LENIN, EL ERROR, LA COYUNTURA

¿Qué podría ofrecernos hoy Lenin? ¿Hay un modo en el que pueda traernos un viento fresco su anacronía activa? 

Probablemente, de diversos modos, su perseverante preocupación por pensar junto aquello que no se deja agrupar fácilmente. El difícil encuentro entre las fuerzas heterogéneas e inconmensurables de la práctica teórica -lo metódico, dirá Lenin- y lo político, organiza uno de los pilares de su pensamiento. Desde textos clásicos, como Materialismo y empiriocriticismo, sobre los riesgos de las proclamas izquierdistas basadas en posiciones teóricas de derecha como aquellas de los Otzovistas, inspiradas en la filosofía de Mach[1]; pero también, en intervenciones como su discurso sobre las Tareas de las Juventudes Comunistas, donde explora los desafíos del encuentro entre la tradición y la invención práctica de lo que falta por hacer, como problema de la formación de las generaciones futuras, en las que recaerá la construcción de la sociedad comunista, entre el canon y la experimentación.[2]

El “teoricista” Althusser supo leer en el “teoricista” Lenin la fuerza de la política como límite de la teoría. Exceso sobre exceso, el gesto althusseriano deja aparecer lo no visto en el texto de Lenin, así como la lectura de Lenin abre lo no visto en el texto de Marx. Una apertura de la teoría a la imprevisibilidad de la historia, que señala, a su vez, la condición inacabada de esta. En Materialismo y empiriocriticismo, Lenin no deja de llamar la atención sobre esta exigencia absolutamente fundamental que constituye la función específica de la filosofía marxista, la de advertir que “una ciencia no progresa, es decir, no vive, sino gracias a una extrema atención puesta en sus puntos de fragilidad teórica”.[4] Esa fragilidad coincide con los huecos a abiertos en la herencia teórica a su devenir actual.

No alcanza con advertir, por muy cierto que sea, que Lenin evita las generalidades abstractas que desdibujan la singularidad de la coyuntura cuando la piensan como ámbito de “aplicación práctica” de la teoría a un “caso”, y que en su consideración de la coyuntura, la historia entra en la teoría, la agita, la desajusta y produce en su inmanencia lo antes no visto de su potencia explicativa y movilizante.

Hay algo más, esa apertura de lo teórico a lo histórico se traduce en una epistemología de inestimable valor, no sólo para la historia marxista sino para nuestra actualidad desafiada por nuevas configuraciones del general intellect bajo las formas de una captura informacional del pensamiento. Porque no resulta casual su dominancia coincidente con las derrotas políticas del pensamiento de izquierdas.

De la conjunción imposible entre teoría e historia, Lenin extrae una enseñanza fundamental: la gravitación epistemológica del error. El error, no como desecho indeseable de la “buena teoría”, ni como contingencia destinada a ser controlada, menos aún como “ruido” o entropía. El error en el centro de la verdad, como sitio de lo real de la historia desafiando las verdades siempre finitas de la teoría.

Lenin nos habilita hoy una concepción de la práctica teórica capaz de dar cabida a la contingencia en su racionalidad interna; es decir, en su criterio de lo verdadero. Porque, como subraya Althusser lector de Lenin, lo verdadero es interno a las prácticas teóricas efectivas. 

Cuántas veces ha dicho Lenin, quien (recuérdese para todos los aficionados popperianos de la falsabilidad) que concedía al error un papel privilegiado en el proceso de rectificación de los conocimientos, hasta el punto de conferirle en la práctica de la experimentación científica y política, una especie de primado heurístico sobre la verdad: es más grave cegarse y callar en torno a una derrota que sufrirla, en torno a un error que cometerlo.[5]

Se trata de una concepción del conocimiento orientada por lo equívoco, por el desacierto, por el fracaso, que desafía en la potencia de su verdad las más cristalizadas evidencias ideológicas que asedian nuestros terrenos de pensamiento adormecido. 

Tomarse en serio el papel del error en la producción teórica es más que ejercitar una suerte de rigorismo epistémico, es conferir un papel efectivo a la contingencia en la historia de una ciencia (que lo que requiere aceptar la gravitación de la contingencia en la historia, a secas), pero fundamentalmente, es conferir un papel efectivo a lo dilemático, lo irresoluble, lo paradojal, en la teoría. Una epistemología del error es capaz de abrir un espacio vital en la trama de teorías mortificadas por algoritmos y datificaciones, es asumir la incidencia constitutiva del no-saber en todo proceso de elaboración de conocimiento. Es abrir una interrogación tan incómoda como fecunda por la politicidad de los saberes, que no se rinda a las soluciones fáciles ni de la depuración informacional, ni de la celebración cultural-relativista; sino que se lance a navegar los varios pliegues de la práctica teórica con la práctica política. 

En ese trayecto cobra forma el desafío de atravesar críticamente los regímenes de experiencias hacia una pregunta más fina por la experimentación. Y al respecto, fue Michel Pêcheux quien intentó pensar la diferencia capaz de conferir a la historicidad de la práctica su fuerza epistémica; es decir, la distinción entre un modo de la práctica que queda capturada en la epistemología idealista de la contemplación y un modo de la práctica que incide materialmente en la complejidad histórica, no ya bajo el modo de la experiencia sino como experimentación. Y como sabemos, no hay experimentación, en sentido fuerte, sin error.

Por un lado, pues, y en condiciones en cada caso específicas, la repetición idealista de la forma-sujeto caracterizada por la coincidencia del sujeto consigo mismo (yo/ver/aquí/ahora) en lo ‘visto’ de una escena, en la evidencia de la experiencia de una situación, en el sentido del término alemán Erfahrung, es decir, de una experiencia que puede ser transferida por identificación-generalización, a cualquier sujeto (…) Por el otro, en condiciones igualmente específicas, el proceso materialista, en tanto proceso sin sujeto, en el que la experimentación (en el sentido del alemán Experiment) realiza el cuerpo de los conceptos en dispositivos en los que reside la objetividad de la ciencia.[6]

Esta distinción conduce, una vez más a la irresoluble batalla entre idealismo y materialismo, una batalla que reclama una consideración de la posición científica como una posición tomada en un campo controversial de fuerzas, es decir, como un ejercicio partisano. Paradojalmente, es la asunción de la politicidad constitutiva, inescindible de un perpetuo combate con las evidencias que asedian la producción de conocimiento, la disposición filosófica que permite discernir la cientificidad de la teoría de la historia. 

…la ciencia marxista-leninista de la historia es efectivamente una ciencia (y no un ‘punto de vista’, una ‘apuesta’, una ‘interpretación’ o un ‘evangelio’; dicho brevemente, un mito político) y ‘como toda ciencia’, el trabajo de producción de conocimientos marxistas-leninistas es una lucha y no el desarrollo armonioso (la perspectiva Nevski del progreso científico). [7]

Sobre la práctica política

… no es un dogma, sino una guía para la acción, decían siempre Marx y Engels, burlándose con justicia de quienes aprendían de memoria y repetían, sin haberlas digerido, “fórmulas” que, en el mejor de los casos, sólo podían trazar las tareas generales, que necesariamente cambian en correspondencia con la situación económica y política concreta de cada periodo particular del proceso histórico”[8]  

Comprendemos ahora que existe una conexión sustantiva, estructural entre la consideración epistémica del error y la disposición política a captar la ambivalencia, la fragilidad -por qué no, la equivocidad paradojal- del momento actual, entendido como momento político en la urdimbre compleja de una coyuntura. Aquí se encuentra lo irremplazable de la práctica política expresada en los textos de lucha de Lenin, de los que “Qué hacer” constituye el ejemplo más claro:

…en el análisis de la estructura de una coyuntura, en el desplazamiento y las condensaciones de sus contradicciones, en su unidad paradójica, que constituye la existencia misma de ese momento actual que la acción política va a transformar, en el sentido fuerte del término, de un febrero en un octubre 17.[9]

Y ese es uno de sus más grandes legados, en un mundo que, a la vez, se deleita en los relativismos y odia el fracaso. Lenin, como un espectro, asedia con su amor político por lo verdadero que se expresa simultáneamente en la humildad de la teoría y en la terquedad del porvenir. Un amor y una terquedad que podemos y debemos recobrar como herencias del futuro.


* Doctora en Ciencias Sociales, Investigadora del Instituto de Investigaciones Gino Germani, donde es Coordinadora del Programa de Estudios en Ideología, Técnica y Política. Profesora Titular de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires. Directora de la Maestría en Comunicación y Cultura (UBA). Militante del feminismo popular.

[1] Lenin, V.I. (1977) Obras Completas. Tomo XIV. Madrid: Akal.

[2] Lenin, V.I. (1976) Tareas de la Juventudes Comunistas, Pekín [Beijing], República Popular China, Ediciones en Lenguas Extranjeras.

[3] Lenin, V. I. (1997) Las tesis de abril. Madrid: Fundación Engels, p.24

[4] Althusser, L. (1969) “De El Capital a la filosofía de Marx” En Althusser, L. y Balibar, E. Para leer el Capital. México: Siglo XXI., p. 35

[5] Althusser, L. (20088) “Historia terminada, historia interminable” (Prefacio a Lecourt, D. (1976) Lyssenko. Histoire réelle d’une ‘science prolétarienne’, Paris. Maspero) En, La soledad de Maquiavelo. Madrid, Akal, p. 249-259. 

[6] Pecheux, M. (2016) Las verdades evidentes. Lingüística, semántica, filosofía. Buenos Aires, CCC Ediciones., p.171.

[7] Ibíd., p. 174

[8] Lenin, V. I. (1997) Las tesis de abril. Madrid: Fundación Engels, p.22.

[9] Althusser, L. (1968) La revolución teórica de Marx. México: Siglo XXI, p.147.