águila son los obreros que trabajaban en la compañía, hijos rebeldes que se organizan para obtener mejores condiciones laborales.

De la Torre, en 1992 da a la luz Los muchachos locos de aquel verano. Relata aquí, con un muy buen manejo de la estructura novelística y del habla coloquial, de nuevo historias amorosas y laborales de los trabajadores del petróleo, durante el cacicazgo sindical de Joaquín Hernández Galicia, La Quina, en las décadas 70 y 80. La mirada pesimista del narrador registra los efectos corruptores del sindicalismo corporativo, los trabajadores parecen haber renunciado a luchar. 

Por supuesto, a los temas políticos son inherentes vivencias de importancia primordial para los seres humanos: la rebeldía, la crueldad, la corrupción, la represión y el miedo.

Además esta saga, como todos los libros del autor exploran, a través de los personajes, otros temas vitales importante, las experiencias amorosas  gratificantes que, al igual que los textos sobre su estado natal, producen una prosa cargada de ternura. Muy distinta es la pesquisa entre el poder y la sexualidad en la relación entre parejas. Por este camino, se habla de la frustración, la rabia, el dolor, la fantasía, la crueldad, en una prosa que alguna vez califiqué de machista, y algún otro lector llamó misógina.

Gerardo de la Torre incursiona en los bajos fondos de los personajes como el alcoholismo. Y muestra una obsesiva preocupación por el acto de morir; aquí recordaríamos su novela La muerte me pertenece (2015).

Sentiremos la ausencia del combatiente que fue Gerardo de la Torre, en los últimos tiempos, contra la enfermedad. Recordaremos al ser humano de apariencia hosca, “con algo de troglodita”, dice su amigo David Martín del Campo quien también comenta que esa fachada escondía “un océano de bondad. Tras sus gestos de tosquedad viril habitaba un niño juguetón y alburero que no dejaba de hacer travesuras”.Y, sobre todo, extrañaremos la escritura de Gerardo de la Torre; pero aún hay mucho que hacer leyendo y releyendo, analizando, difundiendo, sus textos.