EL NUEVO SOCIALISMO DE ENRICO BERLINGUER Y EL MUNDO DEL SIGLO XXI

¿Qué puede seguir siendo útil en la caja de herramientas políticas y conceptuales de Enrico Berlinguer para la lucha actual por construir el socialismo del siglo XXI? ¿Qué podemos extraer de su riqueza de ideas, intuiciones y propuestas, quizá no siempre suficientemente exploradas, pero significativas e innovadoras? ¿Qué podemos aprender de su actividad político-práctica, donde evidentemente reside una parte importante de su magisterio? 

Berlinguer aparece hoy, en muchos aspectos, como el más avanzado de los dirigentes de los partidos del movimiento obrero de la segunda mitad del siglo XX. Ante todo -creo yo- por haber comprendido que el socialismo tenía que recrear su herencia histórica democrática y de libertad, que lo había caracterizado durante tanto tiempo, pero sin ceder a los halagos de la aceptación de la sociedad capitalista, sin hacer “mágico” el concepto de mercado y la naturalización de las desigualdades que lo caracterizan. Esta elaboración de Berlinguer maduró en la confrontación con la realidad soviética a partir de los años 50 y se consolidó tras la invasión de Checoslovaquia en 1968. En 1971 Berlinguer hizo explícita -en un discurso ante el Comité Central- la necesidad de la recuperación, en relación con a la sociedad socialista que hay que construir, de una parte importante de la tradición liberal: la de salvaguardar las libertades políticas, la libertad de expresión, la libertad de organización, las libertades sindicales y las libertades religiosas, culturales, etc. Por eso, además de la reivindicación de la democracia, cree que lo importante es precisamente la cuestión de las libertades, pero limitando la única libertad que todas las demás acaban socavando: la libertad de mercado y de empresa económica. Como, por otra parte, también prevé la Constitución republicana. 

Es interesante observar cómo esta reflexión se retoma unos años más tarde y se transpone exactamente con las mismas palabras en los documentos bilaterales (con los comunistas franceses y españoles) que constituirán la base del eurocomunismo. De hecho, el propio eurocomunismo se basa en un principio fundamental, el supuesto de que el socialismo debe construirse en libertad y democracia. 

En estos documentos de mediados de los años setenta, Berlinguer mantiene así las tesis que había madurado varios años antes y que siguen literalmente sus declaraciones públicas anteriores. Por ejemplo, al término de un encuentro entre Berlinguer y el secretario del Partido Comunista Español, Carrillo, que tuvo lugar en Livorno en julio de 1975, ambos firmaron un documento en el que declaraban que en su “concepción de un avance democrático hacia el socialismo, en paz y libertad, se expresa no una actitud táctica sino un compromiso estratégico”. Añadiendo: 

La perspectiva de una sociedad socialista surge hoy de la realidad de las cosas y se basa en la convicción de que el socialismo sólo puede instaurarse en nuestros países mediante el desarrollo y la plena aplicación de la democracia. Ésta tiene como base la afirmación del valor de las libertades personales y colectivas y su garantía, de los principios de laicidad del Estado, su articulación democrática, la pluralidad de partidos en una dialéctica libre, la autodeterminación de los sindicatos, las libertades religiosas, la libertad de expresión, la cultura, el arte y la ciencia. En el ámbito económico, se reclama una solución socialista que garantice un alto nivel de desarrollo productivo, mediante una política de planificación democrática que se apoye en la coexistencia de diversas formas de iniciativa y gestión públicas y privadas. 

¿Qué había detrás del planteamiento de Berlinguer, de esta reivindicación de la tradición liberal en su máxima expresión, que el marxismo y el comunismo habían cometido el error de descuidar o ignorar? En primer lugar, estaba la lección de Togliatti, y también, aunque en segundo plano, el tema de la hegemonía de Gramsci. Los comunistas italianos habían trabajado durante mucho tiempo en la conjugación de democracia y socialismo, no siempre con plena coherencia, pero siempre re-proponiéndola como eje fundamental de su presencia en el país tras la caída del periodo fascista, hasta llegar a la tesis de Togliatti de las vías nacionales al socialismo, que en esencia significaba poder elegir una vía y un modelo distintos de los del socialismo autoritario de corte soviético del siglo XX. Berlinguer iría más lejos, pero toda esta historia previa confluye también en el eurocomunismo. Habría sido una adquisición más incierta y frágil (como lo fue para otros partidos comunistas) si la tradición del comunismo italiano no hubiera estado detrás de Berlinguer. Ésta sería puesta a prueba por sus declaraciones y -unos años más tarde- por la nueva y convencida adhesión de los comunistas italianos a las políticas de unidad europea, propiciada por el diálogo con Altiero Spinelli. Un nexo dialéctico -el existente entre el eurocomunismo y la adhesión al proceso unificación europea– era, por supuesto, tratar de arrancar su gestión de las manos de los grandes grupos capitalistas, que querían redibujar el equilibrio político internacional a gran escala y de forma profunda. 

Cuando los franceses y los españoles, por razones opuestas, denunciaron el fracaso del movimiento eurocomunista, Berlinguer fue a Moscú con motivo del 60 aniversario de la Revolución de Octubre en 1977 y afirmó – ante los partidos comunistas de todo el mundo- que consideraba la democracia (y el pluripartidismo y las libertades fundamentales) como el “valor histórico universal sobre el que fundar una sociedad socialista original” . La clase obrera occidental, que había experimentado las dramáticas consecuencias de la negación de la democracia y las libertades por el fascismo, no podía sentirse atraída -creía con razón el secretario del PCI- por un modelo que 60 años después de la revolución seguía negando la relevancia de estos valores y se mostraba incapaz de hacerlos realidad. 

Así, en primer lugar, heredamos de Berlinguer la adquisición de la democracia y las libertades fundamentales, o más bien su plena recuperación, como parte integrante de nuestra concepción del socialismo. 

Una segunda referencia que quiero hacer es a la guerberlina de la austeridad, tema del que habló en dos discursos, en Roma y Milán, los días 15 y 30 de enero de 1977. Berlinguer fue criticado e incluso se rieron de él por estos discursos, pero en realidad se trataba de polémicas totalmente instrumentales de aquellos (socialistas o de extrema izquierda) que se oponían al PCI y a la política de Berlinguer por otras razones, acertadas o no. 

El tema de la austeridad parece extremadamente válido hoy en día y anticipa cuestiones ampliamente reconocidas en la izquierda . En primer lugar, Berlinguer afirma que ya no es posible ni justo hacer que los pueblos del entonces llamado Tercer Mundo soporten el peso de la explotación neocolonial e imperialista y hacerles pagar por la prosperidad de los países más desarrollados. Como ya dejó claro la crisis del petróleo de 1973. Es necesario cambiar los modos de vida de las sociedades occidentales, abrir un nuevo diálogo Norte-Sur, producir formas inéditas de reducción del consumo, para alcanzar un desarrollo sostenible.

En segundo lugar, la fórmula de la austeridad significa que los sacrificios no deben recaer, en una situación de gran crisis económica como la de los años 70, sólo sobre los trabajadores. La posición de Berlinguer es opuesta a la de otros exponentes de la economía, la política y también del PCI y los sindicatos, los partidarios de la llamada “política en dos tiempos”, según la cual primero las masas trabajadoras deben hacer sacrificios, con los que deben promover la recuperación económica, y después disfrutar de las mejoras que se derivarían de esta recuperación. Por el contrario, para Berlinguer es necesario repensar todo el ‘modelo de desarrollo’ capitalista, privilegiando el consumo colectivo, poniendo freno al despilfarro y distribuyendo los sacrificios necesarios no sólo y no tanto entre las clases trabajadoras. 

Hoy, la austeridad de Berlinguer ha sido redescubierta por ecologistas de todas las tendencias: se acabaron las burlas, las ideas de Berlinguer siguen vivas. Es un tema de gran actualidad porque ya está claro para todos que el modelo de vida capitalista es insostenible para todo el planeta. En última instancia, nuestro socialismo o será también ecológico, y capaz de implicar a todo el planeta en la defensa misma de la vida, o no lo será. 

Los años que siguieron, a partir sobre todo de 1979, fueron los del llamado “segundo Berlinguer”, en el que estas reivindicaciones se profundizaron y fueron acompañadas de un replanteamiento general de la política y del PCI. Berlinguer inició este profundo replanteamiento tras el fin de los gobiernos de “solidaridad nacional”, que habían desgastado la relación entre comunistas, votantes y trabajadores italianos. Un replanteamiento que no sólo dependía del asesinato de Aldo Moro. Una fase que ya se había abierto con una autocrítica, en parte explícita y en parte de facto, sobre la solidaridad nacional y los compromisos a los que el Partido Comunista había decidido someterse.

Ciertamente, a finales de los años setenta prevalecía una fuerte hostilidad hacia el PCI tanto en la Democracia Cristiana como en el Partido Socialista. Ante una situación que había cambiado en muchos aspectos tras la elección de Bettino Craxi para la secretaría del PSI y después del secuestro y asesinato de Moro, Berlinguer hizo un “movimiento gramsciano”: se volvió hacia la sociedad en lugar de hacia los partidos, se centró en lo que Gramsci había llamado un movimiento “socialista” “Así, la Reforma intelectual y moral”, dirige la fuerza de los comunistas y sus energías personales en la dirección de crear -para utilizar de nuevo las palabras de Gramsci- un nuevo “sentido común de las masas”, para cambiar las orientaciones culturales y políticas del país. Por ello, pagó un precio de aislamiento dentro de la clase política, también porque la misma mayoría de la dirección del PCI no comprendió o no aprobó este giro, y permaneció atada a la vieja política, o mostró resignación ante la ofensiva craxiana. 

¿Cuáles son los puntos sobre los que Berlinguer articula su acción renovadora? En primer lugar, en 1980, el secretario del PCI acudió a las puertas de la fábrica de Fiat en dificultades y declaró que los comunistas estarían con los trabajadores, aunque la fábrica estuviera ocupada. Fue un gesto simbólico que significaba que Berlinguer consideraba fundamental reconstituir una “conexión sentimental” entre los comunistas y el mundo del trabajo. Era necesario volver a partir del conflicto de clases, como base ineludible de la presencia y la fuerza de los comunistas en el país. La hegemonía, había escrito Gramsci, ‘tiene su primer nivel fundamental en las relaciones económicas: “si la hegemonía es ético-política, no puede dejar de ser también económica, no puede dejar de tener su fundamento en la función decisiva que el grupo dirigente [la clase obrera] ejerce en el núcleo decisivo de la actividad económica”. Unos años más tarde vino la lucha por la defensa de los salarios, y ésta iba a ser la última batalla de Berlinguer, dramáticamente interrumpida por su muerte. 

Y no sólo eso. Berlinguer retomó los temas de la ecología y los límites del desarrollo, ya presentes en el discurso de la austeridad, en sus últimos años de vida y de batalla política. Propuso un desarrollo diferente, cualitativo más que cuantitativo. Se trata de un discurso radicalmente antieconomicista -como sólo puede encontrarse en Gramsci, en el comunismo italiano, y no sólo-, que no olvida las necesidades materiales, sino que reclama su satisfacción igualitaria, sobria y no alienante. Las cuestiones de qué producir y por qué, dice Berlinguer, son centrales para los comunistas y los trabajadores. Es una opción que también quiere dar más importancia a la educación, a la cultura, a la calidad del desarrollo, no sólo a su cantidad. Pero para resolver este conjunto de problemas -según Berlinguer- es indispensable avanzar hacia el socialismo: es ilusorio pensar en alcanzar ciertos objetivos -como la protección del medio ambiente y de la salud- permaneciendo en una sociedad capitalista, sin socavar al menos sus mecanismos. 

Luego está  -en el “segundo Berlinguer”- la “cuestión moral”. Que para Berlinguer no tiene nada de moral. Berlinguer acusa a la política y a los partidos de haberse convertido en máquinas de clientelismo, poder y beneficio personal. En este marco, Berlinguer habla de la ‘diversidad’ comunista -no en un sentido antropológico, sino como una forma de hacer política que no busca el beneficio personal, porque está animada por la voluntad de luchar por la superación del sistema capitalista, por una sociedad que no busque el beneficio y el egoísmo individual y de clase, por una sociedad más justa. 

Otro aspecto fundamental a recordar es la apertura del PCI en la dirección de los movimientos y de la sociedad. La política y los partidos, y también el PCI, deben renovarse con fuerza. Debemos abordar los problemas que acucian a los ciudadanos: que son también los problemas de la vida cotidiana, la sexualidad, la salud, la vejez. Abrirse a la sociedad y a los cambios significa también retomar el diálogo con los jóvenes, intentando superar el conflicto que surgió con una parte del mundo juvenil en 1977. Por ejemplo, demostrando una gran sensibilidad ante el problema de la paz y el rearme, herencia directa de la importancia que Berlinguer concedió a la distensión a principios de los años setenta. Frente a la reanudación de la carrera armamentística nuclear, frente a la ampliación de la presencia militar extranjera en Italia, Berlinguer se puso resueltamente del lado del movimiento pacifista, del gran movimiento que se opone a los peligros de la guerra en todo el mundo. El PCI -a instancias de Berlinguer- apoyó firmemente las manifestaciones pacifistas, y en este camino volvió a encontrarse con una parte del mundo católico, pero la parte más tradicional, menos institucional. Berlinguer participó en la marcha por la paz de Asís y habló con todos aquellos que estaban dispuestos a luchar por la paz. En octubre de 1981, la Carta por la Paz y el Desarrollo, un documento del PCI, fuertemente apoyado por Berlinguer, contenía una visión de un mundo en el que los problemas se percibían como globales y se trataban globalmente.

La conexión entre ambos momentos –paz y desarrollo– se considera muy estrecha. Y este es también un tema de actualidad: las guerras y el armamento siguen obstaculizando la lucha contra el hambre en el mundo, por una subsistencia alimentaria mínima pero garantizada. Por un lado, el subdesarrollo es visto por el PCI como una de las principales causas de inseguridad e inestabilidad política; por otro, se afirma que “a menos que se cambie el modelo económico occidental, no hay posibilidad de una solución efectiva a los problemas del Tercer Mundo”. 

Además de apoyar al movimiento pacifista, este último Berlinguer dialogó con los movimientos feministas. No olvida los logros de los movimientos emancipadores, pero subraya que “el proceso de la revolución social y la liberación de la mujer […] deben ir de la mano y apoyarse mutuamente”. Y considera que la revolución de las mujeres es una condición indispensable para una revolución socialista. Berlinguer afirma que “en Occidente, sólo puede haber revolución […] si también hay revolución de las mujeres, y si no hay revolución de las mujeres, no habrá verdadera revolución”. 

Lo que se necesita en última instancia no es sólo una revolución económica, sino también una profunda revolución cultural, un cuestionamiento de los papeles, una subversión del sentido común conservador, sin lo cual no hay posibilidad real de cambio en la sociedad. 

Toda esta iniciativa política y cultural emprendida por Berlinguer es, en mi opinión, la redacción de facto de un verdadero y propio “programa fundamental”. Una batalla por la renovación del PCI, pero también por la democracia italiana, por su nuevo renacimiento. Cabe recordar, entre otras cosas, la profética entrevista de diciembre de 1983 sobre la novela 1984 de Orwell, en la que Berlinguer afirmaba su interés por las nuevas tecnologías de la información -aunque consciente de las dificultades que habrían supuesto para el empleo obrero y para el peso político de los comunistas-, pero también subrayaba sus potencialidades y los riesgos que entrañaban para la socialización de la política: casi prefigurando (y ya combatiendo) los sucedáneos de democracia “a distancia” hoy en boga. En muchas de estas cuestiones, Berlinguer se encontró con la extrañeza y la hostilidad de gran parte del grupo dirigente del PCI de entonces, fiel a la dinámica de la política institucional e incapaz de una auténtica renovación cultural. Sin embargo, también encontró la aprobación apasionada del “pueblo comunista” y de millones de ciudadanos. Como, por cierto, atestigua su funeral. Creo que sus “largas reflexiones” han llegado hasta nosotros mostrando su validez subyacente. Más aún: su necesidad para nosotros hoy. Creo que siguen siendo una contribución fundamental a la reflexión sobre el socialismo en el siglo XXI.