SOL ARGUEDAS Y LAS MUCHAS LIBERACIONES

Sol Arguedas (Heredia, Costa Rica 4 de agosto 1925- Cuernavaca, México 1 de abril de 2022) no creía ser una persona excepcional. Como dijo en una breve autobiografía que escribió para la revista Fem, de lo que estaba segura era de “haber vivido y seguir viviendo tiempos verdaderamente excepcionales”.[1] Con esa certeza, esta historiadora, periodista y politóloga narró  las décadas que van de 1960 a 1990 en una gran variedad de registros escritos: desde la poesía al ensayo académico, pasando por la novela y la crónica. Sobre todo interesada en el devenir de la izquierda, en México y el mundo, Arguedas consolidó una obra original y, sin embargo, insuficientemente apreciada. 

En 1943, después de estudiar un año de derecho en la Universidad de Costa Rica, en San José,  Arguedas llegó a México para sumarse al “experimento pedagógico” de La Casa de España en México después de que el intelectual costarricense, Joaquín García Monge, la recomendara a Alfonso Reyes. A decir de ella misma, Arguedas aprendió de Reyes la lección que le daría sentido a su vida intelectual: estaba bien acercarse a las distintas ramas del conocimiento sin necesariamente aspirar a especializarse en ninguna.[2] Así, además de estudiar historia, Arguedas tomó cursos de antropología, física y matemáticas, en diversos países, hasta eventualmente concentrarse en la ciencia política. 

Desde la década de los sesenta, Sol Arguedas empezó a escribir para muchos medios y sobre múltiples temas, forjándose una longeva carrera periodística. Colaboró en el suplemento “México en la cultura” de Novedades, y después en la revista Siempre!, con textos sobre la vida cotidiana que combinaban el buen humor y la crítica social. Una crónica de 1961 titulada “Acapulco” es buena muestra de ello. En ella, con imágenes pintoresca, describe el turismo extranjero al puerto, recordando: “Y todo lo ponen a disposición de usted, a precios razonables, con sonrisas complacientes para hacerse perdonar la ominosa pero imprescindible presencia de los sucios, morenos y brutales nativos acapulqueños. Pero de otro modo, ¿quién barrería las calles y los hoteles, quién cargaría las maletas y limpiaría los albañales, quién sostendría la pirámide?”.[3]

Sus colaboraciones en las publicaciones periódicas fueron transformándose con el tiempo. Después de una época en el periódico Oposición del Partido Comunista Mexicano en donde colaboró con ensayos sobre política y cultura, fue editorialista todos los martes en El Universal a finales de los setenta y principios de los ochenta. En esas páginas, se concentró sobre  todo en hablar de los cambios en la política nacional e internacional, con una importante dimensión teórica, aunque siempre con un tono accesible para los lectores. 

Arguedas dedicó buena parte de su carrera a tratar de entender las posibilidades y límites de la izquierda organizada. Muestra de este interés es un libro que reúne entrevistas que le dedicó a líderes de la izquierda nacional ––Lombardo Toledano, Revueltas, Ceceña, entre otros–– y publicó en una edición particular.[4] Regida por ese ánimo periodístico, iba a ver las cosas por sí misma. Así, viajó a diversos lugares de América Latina y Europa para comprender procesos políticos. Contaba que, cuando fue a observar las elecciones legislativas en Francia en 1978, que confrontaron de forma particular a la izquierda y la derecha: “[En Francia] comprendí que para apreciar mejor lo que sucedía en Francia debía ir a Italia. Y en Italia caí en la cuenta de la necesidad de venir a España”.[5]

El primer viaje de este tipo lo hizo en 1962 a Cuba, en donde estuvo varios meses tras los cuales escribió uno de los primeros libros sobre el entonces reciente gobierno revolucionario. En Cuba no es una isla recoge sus impresiones sobre los esfuerzos redistributivos del gobierno, el liderazgo de Fidel Castro y los cambios en la vida cotidiana de la isla, a partir de observaciones y diversas entrevistas. De esta experiencia extrajo una importante conclusión política: “existen problemas teóricos que en la práctica dejan de serlo”.[6]

El libro es un retrato optimista, que, sin embargo, no deja de hacer preguntas difíciles. En ese sentido, condensa mucho del espíritu intelectual que la autora mantendrá a lo largo de su carrera. Sobre las amenazas al régimen de la revolución, por ejemplo, escribió: 

Pienso que en la ola de indignación mundial contra la perfidia de los Estados Unidos participamos millones de individuos. Que muchos países, como México, defienden con ganas y hasta cierto punto y realísticamente los principios de no intervención, autodeterminación y soberanía de los pueblos en relación con Cuba. Pero pienso, también realisticamente, que la Revolución cubana se salvará más por los intereses que suscita un nuevo mercado en el mundo y la posibilidad de apertura de otros por su ejemplo, que por toda muestra efusiva, calidad y solidaria simpatía.[7]

Años después, en una entrevista con Francisca Bosch, Arguedas declaró que su cercanía racional y emocional con Cuba era innegable, pero calificaba la influencia de la revolución cubana en el continente como ambivalente. “Por una parte, el triunfo de la revolución cubana elevó sustancialmente el grado de conciencia revolucionaria en todo el continente”, pero veía también  que había dado pie “entre los adolescentes políticos de todas las edades y condiciones sociales, un ansia por emular las hazañas de Fidel y del Che, las cuales, mal digeridas, se concretaron en aventuras ultraizquierdistas de catastróficas consecuencias”. Fuera del continente, sin embargo, la presencia  de Cuba en África le parecía notable y digna de celebrarse.[8]

Menos esperanzada en su momento, aunque con mayor nostalgia en retrospectiva, vio el experimento chileno. Por invitación del Partido Socialista para celebrar su 30 aniversario, Arguedas viajó a Chile en 1964. El libro Chile hacia el socialismo recoge los textos que escribió sobre este país a lo largo de casi una década, centrados todos en la particular vía al socialismo de este país del sur del continente. El libro fue publicado unos meses antes del golpe de Estado con un prólogo del embajador de Chile en México, Hugo Vigorena, en el que le reconocía a la autora una intuición que superaba a la de sus connacionales.[9] En la misma entrevista con Bosch, ya en la década de 1980, cuando el llamado eurocomunismo empezaba a popularizarse como una alternativa ideológico-política al socialismo de la URSS, Arguedas insistía en que ideas similares habían sido reconocibles desde tiempo atrás en Chile: “Quien en Latinoamérica haya comprendido lo que significa la ‘vía chilena’ en contraposición a la «vía cubana», lleva ya camino andado para entender lo que es el eurocomunismo.[10]

Le interesaba mucho pensar en las innovaciones o lecciones políticas que podía dar América Latina al resto del mundo, resultado de las condiciones que la “obligan a una lucha más directa e inmediata” y que “radicalizan, quiérase o no, las posiciones políticas latinoamericanas, así vengan de corrientes democráticoburguesas”. Así, identificaba, por ejemplo, una experiencia socialdemócrata “subdesarrollada” ––la primera–– en el México posrevolucionario.[11]  Arguedas resentía el hecho de que los exponentes de la socialdemocracia, pese a su interés por aliarse con el Tercer Mundo fueran ciegos a esta historia y a la especificidad de los problemas de estos países, consecuencia de sus condiciones materiales.[12] Abogaba por un pensamiento libre de reflejos imperialistas.

Desde fines de la década de 1970, Arguedas se concentró en el tema del Estado de bienestar y la socialdemocracia, a los que dedicó sus tesis de maestría y doctorado, así como innumerables textos académicos y periodísticos. Reconocía en el proyecto de la socialdemocracia una forma de frenar las tendencias “salvajes” del capitalismo, profundizadas en la crisis económica de principios de la década de 1980. Al mismo tiempo, consideraba que la socialdemocracia no llegaba a proteger a los estratos más desvalidos, sino al contrario, “los ‘índices de bienestar colectivo’ son pagados por los campesinos, las mujeres, los ejércitos de reserva del trabajo, los marginados, la mano de obra no calificada en general”.[13] Para Arguedas, el proyecto socialista se mantendría como el único capaz de responder a la precarización exponenciada por el neoliberalismo. 

En esos viajes primigenios a Cuba y Chile se cifra también otros de los intereses constantes de Arguedas, que es crucial para entender la originalidad de su pensamiento: el rol de las mujeres en la política y la necesidad de integrar la liberación de las mujeres a la lucha socialista. Si bien en esto seguía a muchas feministas de izquierda, movilizadas a lo largo del mundo en la década de los sesenta y setenta, lo que es interesante en la obra de Arguedas es que integrara el lente de género muy temprano a su obra periodística.

 En su libro sobre Cuba, Arguedas registró con claridad el riesgo que existía de que las mujeres fueran cooptadas por las fuerzas conservadoras y la importancia de que el gobierno revolucionario atendiera este hecho correspondientemente. Prudente, escribió: “Ojalá no se preste a maliciosos comentarios en detrimento de la seriedad y profundidad de la contribución femenina lo que voy a decir: el radio, la televisión y las mujeres son los principales responsables de la total y rápida movilización del pueblo alrededor de sus dirigentes en momentos decisivos”.[14] Esto mismo identificó en Chile, en donde, aunque reconocía los esfuerzos del gobierno de la Unidad Popular para incluir a las mujeres, era tajante cuando señalaba que no se les reconocía una “participación intrínsecamente suya, como seres humanos independientes sino, en tanto madres, esposas o hijas de varones”.[15] Este mismo “anacronismo de viejos marxistas” impedía involucrar a los jóvenes. “El proceso revolucionario chileno marcha a paso seguro, porque hay mucha claridad en sus metas económicas y sociales, gran sabiduría en la conducción política, y sobre todo, porque cuenta con el sostén del pueblo; pero también es preciso decir que transcurre en el marco de un persistente patriarcado que de manifiesta bajo sus dos signos más representativos: un paternalismo y un machismo más o menos disfrazados”.[16]

Frente a las reticencias propias del socialismo a rechazar al feminismo desde fines del siglo XIX so pretexto de priorizar la lucha de clases ––ideas renovadas en el contexto de “la segunda ola del feminismo”–– Arguedas era muy contundente: la idea era enriquecer, no sustituir, la teoría acerca de la lucha de clases.[17] En un texto publicado en Oposición completó esta idea: “Luchar contra la situación de inferioridad en que se encuentra la mujer significa, hoy, luchar contra causas sociales que determinan dicha situación en esta sociedad capitalista en que vivimos. Lo que no es otra cosa que la búsqueda, por todos los caminos del cambio hacia las relaciones socialistas de producción”.[18] La construcción de la sociedad, necesitaría de “todos los brazos y las inteligencias sin diferencias de sexo”.[19]

La desigualdad de género era algo que la propia Arguedas había experimentado. En una entrevista de 2005, recordó lo difícil que había sido para ella empezar a desarrollarse como escritora en un mundo de varones: “Por ser mujer, los colegas trataban de no citarme y preferían decir: ‘Como dijo alguien…’”. No obstante, a la pregunta “¿en cuál radicalismo ruega no caer?” No vacilaba en contestar: “En el revolucionarismo pequeño burgués y en el feminismo a ultranza”.[20] Lo primero era algo que Arguedas había combatido en su amplia obra crítica de la socialdemocracia. Lo segundo, en una amplia reflexión sobre la liberación, que se puede rastrear en diversos textos. 

 Arguedas escribió que la enajenación capitalista se manifiesta doblemente en las mujeres, a quienes les extirpaba la posibilidad de raciocinio y de vida inteligente. Esto, explicaba la autora, tiene consecuencias para la sociedad en su conjunto, desequilibrándola al atomizar a sus integrantes.[21] La liberación debía ser, según ella, una aspiración colectiva, con consecuencias en la interpretación sobre la individualidad, como lo dejó escrito en un texto único en el conjunto de su obra: Una teología para ateos, de 1975.[22]

Estas aspiraciones redundaban en el socialismo que Arguedas publicitaría a lo largo de su vida. En uno de sus últimos textos al respecto, publicado ya en la década de 1990, Arguedas explicaba que, no se trataba sólo de garantizar el bienestar material, distribuido equitativamente, sino de aspirar también al bienestar espiritual —individual y colectivo—, “gracias a unas cada vez mayores democratización y liberación sociales”.[23] Actualizada en las discusiones de la época, este texto es interesante por el llamado que hacía la autora a considerar las lecciones del ecologismo, los retos que imponen los medios de comunicación masivos, la insuficiencia de la democracia electoral, y en general, la pérdida de significado de ciertos conceptos del socialismo tradicionales, producto de la “posmodernidad”.[24]

Arguedas no vio la liberación social cumplirse. Pero sí tuvo elementos para reconocer formas de ésta en sí misma. Cuando hablaba de la soledad que sentía en su vejez, aclaraba que no era una condición que la impusiera sufrimiento. Al contrario, la describía como “la soledad de las mujeres que se han liberado de su ancestral servidumbre por el ejercicio de la inteligencia”.[25] Una soledad distinta “conquistada”, como escribió, acompañada de una vasta y diversa obra. 


[1] Sol Arguedas, “Autobiografía”, Fem, año 9, n. 43 (diciembre-enero, 1985-86), p. 44.

[2] Any Pérez, “Sol, campeadora”, La Nación, San José, 27 de marzo de 2005.

[3] Acapulco. “Donde se prostituye a México”, Siempre!, 8 de febrero de 1961, p. 43.

[4] Sol Arguedas, ¿Qué es la izquierda mexicana?, edición de la autora, 1962.

[5] Francisca Bosch, “Entrevista a Sol Arguedas”, Estudios Políticos, UNAM, vol. 3, 1984.

[6] Sol Arguedas, Cuba no es una isla, México, ERA, 1961, p.135.

[7] Ibid., pp. 94 y 95

[8] Francisca Bosch, op. cit.

[9] Sol Arguedas, Chile hacia el socialismo, México, Cuadernos Americanos, 1973.

[10] Bosch, op. cit.

[11] Sol Arguedas, “Presencia y acción de la Socialdemocracia en América Latina”, Estudios políticos, 1984, pp. 19-29.

[12] En ese sentido, critica el llamado Informe de la Comisión Bradt, publicado en 1980 bajo el liderazgo del canciller de la República Federal Alemana y cabeza de la Internacional Socialista, Willy Brandt. 

[13] Arguedas, op. cit., p. 23.

[14] Arguedas, Cubaop cit., p. 39..

[15] Arguedas, Chileop. cit., p. 148

[16] Ibid., p. 149. 

[17]  Ibid., p. 153

[18] Sol Arguedas, “La construcción del socialismo y la emancipación femenina”, Oposición, No. 37, marzo de 1972, p.  14.

[19] Arguedas, Chile, op cit., p.155.

[20] Pérez, op. cit.

[21] Sol Arguedas,  «El celibato sacerdotal…» apareció en Oposición, No. 34, febrero de 1972, p. 14.

[22]  Sol Arguedas, Teología para ateos (la historia de un hombre tal y como yo me la cuento), México, Dirección General de Publicaciones, 1975.

[23] Sol Arguedas, “Reflexiones acerca del Socialismo del futuro”, Estudios Políticos, núm. 10, abril-junio, 1992, pp. 185-189.

[24] Sol Arguedas, “Reflexiones acerca del Socialismo del futuro”, Estudios Políticos, núm. 10, abril-junio, 1992, pp. 185-189.

[25]  Sol Arguedas, Autobiografía, Fem, p. 45