BAJO LA MISMA BANDERA

El 18 de marzo de 2023, sobre el féretro de Carlos Payán (1929-2023), fallecido un día antes (fecha infausta pues también murió José Luis Alonso Vargas, Chelís, viejo guerrillero y comunista) en la Ciudad de México, se colocó la bandera del Partido Comunista Mexicano (PCM) luciendo en el centro la hoz y el martillo. Fue exactamente el mismo pendón que cubrió el ataúd de Arnoldo Martínez Verdugo, último secretario general del PCM, en mayo de 2013. Ese mismo día, ante la celebración multitudinaria y popular encabezada por el presidente Andrés Manuel López Obrador, se guardó un minuto de silencio en honor a Payán.

 A Payán y a Martínez Verdugo los unió el profundo vínculo con figuras que a lo largo de la segunda mitad del siglo XX acompañaron la lucha política por la ampliación de los derechos y libertades; a ello responde el cobijo de la bandera roja comunista en su último adiós. Payán ingresó al PCM en una época muy cruenta para la izquierda, pues se vivía un contrastante ambiente de movilización popular y obrera con una alta dosis de autoritarismo y represión. El propio Payán recordó que su acercamiento al comunismo se dio en el convulso 1958, año que sintetizó las aspiraciones proletarias por deshacerse de la carga burocrática del “charrismo”. Con los ferrocarrileros a la cabeza, aquel fue un periodo marcado por la presencia en las calles de maestros, telegrafistas, médicos, telefonistas y petroleros. El inicio del gobierno de Adolfo López Mateos en 1959, acalló, por la fuerza, las aspiraciones obreras por la independencia sindical y la libertad democrática.

Reprimida y derrotada parcialmente la insubordinación proletaria, el teatro de operación de la lucha de los subalternos se intensificó en el agreste y abigarrado mundo rural mexicano. Carlos Payán y el PCM fueron testigos de la forma en la que el Leviatán tricolor dirigió sus energías para contener, desorganizar y frenar el creciente descontento campesino, mismo que venía acumulándose desde al menos una década atrás. Payán escribió sobre un caso que le tocó vivir de cerca, el de Enedino Montiel, dirigente campesino michoacano asesinado. Del terror en el campo, el mismo que se llevó a Rubén Jaramillo y Epifanía Zúñiga, dejó constancia Payán en las páginas de La Voz de México, la prensa comunista de aquellos años: 

De la tierra, Enedino, de la tierra.
Igual que los otros que volvieron
A la tierra
¡Tan por ella!
¡Tan sin ella!
Igual que tú, Enedino, los otros, el otro
el que soñaba como tú en la libertad
y en la tierra,
el que tenía la mirada tajante
como un cuchillo,
el que mataron con tanta traición
Como pudieron.

Aquel periodo se caracterizó por una militancia con un fuerte componente clandestino. La libertad de ejercer los derechos ciudadanos básicos era imposible. El PCM se encontraba en una ilegalidad no declarada, pero efectiva, en la medida en que el gobierno sostenía un anticomunismo abierto. No debe olvidarse que sobre los integrantes de esta organización pesaba una amenaza constante de encarcelamiento y, en casos extremos, de perder la vida misma. Por otro lado, la lucha campesina era un terreno que el partido conocía bien, pues desde la década de 1920 había forjado un fuerte arraigo en ese espacio social. La violencia y el control que se impuso sobre los sujetos agrarios fue aún más férreo; que fuera en el campo en donde se lanzaran las impugnaciones al orden autoritario y corporativo tenía gran relevancia en la construcción de la democracia. La idea de que los campesinos construyeran un instrumento organizativo que permitiera obtener mejores condiciones de vida era imposible de ser procesada para el régimen autoritario, incapaz de soportar la independencia de los sujetos sociales. Por ello, la construcción de alternativas organizativas era un signo del vigor democrático del pueblo mexicano. 

Así, la democracia no es exclusividad ni de los centros urbanos, ni de las clases medias y menos aún de las élites de “expertos” que, antes como ahora, buscan privatizarla. La interpretación de que fue hasta 1968 cuando la democracia se hizo presente como demanda social, de la mano de las clases medias, es una de las herencias más arraigadas de la “transitología”, misma que precisa cuestionarse por su parcialidad.  En el campo mexicano de la década de 1960 se jugaron los principales elementos de un régimen democrático, pues la demanda de la tierra, todavía no resuelta, seguía movilizando a amplios sectores sociales. El PCM, en alianza con variopintos sujetos agrarios, hizo parte de esta batalla por dotar a la democracia de un contenido profundamente plebeyo.

Así, la militancia comunista de personajes como Payán o Martínez Verdugo en este periodo no es un dato menor. Se trató de una generación de hombres y mujeres que modificaron radicalmente la manera de hacer política en el seno de las izquierdas. Conscientes de la necesidad de romper los sectarismos, de abrirse a los aires de cambio que vivía la sociedad y de escuchar a los múltiples actores emergentes, ambos militantes emprendieron iniciativas de amplio calado. Martínez Verdugo llevó a puerto la apertura del PCM a nuevas corrientes, en cuyo centro se encontró el desarrollo de una perspectiva democrática y socialista. No está de más recordar el caso específico de la militancia de Payán, pues él era un funcionario público durante el régimen autoritario. La célula a la que pertenecía era atendida directamente por Martínez Verdugo, pues se trataba de un organismo doblemente oculto entre la estructura partidaria.

 Más allá de ese dato, es preciso decir que Payán abrazó con su militancia la solidaridad con los pueblos latinoamericanos en la búsqueda por derribar a las añejas oligarquías. Su vínculo con la lucha de las sociedades centroamericanas se extendió durante varias décadas y fue un decidido promotor de que en México se conociera tanto la barbarie como la energía revolucionaria. Lo mismo sucedió con los exilios cono-sureños, pues algunos de sus integrantes fueron incorporados como plumas destacadas en la prensa que este dirigió. 

Fue su involucramiento en la gestión de un periodismo amplio, plural y abierto a la sociedad lo que dejó una huella imborrable, ya fuera por los mejores años del unomásuno, ya en 1984 con el lanzamiento de La Jornada. Hacia finales de la década de 1980, transformada la izquierda en el Partido Mexicano Socialista, los talleres de La Jornada sirvieron solidariamente para la impresión de La Unidad, el órgano de aquella efímera organización.

Payán y Martínez Verdugo, comunistas ejemplares, vivieron los años de plomo del autoritarismo. Sin embargo, ante el ambiente represivo su convencimiento democrático no amainó, sino que se incrementó. Los dos, en su área, plantearon alternativas que respondían a las necesidades de una sociedad que reclamaba cambios de perspectivas. No había individualismo en sus actos. La herencia que nos legaron es resultado de una militancia colectiva, la de los comunistas, que no aferró a símbolos o membretes, sino que interiorizó radicalmente que el comunismo era el movimiento real de la sociedad. 

La importancia cultural de este trayecto de lucha del pueblo mexicano fue valorada tanto por Martínez Verdugo como por Payán, con la justeza que merecía. El primero se propuso la construcción del Centro de Estudios del Movimiento Obrero y Socialista (CEMOS) y de Memoria. El segundo contribuyó en aquellos años como editor del facsimilar de Combate, el periódico que dirigió Narciso Bassols García y que representó la más significativa disidencia a la “Unidad a toda costa”, en 1941. Martínez Verdugo y Payán siguieron encontrándose en el CEMOS y en el consejo editorial de Memoria. Durante un buen tiempo la realización de Memoria fue posible gracias al aporte monetario de Payán, pues con sus recursos, contribuyó a que la revista fuera una realidad. De igual manera, su capacidad de interlocución con algunos autores permitió que la revista se distribuyera a nivel nacional. En 1997 escribió Payán sobre este trayecto: “Estoy hablando también de un largo tejido que va de la militancia a la amistad. Hay atrás de todo esto una historia de vidas en donde siempre el encuentro con Arnoldo Martínez Verdugo ha sido alentador y ejemplar”. Este texto celebraba los 100 primeros números de Memoria. Por su parte, el CEMOS se vio favorecido por Payán cuando este tomó su dirección en el año 2002. El aporte del periodista a la construcción de la memoria del pueblo mexicano en sus luchas está aún por calibrarse en toda su complejidad.

Atesoramos dos imágenes de este 18 de marzo. Por un lado, un zócalo abarrotado, desbordado por una multitud que conscientemente afirma la vigencia de la aspiración de cambio democrático que lo impulsa; la segunda, la bandera roja en féretro de Payán la junto con un ejemplar de La Jornada, su periódico y su poesía; un colectivo multitudinario que homenajeó al comunista que impulsó un periodismo de grandes miras. 

Este número de Memoria, fue preparado poco antes de la pérdida de Payán y tiene como foco principal la potente movilización de las mujeres, con sus debates y combates. El legado del periodista fue el de crear publicaciones que dieran voz a las luchas de los pueblos, de las mujeres, de las y los trabajadores del campo y de la ciudad, de los indígenas y de las colectividades. Memoria aspira a continuar con ese legado.