SOBRE LENIN: EL ESTADO Y LA REVOLUCIÓN

I.

El modelo de organización que se le ha legado al socialismo revolucionario, con su ciega pretensión de validez general, es el partido de tipo leninista, cuya violencia histórica en la realización de la Revolución de Octubre es tan poderosa que incluso la lucha partisana de Mao, llevada a cabo según otras reglas organizativas en términos políticos y militares, necesitó de invocarlo, no sin razón, para legitimarse. Su obligación es tanto más problemática cuanto que su aparato centralizado continuó sin cesar después de la revolución y debió ser aplicado por la Cominterm en las más diferentes condiciones sociales, históricas y geográficas, a los movimientos revolucionarios en otras partes del mundo, sin dudar. Su verdad comprobada se invirtió en la medida en que la historia particular de la Rusia autocrática, a la que se refería inicialmente, fue separada de su constitución organizativa.  

La abstracción de la historia, de su razón emancipadora, y de la sociedad, de su conciencia de clase objetivada de los explotados, tal como había surgido históricamente, eliminó, en su disciplinaria y centralizada división del trabajo, las relaciones de solidaridad entre los camaradas, que distinguen a una organización comunista de una de tipo burgués y que son las únicas que hacen tolerables las condiciones de coacción multiplicadas por la lucha en contra del sistema existente. El tipo de partido leninista reúne, por vez primera, los elementos de una organización revolucionaria sin que se la desligue analíticamente de sus condiciones históricas constitutivas, mediante las cuales no sólo se la determina de manera formal, sino también según su contenido. Representa la primera forma de manifestación efectiva de una mediación entre la conciencia, la voluntad y la acción de los explotados sobre el trasfondo histórico específico de la necesidad socio-económica y de la coacción política estatal en una Rusia que se tornaba capitalista, en el marco general de un contexto mundial imperialista. Si no se quiere poner el elemento especulativo de la organización en una abstracción filosófica, entonces el tipo de forma de la organización revolucionaria, junto con cada transformación de las condiciones históricas de su origen y determinación, debe experimentar una adecuada transformación complementaria. La mediación concreta de las exigencias especulativas de la forma revolucionaria de la organización, eleva el tipo de partido leninista de hecho a una lección, que, no obstante, de ningún modo debe ser dogmatizada[1].  

La pregunta por las determinaciones históricas de la forma de la organización revolucionaria suele ser contestada, en la tradición teórica del marxismo, con la alusión de que aquella se habría orientado de forma adecuada a la constitución del poder estatal, al objetivo estratégico de la lucha por el poder político dentro del Estado. En esta abstracción, elevada a doctrina general, la tesis es dogmática. La diferencia en la constitución del estado autoritario de la autocracia zarista, en relación con la del presente en los países altamente industrializados, permite refutar la canonización ahistórica del tipo de partido leninista hecha por el dogma. Su función organizativa, modificada varias veces por Lenin, de introducir la conciencia, desde afuera, al proletariado, tendría que explicar la difusa espontaneidad de las masas sobre sí mismas. El escepticismo de Lenin, frente a la espontaneidad producida mecánicamente, se basa en las condiciones históricas del desarrollo de la producción en la Rusia autocrática. A su vanguardista y estratégica concepción del partido de la dictadura pedagógica revolucionaria subyace una antropología pesimista implícita teóricamente, que si bien no duda, debido a razones históricas comprensibles, de la posibilidad de educar al género humano para la libertad, la autonomía y la madurez, la prorroga a un proceso cuya duración, en cierto modo, es inconmensurable y que exige, después de la revolución política y de la transformación económica, un fuerte poder pedagógico central.    

Es la antropología del desmoronamiento de la formación social feudal y del surgimiento de la capitalista, es decir, que se corresponde de manera adecuada con la fase de la acumulación originaria en Rusia. La misma opresión de carácter terrorista es históricamente una necesidad social que fue llevada a cabo por el Estado despótico absoluto en la Rusia de la autocracia zarista. Ésta tiene la función económica de interiorizar en la conciencia del tiempo de las masas, que tuvieron que ser proletarizadas, mediante violencia extraeconómica, las normas de trabajo, para afianzar la sustancia del plusvalor a través de la constitución del tiempo excedente, para garantizar tanto el intercambio sin dificultades de capital y trabajo asalariado como el encubrimiento ideal de las violentas relaciones materiales ahí contenidas y prevenir, a priori, el surgimiento de una conciencia de clase proletaria. El poder coercitivo del absolutismo es una opresión socialmente necesaria no solamente para el dominio del capital, sino también para el progreso de las fuerzas productivas que le son, desde un inicio, inseparables. 

La estructura de poder en el tipo de partido leninista representa una respuesta complementaria a la necesidad del Estado despótico absolutista, en la medida en que se trata del desarrollo de la disciplina del productivismo [Leistungsdisziplin]. No obstante, la suposición de que un poder estatal centralizado, incluso absoluto, exige en todos los casos un centralismo organizativo correspondiente para la liberación revolucionaria, es miope. Lo decisivo es si el poder estatal autoritario contiene un determinado grado de opresión socialmente necesario. La interiorización represiva de las normas excedentes [surplus-Normen] en la sociedad capitalista tardía es, históricamente, superflua; la eliminación del trabajo ha pasado de ser un ideal utópico a convertirse en una posibilidad objetiva. Por ello, el Estado autoritario del capitalismo tardío, el Leviatán tecnológico del siglo XX, requiere eliminar los intereses de la razón emancipadora de la conciencia social y  requiere de la tergiversación manipuladora de la compulsión productivista [Leistungszwanges] en relación con la libertad ya realizada. 

Si bien el Estado autoritario, de manera intrínseca al sistema, es necesario para la existencia de las relaciones de dominio capitalistas, no lo es igualmente, como la violencia despótica absoluta en la fase de la acumulación originaria, para el progreso de las fuerzas productivas y para la emancipación del género humano. Éste encuentra su representación típica en las crisis del derrumbe del capital, en la compulsión bonapartista y en el terror fascista. Es decir, de manera resumida, histórico-filosóficamente, para la historia de las crisis del capital: la crisis del colapso de la formación social capitalista se diferencia de las anteriores, con la que fue creada, no sólo por la necesidad de un autoritaria violencia despótica extraeconómica centralizada para la subsistencia de las relaciones de dominio capitalistas, que es común a ambas, sino también por la necesidad de esa violencia despótica para el progreso productivo y emancipatorio. La acumulación originaria, la situación natural del capital, es el prototipo de la crisis capitalista; únicamente la importancia de la crisis, en términos de contenido, y de la constitución de la propiedad privada a partir de la socialización para las relaciones de dominio existentes se invierte, mediante el escalamiento de la historia natural del contexto de las crisis y mediante la tendencia histórica de la acumulación capitalista, en su opuesto. El mismo tipo de crisis que forma el comienzo económico de la relación capitalista, le proporciona también su fin económico. 

La pregunta por la necesidad y posibilidad de una dictadura pedagógica centralizada [Erziehungsdiktatur], en lo relativo a la cuestión organizativa, se decide también a partir de esta historia de las crisis y de su correspondiente cambio en la función de la violencia autoritaria dentro de la historia de los Estados burgueses. 

El criterio para el centralismo en la estructura de la organización es, por lo tanto, la diferencia histórica entre opresión socialmente necesaria y opresión innecesaria. Si la organización comunista debe anticipar, en su interior, los elementos del reino de la libertad, es decir, la superación de la atomización de todos los individuos entre sí y la conformación de relaciones solidarias, entonces la dictadura pedagógica centralizada de origen leninista reproduciría únicamente la compulsión productivista innecesaria, en vez de mostrarle a los individuos las condiciones de posibilidad para la acción autónoma. 

II.

Si el Estado es un producto de la inconciliabilidad de las contradicciones de clase, si es una fuerza situada por encima de la sociedad y que “se divorcia más y más de la sociedad”, resulta claro que la liberación de la clase oprimida es imposible no sólo sin una revolución violenta, sino también sin destruir la máquina del poder estatal creada por la clase dominante y en la que toma cuerpo dicho “divorcio”.[2]

El Estado definido por Hegel como “realidad de la idea ética” es la violencia del poder sancionador que –en caso de ser necesario, coacción mediante- tiene que realizar la libertad, renunciando a la violencia.  Para Kant, sin embargo, esta realización representa una abstracción del sujeto empírico y de sus necesidades, de sus valores de uso, de su capacidad natural del deseo; ella debería producir la obligación, el reconocimiento de la coacción desde la libertad, tal como se manifiesta en la libre arbitrariedad. Debería realizarse conscientemente en tanto interiorización razonable de la violencia económica. La igualdad del intercambio está, sin embargo, constitutivamente unida a las diferencias naturales del valor de uso y de las necesidades. La abstracción no puede desprenderse de la base que tiene en la realidad, sino que presupone antagonismos materiales; en la renuncia a la violencia, se reproduce la pobreza material que vuelve a producir violencia una y otra vez.   

El Estado es necesario no como una presencia permanente y manifiesta, sino como una presencia abstracta de la violencia sancionadora, que debe manifestarse porque el proceso de abstracción del sujeto empírico, el capital, en tanto concepto del valor desprendido del tiempo de trabajo, no es puro. Así como el recuerdo del valor de uso fue eliminado en el dinero, aunque, no obstante, lo sigue necesitando para el cambio, así también el recuerdo de la explotación es eliminado por la interiorización de la violencia económica que, en tanto segunda naturaleza, debe ser superada en la crisis. El poder sancionador estatal se dirige en contra de la conciencia de esta posibilidad, la jurisprudencia amenaza con la sanción, las normas morales proclaman la interiorización consciente – lo que lleva a la moralización de las relaciones de dominio institucionalizadas legalmente, que hoy en día son interiorizadas de manera inconsciente y manipuladora. La tendencia histórica de la acumulación, concentración y centralización capitalista reproduce la abstracción del sujeto empírico, la miseria material, los antagonismos de clase que actúan económica y políticamente rompiéndose en fracciones, cuya clase dirigente ha hecho del Estado su instrumento de poder, para poder, en cualquier momento de la crisis económica, reproducir el capitalismo que ha retrocedido a un estado natural, para poder introducir, a la fuerza, la interiorización del tiempo de plustrabajo en la conciencia del tiempo. Lukács es de los primeros que emplea la crítica de la economía política, la teoría de las leyes naturales del desarrollo capitalista, en la cuestión relativa a la organización, para evitar la cosificación del tipo de partido leninista que él fundamenta epistemológicamente con el mismo instrumental teórico. 

El Estado se determina, según Engels y Lenin, a través de su arsenal de violencia. “Tenemos derecho a hablar de destacamentos especiales de hombres armados, pues la fuerza pública, propia de todo Estado, “ya no coincide directamente con” la población armada, con su “organización armada espontánea.”[3]

La autoactividad de las masas es inhibida por los antagonismos de clase que reinstitucionalizan, socialmente, el aislamiento a través del trabajo abstracto e impiden la organización solidaria de las masas. Con el capitalismo monopolista, este boicot de la autoactividad debe ser reproducido de diversas maneras artificiales.  ¿En qué relación se encuentra la realidad de las clases con la política y la economía, con la producción y la centralización?

Según Lenin y Engels, el Estado se enajena de la sociedad que lo ha producido, abstraído de sus bases materiales, cosificado en una segunda naturaleza en la conciencia de los productores. La internalización natural del poder estatal es, por lo tanto, la base de la legitimación del dominio de la clase dominante. La alienación del Estado de la sociedad es la abstracción de su base material; éste se concede así mismo la apariencia de ser el verdadero interés general. La realidad de la idea ética aparece como la violencia para la realización de la humanidad racional, como fue postulada en el imperativo categórico. El Estado, que produce permanentemente la violencia material dominadora, que representa en abstracto la necesidad emancipadora según la renuncia a la violencia sobre la base de las necesidades materiales insatisfechas, es ideologizado como la libertad realizada en relación con la realidad.  

En las guerras civiles de la acumulación originaria, en las que las clases se conforman, reina la guerra de todos contra todos, la clase triunfadora crea para sí una formación especial de hombres armados que está dispuesta a utilizar físicamente en la crisis y en la revolución. Las organizaciones militares del Estado son por naturaleza ciegas. Según Lukács, de ellas se diferencian las organizaciones revolucionarias que emplean la violencia por la mediación de hombre e historia, para que las existencias revolucionarias hagan la historia con la conciencia y para que el empleo de la violencia esté guiado por su fin emancipatorio. Sin embargo, los elementos de la conciencia y la voluntad, que deberían evitar la cosificación del aparato central del partido, son introducidos mediante la constitución trascendental de una voluntad general comunista que nunca puede errar. 

El problema organizativo decisivo para la teoría y la praxis de la revolución es el vínculo entre las “formaciones particulares de hombres armados” y la autoactividad de la organización armada del pueblo (que impulsa hacia la realización de la humanidad universal). A la cuestión de la organización le corresponde un problema que Lukács solamente coloca en abstracto  -fin último- movimiento, hombre-historia, es decir, el de la organización autónoma de la contra violencia revolucionaria con relación a la violenta formación estatal institucionalizada de hombres armados. 

La división de clases, que es la expresión de la injusticia material y de la opresión, hace necesario al Estado que fortalece el contrato de intercambio mediante una base legal adicional dotada de poder sancionador. Entonces, así como la explotación económica le asegura al trabajador solamente el equivalente para sus medios de subsistencia históricamente definidos, así el acuerdo tampoco puede realizar la igualdad. El Estado se coloca como instrumento de explotación. El Estado se constituye, a través de las clases económicas, en el garante equipado de poder sancionador de la renuncia a la violencia implícita contractualmente por intercambio y es, sin embargo, un instrumento de dominio de la clase dominante que reproduce continuamente la violencia fáctica, ya que ésta no satisface, ni puede satisfacer, la desigualdad material. El Estado es un producto enajenado y cosificado de la sociedad de clases burguesa organizada en el trabajo abstracto; representa la emancipación abstracta, la realidad de la razón general abstraída del disfrute sensible que, de este modo, deviene espíritu objetivamente destructivo. 

La teoría de las dos fases de la revolución se relaciona histórico-filosóficamente con la superación revolucionaria del poder estatal burgués a través de la estatización de los medios de producción,  en propiedad estatal: “El primer acto en que el Estado se manifiesta efectivamente como representante de toda la sociedad -la toma de posesión de los medios de producción en nombre de la sociedad— es a la par su último acto independiente como Estado.”[4]

La estructura estatal proletaria contiene en sí, desde un inicio, la tendencia evidente de su extinción, de la realización del dominio sobre los hombres a la administración, libre de dominación, de la producción y de los productos. 

La sociedad burguesa es, en sentido estricto, la esfera del mercado: del intercambio mercantil y de la competencia, de la circulación y de las clases. El pasaje de Engels citado por Lenin muestra que las clases median el Estado a partir de su antagonismo, que es precisamente el del capital y el trabajo asalariado. El gasto de la fuerza de trabajo es la negación del capital, puesto que ella es una cosa unida a un valor de uso que, no obstante, en sí mismo no es una cosa, que deviene para el capital en una determinación formal económica. La superestructura y la estructura de clases se vuelven necesarias para perfeccionar la abstracción de los valores de uso, sobre los que se basa el proceso de valorización del capital y su acumulación, y para realizar esta abstracción ideal.[5]

El antagonismo consiste en que el capital debe reproducirse a través de su negación, debe emplear el gasto de la fuerza de trabajo como un valor de uso disciplinado convertido en una mercancía a su servicio. La esfera social del mercado, la competencia y el libre mercado, las clases y el intercambio mercantil representan la cosificación de la fuerza negativa del trabajo asalariado en tanto pérdida efectiva de conciencia de todos los participantes. Este elemento subjetivo, sin en cual la clase en sí se cosifica, define a la clase en sí a partir de la relación mediadora entre base y superestructura. La estructura de clases debe colocar al mismo valor de uso fuerza de trabajo como puro valor de cambio –expresión del aislamiento–, para neutralizar la negación por la cual se reproduce el capital.[6]   

Dependiendo de cuánto internalice la clase el dominio económico y formalice la conciencia del tiempo y la historia, tanto más solidifica ésta la apariencia de ser puramente en sí misma. Según la teoría de la espontaneidad de Rosa, las masas hacen sobre sí mismas una experiencia práctica de autoexplicación que eleva sus intereses materiales a una conciencia política de totalidad y, con ello, precisando su conciencia de clase. Con esta enseñanza, ella reproduce la espontaneidad de un desarrollo capitalista que no controla la historia hecha por sí misma, mientras que Lenin introduce en la función pedagógica de la vanguardia el elemento de la conciencia que otorga autonomía a la espontaneidad, lo cual estaba conceptualmente ligado en el idealismo alemán, es decir, determinar el ser con la conciencia. Lukács reconoce el elemento organizativo en la teoría de la espontaneidad de Rosa como afectado aún por la interpretación de la historia menchevique. La espontaneidad puede conducir a dogmatizar las determinaciones heterónomas de la conciencia que provienen del ser material. Sin embargo, en el proceso de liberación de la lucha de clases, esta determinación debe invertirse en su opuesto. Por lo tanto, cuando Lukács enfatiza una y otra vez, con derecho, que la liberación solamente puede acontecer como una “acción libre” del proletariado, la conciencia de clase permanece, nuevamente, de este modo, para él, como una capacidad trascendental que se le manifiesta, en la disciplina de partido y en el centralismo autoritario, a los individuos empíricos como una voluntad general comunista, que no cuenta, no obstante, con los proletarios empíricos. La mecánica de la espontaneidad es únicamente idealizada.  

El materialismo mecanicista de la teoría de la espontaneidad, contra la que se expresa la tercera tesis sobre Feuerbach, se transforma en un idealismo trascendental. La organización comunista aparece como una racionalización empírica incomprensible de la naturalidad ciega de la crisis y la lucha de clases. La espontaneidad se atribuye in toto al sujeto no empírico del partido. La espontaneidad natural aparece como un sujeto universal al cual le es inherente una secreta y trascendental intención racional. 

Al educar al partido obrero, el marxismo educa a la vanguardia del proletariado, una vanguardia capaz de tomar el poder y conducir a todo el pueblo al socialismo, de orientar y organizar el nuevo régimen, de ser el maestro, el dirigente y el guía de todos los trabajadores y explotados en la obra de ordenar su propia vida social sin la burguesía y contra la burguesía[7]

La teoría de la organización de Lenin contiene una pedagogía revolucionaria como elemento de ilustración opuesto a la teoría de Rosa. Este corresponde a la tesis de la espontaneidad que se ilustra a sí misma, según la cual la conciencia debe ser llevada desde fuera hacia el proletariado. La idea transmitida, desde la historia intelectual del socialismo ruso y de la experiencia histórico material de Rusia, de que las masas no se pueden guiar a sí mismas, sino que deben ser guiadas, condujo a la dogmatización del centralismo del partido. 

Lenin y Lukács reconocen la necesidad del centralismo a partir de la  “crisis ideológica del proletariado“. Lukács la eterniza a un nivel trascendental, Lenin la dogmatiza parcialmente a un nivel “antropológico”, que se deriva, en tanto constante natural, de la experiencia del comportamiento de las masas. Esto se corresponde con la consolidación terrorista del poder estatal en la Unión Soviética postrevolucionaria y su liberalización postestalinista. En vez de conducir a la necesaria extinción del Estado, en aras de la realización de la asociación de hombres libres, conduce a la renuncia de la extinción de la forma mercantil del producto y de la forma dineraria de la mercancía – encarnación de los productos que se han autonomizado de los productores inmediatos y de las relaciones sociales con ellas representadas en la conciencia de los hombres como inmodificables, es decir, cosificadas, que son complementadas con ayuda de una moral represiva y de instancias jurídicas. En lugar de la asociación de hombres libres, organizada de manera consejista y democrática, aparece el “estatismo integral”.


* Las notas sobre “El Estado y la revolución” de Lenin surgieron durante el trabajo del grupo de proyecto de la Federación Socialista Alemana de Estudiantes de Frankfurt a inicios de 1968. Como se puede observar en el esbozo del artículo sobre el tratamiento de Lukács en torno a la cuestión de la organización, la discusión fue continuada con la reflexión sobre la constitución del Estado y de las clases en el contexto histórico de la Revolución de octubre. La parte I de las notas sobre “El Estado y la revolución” intentan concretar ese esbozo de artículo. (Observación del editor en alemán). Traducción por J. Iván Carrasco Andrés.

[1] Véase, Lukács, Historia y conciencia de clase p. 453.

[2] Lenin, El Estado y la revolución, p. 8. En la versión citada por Krahl, en alemán, la palabra usada es alienación [Entfremdung] y no divorcio. 

[3] Ibíd., p. 9.

[4] Engels, Anti-Dühring, MEW, Bd. 21, S. 262, citado por Lenin: El Estado y la revolución, p. 17.

[5] En los elementos de la superestructura se continúa con la tendencia del valor de cambio.

[6] La constitución de la “clase en sí” incluye el doble carácter del valor de cambio, al ser apariencia y realidad. 

[7] Lenin, El Estado y la revolución, p. 27.