Discurso pronunciado por Rosario Ibarra de Piedra
en la Ciudad Universitaria el 22 de junio de 1988.
Compañeras y compañeros:
México vive un periodo de efervescencia democrática. En todos los rincones de nuestra nación se está discutiendo de política. Los sectores sociales comienzan a dejar de desconfiar en la participación política. Eso está poniendo muy nerviosos a los de la casta gobernante y en general a los dueños y señores de este país. Lo que está atrás de ese impulso democrático de las masas, no es otra cosa que la crisis de dominación política a la que ha llegado el PRI, la que se expresa, a grandes rasgos, así:
Las masas reclaman la democracia, el PRI defiende el presidencialismo; mientras las masas están cansadas de que se gobierne en su nombre, el PRI quiere que se mantenga un Estado fuerte, es decir, antidemocrático. La religión estatal ha tenido como principio tratar de anular a la sociedad civil. Repetimos: mantener un Estado fuerte y una sociedad civil débil. Por cierto, tal era el pensamiento de Porfirio Díaz a finales del siglo pasado y a principios de éste. Pongamos un ejemplo: hoy, uno de los principales obstáculos para el desarrollo de las fuerzas productivas es el mantenimiento del “charrismo” sindical. Sin embargo, la corriente «modernizadora» que está en torno al actual presidente y al candidato priísta, prefiere contradecirse y no tocar esa estructura sindical caduca, improductiva y mañosa, antes que correr el riesgo de la democracia.
A pesar de todo esto, poco a poco las cosas empiezan a ser distintas, la situación se modifica, los de abajo han echado a andar y a las primeras de cambio han provocado una primera división de los de arriba.
Ese proceso de reorganización de la sociedad desde sus células más elementales (los talleres, los ejidos, las colonias, etc.), en los últimos años se ha expresado en las universidades. Esto es natural si entendemos que es precisamente en los centros de enseñanza superior donde más claramente se plantea la contradicción entre la necesidad del avance científico y cultural de nuestro país y una estructura de dominación que ahoga la búsqueda de ese avance.
Hoy, frente a una parte de la comunidad universitaria, comparecemos para exponer cuál es nuestra visión de la universidad y de sus problemas. No tenemos la pretensión de decirles a los universitarios lo que tienen qué hacer, nada más lejos de nuestra forma de ser. Pero sí queremos explicar cómo vemos, desde nuestra perspectiva socialista, los problemas de nuestra universidad.
Las universidades constituyen -y es por ustedes sabido- una de las fuentes de conocimiento de la naturaleza y de la sociedad; de la adquisición y desarrollo de capacidades para el trabajo transformador y de acrecentamiento del arte, la filosofía, en fin, de la potencialidad humana.
Hoy, sólo una minoría tiene acceso a la educación superior porque ésta no fue planificada para el desarrollo de la capacidad de nuestro pueblo ni tampoco para la resolución de sus necesidades. Peor aún, conforme el proyecto de privatización de la sociedad conduce a la venta o liquidación de las empresas paraestatales, las instituciones de educación superior se han visto sometidas al mismo proceso. De hecho, ése es el significado de la reforma que el rector Carpizo y sus administradores intentaron imponer y que fue rechazada exitosamente por el CEU, el CAU y el STUNAM. Fue un intento de ofrecer a la UNAM (con una visión de abarrotero) a consumidores con ingresos económicos que no son los de la mayoría de los trabajadores de México. Su propósito fue, y sigue siendo, el de dejar a la UNAM de la misma manera en la que ha ido dejando las empresas paraestatales: al servicio de los intereses privados.
Existen aproximadamente un millón de estudiantes universitarios en un país de cerca de 85 millones de habitantes, es decir, un estudiante por cada 85 personas. Es evidente que, observando esos números, es muy difícil pensar que «existe una sobresaturación de profesionistas». No se puede pensar que en México existan demasiados médicos, cuando en zonas enteras de nuestro país no se encuentra uno solo y precisamente cuando más se necesitan, pues la miseria –que se ha agudizado en los últimos años– ha traído aparejado el incremento de enfermedades gastrointestinales, parasitosis, tuberculosis, anemia, etc. Cómo nos obligarán a creer que «hay demasiados arquitectos e ingenieros» cuando la falta de viviendas es un insulto para la población; cuando vemos las casuchas de cartón en los cinturones de miseria de las grandes ciudades, cuando conocemos los largos caminos polvorientos por los que transitan los pobres…
¿Qué hay demasiados físicos y químicos e ingenieros electricistas? ¡Mentira! Si lo que hay es una dependencia enorme a la tecnología de los países desarrollados.
Por eso nos pronunciamos en favor de la universidad de masas. Las puertas de nuestras universidades, de las universidades públicas (si de verdad quieren hacer honor a su nombre), deben abrirse, se deben construir más aulas, se tiene que llamar a más profesores, investigadores, trabajadores administrativos. Sólo así crecerán el conocimiento y la información; solamente así será posible que florezca la potencialidad de nuestro pueblo; sólo así dará frutos su inteligencia innegable.
Pero para lograr esto será necesario detener el dispendio que de los dineros de las naciones hacen el gobierno y los patrones. Una parte importante del excedente económico debe ser volcado a la educación superior. Este es uno de los puntos fundamentales de nuestro programa democrático radical. El desarrollo de una educación superior fuerte sería veneno para la antidemocracia y y el autoritarismo. La democratización del conocimiento y de la información es antagónica al presidencialismo caciquil y también, preciso es decirlo, al caudillismo carismático.
Claro está que el problema no es tan sólo defender la masificación de las universidades, sino lograr que los estudiantes puedan terminar sus carreras y que además alcancen un buen nivel de aprendizaje. Muchos estudiantes no pueden terminar sus estudios universitarios por situaciones que, en apariencia, tienen su origen en la falta de aptitudes o de interés. Ellos son inmediatamente hechos a un lado de la universidad por medio de exámenes cuyo objetivo es precisamente adormecer el interés en la enseñanza. El sistema de reprobación de cursos es reflejo de la necesidad de seleccionar a los que respondan más adecuadamente a los requisitos del modelo de acumulación económica.
Los estudiantes reprueban materias y exámenes por causas más tangibles que un simple atributo de capacidad. Una buena parte de los estudiantes que desertan de las universidades lo hacen porque tienen que ayudar o -en algunas ocasiones- resolver los problemas económicos de sus familias. Otros tienen que estudiar y trabajar a la vez. Estos sufren condiciones de tiempo y fuerza física que les impiden dar toda su capacidad a los estudios. Hay otros que estudian y no trabajan, pero tienen un nivel de ingresos muy bajo y por lo tanto no pueden adquirir material didáctico, libros; no tienen dinero para transporte, les hace falta una buena alimentación. Con todos estos problemas, es muy difícil que puedan aprovechar al máximo sus estudios. Estos son los verdaderos problemas que están detrás de la reprobación y de la deserción. Por eso, como señaló León Trotsky: «El género humano tiene perfecto derecho a estar orgulloso de sus Aristóteles, Shakespeare, Darwin, Beethoven, Goethe, Marx, Edison, Lenin. Pero ¿por qué estos hombres son tan escasos? Ante todo, porque han salido, casi sin excepción, de las clases elevadas y medias. Salvo raras excepciones, los destellos del genio quedan ahogados en las entrañas del pueblo oprimido, antes de tener la posibilidad de brotar. Pero también porque el proceso de generación, de desarrollo y de educación del hombre permaneció y permanece siendo en su esencia obra del azar, no elaborado por la teoría y la práctica, no sometido a la conciencia y a la voluntad».
Nosotros luchamos por una verdadera autonomía en las universidades. El hecho de que para poder modificar la Ley Orgánica de la UNAM se tenga que pasar por el Congreso de la Unión, lastima de manera fundamental dicha autonomía. Nosotros estamos por una Ley Orgánica sumamente simple. En esa ley debe haber dos garantías: primero se debe asegurar la dotación de un universitario por parte del Estado mediante el cual se logre un nivel de enseñanza e investigación elevado y que le dé a la comunidad universitaria en su conjunto (estudiantes, trabajadores académicos y administrativos), el derecho a decidir sobre todo lo que compete al ámbito universitario: forma de gobierno, contenido y orientación de la enseñanza, distribución del presupuesto, etc.
Sobre el problema del presupuesto para la educación universitaria, pensamos que es evidente que no se puede desligar del presupuesto para la educación en general. Nos pronunciamos porque cuando menos- se respete el señalamiento de la UNESCO al respecto, que es el de destinar el 8 por ciento del Producto Interno Bruto a ese objetivo y proponemos que para la educación superior se otorgue el 1.5 por ciento del PIB.
El fin de que esto quede legislado es evitar que ningún gobernante a su arbitrio se atreva a usar el presupuesto universitario como medida de presión política. Para que exista realmente autonomía, es indispensable la autonomía económica.
El segundo aspecto que debe estar inscrito en la Ley Orgánica de la UNAM, es el derecho de los universitarios a gobernarse. Tanto la estructura de gobierno interna, como los planes y programas de estudio o el manejo del presupuesto, deben ser decididos por la comunidad universitaria, como antes expresamos: estudiantes, profesores, investigadores y trabajadores administrativos y de intendencia. Son ellos, y no una junta de notables o una capa de autoridades nombradas por esa junta de notables, los que deben decidir.
Para lograr esto es necesario desarrollar a fondo la organización democrática de los diversos sectores que componen la comunidad universitaria. Y aquí es indispensable señalar que no existe la democracia a medias: o se es democrático o no se es. Por democracia entendemos el florecimiento de las más diversas corrientes del pensamiento. Nosotros somos socialistas y por más que nos presionen, no lo vamos a dejar de ser. Estamos en contra de los que presionan en nombre de la democracia para uniformar el pensamiento y el actuar. Pero, así como reivindicamos ese derecho, lo defenderemos para los demás. Estamos en contra de lo que han sido proyectos sectarios de la izquierda en varias universidades, en donde han confundido los centros de enseñanza con el desarrollo de proyectos políticos. No queremos que ninguna universidad sea brazo de ningún partido político.
Queremos una universidad donde los educadores entiendan que deben también ser educados; donde los estudiantes no sean simplemente objetos de la enseñanza, sino sujetos protagónicos de la misma. Donde se formen profesionistas integrales y no simples operadores de máquinas. No permitir que se dé esa superespecialización que impide a los estudiantes de ingeniería, arquitectura o física, tener información sobre ciencias sociales. Queremos una universidad donde se enseñe la Historia desde el punto de vista de los vencidos y no como la inventan los vencedores. Donde se reivindique al negro Yanga, a Jacinto Canek, a los hermanos Flores Magón, a Rubén Jaramillo y también a Raúl Ramos Zavala y a Ignacio Arturo Salas Obregón. Queremos una universidad donde la violencia y el porrismo sean arrojados al museo de la prehistoria; donde los funcionarios sean electos por el grueso de la comunidad y sean sólo administradores de la voluntad colectiva. Eso y mucho más es nuestro proyecto de universidad y estamos convencidos de que tarde o temprano se logrará, porque el impulso democrático de las masas ya no lo para nadie.
Estamos en contra de la reconversión universitaria. Hay un buen número de coincidencias entre el proyecto de reconversión industrial y lo que se intentó en la UNAM; veamos: el Estado mexicano ha llevado a cabo un proceso de reconversión industrial que ha tenido como hilo conductor en lo fundamental, no una transformación de las técnicas de producción sino, sobre todo, una modificación de las condiciones de trabajo. La explicación de lo anterior se encuentra en la escasez de divisas para emprender una transformación radical de la situación tecnológica del país. El terrible fardo que significa la deuda externa y la caída de los precios del petróleo, hacen, por lo menos a corto plazo, muy difícil pensar que exista el suficiente número de divisas para realizar una reconversión industrial que abarque a la mayor parte de la estructura productiva de nuestro país.
En el caso de la universidad, la propuesta del Estado parte más de una modificación en las condiciones de estudio, que de una decisión de invertir dinero para transformar cualitativamente la misma. Desde hace varios años, el presupuesto universitario se ha venido reduciendo proporcionalmente. El indudable deterioro por el que atraviesa la educación universitaria en nuestro país fue achacado a las víctimas de éste. La conclusión era de un simplismo impresionante: en la universidad los profesores no enseñan, los investigadores no investigan y los estudiantes no estudian. Bajo esta lógica, el problema no era que los profesores ganen un salario de hambre, ni que tengan condiciones de trabajo que implican un tremendo desgaste. Tampoco importa que los investigadores reciban salarios que apenas alcancen para malcomer (por favor, pensemos en lo que cuestan los libros en México), o que observen cómo sus investigaciones están permitiendo el enriquecimiento de los patrones del país. Y ni hablar de la situación de los estudiantes; muchos de ellos tienen que atravesar la ciudad para poder llegar a las diferentes escuelas universitarias; son hijos de trabajadores cuyos salarios miserables son un insulto a la dignidad humana.
En la visión del Estado, por lo tanto, lo que se buscaba modificar no eran las causas del deterioro de la educación universitaria, sino sus efectos. Así como en la industria y en los servicios se ha buscado reducir los costos de producción y todo lo que atara a la patronal en su dinámica de reconversión, en la universidad también la rectoría buscaba reducir al máximo los costos de producción de profesionistas y terminar con aspectos de la actual legislación universitaria que la ataban de manos para reconvertir. En el caso de la industria y los servicios, esto se ha concretado en un ataque sistemático a los contratos y convenios colectivos de trabajo. En el caso de los estudiantes, se buscó echar para atrás una serie de conquistas logradas en años anteriores, tales como: lo relativamente bajo de las cuotas de estudio y de exámenes y el pase automático del bachillerato de la UNAM a las escuelas y facultades de enseñanza superior.
Esto llevó a muchos representantes de la izquierda mexicana a plantear que los estudiantes defendían privilegios y que, por lo tanto, se trataba de un movimiento reaccionario. Ese es exactamente el mismo criterio que tienen los patrones cuando analizan los contratos colectivos. Para ellos, las cláusulas de los contratos en donde se habla de que el sindicato puede controlar la introducción de tecnología diferente o discutir sobre los ritmos y cadencias de trabajo, o sobre el derecho de ir al baño, piensan que son privilegios que deben desaparecer de las contrataciones.
En la UNAM, para poder ampliar la política de reconversión, querían echar por tierra todas las conquistas anteriores de los estudiantes.
Si se estudian los planes de reconversión que se llevan a cabo en sectores como el petrolero o en ferrocarriles, uno de los elementos principales es el eficientísimo. Ya que no es posible modernizar el grueso de la planta productiva, se exige eficiencia en la producción. Llama la atención en la reforma del rector, la insistencia sobre la necesidad de una eficiencia educativa. A partir de este razonamiento, los estudiantes que no pueden demostrar tal eficiencia deben ser marginados. Se comienza a utilizar como criterio ideológico fundamental este concepto, contraponiéndolo al carácter científico y popular de la enseñanza. Aquí -para el rector y sus asesores no importa que estemos hablando de una universidad de un país pobre y sometido al saqueo imperialista. De lo que se trata es de igualar nuestra universidad con las de Estados Unidos o Inglaterra, aunque sean realidades radicalmente diferentes.
La excelencia académica, con el contenido que le dan actualmente las autoridades educativas, no debe ser una meta para alcanzar. Estamos de acuerdo en que necesitamos una universidad con mejor educación, actualizada, innovadora, creativa; que sepa de los últimos adelantos científicos, técnicos y humanísticos. Queremos una universidad en la que se pueda discutir y reflexionar críticamente sobre las últimas tecnologías y conocimientos, pero todo eso es muy diferente de la «excelencia» a la que se refieren las reestructuraciones del país y de las autoridades educativas.
A nivel económico, el gobierno ha impulsado cambios serios en la planta productiva, que van desde el despido de los trabajadores, pasando por los cambios en el proceso productivo que implican las nuevas tecnologías, hasta la restructuración de las metas de producción que exigen hoy producir sobre pedido. Los grandes stocks que la producción en masa requería, tienden a ser remplazados por producción a pequeña escala, ante la imposibilidad de la compra, por el decaimiento del poder adquisitivo y por la innovación acelerada de la tecnología, producida por la necesidad de circular más rápidamente el capital. Hoy -repetimos- se requiere la producción sobre pedido. Ella implica, por un lado, atender al máximo las exigencias del cliente o comprador y esto sólo se logra en el capitalismo actual, haciendo competitiva su producción, incrementando la productividad del trabajador y racionalizando los recursos, en especial los financieros y administrativos. A este proceso, los industriales norteamericanos le han llamado «excelencia». Por otro lado, la producción social sobre pedido con Liene también la necesidad de un trabajador flexible que se adapte a los requerimientos de los clientes, a las nuevas tecnologías, para que así pueda moverse dentro de su área impidiendo que sus conocimientos se vuelvan rápidamente obsoletos, es decir, que sea altamente productivo. Esto es lo que han llamado «calidad» y que tiene su complemento en el control de calidad de las demás mercancías.
Como se notará, calidad y excelencia hoy, son términos con un contenido específico que forman parte del lenguaje modernizador de la economía. En el caso de las universidades, esas concepciones son trasladadas, con vendientemente disfrazadas con ropajes supuestamente académicos, pero que en el fondo pretenden que la universidad se transforme en creadora de conocimientos y fuerza de trabajo altamente productivos y competitivos para ese proyecto restructurador.
Nosotros queremos una UNAM actualizada, sí, que prepare para la innovación, que ayude a resolver las necesidades de nuestro pueblo y no es tamos por la innovación para la ganancia. Queremos una UNAM en la que se eduque en la multidisciplinar, en la pluridisciplinar y en la transdisciplina, porque ello permitirá al estudiante aventurarse por nuevas áreas del conocimiento y no quedarse en el pasado o en lo que otros nos quieren imponer; aprendizaje que para abordar los problemas nos sitúa en una perspectiva nueva. No queremos al estudiante al que se prepara para ser mercancía adaptable a los nuevos requerimientos.
Todo ello sólo puede lograrse si damos mejores condiciones de trabajo y estudio, si aumentamos el presupuesto, si democratizamos el saber y la institución. No tendremos una mejor universidad de otra forma. No estamos de acuerdo con el significado de la «excelencia» y de la «calidad» restructuradoras. En varias fábricas de nuestro país se están desarrollando los llamados círculos de excelencia en la producción. Esta, que es una de las características de las técnicas de trabajo japonesas (conocidas por algunos como métodos Kanban de trabajo), se han introducido en varias fábricas de Querétaro, en fábricas textiles, en Ferrocarriles de México, etc. La idea que está detrás es la de romper las jerarquías dentro de la planta; involucrar a los trabajadores en la productividad, lanzándolos a la competencia desaforada; borrar las diferencias entre planeación y ejecución.
En el caso de la universidad es evidente el deterioro que ha alcanzado la licenciatura. La licenciatura de ahora es el bachillerato de hace 30 años. El licenciado en economía o el contador público, tienen la posibilidad -no segura- de trabajar como cajeros en un banco. Los ingenieros, pueden en contra trabajo en la producción como obreros calificados.
Todo esto ha reforzado la idea de la conformación de los centros de calidad universitaria. Para lograr lo anterior se planteaba el incremento en las cuotas de ingreso al posgrado. Solamente los que tuvieran recursos económicos podrían participar en dichos centros. Con esto comenzaba la desmasificación de la universidad. En segundo lugar y esto lleva ya bastante tiempo, se busca integrar totalmente la universidad a las necesidades de los industriales tanto nacionales como extranjeros de este país, fundamentalmente de estos últimos.
La reconversión en la industria y en los servicios ha significado desempleo. El gobierno y los patrones están echando al cesto de la basura una de las riquezas más grandes de nuestro país: su fuerza de trabajo. Millones de obreros, algunos de ellos con gran capacitación técnica, han sido arrojados a la calle bajo el pretexto de la racionalización productiva.
En consecuencia, con lo anterior, los diseñadores de la reforma Carpizo plantearon como objetivo terminar con la universidad de masas. Por eso se derogaba el pase automático, se aumentaban las cuotas de los exámenes y se generalizaba la utilización de los exámenes departamentales. Así se alejaba cada vez más la posibilidad de que los hijos de los trabajadores pudieran ingresar a la universidad y se asimilaba la universidad nacional a los proyectos de las universidades privadas.
Así como ahora, con la reconversión industrial se busca no tener grandes stocks de mercancías, con la reforma de Carpizo se buscaba no tener gran des stocks de estudiantes. Que esto arrastre a millones y millones de mexicanos al desempleo y a la imposibilidad de estudiar, no tiene la menor importancia para los «racionalizadores’ del capitalismo mexicanos.
Este era el marco general en el que se movió la lucha del CEU. Ni más ni menos que se estaba jugando el derecho que tienen los hijos de los trabajadores a recibir una educación universitaria.
Nosotros estuvimos de acuerdo con la oposición al «Plan Carpizo» desde el principio. No sólo en la manera en que se quiso aplicar fue cuestionable, también lo es su contenido. Desde el principio apoyamos al CEU y lo defendimos de los reaccionarios que vieron en él sólo agitadores. Lo apoyamos en contra de sectores de la misma izquierda que defendieron la imposición y atacaron al CEU en formas variadas. Siempre estuvimos del lado de la defensa que los estudiantes hicieron de su derecho y de su dignidad.
Nuestra simpatía y apoyo al movimiento nunca fueron ocultados y nos ganamos con ello diversos ataques e infundios de la derecha universitaria y del gobierno. Los militantes del PRT fueron hostigados, espiados, difamados. Se llegó incluso a espiar reuniones del partido. Para tal fin, rectoría y la Secretaría de Gobernación, en tenebroso contubernio, se valieron de no sabemos qué medios. No es pues desconocida nuestra adhesión al movimiento democrático universitario.
Nuestra defensa del CEU no fue ni ha sido nunca asunto de pose política. Nuestros principios políticos nos obligan a ello y nos siguen impulsando en tanto que el CEU siga siendo la materialización de un proyecto de universidad para la sociedad democrática y socialista que queremos. El «efecto CEU» tuvo que prender en otras instituciones educativas, pues ex presaba el deseo estudiantil de apropiarse de su futuro y la necesidad de librarse del autoritarismo y la imposición del sistema educativo nacional. Pensamos que no hay otra forma de perfilar un rumbo distinto para la educación que no sea con el método de la discusión, la organización y la movilización. Este es el método que el CEU usó, es el método que empleó. la CEP en el IPN, el que practicaron los estudiantes de la UAM y de la UPN. Todos, en diversas medidas y ritmos, han hecho suyo el método ceuista que es el que siguen los organismos democráticos sanos.
Hemos apoyado, y lo seguiremos haciendo, cualquier intento de democratización de la educación. No creemos que ella vaya a modificarse a favor de nuestro pueblo a través de políticas educativas que vengan desde arriba. ¡Tiene que ser desde abajo! A partir de los mismos estudiantes y trabajadores académicos y administrativos, como cambie el sistema de la educación del país.
Compañeros universitarios: la tercera revolución industrial ha implicado una reintegración del trabajo intelectual al proceso productivo, convirtiendo a un gran número de egresados universitarios en asalariados. Esta es la base objetiva de la alianza obrera-estudiantil. Antes, en la universidad se iban a preparar los hijos de la burguesía o de la pequeña burguesía para garantizar el mantenimiento de sus ingresos. Ahora, la inmensa mayoría de los egresados universitarios pueden aspirar a integrarse a los que ofrecen su mano de obra para las industrias. Muchos de ellos son ahora operadores de las máquinas herramientas de control numérico o diseñadores de programas productivos. Y esto es así, porque ustedes son los hijos de la crisis. A ustedes les tocó estudiar en el periodo más profundo de la crisis económica. Comparemos: en 1968 se dio un crecimiento del PIB de 8.1 por ciento, hubo una inflación de 2.4 por ciento, existía una deuda de 2 mil 710 millones de dólares. En 1986, cuando estalló con toda su fuerza la nueva revuelta estudiantil, el PIB decreció en un 4 por ciento, la inflación fue de 105 por ciento y la deuda externa llegó a casi 100 mil millones de dólares. Si se revisan las estadísticas de la UNAM la inmensa mayoría de los estudiantes provienen de familias que tienen un ingreso apenas superior a un salario mínimo y medio. Esta generación sabe mejor que nadie lo que significa el desempleo o el no tener para comer, lo vive día a día en su hogar, sabe que su futuro se está jugando con el de los trabajadores del campo y de la ciudad. Sabe que no tiene mucho que perder.
Esta generación entiende que el PRI-gobierno prefiere pagar puntual mente los intereses de la deuda externa que invertir para la educación. Sabe perfectamente que se requiere de democracia para poder sacar al país de la crisis. Nosotros representamos en estas elecciones la opción socialista y lo hacemos con un gran orgullo. Así es, somos orgullosamente socialistas. Nosotros no buscamos reformar el Estado mexicano, ni venimos aquí a pregonar la vuelta al pasado. Nosotros rendimos homenaje a los caídos en 1968, pero no rendimos tributo al mismo tiempo al ejército mexicano. No podemos poner en tabla rasa a los represores y a los que sufrieron la represión. Ese ejército no es el heredero de la División del Norte o del Ejército Suriano de Emiliano Zapata. Sus cabecillas son los herederos de Pablo González y de Jesús Guajardo, el asesino de Zapata. No hay que reinventar la historia y convertirla en la noche en que todos los gatos son pardos.
Nosotros aspiramos a representar a esa generación de luchadores que no se rinden ni venden. A los que sin ponernos a juzgar aquí si hicieron bien o estaban equivocados- se lanzaron a la lucha armada y muchos de ellos dieron su vida o fueron desaparecidos, pero que nunca renegaron de sus ideales.
A los que con su acción abrieron los caminos para que se lograra la con formación de organizaciones democráticas de masas; a los que salían a las calles en 1968 con el retrato de Ernesto «Ché» Guevara y veían en él un ejemplo de altura revolucionaria.
Compañeras y compañeros universitarios: nosotros queremos representar a los herejes, a los que fueron quemados en los altares de la Inquisición, a los que no se adaptaron a lo gris de la realidad presente, a los que dijeron «y sin embargo se mueve», a los que no se dejaron amedrentar por la represión, ni fueren seducidos por los cantos de sirena de lo establecido; a los que mantienen viva la flama subversiva del 68 y del 86; a los que no están de acuerdo en que el movimiento del CEU fue reformista y concertador, sino radical y plebeyo. Nosotros somos lo más rojo de la bandera roja, como dijo el gran poeta peruano César Vallejo. Somos los que no queremos más Hiroshimas, Auschwitz, Goulags o Campos Militares número Uno. Somos los que no nos conformamos con el presente, los que luchamos por el socialismo. Que los reformistas y renegados se queden con su presente gastado. Nosotros luchamos por el futuro socialista firmemente apoyados en un presente de lucha. Nos sentimos más optimistas que nunca, en paz con nuestro interior porque mantenemos nuestras convicciones. A este culto a la modernidad y a la conciliación sin raíces, le sucederá lo mismo que le sucedió al culto liberal. La historia reconquistará la moral. La memoria de las luchas romperá la conciliación de las grandes conmemoraciones unánimes. La tradición viva se enfrentará a las nostalgias mórbidas. «Es sembrando en las tinieblas que germinan las auroras». ¡El futuro será nuestro!Junio 22 de 1988.