MARTINICA (1902)

Montañas de ruinas humeantes, montones de cuerpos mutilados, un mar de fuego que emite vapores humeantes por todas partes, barro y cenizas, eso es todo lo que queda de la pequeña y floreciente ciudad que se encaramaba en la ladera rocosa del volcán como una golondrina revoloteando. Durante algún tiempo ya se había escuchado al gigante enojado rugir y enfurecerse contra la humana presunción, el ciego engreimiento de los enanos de dos piernas.

Magnánimo incluso en su ira, un verdadero gigante, advirtió a las imprudentes criaturas que se arrastraban a sus pies. Resoplaba, escupía nubes de fuego, un magma hirviente se agitaba en su pecho, ebullición y explosiones como ráfagas de rifle y truenos de cañón. Pero los señores de la tierra, aquellos que ordenan el destino humano, permanecieron inquebrantablemente confiados, en su propia sabiduría.

El día 7, la comisión enviada por el gobierno anunció al pueblo alarmado de St. Pierre que todo estaba en orden, en el cielo y en la tierra. ¡Todo está en orden, no hay motivo de alarma! – Como decían en vísperas del Juramento del juego de pelota [serment de Jeu de paume][1] en los salones embriagados de baile de Luis XVI, mientras en el cráter del volcán revolucionario se acumulaba lava ardiente para la terrible erupción. ¡Todo está en orden, paz y tranquilidad en todas partes! – como dijeron en Viena y Berlín en vísperas de la erupción de marzo hace 50 años. El viejo y ofendido titán de Martinica no prestó atención a los informes de la honorable comisión: después de que el gobernador tranquilizó a la población el día 7, hizo erupción en la madrugada del día 8 y enterró en pocos minutos al gobernador, la comisión, la gente, las casas, las calles y los barcos bajo la ardiente exhalación de su corazón indignado.

La obra ha sido meticulosa. Cuarenta mil vidas humanas destruidas, un puñado de refugiados temblorosos rescatados: el viejo gigante puede retumbar y jadear en paz, ha demostrado su poder, ha vengado de manera terrible el desprecio a su poder primordial.

Y ahora, entre las ruinas de la ciudad aniquilada de Martinica llega un nuevo huésped, desconocido, nunca antes visto: el ser humano. No señores y siervos, ni negros y blancos, ni ricos y pobres, ni propietarios de plantaciones ni esclavos asalariados: el ser humano ha aparecido en la pequeña isla destrozada, seres humanos que solo sienten dolor y solo ven el desastre, que solo quieren ayudar y prestar socorro. ¡El Viejo Mont Pelée ha obrado un milagro! Olvidados son los días de Fachoda,[2] olvidado el conflicto en Cuba,[3] olvidada la Revanche[4]: los franceses y los ingleses, el zar y el Senado de Washington, Alemania y Holanda donan dinero, envían telegramas, extienden una mano amiga. Una hermandad de pueblos contra el odio ardiente de la naturaleza, una resurrección de la humanidad entre las ruinas de la civilización humana. El precio para recuperar la humanidad fue alto, pero el atronador Mont Pelée tiene una voz capaz de hacerse entender.

Francia llora por los 40.000 cadáveres de la pequeña isla y el mundo entero se apresura a secar las lágrimas de la República Madre. Pero ¿qué pasó entonces, hace cientos de años, cuando Francia derramó sangre a torrentes por las Antillas Menores y Mayores?[5] En el mar frente a la costa este de África se encuentra una isla volcánica, Madagascar: hace 15 años vimos allí a la desconsolada República que hoy llora por sus hijos perdidos, cómo sometió a los indómitos nativos a su yugo con cadenas y espada. Ningún volcán abrió allí su cráter: las bocas de los cañones franceses arrojaron muerte y aniquilación. El fuego de la artillería francesa arrasó con miles de vidas humanas florecientes de la faz de la tierra hasta que un pueblo libre yació postrado en el suelo, hasta que la reina oscura de los “salvajes” fue arrastrada como trofeo a la “Ciudad Luz”.[6]

Frente a las costas de Asia, bañadas por las olas del océano, se encuentran las sonrientes Filipinas. Hace seis años vimos allí a los benevolentes yanquis, vimos al Senado de Washington en acción. No montañas que escupen fuego: allí, los rifles estadounidenses segaron vidas humanas por montones;[7] el Senado del cártel del azúcar que hoy envía dólares de oro a Martinica, miles y miles, para recuperar vidas de las ruinas, envió cañón sobre cañón, buques de guerra sobre buques de guerra, millones y millones de dólares de oro a Cuba, para sembrar muerte y devastación.

Ayer, hoy, lejos, en el sur de África, donde hace solo unos años un pueblo pequeño y tranquilo vivía de su trabajo y en paz, allí vimos cómo los ingleses han causado estragos, esos mismos ingleses que en Martinica salvan a la madre a sus hijos, y a los niños a sus padres: allí los vimos pisotear cuerpos humanos, con brutales botas de soldados sobre los cadáveres de niños, chapoteando en charcos de sangre, muerte y miseria a su alrededor.[8]

¡Ah, y los rusos, el zar de todos los rusos que rescata, ayuda y llora: un viejo conocido! Te hemos visto en los bastiones de Praga, donde la cálida sangre polaca fluía a chorros y enrojecía el cielo con sus vapores. Pero esos eran los viejos tiempos.[9] ¡No! Ahora, hace apenas unas semanas, los hemos visto a ustedes, benevolentes rusos, en sus caminos polvorientos, en las aldeas rusas destruidas, cara a cara con la turba harapienta, salvajemente agitada y quejumbrosa; los disparos resonaron, los muzhiks[10] jadeando cayeron al suelo, la sangre roja de los campesinos se mezcló con el polvo de las calles. ¡Deben morir, deben caer porque sus cuerpos se doblaron de hambre, porque clamaban por pan, por pan![11]

Y también te hemos visto, ¡oh República Madre!, derramadora de lágrimas. Fue el 23 de mayo de 1871: un espléndido sol primaveral brillaba sobre París; miles de seres humanos pálidos con ropa de trabajo estaban apiñados en las calles, en los patios de las cárceles, cuerpo a cuerpo y cabeza a cabeza; las ametralladoras clavaron sus cañones sedientos de sangre en las rendijas de las paredes. Ningún volcán entró en erupción, ninguna corriente de lava se derramó. Tus armas, República Madre, se volvieron contra la multitud apretada, los gritos de dolor desgarraron el aire: ¡más de 20.000 cadáveres cubrieron los adoquines de París![12]

Y a todos ustedes, ya sean franceses e ingleses, rusos y alemanes, italianos y estadounidenses, los hemos visto a todos juntos una vez en un acuerdo fraterno, unidos en una gran liga de naciones, ayudándose y guiándose unos a otros: fue en China. Allí también olvidaron todas las disputas entre ustedes, allí también hicieron la paz entre los pueblos: matar y prender fuego a todos juntos. ¡Ah, mientras los hombres de las trenzas caían fila tras fila bajo sus balas, como un campo de espigas maduras azotado por el granizo![13] ¡Ah, cómo las mujeres que gritaban su dolor se arrojaron al agua, a los fríos brazos de la muerte, para escapar de la tortura de sus abrazos ardientes!

Y ahora todos se han ido a Martinica, de nuevo un corazón y un alma; ayudan, socorren, secan las lágrimas y maldicen al volcán devastador. Mont Pelée, gigante de gran corazón, puedes reír; puedes mirar con asco a estos asesinos benevolentes, a estos animales depredadores que lloran, a estas bestias vestidas de samaritano. Pero llegará el día en que otro volcán alce su voz de trueno: un volcán que está temblando e hirviendo, incluso si no les importa, y borrará toda la cultura santurrona y salpicada de sangre de la faz de la tierra. Y solo en sus ruinas las naciones se encontrarán juntas en una verdadera humanidad, que conocerá solo un enemigo mortal: la naturaleza ciega y muerta.


Este texto fue escrito por Rosa, siempre comprometida con un socialismo internacionalista y desde una perspectiva crítica del imperialismo y una férrea posición anticolonial, después de la erupción volcánica de Mont Pelée el 8 de mayo de 1902 que arrasó el puerto de St. Pierre en Martinica y fue publicado en Leipziger Volkszeitung, el 15 de mayo de ese mismo año. El artículo no estaba firmado. Se incluyó en las Obras completas de Rosa Luxemburgo, publicadas por Clara Zetkin y Adolf Warski y editadas por Paul Frölich. Por la erupción del volcán murieron más de 29 mil personas. La traducción que presentamos es de María Haydeé García Bravo, gracias a que el texto en sus versiones en inglés e italiano fue compartido por Hjalmar Jorge Joffre-Eichhorn, quien hizo además valiosas aclaraciones contrastándolo con el alemán.

Este acontecimiento marcó la historia de Martinica, así lo narra 90 años después Patrick Chamoiseau, en su premiada novela Texaco:

“Habíamos salido corriendo de Saint-Pierre. Algunos lo habían abandonado nada más oír el ruido que hizo el estómago de la enorme Azufrera. Otros prefirieron esperar a ver la ceniza con sus ojos. Muertos sin edad tocaron a algunos de nosotros para mostrarles el mar como necesario camino. Para otros mil fue preciso un ataque de miedo ascendido de tiempos anteriores al bautismo.

Escapados de Saint-Pierre. Habíamos ido lejos. Habíamos echado raíces a lo largo de la pista. (…) Huimos despavoridos y acabamos por asentarnos. Las alcaldías nos instalaron sobre los altos de la amada costa del Caribe. (…) Allí nos hacinamos durante tiempos sin tiempo hasta casi desaparecer, echar raíces en el lugar o partir en busca del destino. Saint-Pierre, al calentarse, había salpicado al país con nuestras almas. (p. 169)

[1] El juramento del juego de pelota (serment du Jeu de Paume) consistió en el acuerdo presentado por 300 diputados (de los 578) el 20 de junio de 1789. En esa ocasión, juran no separarse hasta que una nueva Constitución haya sido adoptada, frente al poder de Louis XVI. Se trata de un gesto simbólico especialmente fuerte que conducirá, poco después, a la separación de poderes entre los representantes del pueblo y los de la monarquía. Aunque precedió a la revuelta popular, el juramento del Jeu de Paume sigue siendo uno de los aspectos más destacados de la Revolución Francesa y un acto fundacional de la República.

[2] El “incidente” de Fachoda, se llevó a cabo en el contexto del reparto colonial de África, consistió en la campaña contra el régimen mahdista en el Sudán anglo-egipcio en 1898, que casi desembocó en una guerra entre Francia y Gran Bretaña.

[3] La disputa por Cuba, entre España y Estados Unidos en febrero de 1898.

[4] La Revanche hace alusión al movimiento nacionalista de Georges Boulanger (1837-1891), a quien se le conocía como el general Revanche, y que reclamó la reconquista de Alsacia y Lorena, en el marco de la tercera república francesa.

[5] Se refiere a la revolución hatiana, encabezada por Toussaint L’Ouverture, en 1791.

[6] Se refiere a Ranavalona III (1861-1917) que reinaba, a partir de julio de 1883, en lo que hoy es Madagascar. Fue depuesta por el general francés Gallieni, quien se instauró como gobernador general, en febrero de 1897, así Francia hizo a la isla una más de sus colonias. La represión francesa no impidió que continuara la resistencia malgache.

[7] En 1898, una vez derrotados los españoles, Estados Unidos -traicionando su compromiso con los resistentes filipinos- se apoderaron del archipiélago.

[8] Alusión a la guerra anglo-bóer, librada por los británicos con atrocidades particulares en Sudáfrica entre 1899 y 1902 contra la población afrikaner de origen holandés para apoderarse de los diamantes de Transvaal.

[9] Se refiere a la batalla que se desarrolló en el barrio llamado de Praga en Varsovia, donde en noviembre de 1794, después de la derrota de Tadeusz Kosciuszko en Maciejowice, el ejército ruso del general Suvorov masacró a cientos de habitantes, incluidos mujeres y niños. Después de eso, Polonia se sometió a la tercera partición.

[10] Muzhiks o mujiks (en ruso: мужик, que significa hombre) era empleado para referirse a los campesinos rusos que no poseían propiedades.

[11] Entre marzo y mayo de 1902 estallaron revueltas campesinas en las provincias de Vorónezh, Kutaís, Poltava y Járkov (estas dos últimas forman hoy parte de Ucrania), que fueron violentamente reprimidas.

[12] Claramente se refiere a la llamada semana sangrienta (semaine sanglante) que acabó con la Comuna de París, el sitio ejercido por el gobierno de Versalles sobre la ciudad y la ejecución en masa de los comuneros, persecución, prisión y destierro para otros.

[13] Referencia a la represión de los bóxers en 1900, (conocido en China como Levantamiento Yihétuán) en la que participaron contingentes militares de los países mencionados (denominada la Alianza de las ocho naciones), tras el asedio de las delegaciones extranjeras en Beijing por “55 días”, la Alianza llevó a sus tropas en lo que eufemísticamente se llamó la expedición de socorro en China.