Introducción
Durante las últimas cuatro décadas, con la eclosión y expansión de las tecnologías digitales, hemos venido experimentando una profunda transformación de la vida política, económica social, espacial y hasta psíquica. En esta coyuntura histórica, numerosos elementos de la vida social tienden cada vez más a informatizarse y las mediaciones digitales en el mundo del trabajo no sólo comienzan a afectar la experiencia misma de la explotación, sino también la manera en la cual se vive la relación con el espacio y la ciudad. Dentro de eso que algunos autores han denominado el capitalismo de plataformas, han surgido toda una serie de corporaciones (Uber, Airbnb, Didi, Rappi, entre otras) que funcionan, podríamos decir, a través de extractivas: con la mediación de una aplicación digital, estas empresas convierten ciudades enteras en un espacio de producción total donde las infraestructuras urbanas son incorporadas al interior de los procesos de acumulación privada de capital. Estas plataformas digitales, sin contribuir fiscalmente en las zonas donde se instalan, se apropian de las calles y desgastan considerablemente el espacio urbano sin dejar ganancia alguna en los lugares en donde operan ni tener grandes responsabilidades jurídicas. En el capitalismo de plataformas, podríamos decir que la ciudad entera, sostenida y mantenida con recursos públicos, se convierte en valor de cambio y es expropiada en beneficio de unas cuantas corporaciones. A continuación, la revista Memoria presenta una reseña de un libro de gran actualidad que ya goza de gran difusión. Invitamos a los lectores a consultar la siguiente reseña y a leer directamente el magnífico libro de Natalia Radetich.
Las nuevas formas de explotación: el caso Uber
Natalia Radetich, antropóloga y filósofa que se desempeña actualmente como profesora en el departamento de antropología de la UAM Iztapalapa, es una investigadora que ya tiene una larga trayectoria en el estudio de las formas de trabajo contemporáneas y, más precisamente, en la descripción acerca de los nuevos procesos de subsunción de la fuerza de trabajo de cara a la reconfiguración (más que crisis) del fordismo, así como la expansión y el impacto de las nuevas tecnologías en el mundo del trabajo. En su monumental tesis doctoral Trabajo y sujeción: el dispositivo de poder en las fábricas del lenguaje (premiada como la mejor tesis doctoral en Humanidades de 2016 por la Academia Mexicana de Ciencias), Radetich examina minuciosamente los dispositivos de control y sujeción que subyacen a un call center de la Ciudad de México y, a partir de un sólido trabajo etnográfico, la autora desmenuza prolijamente la manera en la cual las facultades expresivas y comunicativas de los trabajadores se convierten en el elemento propulsor de los nuevos procesos de valorización, así como la forma en que estos nuevos dispositivos de dominación, lejos de sustituir drásticamente la disciplina taylofordista, reactualizan las viejas estrategias panópticas y disciplinarias al interior de un nuevo modo de acumulación que la autora denomina “taylofordismo flexibilizado”. A diferencia de ciertas lecturas lineales, evolutivas y unidireccionales, la doctora en antropología ha enfatizado en su trabajo que la etapa actual del capitalismo flexibilizado, más que indicar una secuencia lineal de sustitución de paradigmas (del fordismo al posfordismo, de la sociedad disciplinaria a la sociedad de control, de la sociedad industrial a la sociedad posindustrial) adopta la forma de un modelo híbrido que incorpora elementos de las nuevas formas toyotistas, de “acumulación flexible” y a su vez reactualiza el lado más oscuro, disciplinario y autoritario del fordismo tradicional, prescindiendo, eso sí, de aquellas prerrogativas sociales que garantizaban cierta inclusión social a través del trabajo.
El trabajo de Natalia Radetich posee al menos tres virtudes que, a mi juicio, merecen ser destacadas, puesto que no son fáciles de encontrar. En primer lugar, Natalia logra eludir la tentación tanto del teoricismo como del positivismo al momento de articular el quehacer filosófico con una práctica etnográfica situada y fechada, alcanzando, de ese modo, tanto profundidad teórica y filosófica como rigor empírico. En segundo lugar, la autora privilegia una forma de hacer ciencia social particularmente sensible a la singularidad de la experiencia subjetiva y formula sus hipótesis principales a partir de las intuiciones de los trabajadores con los que interactúa; Radetich, en ese sentido, dista mucho de asumir esa posición del “sociólogo cura” que devela el funcionamiento de las relaciones de poder frente la confusión, ingenuidad y ceguera de los sujetos empíricos. En tercer lugar, el trabajo de Radetich se revindica claramente como parte de la tradición marxista y comunista, pero a su vez muestra que esta tradición crítica inaugurada por Marx es perfectamente actualizable con los principales hallazgos de la filosofía francesa contemporánea (Foucault y Deleuze) y de ningún modo asume ese gesto reaccionario, tan típico de cierto marxismo antiposmoderno, de negar toda forma de cambio histórico y considerar la “posmodernidad” como la causa de todas las traiciones políticas y la fuente de todos los irracionalismos. En definitiva, Radetich nos muestra, con un sólido conocimiento de la filosofía de Marx, la filosofía de la Escuela de Frankfurt y la analítica del poder de inspiración foucaultiana, que proseguir los análisis acerca de los procesos de subsunción del trabajo y describir las técnicas de managment bajo las nuevas formas de explotación digital no es un gesto ni antimarxista ni posmarxista ni “posmoderno”, sino un movimiento plenamente marxista en la medida que se asume la radical historicidad del capitalismo, así como su capacidad reactualizar, bajo nuevos ropajes, los impulsos estructurales que lo caracterizan.
De ese modo, en Cappitalismo. La uberización del trabajo, la perspectiva defendida por Natalia Radetich procede a desmontar dos de los lugares comunes que suelen girar en torno al tema de capitalismo de plataformas. En primer lugar, dentro del amplio espectro de la literatura sociológica, suelen imperar numerosas perspectivas que, con una impronta fuertemente nostálgica, abordan los cambios más recientes única y exclusivamente en clave ideológica, dando a entender que la infraestructura material de las sociedades industriales clásicas no ha sufrido cambios significativos. El libro de Natalia Radetich, por el contrario, nos muestra que el tránsito al capitalismo digital no sólo implica cambios ideológicos (cambios que nos permiten hablar de las sociedades líquidas o las sociedades del conocimiento), sino la emergencia de nuevas formas de producción y procesos de valorización que deben ser examinados en su especificidad y que ya no obedecen a una lógica puramente industrial. En segundo lugar, el libro de Natalia nos muestra que, contrario a lo que comúnmente se piensa y a pesar de que la relación centro periferia sigue vigente, la eclosión del capitalismo digital tiene una fuerte influencia en los países periféricos.
Desde el discurso de las ciencias sociales y la filosofía política, cuando se habla del capitalismo digital, suelen imperar dos perspectivas, aparentemente opuestas, pero ambas, a mi juicio, equivocadas: por un lado, aquellas lecturas progresistas que ven en el impacto tecnológico la superación definitiva del régimen de la fábrica, el fin del trabajo manufacturero y el ocaso de la disciplina taylofordista; por otro, aquellas perspectivas que, desde una lógica dualista y fragmentaria, sostienen que las nuevas formas de explotación digital sólo conciernen a una pequeña élite de trabajadores que se encuentran localizados en unas cuantas partes del mundo, pero dichas formas de trabajo no tienen relación alguna con la realidad social latinoamericana ni con los países periféricos. El libro de Natalia Radetich, por el contrario, sostiene que la fase actual del capitalismo digital adopta más bien la forma de un híbrido en donde la tecnología introduce nuevos elementos y, a su vez, logra reeditar los impulsos estructurales propios del capitalismo, así como diseminar la disciplina taylofordista más allá de sus campos de aplicación tradicionales. De ese modo, la autora nos muestra que las formas de trabajo basadas en las plataformas digitales no son de ningún modo una realidad social completamente ajena a nuestro contexto ni algo que sea exclusivo de las clases medias universitarias. Por el contrario, la plataforma Uber es ya una de las compañías con más trabajadores en el mundo (concentra, hoy, cinco millones de trabajadores a nivel global) y este tipo de empresas encuentran un suelo particularmente fértil en regiones como México y el Sur global: Uber se inserta estratégicamente en aquellas zonas devastadas por el brutal desempleo, la polarización urbana, el deterioro de los servicios de transporte, la precarización generalizada de la población y una violencia machista a la orden del día. Uber capitaliza la precariedad, la desesperanza y el medio generalizado al presentarse como una opción “segura” de transporte y una forma relativamente fácil y poco burocrática de conseguir empleo. Los hallazgos de Radetich sobre el funcionamiento de esta empresa en particular y las mutaciones que experimenta el trabajo a través de la mediación digital son notables. A continuación, podemos enfatizar algunos elementos que se desarrollan a lo largo del libro.
En primer lugar, es importante enfatizar que, frente a la imagen apologética de las plataformas digitales que suelen presentarlas como la punta de lanza del progreso capitalista, este libro nos muestra que las nuevas formas de trabajo en la era del capitalismo digital en realidad nos retrotraen a las condiciones prejurídicas del capitalismo del siglo XIX. Es decir, plataformas como Uber, a través de ciertos mecanismos de deslocalización, operan sin ningún límite jurídico y estatal: no contribuyen fiscalmente en las zonas en donde operan y no conceden ningún derecho laboral ni seguridad social a sus trabajadores. Incluso no se reconoce la relación laboral: el conductor es simplemente presentado como un “socio” o un “microemprendedor” que gestiona inicialmente sus ganancias y asume plenamente sus responsabilidades. De igual forma, el modelo Uber de deslocalización productiva y geográfica coloca a la empresa en una suerte de limbo jurídico: no tiene ninguna responsabilidad en caso de accidentes, ni con los clientes ni con los trabajadores.
Ahora bien, uno de los elementos que la autora no deja de enfatizar es que, bajo estas nuevas modalidades de trabajo, la explotación, mediada digitalmente, adquiere una dimensión total y el capital no se limita a explotar las fuerzas físicas, sino que expropia las capacidades comunicativas, afectivas, relacionales y simbólicas de los trabajadores. Es decir, el trabajo en Uber requiere, por parte de los conductores, un control emocional y simbólico sumamente complejo que debe mantener una actitud amable frente al cliente todo el tiempo, reprimiendo y denegando el malestar producido por las larguísimas jornadas laborales y las altas comisiones de la empresa. En efecto, el modelo Uber pone de manifiesto que el capital y su despliegue tecnológico, lejos de liberarnos del trabajo como advertían ciertos diagnósticos apocalípticos, extiende considerablemente la jornada laboral y tiende a reactivar, gracias a la vigilancia tecnológica, las relaciones simbólicas de dependencia personal. En ese sentido, el trabajo precarizado en Uber desdibuja por completo los límites de la jornada laboral: si bien el capitalismo siempre ha tendido a erosionar progresivamente los tiempos muertos y siempre ha mantenido el anhelo de hacer coincidir el tiempo de trabajo con el tiempo de vida (por ejemplo, a través del trabajo nocturno en las fábricas), esta tendencia adquiere una dimensión total en el capitalismo de plataformas. En efecto, las apps hacen emerger una suerte de tiempo de trabajo total puesto que “[…] para Uber, por ejemplo, se puede decir que el sol nunca se pone, pues mientras en la mitad de las ciudades en la que opera es de noche, en la otra mitad es de día”.
De igual forma, la autora nos muestra que el trabajo de plataformas no sólo desdibuja el tiempo de la jornada laboral, sino también el espacio físico en donde se ejerce la explotación al momento de trascender por completo la fábrica como lugar hegemónico de extracción de plusvalía (aunque eso, no deja de enfatizarlo la autora, no implica la desaparición de la fábrica ni la disciplina fordista ni que el así denominado trabajo inmaterial no tenga bases materiales). En el capitalismo de plataformas cualquier tramo de la vida social puede devenir fábrica: con la mediación de un código informático, un coche, una bicicleta, un celular o una casa pueden convertirse en una empresa y ser el punto a partir del cual se extrae la plusvalía.
Por último, el modelo Uber de explotación laboral pone de manifiesto al menos dos elementos innovadores: la capacidad del capital para metabolizar la crítica y externalizar las funciones de vigilancia hacia los clientes. Por un lado, empresas como Uber instauran formas de trabajo flexible que se apropian y neutralizan, en buena medida, las conquistas de los movimientos sociales de la década del sesenta y del setenta. La pulsión antidisciplinaria, antiautoritaria, las demandas de expresividad e inclusión que exigían una vida más allá de la esclavitud impuesta por la cadena de montaje, son apropiadas por estas empresas que se presentan como flexibles, democráticas, horizontales, incluyentes, rizomáticas y sin mando. No obstante, este discurso empresarial sirve más para negar la relación laboral, prescindir de los derechos, explotar el entusiasmo y externalizar las funciones de vigilancia hacia los clientes antes que otorgar una genuina autonomía a los trabajadores. De igual forma, el trabajo en Uber no sólo logra instaurar formas de explotación total, sino también una disciplina y una vigilancia omniabarcante que, incorporada a la propia tecnología, reafirma una suerte de “totalitarismo empresarial”. Como ya decíamos, la empresa traslada las funciones de vigilancia hacia los clientes y la evaluación de éstos es inapelable. Ante calificaciones desfavorables o indisciplinas menores, la plataforma procede simplemente a “desconectar” a los trabajadores. De ese modo, la app ejecuta un despido automático, cancelando el derecho de réplica.Por fortuna, el diagnóstico esgrimido por Radetich no es del todo sombrío, sino que también logra rastrear los procesos de resistencia que se han venido desplegando de manera conjunta a la instauración de estas nuevas formas de totalitarismo empresarial. Organizaciones emergentes de trabajadores, como la Unión de Trabajadores Digitales de Transporte de Pasajeros y Alimentos (surgida en 2020), han venido demandado la necesidad de consolidar un modelo laboral de plenos derechos para los trabajadores de plataformas, comenzado por el reconocimiento de la relación laboral y una disminución de las cuotas impuestas por estas empresas. De este modo, los trabajadores de plataformas comienzan a desafiar la lógica atomizadora e individualista del modelo Uber y perfilan diversas estrategias de resistencia que se apropian y desvían el funcionamiento de estas plataformas. En suma, nos muestran que la resistencia y la organización colectiva sigue siendo posible bajo esta nueva fase impuesta por el capitalismo digital.