LA BOLIVIA DE EVO

APUNTES POSREFERÉNDUM

El 21 de febrero pasado, Evo Morales y el Movimiento al Socialismo (MAS) sufrieron su primera derrota en las urnas desde 2005. Con 51.30 por ciento de los votos se impuso el no a la reforma constitucional que habilitaría a los actuales mandatarios, Evo Morales y Álvaro García Linera, para presentarse en las elecciones presidenciales de 2019.

memoria2587Los resultados del referéndum del 21F muestran inequívocas señales de cambio de una sociedad que se transforma con mayor rapidez de lo que somos capaces de interpretar. Esta pérdida electoral del mas no supone, como algunos han querido ver, la constatación del “fin de ciclo” de los gobiernos de izquierda de la región: la historia es más que sucesiones lineales y proyecciones de escritorio. Mucho menos representa el indicio del auge de un proyecto alternativo al mas con posibilidades de disputar la presidencia en 2019; quienes conocen a la actual oposición boliviana saben a qué me refiero: en una década no han podido articular un proyecto nacional ni aprobar una sola iniciativa de ley en la Asamblea Legislativa Plurinacional, por lo cual carecen del apoyo de la mayoría de la sociedad. Pero ¿qué significa este revés? Me atrevería a decir que todavía no se alcanza a interpretar en toda su complejidad lo que representó el 21F; esperamos aportar con este análisis algunos elementos.

El voto por el no y las nuevas clases medias urbanas

Los datos no mienten: el no a la repostulación del binomio Morales-García Linera triunfó en las ciudades capitales, excepto El Alto. En contrapartida, el a la reforma constitucional ganó en prácticamente toda el área rural del país. Esta polarización arrojó un resultado muy cerrado: 51.30 por ciento por el no, contra 48.70 por el ; 136 mil 382 votos de diferencia entre una opción y otra. Evo Morales no se equivoca cuando afirma que el voto duro del MAS es ahora de 48.70 por ciento, pues ante una elección marcada por la guerra sucia contra la figura del presidente ningún voto por el fue de algún despistado. No cabría argumentar lo mismo sobre los sufragios por el no. De hecho, no hay un solo no sino varios:

1. Un no a la modificación de la Constitución, que no es automáticamente un rechazo a Evo Morales ni a su gestión; recordemos que antes del referéndum, el nivel de aprobación del presidente rebasaba 70 por ciento.

2. Un no a la repostulación —en abstracto de cualquier persona, pues la modificación aplicaba para todos los mandatarios a partir de la reforma—. Este grupo votó a favor del principio (abstracto) de alternancia y tiene similitudes con el no del numeral anterior. Defienden en sí los principios de la democracia liberal: la alternancia, el “respeto” de la Constitución, el sistema de partidos.

No está de más apuntar que el MAS y Evo Morales lanzaron una gran apuesta: trascender los principios de la democracia liberal y reinventar la democracia desde los sujetos concretos en ejercicio de la política —como han hecho desde la Asamblea Constituyente, el reconocimiento de la plurinacionalidad y de la democracia intercultural, la inclusión de instrumentos de revocación de mandato, etcétera—. Perdimos;1 pero de haber ganado, Bolivia se habría erigido en un referente de construcción de una democracia propia. Perdimos, pero la apuesta era muy disruptiva.

Paradójicamente en el área rural, donde prevalecen prácticas y principios de la democracia comunitaria como la rotación y los “turnos” en la elección de autoridades, el sí a la repostulación obtuvo mayoría.

3. También hubo un no a Evo y Álvaro, un no al MAS, un no al proceso de cambio. La disyuntiva de este sector ahora es ¿sí a qué? Pues los líderes de la oposición no llegan ni a 20 por ciento de intención de voto, juntos, desde 2005. En este grupo hay un sector que engloba el núcleo más racista y conservador del electorado, cuyo rechazo a Evo es por su origen indígena: a 10 años, no aceptan tener un indio como presidente.

4. Y finalmente, un grupo importante que se inclinó por el no producto de la guerra sucia. Este voto fue más un “no a la corrupción” que un rechazo consistente a la repostulación de Evo; supone un no coyuntural, no definitivo. Este grupo constituía la franja de 20 por ciento de indecisos en disputa. El poder mediático influyó en buena parte de ellos con una campaña por demás nauseabunda que pretendía involucrar al presidente Morales en un caso de tráfico de influencias, amoríos y hasta corrupción de menores. Tales denuncias son desmontadas una a una por la justicia, pero cumplieron su cometido: hender la figura de Evo Morales y, paralelamente, deslegitimar el proyecto de poder indígena, campesino y popular representado por el mas. “El MAS nunca estuvo preparado para gobernar”, dicen los representantes de la pequeñoburguesía más rancia del país, promotores de la guerra sucia, quienes se esfuerzan en caracterizar la gestión de Morales como “corrupta e ineficaz”.2

Para que la guerra sucia y los discursos de democracia vacía hayan tenido efecto debió haber ciertas condiciones en la sociedad. Pues de una manera u otra, los proyectos de derecha en Bolivia siempre han disputado las elecciones conforme a esos principios; es la sociedad la que ha cambiado. No estamos ante 62 por ciento de la población que se reivindicó indígena en el censo de 2002 sino ante una que, 10 años después, se identifica en 69 por ciento como no indígena, que se considera en 56 por ciento parte de la “clase media” y ha instalado su residencia en alguna de las ciudades capitales, principalmente las del denominado “eje central”: La Paz, Cochabamba, Santa Cruz. Estamos ante una Bolivia nueva, devenida, hay que decirlo, del propio proceso de cambio encabezado por Evo Morales.

Las particularidades de la nueva clase media boliviana

Según el Informe de Desarrollo Humano 2015 del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), la “clase media” en Bolivia, medida por sus ingresos, creció 65 por ciento en la última década. A 2015, 5.5 millones de bolivianos pertenecían a ella (de una población de 10.5 millones); asimismo, 67.5 por ciento de la población vive en el área urbana. Apunto estos datos porque la fuerte tendencia hacia la urbanización, aunada al crecimiento económico de tales sectores, trae consigo procesos de reconfiguración no sólo territoriales o económicos sino, fundamentalmente, culturales y políticos. Estos nuevos actores —poseedores de mayor poder económico que, a su vez, trae aparejadas nuevas lógicas de consumo y, por tanto, nuevos patrones estéticos y, eventualmente, proyectos políticos— redibujan el escenario boliviano y definieron el resultado del 21F. El propio presidente Evo Morales ha admitido, a propósito de los resultados del referéndum: “En las ciudades no nos quieren mucho”. Pero ello no es novedoso: hay una tendencia histórica que muestra el área rural como “núcleo duro” del MAS. Eso de ninguna manera significa que los resultados del 21F representen, como algunos han querido ver, la “reaparición de la media luna ampliada y la contracción del mas a su bastión andino”;3 los deseos no son realidad.

Con este tipo de aseveraciones, la oposición busca crear la idea de que el proyecto del mas está agotado, algo bastante improbable si consideramos que Evo Morales obtuvo en las elecciones presidenciales de 2014, tras 10 años de gobierno —incluidas verdaderas crisis políticas como la del Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro-Sécure, el “gasolinazo” y el golpe cívico-prefectural—,4 más de 60 por ciento de los votos.

Paradójicamente, decíamos, estas transformaciones sociales son producto del sostenido crecimiento económico del país, resultado de la política económica del gobierno de Morales, cuya característica fundamental es la inclusión —mediante la distribución de la riqueza— de las capas menos favorecidas a la vida económica. No es un dato menor que Bolivia tenga una de las economías más sólidas de la región, incluso en un contexto internacional de crisis económica y caída de los precios de las materias primas.

En el informe citado del PNUD resalta la importancia del incremento salarial y la transferencia de la renta en el combate de la pobreza.5 Ello ha generado una importante reducción de la brecha entre ricos y pobres (en el periodo 2006-2015 bajó 128 a 39 por ciento),6 una de las más cortas de la región, según apunta Latinobarómetro: “2009 y 2013 son los dos años en que los bolivianos han percibido mayor grado de justicia distributiva desde 1997, estando por encima del promedio de la región” (Informe 2014).

Evidentemente, Bolivia es otra pero, al parecer, el bienestar económico no es razón para votar por los impulsores de dichos cambios. Tienen razón quienes señalan que los mensajes de “estabilidad y crecimiento económico” sostenidos por el MAS en las últimas campañas han perdido eficacia en tanto los bolivianos ya no los ven cual horizonte por alcanzar sino como derechos conquistados.

Si bien en términos de ingreso un sector amplio de la población pudo haber tenido acceso a la “clase media”, en términos sociológicos cabría hacer algunas puntualizaciones, pues estamos ante un conglomerado sumamente heterogéneo y vulnerable, al que para ser “clase” falta un proyecto compartido, intereses en común, un programa tal vez… Este grupo se compone tanto por sectores de la clase media tradicional, blancos, con residencia en las zonas centrales de las ciudades, dedicados en su mayoría a la función pública o empresarial de mediano tamaño, como por migrantes residentes en ciudades periféricas como El Alto o las villas que circundan La Paz o Santa Cruz, de fuerte herencia indígena —aimara y quechua principalmente—, trabajadores en el comercio informal o en empleos de baja calificación técnica. Su capacidad económica quizá los iguale, pero tienen más diferencias que similitudes, y resulta difícil que puedan darse acercamientos políticos, sociales o culturales entre ellos, ya que para la clase media tradicional —aun la que se considera “progresista”— los indígenas siempre han sido considerados inferiores, son sus empleados, mucamas, sirvientes.7 El líder indígena Felipe Quispe a eso se refería cuando una periodista blanca, “de izquierda” y clasemediera, le preguntó en 2001 por qué luchaba y él respondió: “Lucho para que mi hija no sea tu empleada”.

No pretendo adentrarme en un tema tan complejo y trabajado como la problemática urbana, pero conviene tener presentes para el análisis político boliviano algunas cuestiones pues, aun cuando en el país la construcción de grandes centros comerciales y de esparcimiento privados se inició tardíamente en comparación con las megaúrbes latinoamericanas, avanza de modo rápido en la configuración de una lógica particular de relacionamiento —exclusiva de las ciudades del Eje central a que recientemente se incorporó El Alto—. Estos lugares representan el triunfo del espacio privado sobre lo público, lo individual sobre lo común, el consumo desmedido y la reproducción de “estilos de vida” ajenos; el privilegio antes que el derecho. En un país donde la propiedad colectiva del agua y el gas propiciaron sendas guerras que tumbaron gobiernos, ¿cómo se explica el triunfo de la mercantilización del espacio público urbano?

¿Esta marcada tendencia a la urbanización/metropolización será muestra del fracaso de las políticas rurales? Debatir en torno a qué tipo de ciudad estamos construyendo implica repensar también qué campo queremos, pues lo que derive de uno repercutirá de manera directa en el otro. Y éste supone acaso uno de los retos más importantes para el MAS, considerando su origen indígena, campesino, rural, sindical, su fuerte lazo con los movimientos sociales fundamentalmente asentados en el campo.

Por otro lado, me parece que lo que los organismos tipo PNUD plantean como un nuevo fenómeno de aumento de la clase media se refiere más bien al mero acceso a bienes y servicios de consumo que tiene una franja de la población y aun cuando en algunos países (como Brasil) esto supone volverse ciudadanos mediante el consumo, en Bolivia la ciudadanía se adquiere por otras vías, como apunta el vicepresidente Álvaro García Linera: “En Bolivia, la ciudadanía se obtiene por ser parte de una colectividad”.

Ahora bien, conviene detenernos a mirar cómo estos procesos de reenclasamiento social se convierten en verdaderos procesos de desclasamiento. Es el caso de El Alto, otrora “ciudad guerrera”, bastión antineoliberal que en las elecciones de gobernadores y alcaldes en 2015 dio el triunfo a Soledad Chapetón, candidata del partido de derecha Unidad Nacional, propiedad del hombre más rico de Bolivia, Samuel Doria Medina. Esos comicios exhiben aspectos de fondo, pues Soledad Chapetón, profesionista, joven, descendiente de migrantes aimaras, pero con imagen “moderna” de “progreso individual”, logró representar de mejor manera las aspiraciones de la población alteña que el candidato del MAS, Édgar Patana, ex alcalde vinculado con actos de corrupción, hoy preso. Lo mismo, pero un poco más trágico, ocurrió en la gobernación de La Paz: un ex ministro de Evo Morales, indígena alteño, doctorado en ciencias sociales y millonario, Félix Patzi, obtuvo holgado triunfo ante Felipa Huanca, del MAS, campesina, con denuncias por corrupción en el Fondo Indígena.

Al parecer funciona la fórmula que el histórico líder minero Édgar “Huracán” Ramírez había advertido: “Como está de moda tener un indio de lo que sea y tirar discursos en guaraní, quechua y aimara, la derecha está buscando sus indios y los está encontrando”.8

Sin embargo, en el caso del departamento de La Paz y de la gobernación de Cochabamba se perdió claramente por denuncias de corrupción, pero en el resto de las alcaldías y algunas gobernaciones del país ganó una nueva derecha, moderna, joven, carismática, neoliberal, racista y clasista como antaño. En las elecciones 2015, el MAS perdió 8 de 10 alcaldías y 3 gobernaciones ante candidatos que representan de modo notorio esas clases medias con proyectos de “centro” y derecha.

Esta movilidad o reenclasamiento social —de manera muy fuerte en Bolivia por sus características históricas— trae consigo una serie de rupturas con la comunidad rural, sus lógicas colectivistas, su cosmovisión integral de la vida, su vínculo con la tierra, su respeto y agradecimiento con la naturaleza; y en su lugar, se desarrollan procesos de individualización propios de la modernidad capitalista, entendida como experiencia vital, experiencia del espacio y del tiempo, del propio ser y de los otros, a la que subyace la idea del progreso con su tiempo lineal, rectilíneo y uniforme, que deriva en una ruptura con la historia (Marshall Berman). En esa experiencia vital, el dinero y consumo se vuelven los reguladores de la vida social y tienen en las grandes ciudades su escenario favorito.

Preguntas abiertas

¿En esta nueva realidad el MAS y, más aún, el propio Evo Morales podrán representar las aspiraciones de las “nuevas clases medias urbanas”? El 21F ha dicho que no, pero ésa es quizá una respuesta pasajera, coyuntural, en tanto esta clase no caiga a su antiguo decil o no se construyan opciones destinadas específicamente a ese sector.

El reto frente al fenómeno de las nuevas clases medias en Bolivia no es sólo desentrañar sus sueños sino disputarlos: poner en debate las lógicas de construcción de la sociedad boliviana, no asumir la “metropolización” y el eventual incremento de estas clases como fenómenos naturales con dinámicas propias y ajenas a la política. Asumamos estos procesos como parte de la disputa política pues, bien refiere David Harvey, “la cuestión de qué tipo de ciudad queremos no puede separarse del tipo de personas que queremos ser, el tipo de relaciones sociales que pretendemos, las relaciones con la naturaleza que apreciamos, el estilo de vida que deseamos y los valores estéticos que respetamos” (Harvey, 2012).

La pregunta de fondo es si el proyecto político de poder indígena, de las organizaciones sociales, con un horizonte comunitario, posneoliberal, volcado hacia los más desfavorecidos históricamente por el sistema, está superado. También corresponde indagar qué se ha desgastado en esta década, más allá de la crisis que ocasionó el caso Gabriela Zapata —ex pareja del presidente Evo, acusada de legitimación de ganancias ilícitas y tráfico de influencias, presa en el penal de Miraflores—, que por lo menos evidenció las deficiencias gubernamentales en términos comunicacionales.

Y también corresponde estar atentos al incremento de la clase media (tradicional) en el Estado, pues nadie puede negar que este sector se ha apoderado de algunas estructuras, y los pequeñoburgueses no van solos: cargan su visión de mundo, sus prejuicios y sus intereses. Y lo peor, se corre el riesgo de suplantar al sujeto histórico que dio vida a este proceso, ¿o es la clase media el nuevo sujeto histórico de Bolivia y no nos damos cuenta? Algunos así lo creen; lo dudo, pero la respuesta está en otra parte.

La problemática de las ciudades y las nuevas clases medias debe ser afrontada de manera directa, pues el derecho a la ciudad y a la calidad de vida debería ser no sólo de quien pueda pagarlo… Parte de la agenda de la política pública para los próximos años debería pasar por la recuperación/construcción de espacios públicos y, fundamentalmente, de lo común sobre lo individual. Los programas sociales vía bonos han sido eficaces en el combate de la pobreza, pero quizá puedan complementarse con una perspectiva más comunitaria. En vez de bonos individuales para que cada familia resuelva sus carencias, pensemos en la construcción de espacios colectivos que satisfagan esas necesidades: casas de la mujer o comedores en las escuelas, por ejemplo. Es decir, avanzar en la desmercantilización de los derechos según la premisa de que “la ciudadanía plena es un dique contra el capital pleno” (Milton Santos).

En 2005 triunfaron la identidad indígena y un proyecto con una agenda común, de corte claramente antineoliberal, antiimperialista y anticolonialista, basada en la defensa de los bienes comunes como el agua y el gas, en la reivindicación soberana de la dignidad indígena. Fue ésa la agenda de la década 2005-2015, la de Evo Morales y los movimientos sociales; ¿cuál es la de los próximos años? En ese sentido, la derrota del 21F puede convertirse en una oportunidad, en tanto el horizonte se abra hacia las ciudades, pero con el proyecto político claro, pues no se trata de subsumirse a la dinámica de la metropolización capitalista sino de trascenderla volcando el paradigma del Vivir Bien a las ciudades.

Quizás uno de los retos del mas en el escenario posreferéndum sea esbozar un proyecto urbano con un horizonte común, capaz de resignificar el Vivir Bien de la constitución en un proyecto urbano de grandes dimensiones.

Este golpe no puede representar el fin de un proyecto ni es excusa para encaminarse hacia posturas de acomodo a la nueva coyuntura (negar el lugar correspondiente a las organizaciones indígenas en favor de las “nuevas clases medias”); el reto está en continuar la lucha por la profundización de la alternativa comunitaria.


* Latinoamericanista mexicana, residente en Bolivia.

1 Asumo que Memoria es una revista militante donde no debo guardar las distancias propias de la supuesta “objetividad”.

2 José Antonio Quiroga. “La victoria del No acelera la descomposición del gobierno”, en Página Siete, 6 de marzo de 2016.

3 Ibídem.

4 El conflicto por la construcción de una carretera que atravesaría el Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro-Sécure en 2011 desembocó en la realización de una marcha de 64 días desde el Departamento de Trinidad hasta La Paz, tras la cual lograron la aprobación de una ley de intangibilidad de su territorio. En 2010 tuvieron lugar masivas protestas contra el aumento del precio de los carburantes, conocido como el “gasolinazo”, lo que hizo al gobierno dar marcha atrás en la medida. El “golpe cívico-prefectural” (2008) fue organizado por los prefectos de los departamentos de la “media luna” (Tarija, Santa Cruz, Beni, Pando y Chuquisaca), en coordinación con la Embajada estadounidense, para derrocar al gobierno de Evo Morales; incluyó toma de instituciones, aeropuertos y gasoductos, y ataques a las fuerzas armadas, entre otros actos de violencia.

5 Entre 2001 y 2012, la pobreza extrema urbana cayó de 26 a 11 por ciento; y la moderada urbana, de 54 a 39.

6 Informe de gestión de 2015, Presidencia del Estado Plurinacional de Bolivia.

7 Recordemos la “invasión” que los residentes de la zona sur de La Paz denunciaron por la visita de los alteños al centro comercial y de esparcimiento Megacenter (reducto de su modo de vida racista, clasista y consumista) consecuencia del uso del teleférico, que más que un medio de transporte lo es de democratización de la ciudad.

8 “Cada quien con su indio”, La Razón, Bolivia, 11 de marzo de 2014.