¿Es posible ganar perdiendo? Eugenia Allier Montaño desmenuza en este libro la historia de un movimiento que triunfó simbólica y políticamente años después de haber sido derrotado; incluso, el movimiento estudiantil de 1968 (ME68) ganó a la postre batallas que ni siquiera enfrentó. Bajo esa premisa, la autora ofrece un recuento de las memorias reproducidas e ignoradas a lo largo de los 50 años que sucedieron al 68, en el entendido de que lo que se olvida puede ser tan relevante como lo que se recuerda.
El ME68 es uno de los temas más revisitados del México contemporáneo, no sólo por los historiadores, sino por estudiosos de distintas disciplinas. Por si fuera poco, a la multiplicidad de enfoques puede añadirse la diversidad de intereses y preocupaciones; en ese sentido, el 68 es una clara muestra de cómo el abordaje de un evento nos transporta al pasado siempre pendientes de nuestro presente. Así, más que ocuparse de la descripción de los hechos, Allier Montaño historiza las memorias construidas en torno al movimiento estudiantil con énfasis en los lugares de enunciación en un sentido amplio que incluye tanto al tiempo como al espacio, pero también la adscripción y el papel en turno de aquéllos que las generaron.
Entre las páginas resalta la madurez intelectual de una académica de amplia trayectoria, pero también se percibe la pasión de una mujer cuyas fibras fueron tocadas por el ME68 incluso antes de nacer. A diferencia de las representaciones de otros países, señala la autora, el 68 mexicano tiene un cariz marcadamente político que conduce a la denuncia y al elogio y que, al mismo tiempo, oscila entre la historia y la memoria. La distinción entre ambas es la que articula la narrativa y permite ir rastreando los puntos de encuentro y desencuentro para observar si alguna se impone sobre la otra, en qué casos y de qué manera.
El texto es resultado de un valioso esfuerzo de recopilación en el que dialogan novelas, testimonios orales y escritos, libros, notas periodísticas, artículos, canciones, poemas, fotografías, vídeos, programas de radio y televisión, informes presidenciales, discusiones en el Congreso, encuestas y páginas de internet. Asimismo, sin ser propiamente un estudio comparado, la autora rebasa con frecuencia la esfera local para mostrar al 68 mexicano en perspectiva global, o bien, para evidenciar las diferencias y las similitudes que, para bien o para mal, guarda el caso nacional respecto a sus pares extranjeros.
El libro está dividido en seis capítulos en los que se van distinguiendo las rupturas y las continuidades en los discursos que se desprenden de una memoria en disputa. Pese a estar organizado en orden cronológico, los cortes responden a las coyunturas políticas y sociales que condicionaron la manera de significar y resignificar el movimiento estudiantil; precisamente por ello, 68 el movimiento que triunfó en el futuro es también un recuento de las últimas cinco décadas de la historia de México y del modo en que cada nuevo suceso resuena o no con aquel fatídico momento.
“El verano del 68” es el primero y el más corto de los capítulos. En él se presenta el contexto nacional así como los antecedentes y aprendizajes políticos previos al ME68. La extensión del capítulo pone de manifiesto que el foco del relato no recae en los acontecimientos de aquel año; sin embargo, se hace necesario ofrecer una síntesis de lo acaecido como punto de partida para las discusiones subsecuentes. Además de evidenciar el bagaje de la escritora respecto al movimiento y su capacidad para discriminar la información, la remembranza de los hechos demuestra que no existe consenso entre las versiones, o cuando menos que no lo hubo en la inmediatez.
En el segundo capítulo, “Entre la ‘conjura’ del movimiento y la ‘represión’ del gobierno, 1969-1977”, se analizan los duelos discursivos posteriores a la noche del 2 de octubre que dan cuenta de dos posicionamientos predominantes y contradictorios entre sí: por un lado, el discurso que emanaba desde el poder y que desacreditaba las acciones estudiantiles por ser producto de una conjura comunista y; por otro lado, las voces de la oposición que denunciaban la represión desplegada por las autoridades.
En el capítulo tres, “Entre la ‘denuncia’ de la represión y el ‘elogio’ del movimiento estudiantil, 1978-1984”, la incursión de los partidos de izquierda y la aparición de grupos defensores de los derechos humanos fueron los elementos que permiten hablar de una nueva periodización. El ME68, a decir de sus defensores, no sólo pugnó por la democracia, sino que fue democrático en sí mismo, lo que ayudó a configurarlo como hito y parteaguas de la historia nacional contemporánea. Así, los estudiantes transitaron de víctimas a agentes, y en ocasiones hasta héroes; aunque la contienda para definir su estatus entre delincuentes y presos políticos continuó siendo parte de la agenda. A diez años de distancia, el 2 de octubre se había transformado en una “fecha símbolo” y las marchas conmemorativas en activadores de la memoria.
El capítulo cuatro, “La intensificación del elogio, 1985-1992”, sugiere que dicha acentuación requirió de nuevos espacios, principalmente hemerográficos, en donde se pudieran reproducir las posturas de la oposición. Los sismos geográficos (1985), sociales (1986) y políticos (1988), señala la autora, sirvieron como detonantes de la memoria, una memoria, dicho sea de paso, eminentemente presentista. En 1988, a veinte años de Tlatelolco, las narraciones fueron copadas por los líderes sesentayocheros, ahora ya no sólo como voces hegemónicas, sino también legitimadas.
En “’Justicia’ para los caídos: 1993-1999”, Allier Montaño introduce el concepto de justicia transicional, como aquélla que se asocia con los periodos de cambios políticos. En el lapso que comprende este quinto capítulo, además de la Comisión de la Verdad de 1993, se creó la Comisión Especial Investigadora de los Sucesos del 68 en 1997, esa búsqueda de la verdad recayó en cierta medida en historiadores y periodistas, lo que implicó mayor protagonismo de los académicos, sin olvidar que varios dirigentes ya eran intelectuales de renombre o políticos con cargos importantes. Pese a todo, la falta de consenso siguió siendo una constante, principalmente entre los llamados líderes del movimiento que se enfrascaron en múltiples polémicas que no menguaron con el tiempo.
En el último capítulo, “El consenso: ‘el parteaguas’ de la historia nacional reciente, 2000-2018…”, la aparición de la Fiscalía Especial para Movimientos Sociales y Políticos del Pasado en 2001 continúa con la pauta de debates e inconsistencias, pero permite añadir una nueva variante a la ecuación que es determinante acorde con la interpretación de la historiadora; a saber, la falta de “voluntad gubernamental desde el Poder Ejecutivo” para el esclarecimiento de los hechos y la toma de resoluciones.
En la fase final del recuento se menciona al movimiento #Yosoy132 en 2012 y los eventos de Ayotzinapa en 2014 como los referentes más próximos y contundentes de la vigencia del 68 en la escena política nacional, ambos fungieron como momentos detonantes de la memoria y permiten redondear que, detrás de toda evocación, debemos interrogar quién recuerda, en qué momento lo recuerda, por qué lo recuerda y para quién lo recuerda. O, para ejemplificarlo con palabras de la autora: “Fox vuelve a la historia, pero a otra historia: resignifica la memoria histórica, para adaptarla al presente y a su necesidad política de explicar la democracia” (p. 407), pero ¿acaso no aplicaría esa “adaptación” de la memoria para todos los actores que se han expresado a lo largo de esta obra?
Tras el largo recorrido, en “El 68 en presente: conclusiones de un pasado en construcción” se sintetizan las matrices interpretativas del ME68. Aquí la victimización de los participantes, incluidos los militares, y la mitificación del movimiento aparecen como los dos lugares comunes predominantes, mas no incuestionables. Pese a la destacada diversidad de la investigación y de sus resultados, considero que el gran ausente en la disertación es el posicionamiento de aquéllos que se oponen a las lecturas teleológicas del 2 de octubre y que no se apegan a la hipótesis dominante; es decir, aquéllos que sin desdeñar la relevancia del ME68 analizan los movimientos sociales, en especial los estudiantiles, en función de sus especificidades y no a partir de una línea de subordinación con el 68. Paradójicamente, luego de más de 600 páginas de una revisión amena y de un análisis agudo, la autora concluye que “la historia de la memoria, la verdad y la justicia no ha concluido” (p. 588) y probablemente nunca concluirá. Porque con cada evento trágico y con cada conquista sociopolítica se ha hecho costumbre voltear hacia el 68, por distante que esté en el tiempo y por ajena que sea su esencia. Después de todo, la noche de Tlatelolco ha funcionado como una memoria ejemplar, como una memoria que se rebasa a sí misma para denunciar o celebrar los hechos del presente desde “los nexos con el pasado”. Y, no quepa duda, este libro se convertirá en referente obligado de aquéllos que deseen conocer y comprender los usos y las transformaciones de la historia y de la memoria detrás de un movimiento que triunfó en el futuro.
Allier Montaño, Eugenia, 68 el movimiento que triunfó en el futuro: historias, memorias y presente, México, UNAM-Bonilla Artigas Editores, 2021, 622 pp.