MATERIALISMO Y EMPIRIOCRITICISMO

La aparición en lengua española de la obra filosófica capital de Lenin constituye un acontecimiento extraordinario para nuestras letras y para nuestra lucha. No existía hasta hoy, una versión castellana de este libro fundamental que ofreciese garantías de autenticidad. Esta cuya publicación saludamos con verdadera alegría viene a llenar una gran laguna. La obra se presenta, además, impecablemente impresa y elegantemente encuadernada. En nota editorial, se advierte al lector que la traducción se ha hecho sobre la última edición rusa, la de 1946, publicada bajo los cuidados del Instituto Marx-Engels-Lenin, de Moscú.

Las circunstancias históricas en que esta revolucionadora obra de Lenin —modestamente presentada bajo el subtítulo de Notas críticas— se publicó aparecen admirablemente resumidas en la Historia del Partido Comunista (bolchevique) de la U.R.S.S. (págs. 117 y sig. de la edición española) y tienen para nosotros, hoy, un interés muy aleccionador.

La primera edición rusa de Materialismo y empiriocriticismo vio la luz en 1909. La obra fue escrita durante el período contrarrevolucionario que surgió a la derrota de la revolución rusa de 1905. Su objetivo inmediato es salir al paso, en el frente ideológico, a toda una serie de manifestaciones teóricasfilosóficas que, dentro del propio movimiento proletario y sostenidas por un grupo de intelectuales, se plegaban a la ofensiva de la contrarrevolución y entrañaban un peligro serio para la causa revolucionaria. He aquí el marco histórico, tal como certeramente lo resume la Historia del Partido (lugar cit.): “En el campo de la filosofía, se redoblan los intentos de criticar, de revisar el marxismo, y surgían también todo género de corrientes religiosas, envueltas en argumentos pretendidamente científicos… Pese a la abigarrada diversidad de sus tendencias, todos esos señores perseguían un fin común: desviar a las masas de la revolución. El decadentismo y la falta de fe se apoderó también de una parte de los intelectuales del Partido, que aun teniéndose por marxistas, jamás habían mantenido con firmeza en las posiciones del marxismo… Estos intelectuales desplegaban su crítica a la vez contra los fundamentos filosófico-teóricos del marxismo, es decir, contra el materialismo dialéctico, y contra sus fundamentos histórico-científicos, es decir, contra el materialismo histórico. Esta crítica se distinguía de la usual en que no se desarrollaba de un modo franco y honrado, sino velada e hipócritamente, pretextando defender las posiciones fundamentales del marxismo. Nosotros, decían estos críticos, somos esencialmente marxistas, pero queremos mejorar el marxismo, depurarlo de algunas tesis fundamentales. En realidad, eran enemigos del marxismo, pues aspiraban a socavar sus cimientos teóricos, aunque de palabra negasen hipócritamente su hostilidad contra él y siguiesen llamándose, en su doblez, marxistas. El peligro de esa crítica farisaica consistía en que con ella se pretendía engañar a los militantes de filas del Partido y se les podía mover a confusión.“Ante los marxistas se planteaba la tarea indeclinable de dar a esos degenerados una respuesta cumplida en el campo de la teoría del marxismo, de quitarles la careta y desenmascararlos por entero, defendiendo de este modo los fundamentos teóricos del Partido marxista. Fue Lenin quien afrontó y llevó a cabo esta empresa, con su famoso libro Materialismo y empiriocriticismo”.

Como todas las grandes obras de los maestros de la teoría revolucionaria del proletariado, ésta fue, pues, el fruto de la lucha —recuérdese cómo nacieron también el Anti-Dühring de Engels, la  Miseria de la filosofía de Marx, o Quiénes son los “Amigos del Pueblo”, de Lenin, las partes fundamentales de las Cuestiones del leninismo, de Stalin, y tantas obras maestras más— y sigue siendo, hoy, en las nuevas condiciones de la crisis del imperialismo, un arma ideológica de lucha de valor fundamental.

Nacida de la lucha, enderezada contra los enemigos reales y concretos de ella en una situación histórica determinada esta obra se remonta sobre su significación episódica, transitoria, para adquirir una importancia permanente, inmortal. Por encima de la crítica de unas cuantas corrientes reaccionarias temporales y a través de ella el libro de Lenin queda permanentemente en la historia como una obra perenne y universal. Con perfecta justeza lo dice la Historia del Partido: “El libro de Lenin es… una defensa de los fundamentos teóricos del marxismo; una generalización materialista de los descubrimientos más importantes y esenciales de la ciencia en general, y sobre todo, de las ciencias naturales, durante el período histórico que va desde la muerte de Engels hasta la aparición de la obra Materialismo y empiriocriticismo”.

Se equivocaría quien pensara que la obra de Lenin sólo guarda estrecha relación con las doctrinas de Mach, Avenarius y otros, ya casi sólo recordadas hoy por haberlas inmortalizado su crítico genial. No; toda la evolución ulterior de la filosofía durante la etapa del imperialismo está contenida en ella, sin que haya cambiado la esencia, aunque las modalidades puedan cambiar. El existencialismo y otras corrientes reaccionarias de la filosofía de hoy encuentran en esta obra de Lenin, por adelantado, su contestación.

Lenin nos ofrece, al igual que en todas sus obras, un ejemplo magistral de cómo debe aplicarse y enriquecerse creadoramente el marxismo, lo mismo que en su tiempo lo hicieran Marx y Engels, como después de él habrían de hacerlo Stalin y Zhdanov: asimilando por la filosofía materialista todos los nuevos y verdaderos progresos de las ciencias, analizando todos los nuevos descubrimientos para obtener un conocimiento más exacto y más preciso de la estructura de la materia.

Pero, además, y por ello mismo, la obra que comentamos constituye un modelo insuperable de lo que debe ser el alma de toda nuestra teoría, como de toda nuestra acción: el espíritu militante y combativo, la lucha contra lo caduco y contra sus reflejos ideológicos, el partidarismo filosófico, la batalla impecable contra el enemigo, la afirmación intransigente de las únicas posiciones que pueden llevarnos al triunfo sobre él. No es otra, en política como en filosofía, en literatura o en arte, la lucha marxista-leninista por la verdad científica. Todo el cuerpo de la doctrina marxista-leninista es un arsenal de armas contra las posiciones adversas, reaccionarias, y los hombres, las fuerzas, los partidos o las ideologías que las encarnan. Sobre todo —téngase bien en cuenta esto— cuando esas ideologías, embozadas o larvadas, penetran dentro del campo de las fuerzas llamadas a liquidarlas, pues entonces su acción es todavía más peligrosa. 

Bajo el epígrafe del capítulo VI de su obra (páginas 388 ss.) expone Lenin, de manera magistral, este candente punto de “los partidos en filosofía”. Nos hace ver cómo en la gran lucha incesante entre las dos líneas fundamentales, las dos maneras fundamentales distintas de abordar los problemas filosóficos, que son el materialismo y el idealismo, no puede haber ni la hay nunca, aunque a veces se finja, neutralidad. Nos dice cómo debe aplicarse consecuentemente el materialismo a las ciencias sociales “barriendo de un modo implacable, como si fuera inmundicias, los absurdos, los galimatías enfáticos y pretenciosos, las innumerables tentativas de descubrir una nueva línea en filosofía, de inventar una nueva dirección, etc.”. 

Ahí están genialmente previstas y sentenciadas de antemano, como decíamos todas esas nuevas corrientes filosóficas del existencialismo, del historicismo a lo Toynbee, todos esos intentos farisaicos de terceras fuerzas filosóficas que se nos presentan como pretendidas superaciones de la irreductible contradicción entre el idealismo y el materialismo y que, confesado ya implícitamente el fracaso inapelable del primero, tratan de servirlo hipócritamente, sin atreverse a defenderlo de una manera abierta, y de deslizar su contrabando ideológico en la fortaleza inexpugnable del segundo, que es ya en una parte considerable y sin cesar creciente del mundo, invencible realidad. El progreso de las ciencias, los avances de la revolución, la lucha de los pueblos, el triunfo del socialismo en la Unión Soviética, la crisis mortal de la sociedad burguesa en la etapa última del imperialismo: todo esto ha empujado al idealismo objetivo, en nuestro tiempo, a ese vergonzante y derrotista peligro camuflado de la que Lukács llama, con justeza “la ideología del ala extrema de la reacción”.

De Marx y Engels dice Lenin que “eran en filosofía, desde el principio al fin hombres de partido”, que “supieron descubrir las desviaciones con respecto al materialismo y las condescendencias con el idealismo y el fideísmo con todas y cada una de las novísimas direcciones”. Esto es lo que hace de sus obras armas invencibles, como las de Lenin en una fase posterior. Y ese es el gran ejemplo del que nosotros rodeados por todas partes, a veces incluso muy cerca de nosotros, en nuestra propia casa, de novísimas corrientes que nada tienen de nuevas, ni en el contenido ni en la intención, tenemos que aprender.

Siguen teniendo, hoy, vivísima actualidad las siguientes magníficas palabras de Dietzgen, el filósofo-curtidor, gran pensador salido de la clase proletaria, citadas de Lenin: “El más despreciable de todos los partidos es el partido del término medio…. Así como en política los partidos se agrupan cada vez más sólo en dos campos… así también las ciencias se dividen en dos clases fundamentales: de un lado los metafísicos, del otro los físicos o materialistas. Los elementos intermedios y los charlatanes conciliadores, cualquiera que sea su rótulo, ya se trata de espiritualistas, de sensualistas, de realistas, etc., en su camino caen bien en una o bien en otra corriente. Nosotros exigimos decisión, queremos claridad”. 

Por eso, Lenin llega en su libro a la certera, impugnable conclusión de que “detrás del escolasticismo gnoseológico del empiriocriticismo” o mismo que detrás de cualquier otra corriente filosófica o ideológica, “no se puede por menos de ver la lucha de los partidos en filosofía, lucha que expresa, en última instancia, las tendencias y la ideología de las clases enemigas, dentro de la sociedad moderna”.

Quien estudie atentamente esta obra magistral de Lenin encontrará en ella una preciosa guía que le iluminará los caminos del pensamiento filosófico de hoy y le ayudará a descubrir, enmascarados bajo nuevos pomposos nombres, a los empiriocriticistas, a los fideístas y a los agnósticos, que empapados de un contenido todavía más reaccionario, como corresponde a la situación y a los avances de las fuerzas nuevas, pululan en torno nuestro, dentro de la etapa actual.