En la vida de los pueblos hay acontecimientos que provocan un giro en su historia. La rebelión ciudadana del 1 de julio pasado muestra que México ha cambiado y que en el centro de la acción se ha colocado la sociedad.
Fue definitiva la participación ciudadana que expresó en las urnas su deseo de cambio. El actor principal de la jornada fueron los más de 30 millones de mexicanos que votaron contra el régimen político y a favor de Andrés Manuel López Obrador, la opción de izquierda que apuesta a la transformación democrática y pacífica de México.
Ganaron la esperanza en el país y el deseo de cambio. El México profundo unió sus dolores y canalizó el hartazgo social a través de una revolución electoral y democrática que abrió la puerta al cambio político y social en México.
El tsunami electoral vino de abajo, no lo vieron venir desde las alturas, y arrolló al aparato del poder. La gente salió en forma masiva a votar y defender su decisión. De poco sirvió la campaña de desinformación y de miedo de la derecha; de nada sirvió la compra masiva de conciencias.
La jornada cívica del 1 de julio puso en evidencia el cambio de mentalidades y actitudes de millones de personas que han dicho adiós a la pasividad y la resignación. Buena parte de los electores se asumieron como ciudadanos –muchos por primera vez– y sufragaron en paz, con respeto de la ley, creyendo en la democracia y el poder de su voto.
La fuerza con que ha entrado en escena esta avalancha ciudadana no tiene precedente. Vivimos un momento único: cuando un pueblo escribe su historia. Por eso hay quien dice que ésta es la hora del pueblo, cuando la gente irrumpe en la historia.
Es un momento estelar en la vida del pueblo. Todo está cambiando. La gente cobra conciencia de sus derechos y los ejerce: se convierte entonces en ciudadano; y cuando se junta con los demás, se hace pueblo y, entre todos, cobran conciencia de que hay algo llamado soberanía popular, de que el poder público dimana del pueblo.
El 1 de julio se expresó un contundente rechazo popular al viejo sistema político que ha impuesto el modelo neoliberal en los últimos 36 años. Fue una rebelión cívica contra el régimen político, que dio a Morena la mayoría en el Congreso de la Unión y en 19 estatales.
Pese al escepticismo que mantienen algunos sectores de la sociedad mexicana respecto al nuevo gobierno, Morena ha demostrado que su movimiento es amplio, plural e incluyente. De la mano de López Obrador, Morena es un fenómeno político: en sólo cuatro años se convirtió en la principal fuerza política del país.
El arrollador triunfo de Andrés Manuel López Obrador y de Morena lleva consigo un mandato ciudadano por un cambio político hacia la democratización del país, de combate de la corrupción, por un nueva política de seguridad, de la guerra de hoy hacia una estrategia de paz, por un cambio del actual modelo económico excluyente, depredador del presupuesto público y de la naturaleza y de los derechos de la población. En particular, en muchas zonas pobres de México, el voto expresó el clamor de los pueblos indígenas por ser reconocidos e incluidos como iguales y con respeto en el nuevo proyecto nacional.
Un sentimiento de esperanza recorre el país. La gente se muestra dispuesta; incluso quienes no votaron están contagiados con la idea de que pueden solucionarse los problemas que nos aquejan. Las expectativas son muy amplias. Pero si como ha quedado demostrado en estas semanas, la fuerza del cambio es la participación ciudadana, en ella reside la posibilidad de materializar el proyecto alternativo de nación.
La cuarta transformación representa un cambio radical: la democratización de México, de las instituciones y la sociedad. Andrés Manuel López Obrador llama a complementar la democracia representativa con una democracia participativa y hacer de la democracia una forma de vida (como señala el artículo 3o. constitucional).
En la propuesta de cambio que impulsa López Obrador, la participación ciudadana es pilar fundamental. La consulta será instrumento central para informar y tomar parte de las decisiones a escalas local y nacional. Los principales proyectos serán consultados con ciudadanos, pueblos y comunidades.
Éste es apenas el inicio de una revolución de las conciencias, cuyo reto principal estribará en llevar a cabo el cambio profundo en México. Se ha ganado una batalla crucial en la primera etapa, pero falta mucho camino para construir un nuevo país.
“Todavía no hay victoria final; la habrá cuando no haya corrupción, violencia y se logre la reconciliación nacional… Ahora falta lo importante: demostrar que sí es posible gobernar con el pueblo, con respeto de las libertades, y garantizar a todos el derecho a vivir con bienestar y a ser felices… La transformación del país será pacífica, pero profunda; ordenada, pero radical. Vamos a arrancar de raíz el régimen de corrupción y privilegios”, afirmó López Obrador en el quinto congreso nacional extraordinario de Morena.
Hay un antes y un después del 1 de julio; ha sido un parteaguas de la vida política nacional. En el centro, la sociedad irrumpe en la vida nacional –nota destacada de este cambio de época– y marca el inicio de una época de reajustes institucionales, sociales, políticos y culturales. Serán tan profundos como la sociedad quiera. Pero las energías sociales pueden disiparse si no hay una caldera donde meterlas; de otra manera no se logra que se convierta en movimiento. La cuarta transformación es esa caldera que pondrá en movimiento a todo el país.
La esperanza es posible, pero habrá resistencia al cambio de los que no quieren dejar sus privilegios. La sociedad tendrá que reafirmar que no hay vuelta atrás.
2018, un largo camino
El triunfo electoral en 2018 tiene antecedentes en las luchas sociales y populares de los últimos 60 años, causas y movimientos que marcaron la conciencia nacional.
López Obrador mismo ha reconocido esta herencia. Ante el pleno de delegados del quinto congreso extraordinario de Morena, el presidente electo declaró:
Esta gesta, esta hazaña, no se explicaría sin lo andado y sufrido por nuestros antepasados. No olvidar jamás a los precursores de lo que hoy estamos celebrando. Nosotros sembramos, pero también estamos cosechando el fruto de las ideas, el trabajo y la fatiga de mucha gente y de líderes de generaciones anteriores.
Valentín Campa, Demetrio Vallejo, Rubén Jaramillo, Lucio Cabañas, Genaro Vázquez, Othón Salazar, Alejandro Gascón Mercado, Heberto Castillo, Cuauhtémoc Cárdenas, Salvador Nava, Manuel Clouthier, Arnoldo Martínez Verdugo, Porfirio Muñoz Ledo, Ifigenia Martínez, Rosario Ibarra de Piedra, Alberto Pérez Mendoza, Rodolfo González Guevara, Horacio Labastida y Adelita Salazar.
“Con cariño”, AMLO también recordó:
[a] intelectuales y periodistas como José María Pérez Gay, Arnaldo Córdova, Luis Javier Garrido, Hugo Gutiérrez Vega, Julio Scherer García, Sergio Pitol, Carlos Monsiváis, Jaime Avilés, Elenita Poniatowska, Fernando del Paso, Carlos Payán, Paco Ignacio Taibo II, Bolívar Echeverría, Enrique González Pedrero, Miguel Ángel Granados Chapa, Enrique Semo, Rodolfo Stavenhagen y Guillermo Bonfil Batalla, entre otros que habría que agregar.
Aquí destaco como fundamental la lucha de los jóvenes del 68 y de muchos movimientos sociales y políticos, integrados por campesinos, obreros, estudiantes, maestros, médicos, ferrocarrileros, defensores de derechos humanos y de otras causas, de todas las regiones, culturas y clases sociales del país.
Dicha revolución ciudadana condensa las reivindicaciones, las luchas sociales y los sueños de varias generaciones, desde la denodada lucha por la democracia, y la defensa del territorio y de los recursos naturales hasta la resistencia tenaz de los pueblos indígenas.
Los avances democráticos en el país han sido resultado de la lucha social y política de la sociedad, del empuje de movimientos sociales, ciudadanos y comunitarios que enfrentaron la represión del Estado (desaparición forzada, asesinato, tortura, cárcel).
Las elecciones de julio demostraron que la participación democrática de los ciudadanos puede renovar y fortalecer las instituciones, envilecidas por el autoritarismo y la corrupción de los gobernantes. En aquéllas, un ejército ciudadano, el más numeroso constituido hasta ahora, cubrió casillas en todo el país. Cientos de miles de voluntarios dieron todo para cuidar y defender el voto. Gracias a ellos se hizo valer la voluntad mayoritaria de los ciudadanos.
Son favorables las condiciones políticas para llevar a cabo la cuarta transformación de México. El pueblo conquistó el derecho de regir su destino, y el próximo gobierno contará con legitimidad suficiente para hacer realidad el deseo colectivo de vivir en paz, con justicia y libertad.
El primer paso estriba en que el nuevo gobierno hable con la verdad a la gente, explique los problemas y plantee soluciones. La verdad es el arma más poderosa para democratizar el país. Con ella pueden movilizarse conciencias y voluntades en favor del cambio. Con información se buscará que la gente se sienta corresponsable de la transformación. Todos tenemos algo que aportar para lograr el renacimiento de México.
* * *
–Corte–
Un día después de las elecciones.
La mañana del 2 de julio aun no asimilaba lo vivido la noche anterior y lo que decía la prensa, cuando sonó el teléfono.
–Ganamos. Pero desperté y no sabía cómo debía sentirme– me dice a bocajarro Paco Ignacio II, del otro lado de la línea.
–Amanecimos en otra vida a la que no estamos acostumbrados aún –continuó Taibo–. ¿Cómo debemos sentirnos? Ganamos, sin duda, un triunfo histórico que nos produjo una inmensa alegría hasta las lágrimas, pero el sentido profundo de la vida plantea dudas, debo sentirme alegre y nada más o sentirme desconfiado, en alerta ante el posible fraude poselectoral? Tanta tersura parece sospechosa. Reconocieron el triunfo así nomás, ¿y ya?
–Después de tanto tiempo, nosotros, partidarios de las causas perdidas, de repente ganamos. ¿Y ahora qué hacemos?– alcanzo a decirle.
–¿Es una trampa del sistema? –pregunta Taibo–. No… un tsunami ciudadano que dio al traste con el viejo sistema y optó por la transformación del país– se responde.
–Sí, fue una insurrección ciudadana– –le dije.
Nos sentimos alegres, muy fuertes, conscientes de los retos que vienen. La responsabilidad es enorme, coincidimos.
Andrés Manuel López Obrador, en estos tiempos de transición, ha comentado varias veces que le ha costado trabajo creer en el triunfo: “A veces les digo: ‘Pellízcame para saber que no es un sueño’”.
Y sí: es un sueño, un sueño colectivo que se está haciendo realidad. Toda generación tiene sueños y espera su realización. Y eso estamos presenciando en México: la condensación de tantos sueños, sufrimientos, sacrificios que nos han precedido.
* * *
Durante las elecciones presidenciales, uno de los ejemplos de ese cambio del estado de ánimo y de la actitud de la gente es el 80 por ciento de los funcionarios de casilla que no se dejó comprar ni intimidar para cambiar el resultado en las casillas. Esto refleja la revolución de las conciencias, esa aportación cultural y política que ha impulsado López Obrador.
En los últimos 12 años, uno de los objetivos del movimiento fue sentar las bases de una revolución de las conciencias que, a partir de la información, la reflexión y la acción organizada, formó ciudadanos a favor de la democracia, la justicia y la libertad.
El tiempo dio la razón al diagnóstico expuesto por AMLO para demostrar el fracaso del neoliberalismo en México y la injusticia que provoca. Convirtió en pedagogía política su explicación sobre cómo han funcionado el poder político y la “mafia del poder” que nos gobierna. A lo largo de los años, López Obrador fue sembrando sus ideas por todo el país, a ras de tierra.
El 1 de julio se rompió el discurso hegemónico del neoliberalismo, encabezado por la tecnocracia formada en Estados Unidos de América que ha pregonado la integración al vecino del norte. Ahora comienza a construirse un proyecto de nación, una visión de país soberano y libre.
La gente creyó en la democracia y votó en masa. Esto significa que el cambio será tan profundo como los ciudadanos quieran. Éstos deben participar en la toma de decisiones, vigilar que se cumplan los compromisos, estar atentos a los legisladores y los funcionarios de Morena y del nuevo gobierno a fin de que actúen con probidad y honren los compromisos.
Es el momento de la organización para transformar el país. Nos hemos ganado el derecho de participar en la democratización de la vida nacional. Este país será tan democrático e incluyente como queramos los mexicanos.
Tenemos una agenda pendiente: la lucha contra la desigualdad social, contra un modelo económico depredador que nos subyuga y nos esclaviza, y superar la dicotomía de las últimas décadas, pues no queremos que continúe la dictadura del mercado desregulado que impone condiciones a la vida de la sociedad. Tampoco deseamos una dictadura del Estado que asfixie toda iniciativa individual o colectiva.
Ése es el mensaje que lanzaron los millones de mexicanos que votaron por la vida y contra la muerte que promete el sistema actual, un mensaje dirigido a sí mismos y al país. Por eso ha despertado el interés internacional el proceso mexicano.
El mensaje es que hay un camino viable para construir una alternativa. El pueblo mexicano está en el umbral de ser la avanzada democrática del siglo XXI, como hace 100 años la revolución mexicana, la primera de índole social del siglo XX. Como entonces, estamos construyendo nuevos derechos y realidades políticas. Y con el cambio pacífico que propició ese voto masivo por AMLO se demostró que sí es posible. Frente a la destrucción del país, sí es posible hacer algo y frenar la descomposición nacional.
La cuarta transformación se trata justo de eso, de un cambio democrático arriba, en las instituciones, en las leyes, en la Constitución, en el proceder del Estado para representar la voluntad colectiva. Pero también se impulsa un cambio desde abajo, en la participación social, en las relaciones, en la cultura, en la recuperación de la comunidad como espacio de reconstrucción del tejido social. Necesitamos una revolución democrática, una democracia comunitaria, participativa, festiva, incluyente.
La democratización del país sólo puede ser una tarea colectiva. Los ojos del mundo atestiguarán si somos capaces de lograr la hazaña. Pero tenemos que desterrar la cultura política priista, clientelar y caciquil, así como el vanguardismo, el oportunismo y el sectarismo.
Necesitamos una revolución de las conciencias que construya una cultura democrática, una política feminista, que incluya las causas de las mujeres y de la diversidad, una nueva relación con los pueblos indígenas de respeto y dignidad; construir un presente y un futuro para los jóvenes y los niños, una conciencia ecologista para buscar un desarrollo sustentable y asumir nuestra responsabilidad en la degradación del planeta. Ésos son los signos de los tiempos, y parte de las exigencias de la sociedad actual. Una revolución es con la gente o no es.
Esta revolución democratizadora debe recuperar los valores comunitarios, la solidaridad, la fraternidad, la ayuda mutua, la reciprocidad, el compromiso con la comunidad. Sólo así la sociedad puede encaminarse a un buen vivir en un país libre, digno, con igualdad y democracia, que respeta la naturaleza y la dignidad de las personas.
En el México nuevo que construiremos deben considerarse las personas como sujetos con derechos y no como simples beneficiarios de la bondad del gobernante en turno. Por eso cambiará la política social: dejará atrás el asistencialismo y buscará el empoderamiento de comunidades, pueblos y barrios, a través de procesos de organización productiva con proyectos de la economía social y solidaria y creando circuitos económicos regionales.
Notas sobre un debate necesario
Resignificar la democracia
La democracia abrió la posibilidad de un cambio profundo en México y trajo consigo una revaloración de mucha gente sobre la participación democrática en la vida pública.
La visión de la democracia como simple instrumento del cambio es limitada para entender su papel en la transformación social y económica de la sociedad. Hay que ir más allá de la concepción minimalista de la democracia como simple método de elección de gobernantes.
La democracia es también el campo de acción, el escenario obligado del proceso de cambio. Y en el camino de la lucha democrática, sus protagonistas descubren que la democracia deja de ser sólo un instrumento y amplía sus alcances hacia la democracia política, social, económica y cultural. La democracia se convierte en forma de vida.
La democracia implica el incremento de las capacidades autónomas de la sociedad, en la capacidad de organización y de intervención en los asuntos colectivos, comunes.
La reinvención de la democracia debe partir de su esencia: la participación de la sociedad en la toma de decisiones. Hay que refundar lo democrático, ya no sólo la forma de elegir a los gobernantes, o como modo de respetar pensamiento, asociación y actividad política. Una democracia de la participación y de la movilización, donde sea permanente la participación de la población en los asuntos públicos y en los comunes y colectivos.
Hay que llevar la democracia al parlamento, al Ejecutivo, al mercado, al centro de trabajo y a la vida cotidiana.
Tomar o cambiar el poder
El triunfo electoral permite ganar el gobierno, pero eso no significa que se ha obtenido el poder. En las urnas se venció a una oligarquía, a un sistema, pero ese sistema sigue vivo y la oligarquía está intacta, los intereses están vivos. La clase política que la operaba recibió fuerte golpe , pero sigue ahí, viendo cómo somete al nuevo gobierno.
Se arrebató el Estado a quienes destruyen desde el gobierno al país. Pero el Estado son instituciones, leyes y procedimientos que le dan forma. Aunque también supone una relación entre las personas, es una forma de vincularnos en torno de los asuntos que nos involucran a todos. El Estado encarna el espacio de lo público, de lo común de una sociedad, de lo colectivo, de lo universal.
Por eso no se trata simplemente de ganar el gobierno. Hay que transformar el poder, democratizar el Estado y construir un “poder social” que democratice la toma de decisiones.
Batalla cultural
El cambio político que provocó el tsunami social del 1 de julio es también una batalla cultural y moral, una disputa por el sentido común de las cosas, de la visión del mundo, de la narrativa del cambio y del sentido lógico y organizativo de la sociedad. Es tarea imprescindible construir un proyecto donde todos vean reflejado un porvenir, una síntesis del México que somos todos.
En la consolidación del cambio resulta fundamental la batalla de las ideas, de los símbolos, las identidades y los valores, de las motivaciones que mueven a la gente. Es una lucha cultural permanente para disputar el sentido común de la época.
Los cambios psicológicos y de mentalidad empujan a los de índoles política, social, cultural y moral de la sociedad. El 1 de julio se vivió una ruptura con la cultura dominante, una ruptura simbólica, un quiebre cultural que modifica los comportamientos morales de la gente que impulsó el triunfo de la izquierda.
La lucha por el sentido común. El sentido común son ideas ordenadoras del mundo, de la cotidianidad, son ideas movilizadoras, el punto donde se define la tolerancia moral entre gobernantes y gobernados, el lugar de las certidumbres estratégicas de la sociedad.
Por eso importa no perder la bandera de la esperanza, una esperanza en movimiento, una esperanza movilizadora que se convierte en movimiento práctico.
Al mismo tiempo, necesitamos pensar cómo acercar la política a lo cotidiano, cómo hacerla sensual, divertida, útil, participativa. Tiene que ser una política alegre, confiable para la gente. Que cada cosa que se haga prefigure la sociedad deseada, que demuestre la sociedad por la cual luchamos.
El mandato del voto
Fue contundente el voto ciudadano en julio pasado. Pero qué expresa ese voto masivo más allá de rechazo al sistema y la esperanza de cambio encarnada en Andrés Manuel López Obrador.
Fue un voto contra la corrupción, contra una minoría que se ha eternizado en el poder para perpetuar sus privilegios, contra la violencia y la impunidad que ensangrientan la nación.
Pero también fue un voto de esperanza de millones de mexicanos que aspiran vivir en una sociedad mejor, sin desigualdad económica y social. La gente sufragó para que se castigue por igual a políticos corruptos y a delincuentes comunes o de cuello blanco.
El voto masivo fue el diagnóstico colectivo sobre el deterioro nacional, incluida la crisis humanitaria provocada por la violencia, aunado al hartazgo por los escándalos de corrupción política y al empobrecimiento de la población, el despojo legalizado de los recursos de pueblos indígenas y ejidos, la destrucción del territorio y de las reservas naturales y, por ende, de la diversidad sexual y cultural. Es el sufragio por un cambio radical, profundo en lo político, en lo social, en lo económico y en lo cultural.
En la nueva configuración política del país, los partidos tradicionales están heridos de muerte. Morena es la primera fuerza en 19 estados, gobernará en 5 de ellos y tiene mayoría en el Senado y en la Cámara de Diputados; la primera vez en la historia que la corriente progresista de izquierda logra ser la principal fuerza política del país. El reto que tiene radica en estar a la altura del mandato ciudadano.
Mientras la sociedad camina hacia la democratización del país, el nuevo gobierno invoca a la participación de los ciudadanos en la toma de decisiones.
Ojalá que la esperanza se traduzca en acción colectiva y los “sueños de una vida mejor” se conviertan en el “arma de construcción masiva” de un México justo, democrático y libre para todos.