POLÍTICAS DEL VELO

El objetivo de este ensayo consiste en mostrar cómo los dirigentes de algunos estados que creen gobernar la mítica región del progreso y la modernidad llamada “Occidente” justifican sus intervenciones militares en las sociedades musulmanas por la supuesta obligación moral de liberar a las “mujeres con hiyab” de la opresión del patriarcado colonizado. Asimismo, analizo y propongo algunas interpretaciones posibles de la obsesión occidental con quitar el velo a las mujeres que lo usan. 

Rudyard Kipling (1865−1936), el escritor y poeta británico, nacido en Bombay y reconocido con el Premio Nobel de Literatura en 1907, es el autor del conocido poema La carga del hombre blanco. Este poema, escrito no casualmente durante la invasión estadounidense a Filipinas en 1902, pone de manifiesto la creencia en la misión civilizadora de los hombres blancos frente a los pueblos indígenas, bárbaros, “mitad demonios y mitad niños”. Parafraseando dicho poema−manifiesto, la carga del hombre blanco consiste en servir a los salvajes perezosos, irracionales e ignorantes con el “equipo de combate” para liberarlos, mediante la imposición del progreso y la modernidad, de su destino de permanecer en la eterna infancia y subdesarrollo. Tomando en cuenta la fama y la reputación de Kipling como el poeta e ideólogo del imperio, así como el Premio Nobel que le fue otorgado, podríamos afirmar que este escritor pone en palabras el espíritu de su época frente a sus figuras “nativas” de otredad. Con eso nos referimos a la creencia de que los occidentales tienen una misión colonizadora que consiste en conducir a los bárbaros hacia la luz, a pesar del odio que éstos puedan llegar a sentir por sus liberadores.

La violencia implicada en el proceso civilizatorio se justifica por la resistencia que oponen los bárbaros a su propia ilustración. Enrique Dussel, en el texto Europa, modernidad y eurocentrismo, escribe que “para el moderno, el bárbaro tiene una “culpa” (el oponerse al proceso civilizatorio) que permite a la “modernidad” presentarse no sólo como inocente, sino como “emancipadora” de esa “culpa” de sus propias víctimas”.[1] Sin embargo, nos parece que esta culpa va más allá de la resistencia a la civilización, ya que el mismo hecho de la existencia de los bárbaros estaría marcado por su huella: su propio atreverse a existir es una suerte del escándalo ontológico que obliga a los occidentales a violentarlos para su propio bien. Si eso es cierto, el hombre civilizado puede reclamar al “bárbaro” el mero hecho de su existencia como una condición que lo obliga a ser violento. Así, la violencia constitutiva del proceso civilizatorio sería una consecuencia de la negación de la condición fundamental de la pluralidad humana.

Las estrategias de dominio occidental, basadas en el mito de “la carga del hombre blanco”, siguen vigentes. Hoy en día, la construcción del “objeto colonial”, denominado por Sirin Adlbi como “la mujer musulmana con hiyab”[2], constituye el eje de la justificación moral de la violencia bélica en los países musulmanes, con el ejemplo paradigmático de la guerra contra el régimen Talibán en Afganistán, el mismo que fue apoyado por los estadounidenses durante la Guerra Fría. El argumento de que las mujeres musulmanas necesitan ser liberadas con la ayuda de los occidentales, ya que no son capaces de hacerlo por su propia cuenta, sirve como una de las causas morales para justificar las intervenciones militares en el Oriente y de la violencia que se autodenomina como contraterrorista. La pensadora india Gayatri Spivak ya había observado un cinismo político similar, cuando se refería a las políticas coloniales británicas que exponían “lo bárbaro” de las costumbres indias para justificar su invasión como una necesidad moral “del hombre blanco que debe salvar a las mujeres morenas de los hombres morenos”.[3] Siguiendo la tesis que defiende Chantal Mouffe en su libro En torno a lo político[4]; a saber, que lo político se expresa hoy en un registro moral, observamos que en este tipo de estrategias políticas, la discriminación entre “nosotros” y “ellos” se establece en términos morales y toma la forma de lucha entre el bien y el mal.  

En el presente, la violencia antiterrorista se ejerce escondiéndose detrás del velo moral de la liberación de las mujeres musulmanas. La administración del presidente George W. Bush vinculó esta violencia con la lucha por los derechos de las mujeres. Bush afirmó que había optado en su tiempo por no retirar sus tropas de Afganistán porque esto provocaría que las mujeres volvieran a sufrir.[5] De la misma manera, su esposa,  Laura Bush, declaró que la “brutal opresión de las mujeres es el principal fin de los terroristas, por lo que la lucha contra el “terrorismo” es también la lucha por los derechos y la dignidad de las mujeres”.[6] Asimismo, el presidente francés, François Hollande dijo, también para justificar la intervención militar de su país en Mali: “Francia está en Mali para que las mujeres de Mali sean libres”.[7]

Una construcción reduccionista, estática, esencialista y llena de prejuicios de la “mujer musulmana” silencia todas las diferencias existentes entre las mujeres que habitan países tan distintos entre sí como Indonesia, Nigeria o Egipto. La invención neocolonial de la mujer musulmana con hiyab, con objeto de que desempeñara el papel del “otro oprimido”, ha servido para conseguir el consentimiento de la propia población para lanzar y sostener la “guerra contra el terror”. Asimismo, las intervenciones con tinte imperial en las sociedades musulmanas que demuestran obvios fines políticos y económicos buscan legitimarse como “guerras justas”, moralmente correctas, debido al romántico fin que persiguen: la liberación de las mujeres musulmanas. Este discurso neo-orientalista construye a las mujeres como atrasadas y políticamente inmaduras, incapaces de liberarse por su propia cuenta. El eco de los constructos coloniales del nativo resuena con claridad en este discurso.

Asma Lamrabet, feminista marroquí, pone de manifiesto que la obsesión de Occidente de desvelar compulsivamente a las mujeres musulmanas no es nueva. Esta violenta estrategia ha sido usada por los imperios occidentales como parte de sus tácticas de colonización. La política colonial en cuestión ha creado una reacción opuesta por parte de los patriarcados colonizados, los cuales han reafirmado e impuesto el uso obligatorio del velo a las mujeres musulmanas. Ramón Grosfoguel sostiene que “entre la prohibición compulsiva y el uso compulsivo del velo se debaten los dos patriarcados en lucha: el de los hombres blancos imperiales y el de los hombres musulmanes colonizados”.[8] Así, las mujeres musulmanas que se encuentran atrapadas entre estos dos patriarcados no cesan de luchar por su propia liberación y por elegir usar o no el hiyab. 

Ahora bien, a partir de este breve análisis, nos surge una pregunta: ¿cómo podríamos explicar cierta fijación de los occidentales con quitarle el velo a las mujeres musulmanas? Sin duda, como observa Albdi, el hecho de usar hiyab en el espacio público occidental permite a las mujeres romper con la posibilidad de dominación de los hombres, al afirmar que su imagen es exclusivamente suya y se pueden mostrar sólo a quienes ellas tienen la voluntad de hacerlo: 

Si la imagen es el arma principal que los occidentales utilizan para dominar a las mujeres, el hiyab de las mujeres musulmanas en/de Occidente puede resignificarse como la contra−arma principal desde donde se reivindica la libertad de las mujeres de disponer de sus cuerpos y sus imágenes y ser consideradas por su intelecto y sus capacidades personales, que es precisamente lo que está sucediendo cuando vemos las movilizaciones de mujeres musulmanas europeas contra la islamofobia y por ejercer su derecho a vestir el hiyab.[9]

Al cubrir sus cuerpos, las mujeres inhiben la mirada masculina imperial e invierten la dirección de ver: ahora ellas miran sin poder ser vistas; y eso implica cierto desplazamiento en la jerarquía dominante del poder. Este desplazamiento resulta insoportable para los hombres occidentales que mediante la mirada suelen construir conocimientos y acceder al poder sobre sus objetos de estudio. Nuestra hipótesis para complementar estas interpretaciones de la obsesión occidental con el hiyab consiste en recurrir al concepto de la verdad como aletheia. Si admitimos, junto con los griegos la relevancia de entender la verdad como el acto de develar, desocultar y hacer evidente lo que no se deja ver a primera vista, el hecho de cubrir el cuerpo puede ser interpretado como un acto de resistencia en una sociedad represiva para no convertirse en objeto de conocimiento de un sujeto dominante quien, imponiendo la visibilidad a las mujeres, se apropia de ellas por medio de la violenta mirada normalizadora que busca conocer, dominar y disciplinar. Si es así, la obsesión del patriarcado occidental con el velo musulmán radica en parte en que su posición en la jerarquía del poder se ve amenazada, pues existen cuerpos cubiertos con el hiyab que se resisten al modo de subjetivación dominante y miran sin ser vistos, desplazando a los autoproclamados sujetos del conocimiento universal de su posición dominante.

La historia de las políticas del velo -tanto de su imposición como de la prohibición de su uso- que, de manera general, se inscriben en las estrategias represivas hacia las mujeres en el mundo entero, es demasiado compleja para abarcarla, aunque fuera escuetamente, en este texto, sin caer en lugares comunes. Para vislumbrar la problemática desde una perspectiva crítica citemos la sugerente observación de la socióloga marroquí Fatima Mernissi, la cual nos refleja la mirada desde Oriente sobre nuestra propia condición femenina en Occidente: “¡Gracias, Alá, por ahorrarme la tiranía del harén de la talla treinta y ocho! (…) ¡Qué espanto si a los fundamentalistas les diera por imponer no solo el velo, sino también la talla treinta y ocho!”[10]


[1] Enrique Dussel, Europa, modernidad y eurocentrismo”, en: Edgardo Lander, La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales. Perspectivas Latinoamericanas, CLACSO, Buenos Aires, 2000, p.49.

[2] Sirin Adlbi, La cárcel del feminismo. Hacia un pensamiento islámico decolonial, España, Akal, 2017.

[3] Gayatri Spivak, ¿Puede hablar el subalterno?, Buenos Aires, Editorial El cuenco de plata, 2011.

[4] Chantal Mouffe, En torno a lo político, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2007. 

[5] George W. Bush Warns Against Withdrawal from Afghanistan: ‘Women Would Suffer’ (VIDEO), http://www.huffingtonpost.com.mx/entry/bush−withdrawal−afghanistan−women−suffer_n_843537.

[6] Laura Bush: “The Weekly Address Delivered by the First Lady,” November 17, 2001. Online by Gerhard Peters and John T. Woolley, The American Presidency Project. http://www.presidency.ucsb.edu/ws/?pid=24992.

[7]  Asma Lamrabet, “El velo (El Hiyab) de las mujeres musulmanas: entre la ideología colonialista y el discurso islámico: una visión decolonial”,Tabula Rasa,  n. 21, julio, 2014, p. 31-46 <http://www.scielo.org.co/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1794-24892014000200002&lng=en&nrm=iso>.

[8] Ramón Grosfoguel, “Breves notas acerca del Islam y los Feminismos Islámicos”, Tabula Rasa, núm. 21, julio-diciembre, 2014, pp. 11-29, Universidad Colegio Mayor de Cundinamarca Bogotá, Colombia, p.23.

[9] Sirin Albdi, op.cit, pp.164-165.

[10] Fatima Mernissi, Scheherazade Goes West. Different Cultures, Different Harems, Washington Square Press, Nueva York, 2001, p. 211.