DON PABLO, EL MEJOR ALUMNO DE LA UNIVERSIDAD

Conocí a Don Pablo cuando ya había sido rector, director de la Escuela Nacional de Ciencias Políticas y Sociales, director del Instituto de Investigaciones Sociales, creador de los Colegios de Ciencias y Humanidades y del Sistema de Universidad Abierta todo en la Universidad Nacional Autónoma de México. Hacía ya tiempo que había publicado La Democracia en MéxicoSociología de la explotaciónMéxico Hoy, entre otras obras que marcaron a generaciones y que fueron fuentes de inspiración para la creación de instituciones políticas en nuestro país. Para entonces ya había sido alumno de Fernand Braudel, Alfonso Reyes, José Gaos, Silvio Zavala. Era toda una institución en el área de ciencias sociales en México y en el mundo. 

Esa mañana llegué a una entrevista de trabajo, iba muy nerviosa, no lo conocía y deseaba obtener el trabajo. Conchita, su famosa secretaria, me hizo pasar a una oficina muy acogedora en el cuarto piso de la Torre II de Humanidades, todo era color madera y después de ojear mi curriculum comenzó a contarme su historia.

“Mi padre” –me dijo– “fue un filólogo y lingüista mexicano que murió cuando yo tenía tan sólo 14 años. A mi hermano Hernrique y a mí nos dio a elegir de pequeños la opción de estudiar hebreo o latín. Yo elegí latín, mi hermano hebreo.” Lo escuchaba con mucha atención sin saber qué debía decir. Ahora supongo que con sus relatos intentaba que me relajara para así poder conversar. 

Continuó contándome: “yo me llamo Pablo González-Casanova del Valle, mi padre decidió convertir nuestro apellido en uno compuesto para evitar que me confundieran con el autor intelectual del asesino de Zapata: Pablo González Garza.” Este hecho ligó su nombre al de Zapata y transformó el de toda la familia, pero otro acontecimiento marcó la historia de sus descendientes, que –a mi parecer– estampó su personalidad aún antes de nacer y fue ligando su historia a los diferentes zapatistas. 

Me contó: “años antes de que llegara a este mundo durante la Revolución, mi padre quedó a cargo de una hacienda en el Valle de Lerma, cerca de Toluca. Como era frecuentemente en la época vinieron a avisar que se acercaba una columna zapatista. Consecuentemente, mi padre ordenó que se cerrará la hacienda y se tomaran las precauciones y medidas pertinentes. Mientras sucedía este ajetreo llegó el tío Juan, el responsable de la hacienda, y al averiguar lo que pasaba revirtió las órdenes y reprimió a mi padre, dándole una lección para toda la vida ya que ordenó: ‘¡Abran todas las puertas, maten 30 borregos y vamos a hacer una fiesta para recibir a los zapatistas!

Mi tío Juan cambió la historia familiar, pudimos, como muchos otros, haber sido arrasados por los zapatistas mas de repente todo se transformó, el miedo se convirtió en fiesta. Al darles la bienvenida sobrevivieron.  Con ello aprendimos a ser empáticos y a utilizar la perspectiva en momentos críticos al convertir la tragedia en fiesta. Este hecho marcó mi vida, y permitió que unos años más tarde en 1922 yo naciera en la Ciudad de Toluca.” Con el tiempo fui descubriendo cómo esta historia contribuyó a definir sus preocupaciones intelectuales y políticas, así como su actitud frente a la vida.

Yo lo escuchaba con toda atención preguntándome qué comentario inteligente podría pronunciar en ese momento. Estoy segura que me veía a los ojos y que con su sonrisa pícara salió a rescatarme y preguntó:  “¿a usted que le atrajo del zapatismo?” Para entonces ya había salido a la luz mi libro La Guerra de Año Nuevosobre los 10 primeros días del levantamiento zapatista. 

Me enderecé en la silla, respiré profundo y le respondí que el movimiento zapatista de 1994 había despertado en mí la promesa de crear un mundo de inclusión, que la frase de “NUNCA MÁS UN MÉXICO SIN NOSOTROS” representaba para mí la propuesta de una opción moderna que reclamaba la participación de los diferentes grupos, sectores, pueblos, de todos en las decisiones concernientes al futuro del país. Volvió a esbozar una sonrisa y me dijo: “sobre eso conversaremos después.” Comenzó a explicarme el proyecto académico que estaba por iniciar y al que quería que me incorporara.

Me dijo: “estoy empezando un proyecto muy grande, pienso hacer una Enciclopedia de Conceptos en Ciencias y Humanidades, la cual tiene como propósito incorporar el impacto de la nueva Revolución Científica en el trabajo intelectual, de las humanidades, las ciencias, las técnicas y las artes. Esta revolución nos obliga a replantear y romper las fronteras tradicionales en la definición de los conceptos, precisará que transformemos el sistema educativo, de investigación científica y humanística. Será de suma importancia, incluir el arte y la política. Debemos acercarnos con curiosidad a las nuevas ciencias e incorporar las ciencias de la complejidad junto con el quehacer tecnocientífico a nuestras propias disciplinas y sus tradicionales conceptos. Créame, siempre me habló de usted, transformarán todo: el arte, la manera de hacer política y de vivir el mundo”.

Presumiría si les dijera que entendí lo que me estaba planteando, pero el brillo de sus ojos y su entusiasmo me contagiaron. La propuesta hacía eco en mis oídos y representaba una andanza que no iba a dejar pasar. Así empezó mi aventura interdisciplinaria. Como bien me dijo Don Pablo transformó mi manera de entender el mundo y de vivir.

Emocionado me explicaba la importancia de generar nuevos vínculos entre las ciencias y las humanidades. “Es imperativo” –me decía– “establecer nuevas relaciones entre las ciencias y las humanidades, dos áreas cuyos encuentros facilitarán la capacidad intelectual y moral de comprender y cambiar el mundo. Se abrirán nuevos caminos para una mayor comprensiónde los conocimientos fundamentales sobre la transformación de la sociedad contemporánea actual y virtual.” Su emoción era contagiosa.        

Mientras lo escuchaba me preguntaba cómo lo lograríamos, ¿por dónde empezaríamos? Don Pablo lo tenía pensado y poco a poco fue explicándome cómo podríamos iniciar la construcción de puentes entre especialistas de distintas disciplinas científicas, sociales y filosóficas para integrar y analizar los conceptos en una nueva reestructuración.  Me decía: “vamos a trabajar en diferentes pistas al mismo tiempo. Se integrará un grupo de varias mujeres que usted coordinará, cada una especialista en otra área: ciencias sociales,ciencias de la vida, ciencias de la materia y educación, ustedes serán el puente con los diferentes especialistas. 

A la par comenzaremos a organizar grupos de investigación con un especialista de alto nivel quien coordinará el área: Luis de la Peña, Hugo Aréchiga, Rolando García y yo, me decía, con los cuales ustedes trabajan directamente. Con ellos lograremos integrar grupos interdisciplinarios con participantes nacionales e internacionales, cada quién conoce a los expertos en su área me decía. Organizaremos seminarios, encuentros entre especialistas, ciclos de conferencias, diálogos interdisciplinarios aquí, en el Centro de Investigaciones en Ciencias y Humanidades de la UNAM”.

Me incorporé a laborar en el Centro y me encontré con investigadores de formaciones disímiles. Me sorprendió lo que era trabajar primero con pequeños grupos de pares de diferentes disciplinas. Nuestros lenguajes eran distintos, la manera de estructurar el trabajo, nuestras habilidades y la manera de resolver los problemas, todo era diferente. Resultaba imperativo aprender a escucharnos. El hecho de que fuéramos coetáneas nos permitió ayudarnos a complementar los saberes de lo que las otras carecíamos. Descubrir que había áreas del conocimiento a las cuales no me había vuelto a acercar desde la época en que fuimos estudiantes de bachillerato. Este hecho hacía difícil acercarse a los expertos. La idea de crear un grupo así, fue desde mi perspectiva, una iniciativa brillante. Resultaba mucho más fácil que María de la Paz Ramos Lara me explicara cuestiones de Física, por sólo dar un ejemplo, que seguramente aprendí en la preparatoria pero que más de 15 años después ya había olvidado. Elke Köppen, especialista en bibliotecología, nos mantenía a todas informadas de las últimas publicaciones en el área de cada una y en las temáticas de interdisciplina que nos permitiría construir los puentes entre las diferentes disciplinas.  Hicimos un buen trabajo entre nosotras para llenar las lagunas de conocimientos con las que cada una se incorporaba a esta nueva tarea.  

Nosotras debíamos, promover la creación de grupos y redes de especialistas que en coloquios y seminarios reflexionaron acerca de la historia de las disciplinas (ciencias de la vida, ciencias de la materia, ingenierías y tecnologías, ciencias sociales y ciencias del comportamiento, por sólo mencionar algunas) y sobre las principales temáticas y conceptos de las mismas, tales como energía, cosmovisión, democracia y homeostasis, entre otros. Nosotras teníamos la obligación de asistir a todos los seminarios y en más de una ocasión nos preguntamos sobre la utilidad a corto, mediano y largo plazo de esta tarea. Esta experiencia, en retrospectiva, tal vez pueda resultar un tanto cómica, pero en su momento me producía una gran ansiedad tener que asistir a una gran cantidad de conferencias sobre temas tan disímbolos, no todos de mi interés y en lenguajes muy lejanos y de difícil comprensión. Algunos seminarios resultaron muy emocionantes para algunas de nosotras, mientras que para otras resultaban prácticamente incomprensibles. El temor a preguntar lo que podría ser obvio para el experto, hizo posible que en el grupo estableciéramos un diálogo que nos permitió formular nuestras dudas sobre todo aquello que no nos atrevíamos a preguntar en público, ya que desgraciadamente el miedo a preguntar está muy arraigado en nuestra cultura. Este espacio se convirtió en un lugar privilegiado que nos permitió poco a poco construir los puentes que cada una requería para comprender los diferentes lenguajes, métodos, así como las distintas lógicas que permean el trabajo de investigación científica y humanística. 

Durante estos seminarios logré vencer mis miedos a las llamadas ciencias duras y aprendí ano bloquearme automáticamente ante las fórmulas. De la mano de los matemáticos fui perdiéndole paulatinamente el temor a las fórmulas y en especial a la x, letra que más bien relacionaba con un tache y, por lo tanto, con estar reprobada. Asimismo, a través de metáforas, los especialistas en ciencias de la vida me transmitieron una gran pasión por los fenómenos biológicos. Sin darme cuenta logré vencer la fobia a esta área del conocimiento que desarrollé en mis años de estudiante cuando la profesora en turno insistía en enseñarnos las virtudes de la reproducción asexual, cuando a mis 16 años mi cuerpo y mi psique demandaba información sobre la otra reproducción que ella había decidido simplemente postergar para un tiempo indefinido. La historia había transformado la biología, al incorporar conceptos tales como evolución y herencia por sólo mencionar algunos. Con los físicos descubrí las maravillas de la mecánica cuántica, los sistemas complejos, de la teoría del caos y de la complejidad. 

A través de estos seminarios se logró establecer un valioso intercambio de opiniones e inquietudes respecto a los temas impartidos por expertos y por especialistas. En algunos casos, no sólo hubo que enfrentar la barrera del lenguaje críptico de las diferentes disciplinas científicas, sino también de las distintas formas de conceptualizar los fenómenos sociales y de la naturaleza.

El proyecto trazó sus objetivos en torno a que las investigaciones interdisciplinarias en las diferentes áreas de las ciencias y de las humanidades y enfatizaba la necesidad de que éstos debían incidir en las necesidades nacionales, debían además contribuir a la formación de investigadores con capacidad para dirigir investigaciones colectivas, cuyos resultados se difundirían. De esta manera se comenzó a gestar la formación de grupos de investigación interdisciplinaria nacionales e internacionales. Para preparar el terreno se organizaron seminarios, encuentros entre especialistas, ciclos de conferencias, diálogos interdisciplinarios y publicaciones. 

Comenzamos a trabajar en mesas redondas, seminarios y ciclos de conferencias sobre la reestructuración de conceptos en ciencias y humanidades. Ahí tuve la oportunidad de conocer a José Antonio Pascual, coautor del famoso Diccionario etimológico del castellano«Corominas«, a Manuel Peimbert, el científico que determinó la composición química de nebulosas gaseosas ionizadas y de nebulosas planetarias en nuestra galaxia, Hugo Aréchiga, nos explicó cómo el concepto de homeostasis constituyó una piedra angular de la fisiología del siglo XX. Germinal Cocho nos deleitó con una conferencia sobre ¿Qué es la vida? Desde una mirada de la termodinámica y los sistemas complejos. Exequiel Ezcurra, un ecólogo experto y a la vanguardia en desarrollo tecnológico sustentable, nos explicó la importancia de la conservación de plantas del desierto, los manglares y los ecosistemas de aguas profundas. 

El siguiente año asistieron personajes como Robin Blackburn, editor de la New Left Review,  Tian Yu Cao, experto en filosofía de la ciencia, autor de La posmodernidad en la ciencia y ahora en el análisis del modelo chino de desarrollo, Rolando García, autor junto a Jean Piaget de la epistemología genética y quien en los últimos años se abocó a la investigación interdisciplinaria aplicada a sistemas complejos. Manuel de Landa, escritor, artista y filósofo mexicano, autor de teorías de autoorganización y vida e inteligencia artificial, Simon Head, editor de New York Review of Books,  Alain Joxe, investigador del Centro Interdisciplinario de Investigación para la Paz y Estudios Estratégicos en Francia, por sólo incluir algunos. 

Su poder de convocatoria traspasaba las fronteras institucionales y las nacionales. Ahora que les cuento vuelve a sorprenderme los personajes en todas las áreas que tuvimos oportunidad de escuchar. Las actividades eran intensas, vivíamos una experiencia única. Al centro llegaba lo mejor de la Universidad, de México y del mundo en las diversas disciplinas. 

La idea de don Pablo se materializaba, empezábamos a construir redes de conocimiento que discutían la filosofía que sustentaba sus investigaciones, las reflexiones teóricas y epistemológicas de sus proyectos y sus resultados. Quizá la mejor manera de compartirles el lujo que representaba tener estas personalidades en nuestros seminarios fue cuando asistió Pablo Rudomin, científico mexicano, especializado en neurofisiología galardonado con el Premio Príncipe de Asturias. El poder de convocatoria de don Pablo era impresionante, teníamos frente a nosotros a los mejores expertos en su tema escuchándose los unos a los otros. Mientras, Pablo Rudomin nos explicaba cómo a través del experimento del gato de Schrödinger  estudiaba los cambios en la conectividad de las neuronas de la médula espinal,  Margit Frenk,  una de las filólogas e hispanistas más brillantes nos compartía sus análisis y reflexiones sobre el concepto de leer, un viaje al pasado  sobre la historia de la lectura y sus implicaciones; al recrear la antigua práctica de leer en voz alta y como con la invención de la imprenta,  la práctica de leer en silencio se va popularizando. El autor del Quijote lee en silencio, preferencia que compartía con su célebre personaje. Su reflexión nos aportó valiosos elementos a la discusión sobre la historia de la lectura. Su análisis despertaba un renovado interés en un momento en que nuestra propia cultura de la palabra escrita se desplaza hacia una cultura de la imagen. Con estos ejemplos sólo quiero ilustrar algunos de las experiencias a las que teníamos acceso. Fue un gran privilegio. 

Cómo olvidar el día en que me convocó a su oficina para mostrarme una carta que le había sido enviada por una institución dedicada a otorgar financiamiento para la investigación, en la que el funcionario le dirigía la carta que incluía citas en latín con faltas de ortografía. Como ustedes comprenderán yo era incapaz de percatarme del error, pero Don Pablo lo había estudiado desde niño. Sus ojos delataban su enfado mientras me decía: esto es una barbaridad, si van a escribir en latín al menos que usen un diccionario. Segundos después se rió con esa risa tan característica y me dijo: “vamos a darle una lección.” Ese día aprendí a redactar una carta elegante y fina en la que le otorgaba al funcionario una muestra de rigor y prudencia con citas en un latín refinado que él tuvo a bien traducir para mí. Al tiempo también descubrí al hombre que se divertía con la travesura. 

A partir de estas reuniones fui conociendo a muchos de los amigos de don Pablo, quienes refrendaron su amistad de largos años. Fui descubriendo que desde niño se reunía con personajes importantes tanto de la academia como de la política. Los hombres y mujeres con los que convivió provenían de diferentes ideologías, pero tenían algo en común: tanto mexicanos y extranjeros venían de procesos de intolerancia que habían marcado sus vidas. En muchos de estos casos buscaban construir instituciones y reconocían la importancia de la tolerancia. Entre todas estas aparecían personajes que además de contar con curriculum impresionantes pertenecían al círculo cercano de Don Pablo, amigos de toda la vida como Luis Villoro, Margit Frenk, Víctor Flores Olea, Héctor Díaz Polanco, Juliana González, Consuelo Sánchez e Immanuel Wallerstein, personalidades que frecuentaban su casa y con los que poco a poco descubrí al hombre que valoraba la amistad, las conversaciones inteligentes y que desde su infancia había estimado la presencia de personajes con posturas ideológicas diversas. Educado por Gómez Morin, como su tutor, a la muerte de su padre, influenciado por sus profesores republicanos en el Colegio de México, José Gaos, José Medina Echavarría y personajes que dejaron huella como Silvio Zavala, Pablo Martínez del Río y su muy querido maestro y amigo Alfonso Reyes.

Al mismo tiempo que esta intensa actividad académica sucedía, en el sureste del país los reclamos de democracia e inclusión habían estallado con el levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). Movimiento que convulsionó al país por su “coincidencia” con la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN). El obispo Samuel Ruiz, mediador para la paz en Chiapas, invitó a Don Pablo junto con otras personalidades de relevancia nacional a integrarse a un amplio espacio de mediación. Don Pablo fue figura fundamental en la Comisión de Intermediación (CONAI).  Meses más tarde, y una vez aprobada la Ley para el Diálogo, la Reconciliación y la Paz Digna en Chiapas, con la que se suspendían las órdenes de aprehensión de los dirigentes zapatistas, inician un proceso de negociaciones largo y complicado, como siempre suele suceder. 

A partir de 1995 la comunidad de San Andrés Larráinzar, se convirtió en el escenario de uno de los ejercicios más democráticos en la historia reciente de México. Gobierno y EZLNintentaron construir, entre estires y aflojes, las propuestas que luego tendrían que verse convertidas en acuerdos para firmar la paz. Para ello, tanto los delegados gubernamentales como los zapatistas, con la supervisión de agentes de la Comisión de Concordia y Pacificación, (COCOPA), una comisión legislativa bicameral conformada por la Cámara de Diputados y de Senadores de México, encargada de ayudar en el proceso de diálogo con los zapatistas y la Comisión Nacional de Intermediación (CONAI), encabezada por el obispo Samuel Ruiz e integrada por personalidades chiapanecas y nacionales, como Pablo González Casanova, provenientes de la sociedad civil con una solvencia intelectual y ética que ni los críticos más acérrimos podían negar. Cada uno se hizo acompañar de asesores expertos para cada uno de los temas.  En ese contexto me encontré en un escenario diferente con don Pablo, él como presidente de las mesas de negociación y yo como asesora de los zapatistas. 

Este encuentro me permitió verlo y conocer otra de sus facetas. Pude presenciar cómoaplicaba sus mejores talentos en construir puentes y utilizar sus conocimientos académicos para orientar las negociaciones. “La auténtica democracia respeta la autonomía de las comunidades,” subrayaba don Pablo. Las negociaciones se agotaban, todos los días aparecían muertos, y en ocasiones las negociaciones parecían eternas. Las mujeres zapatistas, cansadas y hartas de discursos eternos nos pedían ayuda para pronunciar sus propuestas en español. Recuerdo como si fuera hoy cuando los zapatistas apelaban a los usos y costumbres para argumentar su postura cuando Don Pablo intervino de manera enérgica para especificar que no todos los usos y costumbres debían ser reivindicados. En consecuencia, inició una cátedra de las virtudes de muchas de las costumbres indígenas, así como enfatizó la gravedad de otras, en especial el trato a las mujeres. El silencio se hizo sentir en el recinto y el ánimo en la discusión se transformó. Su presencia se hacía sentir y se distinguió por su entrega en la realización de las complejas tareas de mediación.

El Gobierno Federal asumió algunos compromisos que apuntaban hacia modificaciones constitucionales en materia de derechos indígenas y  que significaría, entre otros aspectos, el reconociendo constitucional a las comunidades y pueblos indígenas como entidades de derecho público, brindando así la posibilidad de que por primera vez en la historia del llamado México Independiente los pueblos indígenas pudieran elegir libre y democráticamente a sus representantes, como lo venían haciendo otros sectores de la población, así como el reconocimiento del derecho indígena. Viéndolo en retrospectiva nada que no fuese legítimo para otros, nada de otro mundo.  

Sin embargo, el Gobierno Federal a pesar de que asumió los compromisos retrasó tanto como pudo la firma de los acuerdos, argumentando por el mismo presidente Ernesto Zedillo, quien a inicios de diciembre de 1996 pidió tiempo para consultar la propuesta con los abogados y juristas. En su lugar, presentó una propuesta ajena a lo pactado alegando que los términos del acuerdo «ponían en peligro la unidad del país.»

Como era de esperarse los zapatistas rechazaron la propuesta del presidente, así como reabrir la negociación. El diálogo se estancó y la solución a las demandas se pospuso de forma indefinida.

Esta experiencia me permitió valorar aún más a don Pablo. La búsqueda de la congruencia entre lo que pensaba y cómo actuaba resultaba notable. Un hombre que aprendía de los expertos en todas las disciplinas e intentaba aplicarlo a sus propios trabajos académicos como a la política. Un hombre que, como él mismo decía, nunca ha dejado de estudiar.

Continuamos trabajando en la Universidad y cada uno desde su trinchera en el trabajo político, cuando en 1999 estalló la huelga en la UNAM. El Consejo General de Huelga (CGH) tomó las instalaciones de la universidad en protesta por el aumento de las cuotas de inscripción. La huelga duró casi un año hasta febrero del año siguiente con la violación de la autonomía universitaria por la Policía Federal Preventiva y el encarcelamiento de cientos de estudiantes. Esta vez yo me encontraba en Morelia impartiendo un curso cuando bajé a desayunar y a ocho columnas del periódico me enteré de la renuncia de don Pablo al Centro de Investigación en Ciencias y Humanidades donde trabajábamos. Una vez más la lección de congruencia se hacía presente de manera contundente al manifestarse en contra del uso de la violencia. Don Pablo declaraba: “Nunca, no hay ningún caso en que se hayan resuelto los problemas universitarios y de la educación superior en esa forma, y lejos de solucionarse tienden a convertirse en conflictos nacionales mucho más graves.” Su congruencia se hacía manifiesta ya que en los años 70 cuando fue rector de la misma también renunció, al defender la autonomía universitaria expresando su enérgico desacuerdo ante las intromisiones externas a las universidades. Años más tarde, declaró que el conflicto sindical habría tenido solución, no así, el “falso y brutal problema de los invasores […] calculado que no tuvo otra alternativa que la violencia o mi renuncia”. 

La vocación democrática de don Pablo fue siempre ejemplar, su respeto a las diversas manifestaciones del pensamiento le permitieron siempre ser su mejor alumno. Don Pablo reconocía la multiplicidad de posiciones ideológicas y reclamaba, especialmente a la autoridad, el respeto a las distintas voces en la institución.

Buen viaje, mi estimado don Pablo.