PRÁCTICAS ARTIVISTAS CONTRA LA VIOLENCIA FEMINICIDA EN MÉXICO

 INTRODUCCIÓN

En México el neoliberalismo en comunión con el patriarcado ha profundizado la desigualdad y la violencia, misma que recrudeció a partir del sexenio de Felipe Calderón (2006-2012) con la implementación de la mal llamada “Guerra contra el narcotráfico”, la cual de manera cada vez más clara y evidente significó una estrategia de control social y una forma de enriquecimiento del narcogobierno. En el sexenio de Enrique Peña Nieto (2012-2018) la violencia siguió creciendo. 

Al respecto, considero pertinente traer a colación las ideas de Raquel Gutiérrez y Down Paley quienes afirman que las formas de guerra para el sostenimiento del neoliberalismo se fundaron en el incremento extensivo y desbordado de la violencia del Estado y del capital; destacan que éstas se han dirigido con fuerza en contra de “las capacidades mismas de (re)generación y (re)producción de la vida social en su conjunto, actuando contra las tramas comunitarias y contra la capacidad de forma que se (re)genera en ellas, animada sobre todo –aunque no únicamente– por las mujeres” (Gutiérrez y Paley 2016: 3). De esta manera, sostienen que en las últimas décadas la estrategia para la continuidad del proyecto neoliberal implicó una guerra contra lo popular, lo comunitario y lo femenino.

En ese contexto, como afirma Segato (2016) en el sistema patriarcal contemporáneo el cuerpo de las mujeres ha sido objeto de “destrucción con exceso de crueldad, su expoliación hasta el último vestigio de vida, su tortura hasta la muerte. La rapiña que se desata sobre lo femenino se manifiesta tanto en formas de destrucción corporal, sin precedentes, como en las formas de trata y comercialización de lo que estos cuerpos puedan ofrecer, hasta el último límite” (Segato 2016: 58) expresando de esta forma, una pedagogía de la crueldad.  

La violencia contra las mujeres es un continuum que tiene su expresión más extrema en el feminicidio la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida de Violencia, incluye a la violencia feminicida, entendiendo por ésta: 

la forma extrema de violencia de género contra las mujeres, producto de la violación de sus derechos humanos, en los ámbitos público y privado, conformada por el conjunto de conductas misóginas que pueden conllevar impunidad social y del Estado y puede culminar en homicidio y otras formas de muerte violenta de mujeres.” Dicha definición alude al papel del Estado en la protección de los derechos humanos de las mujeres. La constante en estas muertes violentas es la reproducción social de la discriminación y la revictimización, y subraya el papel de las autoridades que aún no logran articular de manera eficiente la protección del derecho de las mujeres a vivir una vida libre de violencia (ONU Mujeres 2020: 7).

Ahora bien, es necesario señalar que si bien todas las mujeres compartimos el hecho de ser un sujeto subalterno en las sociedades patriarcales, no todas vivimos la desigualdad de género y la violencia de la misma manera ni con la misma intensidad: la clase social y la racialización son condiciones, que entre otras, se cruzan dando como resultado grados más agudos de explotación, opresión y de violencia. De hecho, algunos estudios arrojan que la mayor parte de las jóvenes desaparecidas y víctimas de feminicidio que aparecen descuartizadas, quemadas, violadas en terrenos baldíos o canales de aguas negras son mujeres que comparten no solo su condición sexo-genérica sino también la pobreza (Monárrez 2019; Juárez Rodríguez 2016; Fregoso 2009), ser mujer y ser pobre además acentúa la impunidad y negligencia con las que sus casos son tratados por las instituciones encargadas de impartir justicia, así como la indiferencia que muestra una gran parte de la sociedad. En el neoliberalismo si en vida su existencia no era importante, su desaparición y muerte menos aún.

Por lo que, sin pasar por alto que hay una cantidad importante de feminicidios íntimos, es decir, cometidos por las parejas, exparejas u hombres conocidos de la víctima, y que suceden contra mujeres de todas las clases sociales, mismos que habitualmente se han considerado como asesinatos “pasionales” en el marco de la normalización del pensamiento patriarcal, me parece de suma importancia identificar que el feminicidio sexual sistémico (Monárrez, 2009) está marcado por la condición de clase, ya que la mayoría de las mujeres asesinadas que muestran signos de tortura sexual y son abandonadas en espacios públicos son pobres, así es posible hablar de éstos como feminicidios clasistas. Lo cual implica no solo mirar la violencia que se ejerce contra ellas por el hecho de ser mujeres.

Recordemos que los primeros feminicidios sexuales sistémicos iniciaron en 1993 en Ciudad Juárez, Chihuahua, y podemos observar que, como menciona Juárez Rodríguez (2016), la frecuencia y el aumento de estos crímenes ocurren en zonas del país que comparten tanto condiciones de precariedad, como estar cerca o formar parte de las rutas de trata. Asimismo como afirma Itandehui Reyes Díaz –aunque ella se remite a Ecatepec, aplica también a Juárez–, 

Con la inoculación de la violencia e impunidad, no sólo se desgarran los tejidos que constituyen lo social-comunitario (Gutiérrez y Paley, 2016), también la apatía, el cinismo y la indolencia aparecen reiteradamente. El miedo parecería paralizarlo todo, pero nunca en su totalidad. En medio de lógicas extractivas y desposesivas cada vez más veloces y violentas (Gago, 2014), aparece también un ímpetu por no dejarse matar, un conatus vitalista que se resiste a que las ausentes queden en el olvido. A que desaparezcan por segunda vez. En ese sentido, mirar las potencias, aún en las circunstancias más dolorosas, abre la posibilidad de comprender el dolor desde capacidades afectivas que sean fuente social transformadora frente al agravio sistemático (Reyes-Díaz, 2017:15). 

Ante esta dolorosa problemática las mujeres han dado respuestas, construyendo organizaciones de búsqueda y exigencia de justicia, memoria y no repetición, siendo las madres de Cd. Juárez las pioneras, pero con el pasar los años y la lamentable extensión de las desapariciones y feminicidios, se han ido gestando otras organizaciones y colectivas locales de madres que buscan a sus hijas y exigen justicia en diversos estados del país.

En ese doloroso caminar de lucha han encontrado la solidaridad de organizaciones, feministas, académicas, defensoras/es de derechos humanos etc. así como de activistas que utilizan herramientas creativas-artísticas para denunciar este tipo de violencia, de hecho, es posible afirmar que la producción cultural ha sido clave en el proceso de visibilización y denuncia de esta problemática (Fregoso, 2009).

En ese tenor resulta sustantivo referirnos al concepto de cultura de Antonio Gramsci (1916) y su teoría de hegemonía y contrahegemonía en la cual se pone en el centro la relevancia de la cultura para favorecer la dominación y perpetuación de un sistema económico y político injusto, pero también sus potencialidades para lograr transformaciones de largo aliento, lo cual implica una disputa por el sentido común. 

Recordemos que hay una historia de prácticas culturales y artísticas derivadas o vinculadas con los movimientos sociales –incluyendo al feminismo– a las que se les puede denominar como arte contrahegemónico Chantal Mouffe (2014), menciona que éste puede ser una herramienta para dar la batalla contra el sentido común dominante, mismo que colabora en el sostenimiento del sistema capitalista neoliberal –y añadiría– el patriarcado.

El artivismo –término que combina las palabras activismo y arte– es una forma de arte contrahegemónico, pues refiere a aquellas prácticas artísticas que dirigen su acción al campo de la política y no al mundo del arte, buscan por lo tanto transformar la realidad social desde su quehacer, frecuentemente es realizado en espacios públicos, e incluye el uso del internet y las redes para organizar y/o difundir las acciones, potenciando su alcance, vale decir además que el artivismo, constituye otra forma de hacer política.

PRÁCTICAS ARTIVISTAS CONTRA LA VIOLENCIA FEMINICIDA

La prácticas artivistas pueden surgir para visibilizar y denunciar una problemática en coyunturas específicas, por ejemplo, tras la fuerte indignación social que produce un caso de feminicidio en particular, y desvanecerse poco tiempo después de la conmoción, pero los casos que expongo en este artículo tienen la característica de haber perdurado durante varios años.

La primera iniciativa que me interesa compartir es el proyecto Los rostros del feminicidio iniciado en 2015 por Lluvia del Rayo Rocha (psicóloga y activista), y Humberto Macías “Maclovio” artista urbano –actualmente solo continúa activa Lluvia. La propuesta implica que artistas urbanos/as se solidaricen con las madres de las mujeres desaparecidas o víctimas de feminicidio para elaborar murales de sus rostros en Ciudad Juárez. En muchos casos son las propias madres las que piden que se pinte el mural de sus hijas, incluso hay testimonios en los que comentan que para ellas es una manera de tenerlas presentes, sentirlas cerca, y en los casos en los que aún no se sabe  sobre su paradero, es una forma de socializar su rostro para que ojalá alguien la vea, la reconozca y pueda darles información. Este proyecto además cuenta con un blog y, de manera frecuente, cuando se va a pintar un mural se difunde y convoca a través de redes sociales. (Eguiluz, 2022)

Los murales se pintan generalmente en fechas como el aniversario luctuoso, o en la fecha de desaparición de las mujeres, o bien, el día de su nacimiento, en el proceso se generan convivencias y actos de denuncia colectiva, la gente de manera solidaria presta sus muros, pero también a veces se realizan en las casas de las madres o cerca de los lugares donde fueron hallados sus cuerpos. Las colonias en las que podemos  encontrar estos murales son barrios muy pobres de la ciudad, ubicados en la periferia, pero también los hay en el centro. Los rostros de las jóvenes son representados sonriendo o por lo menos no mostrando algún signo de violencia. 

El origen de esta iniciativa está vinculada a las cruces rosas o negras sobre fondo rosa que se crearon en Ciudad Juárez, y es una respuesta de resistencia popular ante la determinación del gobierno municipal de prohibir pegar pesquisas en la ciudad argumentando que daban mala imagen y repelían al turismo. Ante estos hechos represivos surge la pinta de cruces realizadas por Guillermina González Flores y Ana Paula Flores, hermana y madre respectivamente de María Sagrario González Flores, desaparecida desde 1998. Poco tiempo después Lluvia y Maclovio tienen la idea de pintar los rostros de las mujeres en murales, es decir, frente al no poder pegar las hojas con las fotos y datos de las mujeres para ser buscadas, se crean estas estrategias políticas estéticas para seguir luchando. 

Otra de las iniciativas que me parece muy significativa realizada en Ecatepec de Morelos es el: Taller: Mujeres, Arte y Política, y la posterior conformación -a partir de éste- de colectivas como la Red Denuncia Feminicidios del Edo México (mixta), Invisibles somos visibles (integrada por mujeres y hombres) y Mujeres de la periferia para la periferia (conformada sólo por mujeres) que utilizan el performance como herramienta de lucha, acuerpamiento y sanación. (Eguiluz, 2022)

El Taller: Mujeres, Arte y Política, fue creado en el año 2011 y es impartido por el Mtro. Manuel Amador en la Escuela Oficial Preparatoria No.128 “General Francisco Villa”. Implica la puesta en marcha de una pedagogía de contexto y la creación de una metodología para el desarrollo de performances en los que las jóvenes de la periferia comunican y denuncian lo que viven. 

Los performances incluyen la expresión a través del cuerpo, la mirada, la música, la voz y el movimiento. En éstos existen distintos momentos que narran la muerte, la violencia poniéndose en el lugar de la otra que ya no está, pero también expresan la posibilidad de renacer desde la esperanza que se construye colectivamente, simbolizada mediante el uso de flores, o mariposas. En estos performance que se realizan generalmente en espacios públicos, ya sea en la temporalidad de lo cotidiano, en el aniversario luctuoso o en el cumpleaños de las mujeres asesinadas, a veces asisten las madres y se las acompaña en su dolor y exigencia. Así se efectúa una lucha colectiva y un acto de encarnar, de prestar el cuerpo, en donde las jóvenes cuentan en primera persona los gustos, afectos, planes de las jóvenes desaparecidas o asesinadas, haciendo presente el acuerpamiento, un acompañamiento y muestra de solidaridad sobre todo entre mujeres, familiares, activistas, y a veces también, con vecinas y vecinos. 

Acuerpar como menciona Lorena Cabnal refiere a:

..la acción personal y colectiva de nuestros cuerpos indignados ante las injusticias que viven otros cuerpos. Que se auto convocan para proveerse de energía política para resistir y actuar contra las múltiples opresiones patriarcales, colonialistas, racistas y capitalistas. El acuerpamiento genera energías afectivas y espirituales y rompe las fronteras y el tiempo impuesto. Nos provee cercanía, indignación colectiva pero también revitalización y nuevas fuerzas…(Cabnal, 2019). 

En el caso de la colectiva Mujeres de la periferia para la periferia de manera notable se evidencia que no solo buscan acuerparse en tanto mujeres en general, sino como mujeres de la periferia, atravesadas por las desigualdades de clase, de hecho, ellas se han propuesto como objetivo efectuar un trabajo entre ellas y para las mujeres con las que comparten condiciones de vida, discriminaciones y la violencia que les impacta de forma especialmente contundente en el territorio donde habitan. 

MEMORIA  Y JUSTICIA DESDE EL PUEBLO Y PARA EL PUEBLO

Las iniciativas que bordamos implican organización, solidaridad y empatía con las que ya no están, pero también por las vivas, así como por sus madres y seres queridos, y constituyen alternativas colectivas que se han construido para denunciar el problema de la violencia feminicida en contextos represivos y violentos. Por otro lado,  contribuyen a visibilizar en la cultura androcéntrica patriarcal lo que viven y aqueja a las mujeres, sobre todo a las que están en condiciones de pobreza y son racializadas. Combaten la indiferencia social, el miedo y la infame culpabilización de su desaparición o feminicidio. 

Proyectos como “Rostros del feminicidio”  buscan contribuir a la no repetición, la memoria, la justicia y son una afirmación permanente de que estas vidas  importan. Recrear el rostro de las jóvenes o narrar sus gustos, sueños, proyectos en el caso de los performances, forman parte de la reivindicación que enarbolan de recuperar la identidad de las jóvenes asesinadas, despojadas de su humanidad ante tan brutales actos, y enfatizar su pertenencia a esa comunidad desgarrada  en la que a través del dolor compartido se van tejiendo lazos, expresando afectos, acuerpamientos, dando paso a un homenaje colectivo popular que a su vez es un acto de denuncia y dignificación, lo cual forma parte de la construcción “del deber de la memoria en tanto deber de la justicia” (Ricoeur, 2004: 120 en Salazar Gutiérrez y Rivero Peña, 2014:106), pero no remite a la justicia impartida desde las instituciones, aunque evidentemente la exigen, sino a un proceso de justicia restaurativa que se hace desde el pueblo y para el pueblo, en el que las protagonistas son las mujeres.

A su vez, como menciona Rubiano Pinilla (2017) el reconocimiento del duelo colectivo “resulta indispensable para la restauración de un “nosotros”. Y esa restauración pasa necesariamente por la construcción de formas simbólicas que logren articular y recomponer el tejido social” (Rubiano Pinilla, 2017) y por lo tanto, en su praxis la identidad de la comunidad.

Para concluir me interesa recalcar que el problema grave y doloroso de la violencia feminicida está anclado en la desigualdad estructural que generan el patriarcado y el capitalismo neoliberal, y resulta insoslayable lograr que éste sea asumido como un problema de toda la comunidad y no sólo de las mujeres, lo cual implica abonar en la difusión de ideas y prácticas que disputen el sentido común hegemónico clasista, racista y sexista, y una de las vías que contribuyen a ello, como hemos visto, es el artivismo. 

En tiempos históricos de transformación y lucha contra el neoliberalismo como los que estamos viviendo actualmente en México, esta disputa por el sentido común está muy presente, sigamos avanzando que el camino es largo, y la necesidad de justicia en nuestro país apremia.

REFERENCIAS

Cabnal, Lorena. 2019. Lorena Cabnal, Maya-xinka, Feminista comunitaria, SUDS, Internacionalisme Solidaritat Feminismes. Recuperado de: https://suds.cat/es/experiencias/lorena-cabnal-feminista-comunitaria/ 

Eguiluz Ornelas, Natalia (2022) Tomar la calle: artivismo contra la violencia feminicida en México (2012-2019). Tesis doctoral en Ciencias Políticas y Sociales, Programa de Posgrado FCPYS/UNAM. Recuperado de: http://132.248.9.195/ptd2022/junio/0826830/Index.html

Fregoso, Rosa Linda. 2009, “¡Las queremos vivas!”: la política y cultura de los derechos humanos”, Debate Feminista, vol. 39, abril, pp. 209-243.

Gramsci, Antonio. (1916). “Socialismo y cultura”. Il Grido del Popolo, 601, Recuperado de: https://colectivogramsci.wordpress.com/2013/09/03/587/ 

Gutiérrez, Raquel y Down Paley. (2016).La transformación sustancial de la guerra y la violencia contra las mujeres en México, DEP, Deportate, esuli, profughe, Università Ca› Foscari Venezia. Num. 30 – Febbraio. ISSN: 1824-4483, 1-12.

Juárez Rodríguez, Javier. (2016). “Paralelismos en los capítulos de feminicidios y desapariciones forzosas de mujeres y niñas en Ciudad Juárez y Ecatepec entre 2008 y 2014: el patriarcado como sistema de poder garante de la impunidad y la desinformación”. Estudios Sobre El Mensaje Periodístico, 22(2), pp. 759-776. Disponible en: https://doi.org/10.5209/ESMP.54234

Lagarde, Marcela. (2008). Antropología, feminismo y política: violencia feminicida y derechos humanos de las mujeres. En Margaret Bullen, Carmen, Diez Mintegui (Coords). Retos teóricos, nuevas prácticas. San Sebastián, Ankulegi, pp.209-239.

Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida de Violencia. 2021 [2007). México, Recuperado de: https://www.diputados.gob.mx/LeyesBiblio/pdf/LGAMVLV_010621.pdf

Monárrez, Julia. (2019). Feminicidio sexual sistémico: impunidad histórica constante en Ciudad Juárez, víctimas y perpetradores. Estado & comunes, revista de políticas y problemas públicos. N.° 8, vol. 1, enero-junio. Instituto de Altos Estudios Nacionales (IAEN). Quito-Ecuador. ISSN impreso: 1390-8081 – ISSN electrónico: 2477-9245, pp. 85-110

Monárrez, Julia. (2009). Trama de una injusticia. Feminicidio sexual sistémico en Ciudad Juárez, México, COLEF/Miguel Ángel PORRÚA, ISBN: 978-607-401-085-5.

Mouffe, Chantal. (2014). Agonística. Pensar el mundo políticamente. Buenos Aires, FCE.

ONU Mujeres (2020) “La violencia feminicida en México: Aproximaciones y tendencias”. Recuperado de: https://mexico.unwomen.org/es/digiteca/publicaciones/2020-nuevo/diciembre-2020/violencia-feminicida

Reyes-Dìaz, Itandehui, (2017). ”Cuerpos-territorios despojados: escenarios de la violencia feminicida y desaparición en Ecatepec, nororiente del Valle de México”. Revista Bajo el Volcán, No.27, ICSyH-BUAP. 

Rubiano Pinilla, Elkin. (2017). “Memoria, arte y duelo: el caso del Más de Granada (Antoquia, Colombia)”. Historíelo, Revista de Historia Regional y Local, vol.9, núm. 18, 2017, Universidad Nacional de Colombia. Recuperado de: https://www.redalyc.org/jatsRepo/3458/345852543010/html/index.html 

Segato, Rita Laura. (2016). La guerra contra las mujeres, Madrid, Traficantes de sueños.


* La autora es doctora en Ciencias políticas y sociales. Activista, feminista y obradorista.