LAS IZQUIERDAS EN SUS LABERINTOS

AMLO y el EZLN

I

El discurso del Comandante Moisés en la conmemoración del 25 aniversario del levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) tuvo un tono especial, agrio, amargo. En cuatro ocasiones refirió “estamos solos”, como siempre, como hace un cuarto de siglo y como hace 500 años. Una tesitura extraña en un encuentro que se quería celebración, elegía a la resistencia, la perseverancia y el valor; un tono menor, mi bemol, cuando se esperaban si no fanfarrias sí, al menos, voces solemnes, serenas, satisfechas ante lo logrado, ante la hazaña de haber permanecido, sobrevivido, cuando las probabilidades el 1 de enero de 1994, en la madrugada, eran infinitamente pequeñas. Amargura que impidió la empatía con los que, fuera, lejos o ahí mismo en el acto conmemorativo habríamos querido compartir el gozo y decirles que a nosotros también nos da mucho gusto que lo hayan logrado, que persistan, que estén ahí, que brinden ese aspecto de dignidad a la vida humana. Habríamos deseado agradecerles, pero el ánimo oscuro es osco, no sólo intimidante sino autocontenido, enclaustrante. “Estamos solos”, al grado de que incluso quienes eventualmente los hubieron acompañado, se dijo, lo hicieron comoflaneurs,ni siquiera como espectadores, sino como turistas, fotógrafos arrobados por lo lindo de la lucha.

Los zapatistas no buscaron la soledad, o al menos no siempre. En el mismo discurso se explicó cómo en diversos momentos salieron a explicar las cosas, a fomentar la organización, la revuelta, pero no fueron escuchados ni comprendidos. Y no sólo por mestizos y citadinos, sino que la falta de entendimiento provino también de otros pueblos indígenas. Hace cinco años lo dijeron, lo vocearon, que se venían cosas terribles, que lo peor aún estaba por llegar, como fatalmente hubo llegado.

Pero ahora la soledad se proclama aceptada, incluso querida, mejor así que mal acompañados. Porque afuera, más allá de los territorios autónomos, de los Caracoles, lo que se cierne sobre el mundo es la locura, el desvarío a la vez esquizofrénico e idiota. Ahí está ese innombrable orate que no entiende nada y dice que gobernará a la vez para los pobres y los ricos –cuando resulta obvia la imposibilidad de ello–. ¿De qué sirven tantos estudios si no se entiende ni lo básico? Así que frente a tanta demencia, lo mejor es afianzarse, afirmarse territorial y radicalmente. En Historia de la locura en la época clásica,Michel Foucault dice que lo que él llamaba la “época clásica” nació hacia finales del siglo XVII, a partir de lo que denominó “el gran encerramiento”: el gesto por el que los locos, que antes deambulaban entre la gente, por todas partes, fueron encerrados en instituciones, escondidos, vueltos invisibles. La razón se escindió de la sinrazón, y se propuso fundarse sobre su luz, sin sombra ni oscuridad. La época de las luces, de la ilustración, se quiso brillantez sin residuo. Seguramente el gran enclaustramiento fue posible porque, pese a todo, en ese tiempo los locuaces eran pocos y pudieron caber en los clósets que se les construyeron. Pero al finalizar la segunda década del siglo XXI, los chalados son tantos –por lo menos, en México, 30 millones–que ya no hay corral que alcance, y por eso lo mejor es ahora que la razón, con su luz, se enclaustre ella misma. Ahora los cuerdos se encierran. Mejor así, se nos dice.

II

La amargura, el enojo de los neozapatistas, resultó chocante para mucha gente por contrastar de modo agudo con la atmósfera esperanzadora vivida en buena parte del país a raíz del triunfo de Andrés Manuel López Obrador. Recuerdo que en aquel extraordinario 1994, tras el levantamiento zapatista y el asesinato de Colosio, cuando aparentemente –porque tampoco en ese momento, como durante 200 años, en México se contaron en realidad los votos–Ernesto Zedillo ganó las elecciones, Porfirio Muñoz Ledo hizo el mejor análisis político del momento. Refiriéndose al día después de los comicios, el ahora diputado resumió la coyuntura: “No hubo alegría”. Y en efecto, nadie, ni los priistas siquiera, celebró nada. A la mañana siguiente, en las calles de la Ciudad de México, el paso de los coches semejaba un solo cortejo fúnebre. Pero el 1 de julio último, por la noche, lo que hubo fue realmente alegría, confianza, ligereza, recuperación, para muchos, de la autoestima, de ese sentimiento raro, extraño, profundo, risueño, de la dignidad.

Aunque nunca lo dijo explícitamente en su discurso el comandante Moisés, el tono de sus palabras daba a entender que los zapatistas vivieron el triunfo de Andrés Manuel como una derrota. Cuando en los días siguientes, después de haberlo llamado demente y haberle mentado la madre, las redes sociales se saturaron de mensajes donde atacaban e insultaban malamente al EZLN, varios intelectuales cercanos a ellos, de México y del mundo, se apresuraron a denunciar una campaña de linchamiento, de seguro promovida por el nuevo gobierno y su partido.

No hubo tal campaña. La mayoría de la gente, con el discurso de Moisés, simplemente confirmó un convencimiento previo, inaudito, en el sentido de que el Ejército Zapatista, y en especial su dirigente, antes Marcos y ahora Galeano, eran una creación priista dirigida a golpear a la izquierda electoral cada vez que ésta levantara la cabeza. Desde hace tiempo, años, muchas personas comunes, no militantes ni activistas, suelen afirmar convencidas esa ignominia, que casi llegó a convertirse en lugar común.

¿Cómo la extraordinaria saga zapatista llegó a ser percibida así por amplios sectores de la sociedad? No sé si haya en la historia muchos ejemplos de una distorsión semejante, por la que el sentido de una épica termina por invertirse por completo. Caracterizar al EZLN como creación de Carlos Salinas de Gortari es ridículo, absurdo y grotesco. Sin embargo, es algo que puede escucharse en cualquier esquina, taxi. Como todo fenómeno complejo, seguramente muchos elementos, muchas fuerzas históricas se conjugaron para producir ese resultado; entre ellas, en primer lugar y desde luego, las acciones y los intereses del capital por neutralizar y acotar el extraordinario desafío zapatista. Pero habría de reconocerse que también ellos, los hombres y mujeres verdaderos, encapuchados, contribuyeron a la entronización de esa imagen aborrecible.

Está, desde luego, la actitud que adoptaron en 2006, cuando las intervenciones de Marcos a lo largo de la Otra Campaña se dirigieron sistemáticamente a atacar y denostar a la izquierda y a López Obrador. No había día en que el candidato, en ese momento del PRD, no fuera merecedor de algún análisis devastador y alguna fabulilla, o posdata, satírica y venenosa. Se habló mucho más contra él que contra cualquier otra fuerza política, incluidos el PRI y el PAN. Quizá tal actitud habría pasado inadvertida, considerada una gracejada más del estilo zapatista, si no hubiera sido porque el gigantesco fraude electoral, que dejó a AMLO a una distancia de .56 por ciento, prohijó el convencimiento entre infinidad de personas de que tan pequeña diferencia pudo zanjarse de no haber sido porque la acción zapatista hizo perder un número significativo de votos.

Se llegó así al absurdo, denunciado con toda razón por Marcos, de que mucha gente responsabilizara al EZ de la derrota de 2006, lo cual es ridículo y absolutamente insostenible. Pero más allá de eso, los zapatistas nunca explicaron su obsesión por torpedear la campaña de la izquierda y no la del oficialismo y la reacción. Cuando en los años posteriores, tal vez por casualidad, campeaba el silencio de los encapuchados ante diversas luchas sociales, pero solían reaparecer cuando la izquierda electoral levantaba la cabeza, parecía confirmarse la desmesurada idea de que, en verdad, los zapatistas consideraban el enemigo no a la derecha sino a la izquierda.

Sobre 2006 no hubo nunca de parte del EZLN una explicación ni, mucho menos, una autocrítica. No se trata por lo demás de una situación ligada específicamente a la campaña de hace 13 años. La actitud peculiar, desdeñosa y con frecuencia grosera de los zapatistas hacia las agrupaciones de izquierda viene de más lejos. También Cuauhtémoc Cárdenas fue víctima de desplantes y maltratos, lo mismo que muchos otros dirigentes, intelectuales y organizaciones progresistas. Cuando ahora se califica a AMLO de capataz, se hace escarnio de él y se le insulta; cuando el discurso del 25 aniversario tiene un tono fúnebre de derrota, no hace falta organizar una campaña para que mucha gente haga remembranza de lo que tantas veces fue la actitud despectiva del EZ hacia otras fuerzas izquierdistas.

III

No es fácil comprender por qué con frecuencia el EZ actúa como si considerara que su enemigo real es la izquierda. Hace unos días, cierta investigadora de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) muy cercana a los zapatistas desde hace años me dijo preocupada que el triunfo de AMLO había causado, y estaba causando, mucho daño. Una evaluación a tono con el dejo paranoico del discurso de Moisés en el 25 aniversario: ahora sí vienen por nosotros. Se trata de una paranoia no sólo discursiva sino apuntalada por la necesidad que experimentó el EZLN de hacer exhibición, ese día, de su músculo militar. Pero todo ello parece particularmente descolocado ante la llegada de AMLO a la Presidencia. ¿De verdad podemos creer que el designio, manifiesto o secreto, del nuevo presidente es acabar de una vez por todas con el zapatismo o, más aún, con los pueblos indios como tales? ¿Por qué ahora la alarma llegó hasta el grado de la amargura, cuando nunca se manifestó así frente a las anteriores victorias de la derecha panista, una fuerza mucho más creíblemente anticomunidades indígenas?

No puedo entrar en la cabeza de los zapatistas para desvelar el misterio de su concepción de la-izquierda-como-el-enemigo, pero al menos, viendo el asunto desde fuera, intentaré apuntar algunos elementos de un fenómeno complejo. En primer lugar, la cuestión de las escalas. Pues si desde el resto del país, en especial desde la Ciudad de México, podemos formarnos cierta idea de AMLO y de la política morenista, los zapatistas tienen y han tenido alrededor de ellos, en el espacio pequeño y concreto de los Altos de Chiapas, algunas de las peores versiones del izquierdismo, primero del PRD y ahora también al parecer de Morena. Corporativismo, clientelismo, grupos de choque, colusión con caciques y autoridades; pactos palaciegos donde la izquierda se une a los priistas que durante años han asolado regiones enteras; traiciones, postulación de candidatos indefendibles; asesinatos, todo eso y muchas más cosas son las caras efectivas, reales, que la izquierda oficial presenta con frecuencia a los indígenas y campesinos chiapanecos. ¿Alguien puede creer ahí, en esos municipios, pueblos, comunidades y Caracoles concretos que el morenismo es una opción cuando encarna en los mismos –o peores–cacicazgos de siempre?

No sé si tengamos derecho a demandar al EZLN, no tanto a su dirección sino a sus bases que levanten la mira y vean que a nivel del país, de la federación, el lopezobradorismo representa un cambio, cuando lo que ellos tienen a su lado son las corporeizaciones más horrendas de una antigua podredumbre. Por eso, si AMLO y la cuarta transformación quieren incorporar realmente en su trayecto al EZLN y a los pueblos indios, es indispensable que su política en Chiapas se vuelva de una congruencia irrebatible. Si en otros estados, qué sé, Durango, Puebla o la Ciudad de México, es válido jugar a la realpolitiky postular a antiguos perredistas de viejas mañas, o a priistas, en el extremo sureste del país, esos rejuegos resultan inadmisibles; no habrá ningún acercamiento posible con los zapatistas mientras no se saneen las organizaciones de Morena, así como las centrales campesinas surgidas de la izquierda –Central Independiente Obrera, Agrícola y Campesina y otras–, a escalas municipal y comunitaria, limpiándolas de corrupción, clientelismo y violencia. Una cosa es lo que pasa en la república, a nivel macro, y otra, muy diferente, lo que sucede en Chiapas y alrededor de los municipios zapatistas.

Otro componente de la idea de la izquierda-como-el-enemigo que parece tener el EZLN está relacionado con el contenido y la consistencia de su proclamada postura anticapitalista. La sexta declaración de la Selva Lacandona,de 2005, marcó un hito en el devenir de la elaboración política zapatista. En ese documento se realizó una fuerte toma de posición contra el capitalismo y se hizo de esa tesis el eje de las concepciones, líneas, estrategias y tácticas del EZ. Una de las dimensiones de ese pronunciamiento complejo estuvo asociada sin duda con el propósito de trazar una línea de demarcación clara en el espacio del izquierdismo; y de hecho puede constatarse que a partir de la emisión de la sexta,el tipo de organizaciones seguidoras y apoyadoras de los zapatistas se definió con claridad, decantándose hacia movimientos y fuerzas no electorales, con frecuencia asociados a la movilización urbano-popular. Algunas agrupaciones del ámbito indígena, pero no todas, se sumaron a esa cauda. Varias fuerzas de desenvolvimiento territorial, e incluso de autodefensa armada en otros estados de la república, no rechazaron la postura zapatista, pero se mantuvieron expectantes, oscilando desde entonces entre apoyo y distanciamiento. Un efecto peculiar en este marco de reagrupaciones a partir de la Sexta declaración consistió en que ésta atrajo hacia el zapatismo a muchos intelectuales provenientes de las clases altas, no sólo de México sino de otras latitudes, decepcionados de la suciedad de la política partidaria, no siempre contestatarios en los espacios de su vida profesional o cotidiana, pero activos en la promoción y la solidaridad con el anticapitalismo zapatista.

El problema con la proclamación del anticapitalismo del EZ radica en que, si bien sirvió para atraerle un círculo de influencia estable y una identidad clara en el espectro de la izquierda, logró esos rendimientos al costo de encerrarlo, de enclaustrarlo en sus límites. En primer lugar porque, hoy por hoy, nadie sabe con exactitud qué es realmente una estrategia anticapitalista. La vieja fórmula de la toma del poder y la socialización de los medios de producción volviéndolos propiedad del Estado no funciona más. Nos encontramos en una situación que ha sido resumida de modo magistral por Boaventura de Souza Santos:

La primera dificultad de la imaginación política puede formularse así: es tan difícil imaginar el fin del capitalismo como que el capitalismo no tenga fin.[1]

De una profesión de fe, general, en el anticapitalismo no se sigue ninguna estrategia ni táctica en específico. Y si se exige que cada acción, programa o pronunciamiento sea ostensiblemente anticapitalista, entonces no hay nada por hacer ahora mismo que tenga la potencialidad de pasar ese examen, ni aun las políticas implantadas por los Caracoles zapatistas en los territorios bajo su control. Si sólo se aceptan las alianzas con los anticapitalistas verdaderos, estamos condenados a no aliarnos con nadie. Más aún, si se sale en Otra Campaña a difundir un mensaje semejante, es seguro que el poder proselitista de éste resultará muy reducido. Como no hay modo de saber qué es auténtico anticapitalismo y qué no, la decisión al respecto se deriva de una evaluación arbitraria y, en algún momento, hasta los compañeros más fieles del viaje podrían ser calificados de turistas.

Hay otro aspecto del tema la-izquierda-como-el-enemigo que no puedo desarrollar aquí, pero que importa por lo menos dejar anotado. Me refiero a la cristalización, en el tiempo presente, del devenir de los grandes debates y bifurcaciones sufridas por la izquierda a lo largo de las décadas. A finales de la de 1970 y principios de la de 1980, en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, por poner sólo un ejemplo, mientras los estudiantes de la célula Hernán Laborde se alistaban para organizar y apoyar la campaña por el registro electoral del Partido Comunista Mexicano, otros alumnos de la misma escuela tomaban la mochila para ir a Chiapas a fundar ahí la acción del Ejército de Liberación Nacional. Los rendimientos de ambas estrategias fueron disímbolos, pero en 1994 y hasta ahora ambos senderos bifurcados volvieron, increíblemente, a cruzarse. ¿Quién tuvo razón en las decisiones tomadas en su momento? ¿Los que se quedaron o quienes se fueron? Nunca hemos lo hemos discutido en realidad.

IV

Los zapatistas, y no sólo ellos, tienen un aspecto fuerte en la crítica del extractivismo y, más en general, el desarrollismo. El neoliberalismo constituye un proyecto devastador de los bienes naturales, un propósito de monstruosa desigualdad a partir de la acumulación por despojo e incluso por extinción de especies y poblaciones; en fin, un designio de desmantelamiento de lo público y lo comunitario en favor del egoísmo y la ganancia sin límite. Frente a ello, las respuestas de los recientes gobiernos progresistas en América Latina ha sido compleja y variada, pero en general ha contenido, como un aspecto central, la promoción de grandes proyectos de infraestructura e industria, en un afán por crear condiciones para un crecimiento económico sostenido, que dé paso a una mayor y rápida distribución del ingreso. La intervención del Estado en esta perspectiva es crucial, y una de las dificultades más importantes enfrentadas por la estrategia radica en que el periodo neoliberal se encargó de desmantelar las instituciones y herramientas con que el aparato estatal debería contar para promover el desarrollo.

No es posible entrar a indagar aquí todas las sinuosidades del tema; subrayemos únicamente que, en muchos sentidos, el desarrollismo no cuestiona el carácter devastador de recursos naturales impuesto por el neoliberalismo sino que, en determinados ámbitos locales, puede llegar a profundizarlo. En los países no centrales, además, desarrollismo equivale a extractivismo, pues el motor económico se encuentra en la explotación de materias primas, a falta de contar con industrias o empresas en sectores de mayor complejidad económico-tecnológica. Por el tamaño que han de tener los emprendimientos para que funcionen como motores del crecimiento, los proyectos desarrollistas –infraestructura, minería, turismo–abarcan grandes zonas que incluyen poblaciones enteras, cuyas vidas y destinos se determinan por decisiones arcanas tomadas siempre a cientos o miles de kilómetros de distancia.

Hay aquí nuevamente una cuestión de escalas. Los gobernantes que impulsan el Tren Maya, el Corredor Transístmico o el Plan Integral Morelos esgrimen como argumento el bien común, el despliegue nacional, pero son con frecuencia insensibles a las tribulaciones y los sueños de vida truncados en las comunidades inundadas por las aguas, las máquinas o el turismo. Asunto de escalas en el espacio –lo general y lo particular–, pero también en el tiempo –lo inmediato y lo largamente por venir–, pues los megaproyectos pueden ofrecer beneficios inmediatos, pero sus consecuencias devastadoras, como bien denuncian los pobladores, se acumularán por la eternidad. Estamos aquí ante un choque de horizontes entre las comunidades y el Estado desarrollista. Las primeras se vinculan a lo pequeño pero eterno, el segundo a lo grande más inmediato.

Dice Boaventura de Souza Santos que el pensamiento de izquierda está transido por la necesidad de pensar objetos imposibles. Y así es. El camino idóneo sería tomar la vía pequeña e infinita, articular lo público a pequeña escala, creando lunares crecientes de transformación humana, hasta que el tejido alternativo cubra todo el universo. Pero vivimos en las realidades atroces del capitalismo, y es menester encontrar atajos para enfrentar, encauzar, controlar y, de ser posible, someter a lo tremendo. ¿Podría planearse algún futuro distinto para México hoy sin echar mano del recurso del petróleo? ¿Podríamos rechazar de plano todo extractivismo?

Los zapatistas tienen razón al considerar que proyectos como el Tren Maya pueden afectarlos gravemente –aunque me parece remoto pensar que tales proyectos se planeen maquiavélicamente con el fin preciso de destruirlos a ellos–. Y están en lo correcto también al señalar que el tipo de consultas propuesto por el gobierno de AMLO no es la respuesta adecuada al conflicto planteado por el desarrollismo frente a los pueblos indígenas. Si el gobierno de Morena cree que las consultas populares, como se han realizado, le darán legitimidad para llevar adelante sus propuestas desarrollistas, ello se debe entre otros aspectos a que hasta ahora ha estado vinculado a un tipo de indigenismo individualista-familiarista que, si bien válido e importante, no es la única forma posible de concebir la relación entre el poder político y los indígenas. La cuestión clave radica en el sujeto por consultar. No se trata, es lo que expresan los zapatistas, de interrogar “al pueblo” o a cada uno de sus componentes –los ciudadanos o los individuos–sino de requerir el consentimiento de las comunidades en tanto tales, en cuanto sujetos colectivos. El asunto es obtener el favor de los pueblos indígenas, no de sus “representantes”. ¿Cómo ha de realizarse el nuevo tipo de consulta, efectiva y auténtica, que vaya más allá del simple simulacro para justificar decisiones ya tomadas? No lo sabemos, ni yo, ni el Estado, ni los zapatistas, pues nunca en nuestra historia se ha llevado a cabo un diálogo real, verdadero, entre el Estado y las comunidades originarias de nuestro suelo.

V

Las aportaciones del zapatismo a las luchas emancipadoras, no sólo de México sino de otros territorios, son enormes, extraordinarias e incontables. Su aparición, en 1994, significó el surgimiento de una luz cuando nadie, tras la caída del socialismo real, soñaba siquiera en que pudiese haber alguna respuesta al anunciado fin de la historia. Gracias al EZ todos renacimos. Su creatividad, e inventiva, su postulación de maneras inéditas –aunque de larga data–de entender la relación del hombre con la naturaleza, su reivindicación de la pluralidad y las diferencias como componentes irrenunciables de la emancipación; su debate permanente con el discurso neoliberal; su capacidad para incorporar a los pueblos originarios de todo el orbe y a los jóvenes; su puesta en acto de la autonomía, de la capacidad de autogobernarse que los hermana con la Comuna de París; su humor y autenticidad; su recuperación de la ética como requisito inexcusable si es que ha de haber vida en común, su reivindicación de la historia como clave necesaria para el entendimiento del presente y para que en verdad pueda existir algún futuro diferente; su tenacidad…todo ello nos ha brindado, y mucho más.

Pero también las aportaciones de AMLO y su movimiento agrupado en Morena son de magnífica riqueza, entre otras: la instauración de la legitimidad del poder político en México, luego de dos siglos en los que nunca se contaron los votos; la victoria sobre un sistema de partido de Estado (primero encarnado sólo en el PRI y que después sumó al PAN y al PRD como órganos del Leviatán); la denuncia implacable del neoliberalismo; la reivindicación y reconstrucción de lo público frente a la privatización general; la recreación de la soberanía nacional como una posibilidad en el mundo cada vez más globalizado; la recuperación de la ética como requisito inexcusable si es que ha da haber vida en común, la historia como clave necesaria para el entendimiento del presente y para que en verdad pueda haber algún futuro diferente; la tenacidad.

Me gustaría soñar con que, en lugar de seguir encerrándose en su laberinto, los zapatistas tomaran la palabra al gobierno de la cuarta transformación, y le exigieran resolver el desastre caciquil en Chiapas para poder sentarse a dialogar acerca de una agenda progresista que incluya a los pueblos indios.

Creo que al gobierno de AMLO, esas eventuales conversaciones con los zapatistas –y también con el Congreso Nacional Indígena y las comunidades campesinas en resistencia–podrían servirle para intentar salir del laberinto en que parece ir cayendo, y crear una relación más productiva con las diferentes caras del progresismo, en lugar de agruparlos toscamente bajo etiquetas como “radicales”, “ultraconservadores”.

Hoy más que nunca es urgente que, entre todos, construyamos una izquierda en la que quepan muchas izquierdas.


[1]Boaventura de Sousa Santos, Refundación del Estado en América Latina, tercera edición, México, Siglo XXI Editores, 2010, página 27.