Este ensayo parte tanto del luto por las víctimas muertas, heridas y secuestradas y de la empatía con la/os familiares angustiada/os de las personas secuestradas durante el horroroso ataque terrorista de Hamás el 7 de octubre del año pasado a población civil en Israel, como del luto por las personas muertas y heridas por las acciones militares israelíes en Gaza y de la empatía con la población gazatí traumatizada por la muerte, los desplazamientos y la destrucción y cada vez más angustiada por la extrema escasez de agua, alimentos, medicamentos y combustibles y por tener ante sus ojos las ruinas de sus viviendas, hospitales, escuelas, mezquitas e infraestructura de todo tipo.
Se termina de redactar a casi seis meses de haberse iniciado el sangriento conflicto, que ha llegado el día 25 de marzo del año en curso al acuerdo del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas en el cual se exige el inmediato alto al fuego.[1]
Cabe decir que los meses pasados han visibilizado una compleja red de confrontaciones y alianzas en toda la región y muchas de sus ramificaciones hacia otras partes del mundo, las cuales han generado a su vez una inquietante expansión de sus consecuencias nocivas. Entre las actualmente más patentes puede contarse la afectación severa de la ruta marítima por el Mar Rojo. Pero igualmente preocupa su uso en las elecciones presidenciales estadounidenses y en los esfuerzos de la Federación Rusa y de China para incrementar su influencia en la región. También, por sus efectos a corto y mediano plazo, son de temerse sus consecuencias para el cambio climático, el crecimiento de las industrias militares en muchos países y la cada vez más difícil tarea de distinguir entre argumentos y opiniones, noticias verdaderas y falsas, análisis científicos y posturas ideológicas.[2]
Sobre “comprender/entender”
En vista del alto grado de ideologización del debate político sobre el tema cabe una breve observación sobre la ambigüedad del término “comprender” (o su equivalente “entender”), ya que a menudo su uso causa –involuntaria o intencionalmente– confusión.
Un primer significado se refiere a una actividad cognitiva: el estudio riguroso para conocer a fondo una situación social y sus causas, para lo cual se necesita examinar sin prejuicios ni tabúes todos sus aspectos, orígenes, procesos y actores individuales y colectivos, porque solamente comprendiendo cabalmente y desde sus raíces un problema sociocultural, se puede intentar diseñar una solución. Un segundo y muy diferente significado se refiere a una opción ética o política: se asume teórica y/o prácticamente y, en consecuencia, frecuentemente se defiende, la perspectiva o posición de una/o de la/os actora/es en conflicto como la propia.
Podría decirse también que el primer significado equivale al intento de “explicar”, “interpretar” o “aclarar” la realidad sociocultural, mientras que el segundo significado equivale al acto de “aprobar”, “justificar” o “respaldar” una opinión, posición o estrategia. Si bien es posible que una persona pueda realizar ambas acciones con respecto al mismo hecho, también es obvio que deben distinguirse abiertamente, porque la pretendida objetividad del conocimiento buscado (primer significado) puede malograrse a causa de solidaridades o compromisos no confesados (segundo significado), mientras que la eficacia de opciones asumidas (segundo significado) puede corromperse a causa de un análisis (primer significado) menos guiado por la razón crítica que por el deseo de legitimar o apoyar a toda costa la posición política asumida.
Como todo científico social aprende durante su entrenamiento básico, tal distinción es una tarea necesitada siempre de nuevo de vigilancia epistemológica (en la antropología, por ejemplo, necesitada de la constante revisión del alcance de diversos “centrismos” de tipo cultural, histórico, de clase, género, generación, de procedencia urbana o rural, etc., que no se pueden eliminar, pero tratar de controlar), pues el proceso cognitivo se realiza siempre en y desde cierto lugar geográfico, social, político e histórico, pero aspira a ser más que el simple reflejo de sus condicionantes abiertos y ocultos.
Así, por ejemplo, la delimitación socio-geográfica y histórica de una situación o de un proceso por analizar, tiene que seguir criterios analíticos explícitamente definidos. Al mismo tiempo, empero, es obvio que tal delimitación puede tener efectos sobre el análisis por realizar. Pero lo que para un esfuerzo cognitivo resulta inevitable, por ejemplo, abordar determinada profundidad temporal, para otro puede constituir una adulteración indebida del procedimiento analítico. Una ilustración de esta tensión epistémica son varias declaraciones del Secretario General de las Naciones Unidas, que ubicaron la situación como resultado de una larga cadena de conflictos entre judíos y palestinos en la región y marcados por el incumplimiento israelí de numerosos mandatos de las Naciones Unidas, pero que fueron rechazadas airadamente por voceros del gobierno israelí como toma de posición y no admitidas como parte del esfuerzo explicativo pendiente. Sin embargo, al mismo tiempo, representantes del gobierno israelí usaron la referencia a hechos históricos mucho más antiguos e incluso a textos religiosos milenarios para explicar y justificar su actuación[3].
Rasgos de la situación actual
La monstruosa incursión de bandas armadas de Hamás el 7 de octubre de 2023 en territorio israelí, sus brutales asesinatos en masa y sus secuestros han generado por casi doquier no solamente rechazo, sino también falta de comprensión: ¿cuál habría sido el propósito de esta acción? ¿qué se esperaba lograr? ¿cómo se pensaba enfrentar la respuesta militar del gobierno israelí no solo para los asesinos y secuestradores, sino también para los líderes políticos de Hamás, para la ciudadanía de la Franja de Gaza e incluso para las numerosas comunidades palestinas en otras partes de la región?
El análisis de la situación inicial y de su desarrollo posterior ha sido dificultado enormemente por tratarse de una auténtica guerra, en la que todas las partes involucradas han estado manipulando y ocultando información, al igual que sus simpatizantes y detractores. La imposibilidad de medios de información independientes de acceder libremente a las áreas impactadas por las acciones militares israelíes[4] y las posiciones tendenciosas más o menos abiertamente asumidas por muchos periódicos, radios, televisoras, blogs e incluso gobiernos han estado minando la credibilidad de enunciados provenientes del gobierno israelí y de la administración de Hamás, pero también de organizaciones de solidaridad con cualquiera de las dos partes; además hay que recordar que éstas últimas no constituyen entidades homogéneas, como lo demuestran las posiciones divergentes observables entre familiares de la/os rehenes y las fuerzas políticas israelíes.
En lo que coinciden muchos observadores es el peso de la ya larga historia conflictiva entre palestinos e israelíes, cuya etapa más reciente inicia con la llamada “intifada” de 1987 y que ha llevado a lo que, después de las confrontaciones sangrientas de 2008, 2012, 2014 y 2021, puede considerarse ahora la quinta “Guerra de Gaza”.[5] ¿Qué efectos tiene y tendrá esta exposición a violencia mortal experimentada en las generaciones nacidas en lo que va del siglo en israelíes y palestinos? ¿Cómo puede esperarse empatía de alguien quien teme cada vez más ser desplazado a la fuerza o eliminado por el otro – temor presente en ambas partes en conflicto?
Sin embargo, parece que en todo el mundo ha estado creciendo la crítica a la reacción desmesurada del gobierno israelí. Los más de treinta mil muertos por bombardeos y disparos, al parecer, en su mayoría mujeres y niños, a los que habrá que agregar la/os muerta/os enterrada/os bajo escombros, los desplazamientos forzados a lugares supuestamente seguros que luego resultan no serlo, el bloqueo inmisericorde de los convoyes con ayuda alimenticia, las imágenes de la destrucción indiscriminada de toda clase de edificios, vías de comunicación, medios de transporte, sistemas de agua y desagüe, electricidad y comunicación electrónica y el mantenimiento de cientos de miles de personas en condiciones de vida francamente infrahumanas hacen surgir la pregunta por el objetivo real de las acciones militares, que son flanqueadas por el incremento de agresiones mortales a palestinos en Cisjordania y la rudeza y humillación en la detención y la reclusión, muchas veces arbitraria, de palestina/os en áreas controladas por Israel[6]. Qué tan brutal e indiscriminada es la acción militar ha sido revelado, entre otros, por las condiciones sobrecogedoras en los hospitales en Gaza, por los disparos mortales contra secuestrados escapados (15 de diciembre de 2023), los más de cien muertos causados por fuego directo contra gazatíes aglomerados en torno a un convoy de alimentos (29 de febrero de 2024.
Por otra parte, resultan igualmente indefendibles el uso que hace Hamás desde hace seis meses de la/os israelíes secuestrada/os como rehenes, o sea, como medios de chantaje, y sus ataques continuados mediante cohetes a población civil israelí. Y si bien los apoyos de todo tipo a Hamás y/o la población gazatí de parte de organizaciones y gobiernos palestinos, árabes e islámicos ha sido bastante menor que el temido por muchos observadores, los ataques terroristas por parte de la organización Hezbolá han cobrado numerosas vidas israelíes y, conjuntamente con las agresiones armadas de los hutíes desde el Yemen a la navegación internacional en el Mar Rojo han intensificado la sensación israelí de estar acorralada. A su vez, las continuadas expulsiones de pobladora/es palestina/os por parte de colona/os israelíes y el aumento de asentamientos israelíes ilegales en Cisjordania y los obstáculos para acceder a sitios sagrados durante el mes de Ramadán han creado una desesperación semejante en la población palestina de toda la región. O sea, una espiral de violencia que ahoga cada vez más cualquier iniciativa de paz basada en empatía humana mutua mínima necesaria para una convivencia inevitable.
¿Objetivos estratégicos idénticos?
La masacre terrorista de Hamás del 7 de octubre parece encajar en la estrategia fanática sintetizada por el ya tristemente famoso grito “Desde el río hasta el mar, Palestina será libre”. Pero si bien los orígenes del objetivo de la eliminación del Estado de Israel e incluso de la población judía en la región se remontan a la época de la nakba, o sea, la expulsión de cientos de miles de palestinos de sus hogares como consecuencia de la creación del Estado de Israel en 1947/48, impulsada por el poder colonial de Gran Bretaña y realizada bajo la égida de las Naciones Unidas, ¿habrá alguien quien realmente cree que dicho objetivo sea posible lograr hoy día? Casi ocho décadas de diferentes intentos en este sentido han mostrado ser imposibles para la/os palestina/os, sin o con apoyo de otras fuerzas islámicas o árabes radicales.
La estrategia israelí oficial actual parece adolecer de la misma falta de realismo. Aparte de querer vengar de manera completamente desmesurada el ataque terrorista del 7 de octubre del año pasado y/o tratar de liberar la/os rehenes mediante negociaciones bajo presión militar masiva, su objetivo principal explícito es la eliminación de la organización Hamás y la muerte de sus líderes y operadores. Sin embargo, las noticias diarias muestran lo que el Alto Comisionado para Derechos Humanos de las Naciones Unidas ha llamado una “carnicería humana”[7] indiscriminada, a la que se agrega la mortandad causada por la destrucción de los sistemas de transporte, la supresión del derecho humano al agua potable y saneamiento y la generación de una creciente hambruna que a su vez es la causa de numerosos fallecimientos por debilitamiento e infecciones, especialmente de mujeres, recién nacidos y niños. Viendo además las imágenes de la destrucción virulenta de domicilios, tiendas, universidades, escuelas y hospitales, resulta difícil no ver esta estrategia como orientada por el objetivo de la eliminación física de toda la población gazatí y/o la conversión de la Franja de Gaza en un lugar inhabitable. Pero tampoco las expulsiones de cientos de miles de palestinos hacia Jordania, Siria y Egipto como consecuencia de las ocupación israelí de sus territorios en y después de la llamada “guerra de los seis días” de 1967[8] lograron aplacar la resistencia palestina, y es difícil creer que las familias de las decenas de muerta/os y herida/os y desposeída/os por las acciones militares israelíes de los meses pasados no se esté convirtiendo ya en semillas de futuras olas de sabotaje y terrorismo en gran parte de la región árabe o islámica.
No puede dejarse de mencionar en este contexto el cuestionable éxito de este tipo de acciones mortíferas usadas desde hace tiempo por el más importante aliado de Israel. Los Estados Unidos, cuyo origen está relacionado con la eliminación física de la mayor parte de la población indígena americana en su territorio, han hecho de la ejecución extrajudicial y el encarcelamiento sin mandato judicial ni juicio previo su respuesta principal a los terroríficos atentados yihadistas del 11 de septiembre de 2001. Pero ¿el exterminio físico de reales o supuestos líderes responsables (a veces incluso televisado y no pocas veces con “daños colaterales” admitidos de población circunstancialmente muerta o herida) y los ajusticiamientos selectivos de presuntos terroristas o los largos y horrorosos encarcelamientos clandestinos[9] han producido la desaparición del terrorismo radical islámico anti-estadounidense o anti-occidental? ¿Acaso no ha incrementado la aversión de muchos pueblos, especialmente en el Sur global, contra la/os estadounidenses e incluso contra los valores humanos retóricamente por mucha/os de ella/os defendidos[10], al tiempo que ha puesto en peligro el orden democrático y el estado de derecho, como ha sido evidenciado particularmente por la prisión militar “extraterritorial” de Guantánamo y por la persecución implacable de las revelaciones periodísticas hechas por Julian Assange en WikiLeaks y a través del video Asesinato colateral difundido por la exsoldado Chelsea Manning en dicho sitio electrónico? Algo semejante puede afirmarse con respecto a las acciones militares soviéticas primero y estadounidenses-europeas después contra los talibanes afganos o la respuesta gubernamental rusa a la masacre chechena en 2002 en un teatro de Moscú, que produjo la muerte de todos los agresores, pero también de un número tres veces mayor de sus rehenes.
Es cierto que resulta imposible imaginarse el sometimiento de bandas terroristas sin servicios de inteligencia ni acciones globales de tipo militar, pero ¿no espanta que tanto miembros del gobierno israelí con respecto a los gazatíes como el presidente ruso con respecto a la masacre ocurrida en una sala de conciertos moscovita a fines de marzo califiquen a los terroristas como “animales”?[11] En todo caso, ¿puede actuarse pretendidamente en defensa de la dignidad humana, cuando las acciones concretas la violan intencionalmente? Nuevamente estamos ante un argumento a favor de la intervención de las Naciones Unidas como promotora y garante de los derechos humanos universales y que puede actuar en función de la protección y el restablecimiento planetarios de éstos últimos –en dado caso incluso por la vía armada controlada– en vez de en función de soberanía territorial, honor nacional, reivindicación cultural o venganza intimidatoria.
De la misma manera, empero, como no se debe adjudicar a toda la población estadounidense esta clase de objetivos promovidos por líderes políticos, militares y empresariales de su país, tampoco sería correcto identificar a toda/os la/os adherentes a las diferentes corrientes del islam con fanatismo o terrorismo. La amplia gama de teóloga/os islámica/os que intentan comprender su tradición religiosa a la luz de los avances actuales en cuanto a conocimiento científico y derechos humanos y la convivencia pacífica patente en el tercer país islámico más poblado del mundo, Indonesia, demuestran la heterogeneidad de ese grupo humano[12]. Sin embargo, también en el caso del islam es patente el uso pervertidor de tradiciones religiosas y filosóficas para justificar o ser usadas para justificar el colonialismo o la cimentación de la desigualdad social, de la opresión estructural y la muerte de cualquier tipo de opositora/es.[13]
¿La hora de las Naciones Unidas?
Cada guerra entre países (como actualmente también la guerra Rusia-Ucrania), al igual que las acciones cruel y violentamente represivas de gobiernos nacionales contra segmentos de su propia población (de China contra los tibetanos y uigures, de Turquía contra los kurdos, de Siria contra cualquier tipo de oposición, de Afganistán e Irán contra sus mujeres, para nombrar solamente algunos casos vigentes[14]) pone en entredicho la idea de los derechos humanos más elementales, o sea, los derechos fundamentales consagrados por la Declaración Universal del 10 de diciembre de 1948, que ha sido aceptada formalmente por todos los países pertenecientes a la Organización de las Naciones Unidas y que solamente pueden considerarse tales si son vigentes en todas partes. Si bien la Organización de las Naciones Unidas no es lo que dice su nombre (pues los integrantes de su Asamblea General no representan pueblos o naciones, sino gobiernos y Estados, y los miembros permanentes del llamado Consejo de Seguridad están entre los principales productores y vendedores de armas en el mundo), no puede negarse que la ONU y sus organismos especializados en salud, infancia, alimentación, derechos humanos, cultura, defensa de los pueblos indígenas, refugiada/os y migrantes han contribuido significativamente a la paz y a la mejoría de las condiciones de vida de muchas personas en nuestro planeta, por más que los resultados de sus acciones e instituciones todavía se antojan demasiado diminutos frente a los retos existentes y que sus estructuras requieren con urgencia una reforma profunda[15]. No solamente esto sino, como es bien sabido, el mismo concepto de derechos humanos universales se halla en una fase todavía inicial de su proceso evolutivo[16].
También en el aterrador conflicto Hamás-Israel actual, el papel de la ONU ha sido muy limitado, a pesar del largo y sustancial apoyo de la población gazatí desde 1978 por el Programa de Asistencia al Pueblo Palestino del PNUD[17].
Pero: ¿qué alternativa hay?
¿Cómo y con qué criterios de derechos humanos se podría pensar en solucionar la actual situación desesperada de la población civil de la Franja de Gaza y de los familiares de la/os secuestrada/os? ¿Quién tendría autoridad moral suficiente para exigir la liberación inmediata y sin condiciones de toda/os la/os rehenes secuestrados, de las personas encarceladas sin juicio imparcial y la reanudación y reconstrucción inmediata de los servicios básicos en las zonas devastadas? ¿Cuál instancia, aparte de los Cascos Azules, podría interponerse entre las dos partes armadas y obligarlas a terminar sus acciones masivas de muerte, daño corporal y psíquico y de destrucción material ya inconcebibles e intolerables desde cualquier punto de vista? ¿Cuál instancia podría ser aceptada de alguna manera –pero en todo caso más que cualquier gobierno, ejército, alianza gubernamental o medida generada con la participación de cualquiera de los actores en el conflicto– para organizar la reconstrucción física, social y política sin que su intervención pueda ser descalificada de antemano como parcial y regida por el odio, la sed de venganza, el afán de exterminar al grupo enemigo?[18]
Además de todo, las Naciones Unidas no solo se fundaron en 1945 para “preservar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra”[19]. Como se acaba de recordar, tienen una responsabilidad especial en este conflicto, del que carecen en otros casos, pues su Asamblea General aprobó el 29 de noviembre de 1947 la resolución 181, que dividió el territorio de la región en un Estado Judío y un Estado Árabe. Esta decisión sentó las bases de la situación política, cultural, social y militar tensa e inestable que ya dura tres cuartos de siglo, ha costado muchas vidas humanas y generado varias crisis internacionales que no han sido debidamente atendidas por la comunidad internacional.
Cuatro tareas urgentes
Así que, evidentemente, parar la matazón en la población civil gazatí y liberar las personas usadas como rehenes, sería la primera tarea. La segunda: la reconstrucción física y la del orden social en la región. Es difícil imaginarse su avance sin que ambas partes renuncien a reclamos, cedan posiciones, reorganicen territorios y procesos económicos. Pero esta vez actuarían bajo la égida de la única organización político-social con ciertas posibilidades de intervención armada basada en el consenso formal de los derechos humanos, y bajo la mirada atenta e informada de la población mundial.
Hay dos tareas más. Una es la investigación imparcial de crímenes de guerra y violaciones masivas de los derechos humanos de Hamás y de Israel, el castigo de la/os responsables y la definición de acciones preventivas para evitar su repetición. ¿Quién, sino la Corte Penal Internacional (CPI) y la Corte Internacional de Justicia (CIJ), podrían llevarla a cabo? Evidentemente, se trata de un programa que se ve titánico, también en vista de que ni Israel ni los Estados Unidos han ratificado y, por tanto, no reconocen todavía el Estatuto de Roma sobre la Corte Penal Internacional.
Pero, nuevamente: ¿qué alternativa hay? Puede recordarse en este contexto qué tan largo y sinuoso ha sido el camino desde los juicios de Nuremberg y Tokio al final de la Segunda Guerra Mundial, pasando por los Tribunales Internacionales especiales sobre las masacres en la Ex-Yugoslavia y en Ruanda (creados por la ONU en 1993 y 1994) hasta el inicio de la CPI en 2003; a pesar de sus debilidades y lagunas ha dado pasos firmes que atestiguan que la idea de los derechos humanos y no el poder político, económico o militar debe regir los órdenes nacionales e internacional.[20]
Otra tarea más, que se antoja igualmente tremenda, es la que se refiere a las bases socioculturales de las dos partes en conflicto que necesitan ser modificadas para permitir la convivencia de sociedades y culturas diferentes. ¿No será descalificada de antemano cualquier propuesta en este sentido si proviene de una de las partes en conflicto o de sus apoyos externos? ¿No será, nuevamente, la ONU con sus múltiples organismos experimentados de modo teórico y práctico en cuanto a relaciones interculturales la única instancia que pueda guiar tal proceso e interesar a la opinión pública mundial por sus actividades, dificultades y logros – los cuales, podrían y tendrían que jugar un papel importante en otros conflictos actuales y futuros de este tipo[21]? Tal vez sea alentador recordar aquí el largo proceso que toda una generación consideraba en sus inicios inviable de “reconciliación” cuando se firmó en 1963 el Tratado del Elíseo de amistad franco-alemana. Tal acuerdo no solamente sentó las bases para una nueva relación entre los dos países agudamente enemistados, sino que fomentó e intensificó miles de pequeñas y grandes iniciativas para acabar con siglos de enfrentamiento social, político, militar, e incluso cultural, lingüístico y hasta religioso. Una amplia gama de actividades escolares y académicas, de eventos políticos simbólicos y de conmemoración, y, ante todo, de hermanamiento de ciudades, parroquias, coros, orquestas, clubes deportivos y asociaciones civiles de muchos tipos flanqueados por intercambio estudiantil, lograron corregir estereotipos, dejar por la paz reclamos injustificados y justificados, generar interés por los puntos de vista de los “enemigos históricos”, a tal grado que hoy día la alianza de ambos países constituye una de las bases fundamentales de la Unión Europea y que sea ya inconcebible una guerra más entre ellos.
Elementos para pensar en y desde México
A pesar de que en muchos países de América Latina viven personas que tienen raíces o parientes y amigos en la región en conflicto, ni el holocausto judío durante el régimen nazi, ni la mencionada nakba, ni las siguientes situaciones bélicas en la región llamada hasta el día de hoy eurocéntricamente “Cercano Oriente” han ocupado mucho la opinión pública o la diplomacia. La lejanía física y cultural, la poca información sistemática en geografía humana proporcionada por escuela y medios de difusión[22], la creciente complejidad de la globalización con su enorme diversidad de actores y condiciones políticas, socioeconómicas, culturales y religiosas están entre las razones, a las que se agrega el reciente aumento de conflictos severos entre y al interior de varios países de la región.
Es cierto que en México muy poca/os ciudadana/os están al tanto de las actividades de las Naciones Unidas – empezando con el nombre y los antecedentes de sus representantes nacionales en la Asamblea General y en los diversos organismos especializados. Además, ni el sistema escolar, ni el universitario, ni los medios de difusión privados ni los estatales promueven que la ciudadanía tome conciencia de su papel mundial como población del país que con respecto a territorio, demografía, Producto Interno Bruto y valor de exportaciones se ubica entre los primeros quince de los casi dos centenares de países del mundo, empezando con difundir constantemente los conocimientos de geografía humana, historia, economía y política adecuados que, por cierto, están a la mano también en la enciclopedia Wikipedia. Aún así, llama la atención que después del lamentable veto de Estados Unidos en el Consejo de Seguridad a mediados de octubre del año pasado a la propuesta brasileña de alto al fuego, Chile y México presentaron a mediados de enero del año en curso ante la Corte Penal Internacional la solicitud de investigar las informaciones sobre posibles crímenes de guerra en la región[23]. ¿Será el reinicio de una política exterior activa como la que ha sido retribuida en 1982 por el Premio Nobel de la Paz con motivo de la promoción de la desnuclearización de América Latina?
¿Hacia el final del “ojo por ojo”?
No cabe duda de que este esbozo de cuatro pasos para la solución de la terrible situación de rehenes y sus familiares, de familiares y vecinos de decenas de miles de muertos y muchas decenas más de personas desaparecidas, afectadas por heridas física y psíquicas, cuyo número aumenta día con día, al igual que la destrucción de sus más elementales condiciones de vida actual y futura, puede parecer poco realista. Pero ¿cuál sería la alternativa – especialmente si se asume la guerra Hamás-Israel como tipo ejemplar para muchas situaciones violentas actuales? ¿No parece adecuado recordar aquí la famosa frase de Mahatma Gandhi: “Ojo por ojo, y el mundo se quedará ciego”? ¿No serían las Naciones Unidas y su defensa de los derechos humanos la única alternativa real para encaminar a la población humana del planeta a convertirse –finalmente– en especie realmente humana?
[1] “El texto, preparado por los 10 miembros no permanentes del Consejo, ha sido aprobado con 14 votos a favor y la abstención de Estados Unidos. También exige la devolución de unos 130 rehenes secuestrados en Israel y retenidos en Gaza, y hace hincapié en la urgente necesidad de permitir que una amplia ayuda vital llegue a la población hambrienta del enclave asediado.” (<https://news.un.org/es/story/2024/03/1528586>).
[2] Ejemplos de como lo último ha estado afectando incluso la vida universitaria han sido señalados bajo el título “La censura asedia a universidades en Estados Unidos” (<https://www.jornada.com.mx/2024/03/15/opinion/a04o1cul>).
[3] Para introducirse a este complejo y emocionalmente muy cargado problema puede consultarse, por ejemplo, los artículos correspondiente de las secciones 2 y 4 del número 320 (abril de 207) de la revista internacional de teología Concilium, el apartado III.1 de Invitación a la utopía del conocido teólogo español Juan José Tamayo (Trotta, Madrid, 2012) o el artículo de Silvana Rabinovich “Una tierra prometida, ¿para enterrar a Dios?”, en el número 287 de Memoria. (<https://revistamemoria.mx/?p=3997>).
[4] En varios momentos se ha estimado en más de un centenar el número de periodistas muerta/os desde el inicio de la guerra en Gaza.
[5] Esta breve cronología ofrece la emisora radial “Deutsche Welle”: <https://www.dw.com/es/cronolog%C3%ADa-del-conflicto-entre-israel-y-ham%C3%A1s/a-67071417>.
[6] Ver para esto también el artículo de Federico Donner, “Gaza y la sombra del Leviatán”, en el número 287 de Memoria(<https://revistamemoria.mx/?p=3995>).
[7] “Israel-Palestina: El Alto Comisionado para los Derechos Humanos pide el fin de la ‘carnicería’ en Gaza”, <https://news.un.org/es/story/2024/02/1528012>.
[8] Resulta difícil olvidar en este contexto, que dicha guerra inició con un acto israelí llamado “de defensa preventiva”.
[9] Un esquema del programa de detención y tortura fue publicado por The New York Times en diciembre de 2014, basado en el reporte del Senado de los Estados Unidos sobre el tema (A History of the C.I.A.’s Secret Interrogation Program)<https://www.nytimes.com/interactive/2014/12/09/world/timeline-of-cias-secret-interrogation-program.html>. Más recientemente aturde la exhibición del maltrato extremo de varias personas detenidas, supuestos delincuentes responsables de la masacre terrorista en una sala de conciertos cerca de Moscú a fines de marzo.
[10] Ver en este sentido el título de la obra de Jane Mayer El Lado Oscuro: la historia secreta de cómo se convirtió la guerra contra el terrorismo en una guerra contra los ideales estadounidenses (2008).
[11] “Estamos luchando contra animales humanos y actuamos en consecuencia” (<https://elpais.com/opinion/2023-10-18/la-deshumanizacion-de-los-animales.html>) y “Los terroristas, asesinos, no son seres humanos, no pueden tener nacionalidad…” (<https://www.jornada.com.mx/2024/03/24/mundo/016n1mun>). Llama la atención que un candidato presidencial estadounidense acaba de usar una vez más esta misma descalificación para referirse a inmigrantes: <https://aristeguinoticias.com/1803/mexico/migrantes-no-son-personas-son-animales-dijo-trump-esquivel-video/>.
[12] Conviene recordar aquí el influyente mapa civilizatorio del mundo actual proyectado por el politólogo Samuel Huntington en su bestseller publicado hace tres décadas, Choque de civilizaciones, donde necesariamente el área islámica, igual como todas las demás áreas, aparece de un solo color.
[13] No puede dejarse de recordar en este contexto el uso autolegitimador de una determinada versión del catolicismo por diversas dictaduras latinoamericanas o la alianza abierta de la presidencia rusa actual con el patriarcado de Moscú para justificar su guerra contra Ucrania…
[14] Otra clase ejemplos al respecto solamente se puede mencionar aquí: la simple permisividad de estados y gobiernos, quienes han aceptado ser los principales encargados de velar por los derechos humanos en sus territorios, pero que no organizan los sistemas de salud pública ni los de transporte ni las relaciones laborales ni las prisiones acorde con dichos derechos o entregan regiones o ramas de actividad económica al control de organizaciones criminales.
[15] Esto ha sido expresado también con motivo de la guerra Rusia-Ucrania (“Ucrania: ¡reformar la ONU!”; ver: <https://revistacomun.com/blog/ucrania-reformar-la-onu/>).
[16] Para una concepción de los derechos humanos como proceso de diálogo intercultural abierto puede verse Esteban Krotz, “Antropología, derechos humanos y diálogo intercultural” (en: Revista de Ciencias Sociales, vol. I-II, 2004, ns. 103-104, pp. 75-82) y “Sobre algunos vínculos entre la ciencia antropológica
y los derechos humanos” (en: Alteridades, vol. 31, 2021, n. 62, pp. 85-98).
[17] Ver el portal-de del Programa <https://www.undp.org/es/guerra-en-gaza> [11/03/2024], donde al igual que en otro portal-e de la ONU (<https://www.un.org/es/content/photostories/Gaza/Gaza.shtml> [11/03/2024]) se pueden ver impresionantes imágenes y datos sobre la situación.
[18] Una lúcida caricatura acaba de evidenciar la absurdidad de las acciones gubernamentales de Estados Unidos y Alemania, que finalmente organizan unos envíos de ayuda humanitaria para la población civil en Gaza desde el aire y por mar, cuando han estado abasteciendo con armas y municiones el ejército israelí y bloqueado todas las iniciativas de organizaciones internacionales para un inmediato alto al fuego: “Mantente concentrado”, ordena el oficial al soldado que tiene que cargar un avión con armas y otro con alimentos: <https://www.spiegel.de/fotostrecke/cartoon-des-tages-fotostrecke-142907.html#bild-efd7557b-8505-4d88-b6d6-2946560cd2ed>.
[19] Ver los artículos 33-38 de la Carta de las Naciones Unidas sobre el arreglo pacífico de controversias y el artículo 51 sobre el derecho a legítima defensa (<https://www.un.org/es/about-us/un-charter/full-text>), basados todos en la prohibición de la violencia por los artículos 2.3 y 2.4 de la misma Carta.
[20] Conviene recordar aquí que tampoco Rusia ha ratificado el Estatuto de Roma, pero que el presidente ruso ya no puede viajar a la mayor parte de los países del mundo sin exponerse al peligro de ser detenido en función de una orden de arresto emitido por el Tribunal Penal Internacional.
[21] Obviamente, el conflicto ruso-ucraniano está necesitado urgentemente de estas mismas actividades. También hay que reconocer en este contexto los esfuerzos del actual papa para superar el “choque de civilizaciones”, promoviendo una relación de mutuo respeto entre las principales tradiciones religiosas del mundo, por ejemplo, a través de su visita en marzo de 2021 al domicilio del más importante líder espiritual iraquí (<https://www.jornada.com.mx/2021/03/07/mundo/018n1mun>).
[22] Por ello puede recordarse aquí la importancia de La cultura de los árabes (Siglo XXI Editores, 1989) de la antropóloga siria Ikram Antaki (1947-2000), afincada en aquel entonces en México, pues fue uno de los primeros estudios editados en el país sobre la región mencionada y motivada por la llamada Primera Guerra del Golfo (1980-1988, o Guerra Irán-Irak).
[23] Ver el comunicado respectivo de la Secretaría de Relaciones Exteriores: <https://www.gob.mx/sre/prensa/remision-de-la-situacion-de-palestina-a-la-corte-penal-internacional-cpi>.