DE LA AUTONOMÍA A LA AUTOINMUNIDAD

El filósofo francés Jacques Derrida observa en su conferencia “La Universidad sin Condición”, que el carácter autónomo que debe tener el ámbito universitario –la facultad para gobernarse de tal suerte que pueda pensarlo todo, sin restricción alguna– puede llevar a confundir autonomía con autoinmunidad, lo que puede dar lugar a una serie de patologías en las que –como en el caso del lupus o la esclerosis múltiple– el cuerpo, para preservarse, se ataca a sí mismo; degrada su integridad. Dice Derrida:

la idea de que ese espacio de tipo académico debe estar simbólicamente protegido por una especie de inmunidad absoluta, como si su adentro fuese inviolable, creo (…) que debemos reafirmarla, declararla, profesarla constantemente, aunque la protección de esa inmunidad académica (en el sentido en que se habla también de una inmunidad biológica, diplomática o parlamentaria)  no sea nunca pura, aunque siempre pueda desarrollar peligrosos procesos de auto-inmunidad.[1]

Así, en México las universidades autónomas (especialmente la UNAM, pero también muchas casas de estudios de los estados, tienden a reaccionar frente a sus inevitables interacciones con el entorno, infectándose y degradándose a sí mismas. El mecanismo para ello consiste, en primer lugar, en describirse y concebirse a sí mismas no como autónomas (es decir, poseedoras de la capacidad para darse a sí mismas la ley) sino como inmunes: impermeables a las descomposiciones y malignidades del mundo.

     II

La reacción de la burocracia universitaria frente a las críticas generales, o puntuales, que se les han hecho en los últimos tiempos, ha consistido en la negación llana, bajo el argumento de que –simplemente– en la UNAM no pasan esas cosas (cualquier cosa) porque es ella misma es la UNAM. Ante los señalamientos de que es profundamente antidemocrático que quince personas designen a los directivos, sustituyendo la voluntad de más de trescientas mil personas, se afirma que, por el contrario, el mecanismo no es autoritario porque es el procedimiento que –a mucha honra– rige en la Universidad –y a mucha honra–, ya que la institución no es como ninguna otra y frente a ella todas las concepciones normales sobre la democracia han de mantenerse en suspenso. 

Cuando recientemente se hicieron fuertes denuncias sobre los gastos personales del rector, el establishmentuniversitario se apresuró a firmar un desplegado cuya cantidad de firmas ocupaba media plana de los periódicos. En ellas rechazaron las campañas y presiones externas contra la autonomía universitaria, pero sin atender un solo aspecto de las denuncias hechas puesto que, desde luego, estamos hablando del rector y como tal el personaje es inmune a las tentaciones mundanas. 

El listado de las autoproclamaciones de inmunidad podría extenderse al infinito. Cuando se dijo que la Universidad otorgó canonjías fuera de proporción y de la ley para la reincorporación de los que fueron Consejeros Electorales del INE, se contestó (cuando algún directivo se dignó a decir algo), que no fue así. Aún después de que el propio rector comentó, campechanamente, que en efecto el periodo máximo establecido por el Estatuto para estar fuera de la Universidad y no perder la plaza era de seis años. Pese a ello, si a Lorenzo Córdova se le recibió después de nueve años, fue porque los cuerpos colegiados así lo decidieron, en vista de que el plazo establecido en el texto legal fue pensado –en su momento– de acuerdo al ritmo sexenal del sistema político del país. Pero nuevas instituciones han surgido recientemente que ya no se ajustan a esos plazos. Lo establecido en el código fue tomado no como un precepto sino como una sugerencia, pero en la Universidad nunca se viola la legalidad, la institución está afortunadamente vacunada contra ello.

III

El pretexto para no democratizar la toma de decisiones en la UNAM es que ello requeriría modificar la ley orgánica, lo que implicaría poner en manos de los diputados, es decir, de los partidos y sus intereses, el futuro de la autonombrada “máxima casa de estudios”. El argumento muestra un peculiar desprecio a la voluntad popular y a las instituciones de la República, otra vez, como si la Universidad hubiese sido inmune al partidismo a pesar de la cauda de rectores priístas que la dirigieron durante cincuenta años. 

Atendiendo sin conceder a la preocupación de muchos, modificar la ley orgánica para que los universitarios puedan deshacerse de la lamentable instancia de la Junta de Gobierno, sería tan sencillo como lograr un consenso de todos los partidos para la promulgación de una nueva ley que tuviera un solo artículo que estableciera: “La Universidad Nacional Autónoma de México es una universidad pública autónoma y tiene el derecho de otorgarse a sí misma la forma de gobierno que ella misma considere conveniente”. No parece difícil obtener un acuerdo por unanimidad de todas las fuerzas y actores políticos en ese sentido, toda vez que todos, cada día, declaran y proclaman su respeto por la autonomía universitaria.

Aún sin modificar la ley orgánica, existen muchas formas para democratizar realmente a la Universidad. Realmente y no como el lamentable simulacro que en estos días puso en juego la Junta de Gobierno que fue a los planteles y dependencias para que todo mundo les rindiera pleitesía a sus miembros, como siempre.

La Junta de Gobierno podría llamar a una consulta o plebiscito, con urnas de votación, con sufragio ponderado universal para todos los miembros de la comunidad universitaria y comprometerse a respetar y avalar formalmente los resultados de la elección. Todo ello sin cambiar una línea de la Ley Orgánica.

Sin cambiar una coma de la norma, el rector podría proponer al Consejo Universitario, como miembros de la Junta, a universitarios seleccionados al azar sobre la lista completa de los profesores e investigadores que posean la máxima categoría académica; sin transformar las reglas básicas, los directivos de Centros, Programas, Seminarios y otra serie de instancias que han surgido en años recientes. y que no están contemplados en la Ley Orgánica, podrían elegirse, por ello mismo, de forma democrática en lugar de ser designados arbitrariamente por el Rector en contubernio con los Coordinadores de Humanidades y de la Investigación Científica.

Muchas otras ampliaciones de la democracia podrían explorarse aún antes de tocar la legislación vigente. Actualmente, sin embargo, los profesores e investigadores, cuando vienen los tiempos de renovación de los cuerpos directivos, suelen ejercer su derecho de pataleo frente a la omnipotencia de la Junta y el rector, y organizan plebiscitos o recuentos  informales para saber las preferencias de sus comunidades. En los últimos diez años, en todos los casos que yo personalmente he podido conocer, o de los que he tenido noticia, la Junta y el rector han decidido, sistemáticamente, en contra de las preferencias expresadas por los académicos en sus consultas informales.

IV

A fuerza de confundir autonomía con inmunidad, la vida universitaria comienza a degradarse y a desarrollar síndromes autoinmunes. La violencia de algunas expresiones estudiantiles contra las instalaciones escolares, fenómeno no registrado en los más fuertes movimientos del pasado, se achaca por lo general a fenómenos externos (manipulación, intervención política, la época del mundo, las nuevas tecnologías de la información, el vaciamiento del sentido de la vida), pero no se analiza mínimamente la posibilidad de que la falta de legitimidad de los dispositivos de gobierno universitario, vaya produciendo el efecto de que cada vez más miembros de la UNAM no consideren esa casa de estudios como suya, como algo que les pertenece, que les es entrañable y merecedor, por tanto, de cuidado.

Desde hace mucho tiempo, el sistema de estímulos al desempeño rompió buena parte de los lazos comunitarios y procreó relaciones personales que giran cada vez más en el disimulo la complicidad; la competitividad descarnada. Un efecto colateral de ello fue que los académicos fueron abandonando progresivamente tareas que no les redituaban ganancias en puntos para el sobresueldo y en esas actividades fueron suplidos por profesores de asignatura que se multiplicaron hasta el grado de procrear la crisis de desigualdad académica que hoy asuela a la Universidad. Los académicos por horas clase, los ayudantes de todo tipo no tienen, desde luego, representación alguna en los cuerpos colegiados y directivos universitarios.

La percepción de inmunidad y autoinmunidad da lugar a fenómenos grotescos. El Consejo Académico de Humanidades otorgó medallas de reconocimiento a quienes fueron sus integrantes en los últimos tres años, como si de un servicio extraordinario se hubiera tratado, cuando es una obligación simple y cotidiana de todos los universitarios participar en los cuerpos colegiados. En el edificio de Posgrado existe una sala en la que cuelgan retratos enormes de quienes han sido coordinadores de ese nivel de estudios, como si de estadistas o monarcas se tratara, cuando los puestos respectivos constituyen simples escalones burocráticos.

La estratificación de la vida universitaria, las clases sociales que dibujan una pirámide en cuya cúspide está la investigación y en el submundo están los bachilleratos; los vínculos de diferentes dependencias y personas con poderes económicos o políticos (empresas, marchantes de arte, mafias del poder judicial, de los organismos autónomos); el nepotismo que reparte entre familias posiciones de poder; las relaciones de los directivos de los campus foráneos con los poderes regionales en los que se insertan; todos esos fenómenos y muchos más, simplemente se niegan, se desconocen, y ante ellos se destinan ingentes recursos en propaganda. Nada de lo anterior tiene lugar porque la Universidad es autónoma, es ni más ni menos que la UNAM,  la Universidad de la Nación y los rankings internacionales así lo demuestran.Las enfermedades autoinmunes constituyen males crónicos, pero hay que atenderlas porque, de no hacerlo, pueden llevar al paciente a la muerte después de una larga agonía.


[1] Jaques Derrida, La universidad sin condición, España, Editorial Trotta, 2002, p.25