La aparición de la COVID-19 en la provincia china de Wu Han y su elevación al rango de amenaza mundial puede considerarse como un fenómeno pocas veces visto en la historia mundial. Es probable que sólo tenga parangón con la peste negra y la fiebre española, que provocaron cambios civilizatorios y geopolíticos considerables, amén de un número histórico de muertes. Aunque todavía no estamos en posibilidades de medir de forma definitiva los efectos de la pandemia sobre la vida de millones de personas alrededor del mundo, es un hecho que constituyó un auténtico parteaguas y un elemento que modificó hábitos culturales y de higiene, tendencias económicas, aspectos sustanciales de la administración pública y ámbitos destacados de las relaciones internacionales, entre otros muchos aspectos.
Si bien, no comulgamos con la idea de que el coronavirus generó una dinámica tendiente a la superación del capitalismo –al supuestamente desatar sinergias colaborativas y agudizar las contradicciones de la economía mundial, como lo piensa Slavoj Žižek– existe evidencia de que propició fenómenos que nos permiten hablar de un punto de inflexión en la trayectoria histórica de este modo de producción. El grave impacto sobre las sociedades europea y norteamericana, en comparación con el experimentado por China y el resto de Asia, seguramente empujaron más decididamente el proceso, que ya se venía experimentado, de traspaso de la hegemonía mundial.
Esto porque, de acuerdo con las cifras de la Organización Mundial de la Salud, Estados Unidos y Europa fueron las regiones más afectadas por el virus: concentraron dos terceras partes de los 250 millones de contagiados alrededor del mundo y casi 4 de cada cinco muertes (3.8 de un total de 5 millones), mientras Asia Sudoriental sólo tuvo 44 millones de contagiados y 700 mil fallecimientos. Igualmente, dada la naturaleza del virus, que se reproduce y disemina a través del contacto social, la preponderancia de una economía basada en interacciones virtuales ganó terreno. No por nada los grandes beneficiados fueron las empresas que tienen su nicho de mercado en este tipo de comportamientos (ventas por internet, entretenimiento, aplicaciones de reparto, etc.)
Un tercer cambio especialmente relevante es el abandono parcial de la fe absoluta en el libre mercado y el resurgimiento del Estado como garante económico de última instancia. Los billonarios paquetes de ayuda a empresas y ciudadanos, la imperativa necesidad de tener fuertes sistemas públicos de salud, los menores costos en vidas que se experimentaron en sociedades con Estados fuertes, etc. son elementos surgidos de la pandemia que propinaron golpes considerables a la ideología librecambista dominante desde mediados de los años setenta.
La emergencia sanitaria mostró que el mercado puede ser eficiente en la solución de problemas económicos triviales, pero no en los verdaderamente importantes ni en las situaciones excepcionales. Sin un eje coordinador, dejadas al libre arbitrio de las fuerza del mercado, las sociedades son mucho menos eficaces para enfrentar los retos asociados con situaciones del tipo de la pandemia (como la vacunación universal o el confinamiento obligado de sus ciudadanos).
Sin embargo, el propio Estado como agente económico enfrentó una serie de desafíos durante esta coyuntura. Sobre todo, debió responsabilizarse de los efectos laborales y sociales producidos por la abrupta y profunda caída de la actividad económica. Fue prioritario auxiliar a los desocupados mediante programas emergentes de empleo o ayudas monetarias directas, así como tomar las medidas de política monetaria necesarias para alentar una rápida recuperación del producto. Y esto en medio de una importante caída de los ingresos públicos, el incremento descomunal de los gastos y la paralización de una buena parte de la maquinaria estatal.
Otra consecuencia mayor de la pandemia fue el desplome de la producción a nivel mundial: sufrimos la cuarta peor caída del producto mundial desde que se tiene registro (1876) y la más extensa por el número de países involucrados. Los sectores más afectados fueron aquellos en no se puede suplir el trato cara a cara tan fácilmente o no se puede dispensar la presencia de los trabajadores directos, especialmente el turismo, el transporte de pasajeros, el comercio al menudeo y la industria. Además, la llamada “fábrica mundial” sufrió afectaciones severas en sus cadenas de suministro diseminadas a lo largo y ancho del mundo.
También el consumo sufrió un espectacular tropiezo. En particular, el confinamiento desplomó el consumo de combustible a un grado tal que los precios alcanzaron un nivel negativo, un fenómeno pocas veces visto a nivel mundial. Esto le dio un respiro momentáneo al planeta y alentó las esperanzas de los ecologistas y los “decrecentistas”, pero, al mismo tiempo, implicó una disminución de los ingresos de los países productores de petróleo y una crisis de sus activos en los mercados financieros que, afortunadamente, no tuvo los efectos catastróficos que en un primer momento se pronosticaron.
Asimismo, esta crisis de las dos cuchillas de la tijera económica –producción y consumo– provocó una espectacular caída de los niveles de empleo en prácticamente todas las economías nacionales. De la misma forma que en los niveles de producción y consumo, los resultados aquí también fueron diferenciados. El mayor nivel de caída fue en el empleo informal y temporal. Por género, la peor parte se la llevaron las mujeres: el avance logrado en las últimas décadas en lo que respecta a su incorporación al mercado de trabajo sufrió un fuerte retroceso. Millones de mujeres volvieron a su condición de amas de casa y su independencia económica sufrió un severo golpe por la pérdida de los puestos de trabajo o el cierre de millones de pequeños emprendimientos.
Estos comportamientos asimétricos en el mercado de trabajo condujeron a la agudización de la desigualdad social, una más de la consecuencias de la pandemia. La pobreza laboral y la proporción de personas sin acceso a los servicios básicos, a una vivienda digna o a una alimentación adecuada se incrementaron a lo largo y ancho del mundo. El establecimiento de la educación a distancia, que requiere conectividad y dispositivos con ciertos requerimientos básicos, también abonó a la ampliación de los márgenes de exclusión social al incrementar los niveles de deserción y de bajo desempeño en los estratos de menor ingreso.
Así mismo, en el caso de las mujeres en el mercado de trabajo, los indicadores de desigualdad sufrieron una reversión de los logros alcanzados en las décadas más recientes en muchas de las regiones del planeta. El esfuerzo de muchos años fue echado por la borda en tan sólo algunos meses. En ese sentido, la región más afectada fue América Latina donde la pandemia provocó 14 % más pobres para alcanzar una cifra récord de 200 millones de personas en pobreza y 78 millones en extrema pobreza. De acuerdo con diversos organismos internacionales, esto revirtió los avances logrados en décadas recientes pues los indicadores se situaron en el nivel que tenían hace veinte y doce años, respectivamente.
Sin lugar a dudas, el drástico incremento de los niveles de inflación en las diversas economías nacionales es la consecuencia más inmediata y espectacular de la pandemia. Desde hace meses el mundo experimenta un repunte general de los precios debido a las disrupciones en las cadenas de suministros (a lo que se sumó más recientemente el aumento en los precios de las materias primas debido al conflicto de Rusia contra Ucrania). Los precios sufrieron presiones a la alza debido a que, una vez superada la fase crítica de la pandemia, la demanda de bienes y servicios aumentó a un ritmo mayor del que podía hacerlo la oferta, que todavía enfrentaba escasez de suministros. En el caso de la guerra, las presiones más fuertes fueron sobre los precios de los alimentos (cereales sobre todo) y energéticos.
Todo esto ocasionó que la inflación se elevara por encima de los objetivos fijados por los bancos centrales en la gran mayoría de los países y que las autoridades monetarias emprendieran un progresivo aumento de la tasa de interés buscando atajar el proceso inflacionario. Actualmente, de acuerdo con algunos analistas, la inflación comienza a ceder y en algunos países se habría alcanzado el pico, pero continuará elevada por algunos meses más, lo mismo que las tasas de interés. Sin embargo, aunque se esperan menores presiones inflacionarias también es cierto que se pronostica una reducción de las expectativas de crecimiento y una posible recesión mundial reforzada por las medidas anti-inflacionarias tomadas por la mayoría de los países.
Arrastrado por esta dinámica mundial, México también entró en una fase de ascenso de la inflación a partir de enero de 2021 y hasta septiembre de 2022 cuando el INPC se situó en 8.7 %. Esto significa que la tasa de inflación se mantuvo creciendo durante 22 meses consecutivos, por lo menos. En consecuencia, Banxico adoptó una política monetaria restrictiva consistente en el aumento sostenido de la Tasa de Interés de Referencia, que pasó de 4 % en febrero de 2021 a 11.25 % en la actualidad.
Adicionalmente, el Gobierno Federal implementó un estímulo fiscal a la gasolina y el diésel (a través de la reducción del Impuesto Especial Sobre Producción y Servicios, IEPS) durante casi 92 semanas buscando contener el alza de esta mercancía que, como se sabe, es determinante del nivel general de precios. En total, se estima que esta medida significó un subsidio de alrededor de 293,000 millones de pesos.
Igualmente, se estableció el Paquete Contra la Inflación y la Carestía (PACIC), un acuerdo voluntario entre el Gobierno y los empresarios que buscó estabilizar los precios de 24 productos de la canasta básica y aumentar la producción interna de alimentos. Hay que aclarar que, a diferencia de las experiencias del pasado, no se trató de un control de precios ni es una medida de carácter coercitivo. El Paquete también incluyó una tasa cero a la importación de productos básicos e insumos. Los economistas calculan que sin estas medidas, más el subsidio de los combustibles y la estabilización de los precios de la electricidad y el gas LP, la inflación sería de 2 puntos porcentuales más.
¿Cuál es la situación de la inflación en México al día de hoy? Hay evidencia empírica de que comenzó a ceder ligera pero sostenidamente desde septiembre de 2022 hasta situarse actualmente (mayo de 2023) en 5.84 %. Se hilan, así, ocho meses a la baja. Este escenario de mejora se debe primordialmente a la disminución del ritmo de crecimiento de los precios de los componentes de la inflación no subyacente, como los energéticos (sobre todo el gas LP) y las tarifas autorizadas por el gobierno. No obstante, la inflación subyacente continúa aumentando, lo mismo que los precios de los productos agropecuarios.
Como sucede en estos casos, el comportamiento es asimétrico en términos de productos y áreas geográficas. Mientras electricidad, transporte aéreo, chiles serranos, servicios profesionales, paquetes turísticos y nopales, están al alza, cebollas, gas LP, papa, tomate verde, hoteles, naranja, pollo, calabacitas, melón y aguacate tienen precios a la baja. Territorialmente hablando, las entidades federativas donde ha crecido más el INPCson Sonora, Sinaloa, BCS, BC y Chihuahua. Mientras que por ciudades, las que tienen una variación por encima del promedio nacional son: Mexicali, Hermosillo, Esperanza (Sonora), Culiacán, Huatabampo, La Paz, Matamoros, Cd. Juárez Chihuahua y Jiménez (Chih.). Otras como Acuña, SLP, Cortázar (Gto.), Tlaxcala, Campeche, Torreón, Zacatecas, Tuxtla Gutiérrez y Coatzacoalcos, tienen una variación por debajo del promedio nacional. Por clasificación del consumo individual, los productos y servicios que continúan con precios crecientes son: alimentos y bebidas no alcohólicas, tabaco, alcohol, prendas de vestir, muebles, artículos para el hogar, salud, transporte, recreación y cultura, restaurantes y hoteles.
La previsión es que la estabilización de los precios sea lenta y paulatina, de tal forma que regresemos al nivel establecido como objetivo, de 3 %, hasta el tercer trimestre de 2024, sobre todo si las presiones externas no disminuyen. Eso significa que las medidas implementadas por el Banco de México y el Gobierno Federal se mantendrán en los siguientes meses, aunque seguramente irán aflojándose gradualmente. En el caso de la Tasa de Interés de Referencia, la autoridad monetaria ha detenido ya los incrementos con la finalidad de evitar un apretamiento excesivo que afectaría la estabilidad macroeconómica y financiera de México.
Como podemos ver, el Gobierno mexicano enfrentó el reto de la inflación provocada por la pandemia con una política heterodoxa que incluyó la tradicional alza de la tasa de interés al lado de una intervención en el mercado de los energéticos y los productos de la canasta básica. En esa dirección, constituyó una experiencia inédita frente a la ortodoxia monetaria aún vigente, basada exclusivamente en la manipulación de la tasa de interés. Los resultados no fueron espectaculares pero sí muy efectivos: ocurrió un descenso gradual del Índice Nacional de Precios al Consumidor y se espera que éste regrese paulatinamente al nivel objetivo de 3 %. Una vez más, como en el caso de las medidas inmediatas para enfrentar los retos económicos derivados de la pandemia, cuando el gobierno mexicano optó por una política prudente de endeudamiento, parece que se han tomado decisiones sensatas, que han evitado los resultados espectaculares que terminan comprometiendo el futuro de la economía mexicana. No obstante, falta lo principal: propiciar un crecimiento sostenido del producto con la finalidad de revertir los efectos de la pandemia sobre la desigualdad social.