POR EL RENACIMIENTO DE LA PATRIA

Lo que más irrita a los poderes fácticos y la clase política es que a pesar de décadas de represión, exclusión y cooptación, el enfoque crítico de izquierda sigue imponiendo las coordenadas del debate político nacional. Hoy en México nadie se reivindica como un reaccionario o un neoliberal. Estas corrientes de pensamiento se encuentran en franca bancarrota. Los principales medios de comunicación electrónicos son muy eficaces cuando se trata de desviar la atención de los temas de fondo, de vender productos y políticos chatarra, así como de generar miedo y desánimo entre la población. Sin embargo, han sido incapaces de llenar el vacío con un nuevo discurso afirmativo y articulado desde la derecha.

Hoy la verdadera crisis de identidad y de propuesta ideológica, tanto en México como en el mundo, no es de la izquierda, sino de la derecha. Durante la Guerra Fría, los neoliberales se enorgullecían de su supuesta defensa de la “libertad” y la democracia de las dictaduras “totalitarias” y comunistas. Este discurso siempre fue una mascarada para esconder el imperialismo estadunidense, la concentración generalizada de la riqueza y la comisión de un sinnúmero de atrocidades y crímenes de guerra, pero todo se hacía supuestamente con el fin de defender los principios básicos del liberalismo.

Pero hoy la profunda hipocresía del “liberalismo realmente existente” es más evidente que nunca. Sin adversario a quien combatir o distinguirse dialécticamente, cada día se vuelve más transparente el desnudo ejercicio del poder en función de los intereses imperiales y de una pequeña clase dominante mundial.

flores 16En respuesta, en Estados Unidos se ha buscado reemplazar la “amenaza comunista” con la “amenaza terrorista” y el peligro de los “fundamentalistas” musulmanes. Este esfuerzo ha funcionado para permitir tanto una enorme expansión del gasto militar como una escalofriante reducción de la privacidad y las libertades cívicas, pero no ha logrado articular una nueva propuesta de transformación social y humanitaria.

En México, tanto la rampante corrupción política durante el sexenio de Carlos Salinas de Gortari como la crisis económica de 1994 deslegitimaron de manera contundente el discurso neoliberal iniciado en 1982. Fue evidente para todos que la “modernidad” y el “desarrollo” ofrecidos por esta corriente de pensamiento en realidad implicaba mayor desigualdad, pobreza y saqueo por los potentados. El “error de diciembre”, que generó una catastrófica devaluación del peso en 1995, desnudó la mentira del proyecto salinista y cumplió la misma función en el contexto mexicano que la caída del Muro de Berlín a escala mundial: ambos eventos marcan el fin de la credibilidad del discurso neoliberal.

Pero en México, en lugar de recurrir a la amenaza del terrorismo como eje articular de un nuevo discurso dominante, el nuevo “enemigo” es el supuesto “populismo” del nacionalismo revolucionario. Aquí el adversario a vencer no serían los fundamentalistas religiosos, sino quienes defienden las conquistas históricas de la Constitución Mexicana, y en particular los artículos 3, 27 y 123 sobre la educación pública, gratuita y laica, la propiedad “originaria” de la nación sobre todas las tierras y aguas y los derechos laborales y sociales.

A principios del siglo XX, la Revolución Mexicana y la Constitución de 1917 establecieron las pautas para el nuevo constitucionalismo social que rápidamente se extendería a lo largo y ancho de Europa, y después al mundo entero. Posteriormente, la materialización del proyecto revolucionario durante el sexenio de Lázaro Cárdenas, con la expropiación petrolera y un masivo reparto agrario, demostró al mundo que era posible pasar de la propuesta a la acción para detonar una profunda transformación social desde el poder del Estado.

Pero a los mexicanos nos quieren vender la idea de que la “modernidad” y el “progreso” pasan necesariamente por un repudio generalizado a nuestra identidad e historia. Aprovechando de la humildad y apertura hacia lo externo que suelen marcar la cultura popular del país, se busca propagar la idea de que los principales obstáculos al desarrollo nacional serían nuestras costumbres culturales y el legado de la Revolución Mexicana. En su lugar, se busca desarrollar prácticas y valores nuevos basados en el individualismo, el consumismo, y el eficientismo con el fin de mover México culturalmente, económicamente y políticamente más cercano a los Estados Unidos. El malinchismo y el elitismo se convierten en políticas de Estado y se emulan experiencias de “revolución cultural” impuestos desde arriba.

Este esfuerzo de transformación cultural y revisionismo histórico no es gratuito ni inocente. La cultura popular y la historia revolucionaria mexicanas juntas constituyen tanto un dique al avance del neoliberalismo más rapaz como una inspiración para las nuevas generaciones en busca de coordenadas para sus luchas a favor de la justicia social y transformación política. Los poderes fácticos y la clase política del país se sienten frustrados por su incapacidad de complementar su poderío económico y social con una plena dominación cultural.  Están desesperados por extender sus alas para terminar de exprimir y pisotear a los mexicanos más humildes.

Por ejemplo, justo cuando los corruptos y los oligarcas estaban deshojando sus margaritas para celebrar las “reformas estructurales” del “Pacto por México”, irrumpió en la escena la voz revolucionaria del pueblo guerrerense a partir de la trágica masacre estudiantil en Iguala y la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa.  Se repite el escenario de 1994 cuando el levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) echó a perder las fantasías neoliberales de Carlos Salinas de Gortari precisamente en el momento en que entró en vigor el Tratado de Libre Comercio con América del Norte (TLCAN).

Sería difícil encontrar un sitio más apropiado que Iguala de la Independencia, Guerrero, para iniciar el urgente proceso de reconstrucción nacional. Fue ahí donde se concretó la Independencia de México con la firma del Plan de Iguala y la elaboración de la Bandera Nacional el 24 de febrero de 1821. En aquella fecha histórica lograron unirse las diversas fuerzas nacionalistas que después rápidamente derrotarían a la Corona de España. Hoy hace falta repetir aquella hazaña para, con medios pacíficos pero contundentes, derrotar una vez más al despotismo que hoy de nuevo reina en el país.

El estado de Guerrero siempre se ha colocado a la vanguardia de las transformaciones políticas y sociales de México. Su nombre mismo constituye un homenaje al gran revolucionario Vicente Guerrero, originario de Tixtla –donde se encuentra Ayotzinapa– y uno de los líderes más visionarios y comprometidos con el pueblo durante la guerra de Independencia. Sin la tenacidad del general Guerrero, la artera ejecución de José María Morelos en 1815 muy probablemente hubiera puesto fin a los sueños de tener un país libre y soberano.

Recordemos que fue en Acapulco donde Morelos dio a conocer sus Sentimientos de la Nación y llamó a crear el Congreso de Chilpancingo para fundar la nueva patria desde la capital del estado. Más recientemente, desde la época de Lucio Cabañas y Genaro Vázquez hasta nuestros días, Guerrero ha albergado un activismo social absolutamente central para el avance del país.

El sistema autoritario ya casi toca fondo, y Guerrero se coloca como el sitio ideal para iniciar la ardua labor de reconstrucción de la patria.  Como hace casi doscientos años, Iguala y Tixtla podrían convertirse de nuevo en centros de articulación de una gran red de poder popular capaz de transformar a la nación y, ahora sí, “mover a México” hacia una democracia verdadera.