LA ECONOMÍA MEXICANA EN EL ESTANCAMIENTO

La economía mexicana cerrará 2015 con un crecimiento cercano a 2 por ciento, y eso si los problemas que se enfrentan, nacionales e internacionales, no se agravan en lo que resta del año. Con ello se reproduce el cuadro de semiestancamiento económico en que se ha desenvuelto durante los últimos 30 años, con su cauda asociada de desempleo, informalidad, salarios reales decrecientes y pobreza abismal. No se trata entonces de un fenómeno nuevo sino de una inercia estructural, manifiesta desde los años ochenta, cuando las cúpulas de la clase dominante y el gobierno, en consonancia con los intereses del capital monopolista-financiero de los países centrales, decidieron adoptar el modelo neoliberal. Dos factores principales explican la tendencia al estancamiento: la inserción pasiva del país a la globalización económica y financiera neoliberal y a un “régimen de acumulación dominado por las finanzas”; y la crisis global que irrumpió en 2007, determinada por los límites y las contradicciones de tal régimen de acumulación globalizado y financiarizado.

La crisis global no ha concluido. Lejos de ello, como he planteado en otra parte (Guillén, 2015), entra en una nueva fase que puede arrastrar la economía mundial a una nueva recesión generalizada y a la detonación de crisis financieras de corte sistémico. El foco de la crisis se halla ahora en los “países emergentes”, fuertemente afectados por la desaceleración de la economía china, el derrumbe de los precios internacionales de los productos primarios y la profunda devaluación de sus tipos de cambio. Según datos del Fondo Monetario Internacional, el índice de precios de los productos primarios disminuyó 44 por ciento entre junio de 2014 y agosto de 2015. En el mismo lapso, el precio del petróleo descendió 56 por ciento, lo cual afecta de modo grave a los países latinoamericanos petroleros, como Venezuela, México y Ecuador.

Uno de los factores de mayor influencia en el clima de incertidumbre que asfixia la economía mundial y nacional es el curso errático de la “política de normalización monetaria” de la Reserva Federal estadounidense (FED), anunciada desde mayo de 2014 y todavía sin concretarse. El pasado 17 de septiembre, la FED tenía la opción de iniciar el incremento de la tasa de fondos federales, pero decidió de nuevo no elevarla, seis años después de haberla llevado a cero. Desde entonces, Estados Unidos ha carecido de una política monetaria “normal”, en plena contradicción con el pensamiento neoliberal y monetarista dominante, para el cual —desde Milton Friedman— la herramienta básica de política económica es el control de la oferta monetaria. Desde diciembre de 2008, la FED ha estado atrapada en lo que Keynes bautizó como la “trampa de liquidez”. En otras palabras, el sistema capitalista vive en estado de terapia intensiva; los bancos centrales han debido recurrir a programas inéditos de flexibilización cuantitativa, los cuales han inundado de liquidez el mundo. Las montañas de dinero creadas por dichas instituciones no se han canalizado a la inversión productiva, sino que han sido desviadas por ellos a la especulación financiera. De allí la urgencia para la FED de “normalizar” la política monetaria. Si bien pudo haberlo intentado en su última reunión apoyada en la modesta recuperación de la economía estadounidense y en la reducción de la tasa de desempleo, prefirió abstenerse de hacerlo y decidió patear el “bote hacia adelante”, ante el temor de que la elevación de las tasas de interés desestabilice los ya muy volátiles mercados financieros, acelere la devaluación de las monedas de los países emergentes y profundice las evidentes tendencias a la deflación en la economía mundial. El hecho real es que la crisis global no termina, y su salida está lejos de vislumbrarse. Y resulta cada vez más evidente también que la política monetaria no va a ningún lado y la FED no tiene otro plan que adaptarse pragmáticamente a los vaivenes de la crisis.

México y otros países latinoamericanos fueron ejemplos claros de la especulación provocada por la “flexibilización cuantitativa” de los bancos centrales de las naciones desarrolladas durante el periodo 2009-2014 y de sus efectos nocivos en el crecimiento económico y la inversión. El “exceso de liquidez” inundó los mercados financieros con capitales especulativos en la bolsa y en el mercado de títulos; es decir, en el comercio de lo que Marx llamó acertadamente “capital ficticio”, cuyo alud provocó la apreciación de los tipos de cambio y alentó a los agentes económicos —las corporaciones privadas y los gobiernos— a endeudarse en moneda extranjera. Ello influyó, además, de manera decisiva en la desaceleración de las actividades productivas.

El estancamiento económico, ya visible en 2011, se agravó a partir de 2014, cuando la FED anunció que terminaría su programa de compra de títulos e iniciaría la normalización de la política monetaria. Ello se combinó con la desaceleración de la economía china, la caída del precio internacional de los productos primarios y la disminución de flujos externos de capital hacia los países de la periferia. Según datos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe Cepal, el PIB de América Latina crecerá solamente 0.5 en 2015, tras lograr un magro 1.1 en 2014, muy por debajo del 5 por ciento anual conseguido en la primera mitad de la década pasada, antes que irrumpiera la crisis global. Varios países del área, entre ellos Brasil y Venezuela, han entrado en recesión.

La decisión última de la FED de no elevar las tasas de interés, contra que se esperaba, no aplacó los “mercados”, pues para los operadores financieros esa decisión pone en evidencia que el estado de la economía mundial es peor de lo que se pensaba. El efecto no fue muy distinto del que se habría dado si el banco central estadounidense hubiera decidido elevar las tasas: la volatilidad de las bolsas continúa, las reservas internacionales siguen mermando y los tipos de cambio de las economías emergentes aún se deprecian. La interrogante surge entonces: ¿hay realmente política monetaria o, como se sabe desde hace mucho tiempo, es un instrumento por completo insuficiente para atacar los problemas del capitalismo, sobre todo en situaciones de crisis?

Es difícil esperar la reactivación de la economía mexicana. Por el contrario, resulta dable esperar mayor desaceleración de su crecimiento. El pronóstico del PIB incorporado por el gobierno de Peña Nieto en los Criterios Generales de Política Económica, que lo sitúa entre 2 y 2.8 por ciento en 2015, parece muy optimista. Pronto será deshecho por la realidad. No sólo el crecimiento pierde fuerza, sino que no es de descartar que el país, como otros de la región y del mundo, experimente una recesión. Las exportaciones de manufacturas, el motor del mediocre crecimiento de 2 por ciento registrado en los últimos dos años, han perdido dinamismo. Por el lado de las exportaciones petroleras, éstas continuarán su desplome, pues no es previsible en los próximos meses un repunte en los precios internacionales del crudo y persiste el declive de la producción petrolera. La industria manufacturera crece a un ritmo de apenas 1 por ciento, la construcción sigue postrada y la minería se ha desplomado por la baja del precio de los commodities. El mercado interno, que nunca ha sido el objetivo de la política económica neoliberal, sigue postrado por la restricción salarial y la desarticulación de un sistema productivo volcado “hacia fuera”, sin motor interno y dependiente en exceso de las importaciones de insumos.

Mucho menos puede despertar optimismo la política fiscal contraccionista que seguirá el gobierno de México en los próximos años. Ésta se alinea, como un gemelo a otro, con los doctrina de la “austeridad” impuesta por los neoliberales en todo el mundo. Para 2016, el gobierno considera una reducción de 221 milllones de pesos en el gasto público programable en relación con el presupuesto aprobado en 2015. El subsecretario de Egresos de la Secretaría de Hacienda, Fernando Galindo Favela, deja en claro los propósitos de la política económica: “Con el paquete económico de 2016 (…) se busca preservar la estabilidad económica del país mediante el manejo responsable de las finanzas públicas, ante un entorno internacional complejo”. Es decir, no se trata de que la economía crezca: el objetivo principal de esas políticas es garantizar la estabilidad de precios y de los mercados financieros. Se busca, en otras palabras, garantizar la rentabilidad de los grandes capitales que entran en el país a obtener altos retornos para sus capitales especulativos.

Frente a este panorama de contracción, el gobierno apuesta todas sus cartas a los supuestos beneficios de las reformas estructurales, y su también supuesto efecto positivo en el desarrollo económico del país. Con el auxilio de los medios de comunicación masiva trata de mantener altas las expectativas respecto a ellas. Pero en realidad poco puede esperarse de dichas reformas en cuanto a crecimiento económico y creación de empleos. La reforma educativa, como se comprueba día con día, es en esencia de tipo laboral para castigar la disidencia magisterial; la de telecomunicaciones, si bien puede atraer algunos capitales en el sector, supone principalmente un reparto del pastel entre un reducido grupo capitales oligopólicos, sin que ello repercute de manera importante en el resto de la economía. Y lo que era la joya de la corona, la reforma energética, es poco probable que detone proyectos de inversión cuantiosos en exploración en aguas profundas o en fracking —la parte más apetitosa del filete energético—, pues el precio del petróleo no se recuperará en los próximos meses, y rondará entre 30 y 40 dólares en los meses venideros.


* Profesor, UAM-I.

Referencias bibliográficas

Galindo Favela, Fernando (2015). “Responsabilidad, prioridades y austeridad en el proyecto de Presupuesto de Egresos 2016”. La Jornada, 15 de septiembre.

Guillén, Arturo (2015). La crisis global en su laberinto. Barcelona, Editorial Nueva-UAM-I.