SALIR DE PRISIÓN

No es en los hombres sino en las cosas donde hay que buscar la verdad.
Platón

I

El día 7 de diciembre de 2021, asistí al Centro Especializado para Adolescentes, situado en la calle Petén, en la frontera entre la colonia Roma y la colonia Narvarte, en la parte central de la Ciudad de México, donde también se dice que hacen frontera, justo por debajo de Viaducto, las zonas lacustres y secas de esa ciudad.

Me invitaron Julio Cárdenas y Jonathan Juárez, dos filósofos que he conocido en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Julio, especialista en circuitos de poder y domino, Jonathan en sistemas sacros y religiosos.

Yo vivo cerca de ahí, pero desde que se derrumbó el estadio de béisbol y se construyó una inmensa plaza comercial, eso se ha convertido en un territorio desprendido de la ciudad. Por ahí se va de compras, a comer, a pagar impuestos, al cine, creo que todavía, a pasear mientras se hace lo anterior. Se puede ir sin dinero, pero es como no ir. En el subterráneo, esta plaza comercial tiene un espejo de autos, ahora casi todas las plazas y bodegas de mercancías lo tienen; pero en ésta, además, hay un estacionamiento inmenso a un costado. No sé porqué extraña asociación pensaba que ahí estaba la cárcel.

Si uno camina un poco, desaparece es mercado arquitectónico y comienza, con reservas, cautela –e incluso modestia– la otra ciudad: una tiendita, un café, un restaurante para oficinistas, viviendas, un parque, un campamento de camiones de basura, un mercado, algunos bares, una estación del metro y, en medio de todo esto, como si no perteneciera a esa ciudad, pero tampoco a la vida de consumo y producción civil, un centro de retención.

En general, hace tiempo que las prisiones se han colocado en las afueras o periferias de las ciudades. Dicen que eso se hace para evitar las fugas, para enfrentar al descampado la alta peligrosidad interna, que puede invadir el espacio público en una situación extrema, para no contaminar la vida civil. Algo hay, tras esa lógica, de una política del exilio y la expulsión, atávica y condenatoria, destinal. La vida se piensa y experimenta como fracaso y recipiente de castigos. Por esa misma lógica venal es que el revés de esos esquemas de pseudojusticia es terrible: las presas y los presos buscan formas, desesperadas y brutales, de regresar a su comunidad. En general, eso sólo se puede lograr mediante una ampliación del castigo, éste se extiende a la familia, las amistades, las autoridades, a la población. Esa cadena simbólica y real de fracasada justicia, dentro de nuestros sistemas, debería cambiar.

II

Quien haya estado cerca de una penitenciaría, sabe que la primera ruptura con la ciudad tiene que ver con la longitud de los muros, el tipo de alambradas y la aparición serial e inusual de la fuerza pública. Es tan simple como doblar la esquina y percibir que otra ciudad se encuentra dentro del trazo urbano. Quien está pagando una pena, imagino, no saldrá en un tiempo preciso, quien entra, y puede salir, deja algo en esos espacios, día a día. Algo que no va a recuperar y que lo va a transformar cotidianamente. Quienes sólo pasamos por fuera de esos muros sabemos que ahí suceden cosas que superan la idea que tenemos de la vida.

III

El Centro Especializado para Adolescentes, “Dr. Alfonso Quiroz Cuarón”, se llama, es un espacio amable, dentro de sus condiciones de confinamiento, vigilancia extrema y austeridad. Es un lugar limpio, cordial en un primer momento, donde hay plantas, flores y un patio arbolado. Destaca también un espacio religioso en una de sus esquinas. Hay una biblioteca, un comedor, baños y dormitorios que tienen un parecido muy claro con la correccional para menores que retrata Vittorio De Sica, en El limpiabotas –una de las películas más tristes de la historia del cine. Es un espacio muy, muy diferente a un reclusorio varonil o femenil, donde el gobierno pleno de la fuerza y de la estructura violenta del sistema, internalizado e interiorizado en muchos casos, se percibe metros a la redonda y se filtra al cuerpo apenas pisar ese territorio. Aquí no es así.

Se trata de un reclusorio para jóvenes de entre 16 y 17 años, acusados de crímenes mayores, que pueden permanecer en ese espacio por unas semanas, mientras son remitidos a una correccional o quedan en libertad, o por años si un proceso judicial, especialmente a través de amparos, les permite detener la sentencia.

Los dormitorios están divididos por grupos etarios y asemejan a un constructo espacial que media entre el campo de concentración y el hospital. Ahí están esos adolescentes, rindiéndole tributo a esos dioses superiores: el dolor y la incertidumbre. 

Se les nota en los ojos y en el cuerpo que están listos para reaccionar siempre, y que sus mundos interiores son un gran laberinto para ellos mismos; ni imaginar para los demás. Ni siquiera el uso obligatorio de sandalias hace que pierdan la fibrilación energética de los felinos. Animales no nacidos para el encierro.

Ahí, en ese microuniverso, dos profesores de filosofía, cada quince días, van a enseñar y a aprender, con jóvenes que han surcado los problemas morales, teóricos, lógicos y estéticos en sus propios cuerpos y en los de sus cercanos, y que, a la menor provocación, intuyen y dibujan eso que las y los filósofos llaman grandes problemas. Esos problemas que abarcan las preguntas sobre lo que somos, lo que hemos sido, lo que seremos y la razón, individual y colectiva, de estar en este mundo. Aquí y ahora. 

Es inquietante que el ser humano se haga esas preguntas de vez en vez, en ocasiones de manera lateral y no directa, y es más inquietante para quienes se dedican a ese asunto, de manera profesional, observar –atónitos– la cantidad de respuestas que existen. 

Así, mientras veía a mis colegas trabajar en el taller, fui observando tres presencias sutiles: un pájaro, un gato y el viento. Explicar a Platón frente a esos fenómenos no es fácil, poco a poco la atención la ganan los animales y los elementos naturales y materiales. La respuesta a las preguntas filosóficas no sólo podía radicar en la vida de esos seres no humanos, sino incluso se hacía presente una atmósfera que recordaba lo triste de esas preguntas. 

Hay seres que obedecen una naturaleza simple, reproductiva, vinculada, donde no hay lugar para la libertad ni para el castigo.