EL CAMPO MEXICANO EN TRES TIEMPOS

Entrevista realizada por Miltón Hernández y Jaime Ortega

¿Cuál es tu balance sobre los impactos del período neoliberal en el campo mexicano?

El balance importa sobre todo porque nos permite valorar lo que se ha hecho para corregir el rumbo al despeñadero en este primer tramo de la 4T y también para pensar en lo que debería hacerse en la segunda etapa que seguramente será en el próximo sexenio. Es decir, ver el campo en tres tiempos.

En cuanto al agro en el neoliberalismo hay que partir de que las apuestas de los tecnócratas son la acumulación y centralización del capital y la globalización de los mercados. Y esto significó fomentar –exitosamente, por cierto– la agroexportación. Y digo exitosamente porque hoy México está colocado entre los mayores agroexportadores. Lo que es importante en términos de generación de divisas y de la balanza de intercambios, tanto agropecuaria como general. Por lo tanto, tuvieron éxito al estimular, fomentar, subsidiar, promover a un sector agroexportador que hoy está conformado por la cerveza, el mezcal, el aguacate, los frutos rojos, el jitomate, entre otros. 

La parte oscura del asunto, y por cierto muy oscura, es que esa agroexportación se sostuvo y se sostiene sobre una tecnología y una forma de cultivar, ambientalmente predadora. Una agroexportación que arrasa los bosques y consume el agua, como el caso de Michoacán con el aguacate, un estado donde la expansión desmedida de las huertas es el mayor predador de los bosques de esta entidad federativa cuya riqueza son precisamente los bosques. El agotamiento de los mantos freáticos y su contaminación en donde el riego es con pozos como, por ejemplo, en Chihuahua donde menonitas, mormones, nogaleros extraen agua en demasía, incluso aguas fósiles, mediante perforaciones que en muchos casos son ilegales, provocando que se profundice el estrés hídrico en un estado donde casi no llueve. Y en general el abuso en el empleo de agrotóxicos que contamina la tierra, el agua y el aire y acaba con la biodiversidad, ejemplo de esto es la agricultura de Sonora y Sinaloa. 

Pero no es únicamente predadora en lo ambiental lo es también socialmente, pues se sostiene en la sobreexplotación de dos o tres millones de jornaleros agrícolas. Hombres, mujeres y niños que enfrentan condiciones laborales terribles: jornadas de sol a sol en labores que torturan al trabajador y que se desarrollan en medio de agrotóxicos aplicados sin protección. Familias que viven en las llamadas galeras sin servicios ni de salud ni de educación, y sin la más mínima privacidad. Salarios miserables pagados a destajo para obligar a que se maximice el esfuerzo. Ausencia de contratos colectivos, carencia de sindicatos. Y estoy hablando de los tres millones de familias que son quienes levantan las cosechas de este país, los jornaleros y las jornaleras agrícolas, que están en la base de la boyante agricultura de exportación. 

Pero mientras que la agricultura empresarial se expandía e intensificaba la agricultura campesina se estancaba y deprimía: en Sinaloa, por ejemplo, los rendimientos en maíz pueden ser de 20 toneladas por hectárea mientras que los campesinos del sur y el sureste se dan de santos si llegan a tres. Y es que para potenciar las virtudes socioambientales que sin duda tiene la agricultura pequeña y mediana hacen falta políticas públicas favorables que en los tiempos del neoliberalismo no existieron. No existieron porque la intención de los tecnócratas era descampesinizar, drenar el campo de “población excedente”, liberar la tierra para que se la apropiara el capital… Así los campesinos fueron las víctimas mayores de la implantación de modelo neoliberal.

¿Qué papel jugaron las organizaciones y los movimientos rurales frente a las políticas neoliberales?

En este periodo neoliberal –30 años, 35 años– las organizaciones campesinas independientes y más o menos democráticas, estuvieron permanentemente en resistencia. Lo que incluye la presión para acceder a los programas públicos que se entregaban como cuotas clientelares. Una resistencia que se expresó también en negociaciones con el gobierno, negociaciones con todos los gobiernos priistas, con los gobiernos panistas y otra vez con el gobierno priista cuando regresó. Negociaciones que a principios de ese siglo con un movimiento muy importante que se llamó “El campo no Aguanta Más” lograron que se firmara un Acuerdo Nacional para el Campo con el gobierno de Fox, quien por cierto veía acercarse las elecciones a medio camino y necesitaba sumar votos. Y Fox firmó convenencieramente el acuerdo, pero no lo cumplió. Otra frustración en este caso del movimiento indígena fue el incumplimiento de los acuerdos logrados en San Andrés Larrainzar entre el EZLN y el gobierno. 

Esta es la experiencia de las organizaciones campesinas e indígenas durante este periodo oscuro: resistir, presionar, negociar y enfrentar el incumplimiento de lo que se acuerda en las negociaciones. En un momento dado y después de estos pactos incumplidos, una buena parte de las organizaciones campesinas –no así las neozapatistas que abandonaron toda negociación con base al principio “ahí arriba no hay nada que hacer”– decide que, si los gobiernos neoliberales firman acuerdos y no los cumplen, lo que hay que buscar es un cambio de gobierno. No desgastarse presionando y negociando convenios que se violan sino buscar un cambio de gobierno, procurar un gobierno que no sea anticampesino y proempresarial, un gobierno antineoliberal, un gobierno de izquierda y progresista. 

De esta convicción surge una convergencia de organizaciones campesinas que desde 2006 se apersona con López Obrador, quien era por primera vez candidato a la presidencia de la República, y le hacen llegar una plataforma programática para el agro, un proyecto de recuperación del campo que no avanzó por el fraude electoral que impuso a Calderón. Luego en el 2012 le entregan al que es de nuevo candidato un proyecto más estructurado que se llama “Plan de Ayala Siglo XXI”, pero Peña Nieto compra la elección. Finalmente, en 2018 le presentan a Andrés Manuel una nueva versión del Plan de Ayala para el siglo XXI, que él firma en Jerez, Zacatecas, de modo que organizados en un “Movimiento Nacional Campesino Indígena Afrodescendiente Plan de Ayala Siglo XXI” hacen campaña por López Obrador y por primera vez en la historia el llamado “voto verde” no es para el PRI sino para Morena. Es decir que de arranque el gobierno de la 4T tiene un compromiso con los campesinos.

¿Cuál es tu balance sobre el campo mexicano a casi 5 años de iniciada la 4T como gobierno? ¿Cómo ves a las nuevas políticas?

En la 4T se plantea una nueva política para el país que es también una nueva política para el campo. El concepto básico del gobierno debutante es un principio anti neoliberal por antonomasia que se sintetiza en la fórmula: “Por el bien de todos, primero los pobres”. El gobierno debe trabajar para superar la pobreza, debe ayudar a los pobres a que salgan por sí mismos de ese rezago y puedan construir una vida más digna, alcanzar el bienestar. Y si esta es la prioridad general, en el caso del campo habrá que priorizar a los pequeños campesinos, a los indígenas que en su mayoría se ubican en el sur y sureste del país, donde la pobreza relativa es mayor. “Que coman los que nos dan de comer” ha dicho López Obrador citando a Carlos Pellicer. Esta es una tarea fundamental –que por cierto hay que continuar– ayudar a la gente a salir de la pobreza a la gente que está en rezago, que tiene carencia en el ingreso, que tiene carencias en el acceso a educación, en acceso a la salud, en las vías de comunicación. 

Pero este gobierno que en lo rural decidió mirar al sur también se planteó la autosuficiencia y la soberanía alimentarias. Y para alcanzar este objetivo no basta mirar al sur hay que mirar también al norte, al noroeste, al occidente, que es donde hoy por hoy se produce la parte mayor de los granos básicos y las oleaginosas. Hay que ocuparse no solo de los campesinos pequeños sino también de los medianos y, porque no, de los grandes, que son productores netamente comerciales y tienen otras necesidades. En la enorme tarea de reducir las importaciones y alcanzar la autosuficiencia nadie, absolutamente nadie debe quedar fuera.

Sin embargo, en este primer gobierno de la 4T las políticas de combate a la pobreza rural y de fomento agropecuario para la autosuficiencia se orientaron no exclusiva pero sí predominantemente al sur y al sureste, en donde hay una deuda histórica, con programas dirigidos a los campesinos más pequeños que son los más rezagados. Y así debía de ser.  El programa de mayor cobertura es Producción para el Bienestar, tiene casi dos millones de beneficiarios, mientras que el mayor monto presupuestal es el de Sembrando Vida, que atiende a medio millón de familias. A raíz de la escasez y encarecimiento de los fertilizantes por la guerra en Ucrania el programa de fertilizantes tuvo la mayor asignación, pero esto fue coyuntural, Y los destinatarios de estos programas son en todos los casos agricultores pequeños, campesinos pobres.

Los programas mayores impulsan también la conversión agroecológica: sustitución de agroquímicos, establecimiento de biofábricas, diversificación simbiótica de cultivos, recuperación de la milpa, modelos agro silvícolas. Y tanto Producción para el Bienestar como Sembrando Vida han tenido buenos resultados: generaron empleos incluyendo la incorporación de un alto porcentaje de mujeres y muchos jóvenes, se elevó el ingreso de varios millones de familias –tanto en especie como monetario– y se incrementaron moderadamente los rendimientos. Pero lo más importante, lo más valioso es que en un país en donde la agricultura que se impulsó era social y ecológicamente predadora, humana y ambientalmente insostenible, ahora se avanza por el camino de las formas asociativas y de las tecnologías amables. Una verdadera revolución. 

Sin embargo, no se avanzó significativamente en la autosuficiencia alimentaria. En términos físicos los volúmenes de importación de granos y oleaginosas son casi los mismos que cuando empezó el sexenio. Y los costos de estas importaciones se incrementaron en algunos años de manera brutal, por la guerra entre Rusia y Ucrania pues ambos son exportadores de granos y de fertilizantes. 

Así, hoy estamos gastando más en las importaciones alimentarias que en el pasado. Es cierto que no siempre son más toneladas las que se traen de fuera, aunque en el caso del maíz amarillo las importaciones son mayores tanto en volumen como en precio. En el caso del maíz, para este año, tendremos una producción muy buena de más o menos 28 millones de toneladas. De éstas, 24 son de maíz blanco y el resto de maíz amarillo. Pero tenemos una demanda interna de 46 millones. Es decir que pese a la buena cosecha tendremos una importación de 18 millones de toneladas de las que el 90% son de maíz amarillo y esto significa que, en el caso del maíz el autoabasto del país que era del 81% en 2001, para 2023 ya solo es de 64%. Estamos importando más maíz ahora que entonces.  

Independientemente de quién gobierne en el 2024-2030, ¿qué hacer para profundizar la 4T en el campo mexicano, al menos durante el siguiente sexenio?

Sí como es previsible, en el próximo sexenio se mantiene un gobierno progresista, si vuelve a ganar la presidencia de la República y las mayorías legislativas el partido Morena y continúa por tanto la 4T, tendremos que mantener la divisa fundamental post-neoliberal de “primero los pobres, por el bien de todos”. En el caso del campo tendremos que mantener la política de apoyo a los campesinos e indígenas en aquellas regiones donde la pobreza es mayor. Y esto significa también la continuidad de las políticas y los programas orientados a combatir la pobreza rural y mejorar el autoabasto alimentario, siempre cuidando el medio ambiente. 

Habrá que continuar con eso. Estoy convencido de que habrá que continuar con Producción para el Bienestarampliando los trabajos de transición agroecológica a un porcentaje mayor de los destinatarios del programa –hoy están en las escuelas campesinas alrededor del 10%–, estoy convencido de que habrá que continuar con Sembrando Vida. Particularmente debido a que apoya a los productores que tenían tierras desmontadas y erosionadas, potreros insostenibles… tierras que había que reforestar con especies frutales y maderables al tiempo que se impulsaba la milpa. Y estos frutales que sembraron en el primer año del programa, en el segundo año, en el tercer año están empezando a producir volúmenes considerables que superan el autobasto y tienen que destinarse al mercado. Así estos productores que entraron al programa con subsidios, van a dejar de recibirlos porque eran temporales y ahora disponen de huertas establecidas y van a tener producción. Una producción que debe comercializarse de preferencia mediante formas asociativas que consoliden la oferta y permitan adquirir infraestructura y equipos. De modo que la organización es fundamental. En una primera etapa fue en torno a la capacitación, la transferencia de tecnología, los viveros, las biofábricas. Pero ahora y cada vez más tendrán que organizarse para comercializar juntos y quizá para agregarle valor a sus productos. Y en esto también es necesario el acompañamiento institucional,

Producción para el Bienestar y Sembrando Vida deben continuar con los ajustes necesarios para acompañar no solo la producción sino también la comercialización y la transformación de lo producido. Y sin embargo esta continuidad y estos ajustes no bastan. Remontar sustancialmente la pobreza rural y lograr la autosuficiencia alimentaria requieren de la continuidad de las políticas de este primer sexenio, pero también fortalecer o crear otras que en estos años tuvieron menos visibilidad. Pienso en la urgencia de una ley y políticas más enérgicas para el buen manejo del agua, lo que en Aridoamérica es vital, pienso en el fomento a la silvicultura comunitaria pues Sembrando vida no sustituye la necesidad de aprovechar y preservar los bosques ya existentes, pienso en el financiamiento rural oportuno y adecuado, pienso en el desarrollo de insumos y tecnologías que respondan a  diferentes contextos agroecológicos y diferentes tipos de productores. Esto último en la línea de lo que está haciendo CONAHCYT al buscar alternativas al cancerígeno glifosato que hoy usan muchos agricultores empresariales, y en la misma línea volver a trabajar en el diseño y producción de semillas mejoradas que casi se abandonó cuando se decidió comprárselas a Bayer-Monsanto o a Syngenta. 

Todo lo anterior significa que, sin dejar de darle prioridad a los pobres, de darle prioridad al campo, de darle prioridad al sureste, habrá que intensificar y quizá reorientar la acción pública en el norte, el noroeste, el occidente, hacia donde está la agricultura intensiva, hacia donde están los grandes monocultivos de riego, hacia donde están los productores medianos y los productores grandes, 

Lo repito. En la tarea de la autosuficiencia alimentaria, todos los productores están llamados, nadie sobra en esa enorme tarea, todos están incluidos. Están incluidos los campesinos muy pobres que producen para el autoabasto de la familia. Están incluidos también los pequeños agricultores modestamente excedentarios cuya producción que rebasa el consumo familiar y sale al mercado. Están incluidos los productores estrictamente comerciales, pequeños y medianos. Y están incluidos también los grandes productores que en Sinaloa y en Sonora, producen maíz blanco y producen trigo. Regiones y productores que sin duda han sido atendidos en este sexenio pero que podrían serlo de manera más enfática y explícita pues estamos hablando de las dos piernas por las que avanza la soberanía y la autosuficiencia alimentarias: la pequeña producción campesina y la mediana y grande producción empresarial.

También las políticas de combate a la pobreza rural deben ajustarse. Y es que cuando uno piensa en rezago rural piensa en campesinos pobres, comunidades indígenas sin vías de comunicación adecuadas, con malos o nulos sistemas de salud, con escuelas precarias o lejanas. Esta es la imagen que la mayoría tiene de la pobreza rural. Entonces decimos ahí está el problema, esto es lo que hay que combatir. Y esto es verdad, pero es solo una parte de la verdad. 

Porque si nuestra prioridad es apoyar a los trabajadores del campo, a los que con su labor nos dan de comer, si esto es correcto y es justo, habrá que reconocer que estos esforzados trabajadores no son únicamente ni mayoritariamente los pequeños agricultores. Son también y sobre todo, los millones de jornaleros y jornaleras agrícolas, que levantan las cosechas de nuestro país. La mayor parte del trabajo rural y sin duda la más dura es la que desempeñan estos campesinos asalariados. 

Con jornadas extenuantes y tóxicas, salarios miserables, condiciones de vida deplorables y carencia absoluta de derechos los jornaleros son el sector de la población más desprotegido; no es que ganen menos que los campesinos pobres, probablemente ganan más en términos monetarios y por esto hay migración interna, pero sus condiciones de vida y trabajo son inadmisibles. Es un infierno el que viven los trabajadores agrícolas asalariados, un infierno que hay que empezar a erradicar. No puede ser que se los invisibilice, que en la práctica se les excluya incluso de las políticas públicas laborales y de desarrollo social. Y es que tenemos programas sustantivos y con montos cuantiosos para los pequeños productores, para las comunidades campesinas, para las comunidades indígenas, pero no tenemos políticas públicas reales para los jornaleros agrícolas. 

Antes había un Programa de Atención a Jornaleros Agrícolas (PAJA) que desapareció porque funcionaba mal, pero había un programa que ahora no existe. Debe ser una prioridad de la segunda etapa de la 4T atender las condiciones de vida y trabajo de los jornaleros y esto significa también mirar hacia el norte porque es ahí donde vive y trabaja la gran mayoría de quienes laboran por un jornal. Los pobres de la agricultura no están solo en el sur y sureste, están también en el norte, el noroeste, el occidente, son la cara oscura de la boyante agroexportación.

Y esto nos lleva de nuevo a los empresarios agrícolas que hoy son parte del problema ambiental y social y deberían ser parte de la solución. He dicho ya que, si queremos aumentar de manera sostenible la producción y los rendimientos en maíz, frijol, trigo, sorgo, soya… necesitamos precisar y profundizar las políticas que se dirigen a los medianos y grandes productores. Agricultores comerciales que necesitan financiamiento accesible, alguna seguridad en los precios, tecnologías adecuadas… todo orientado a mejorar rendimientos, pero también a abatir costos de producción y mejorar su competitividad, porque este tipo de productores invierte dinero y tiene que recuperarlo, la rentabilidad es su talón de Aquiles.

Hemos visto en los días recientes multitudinarias protestas de agricultores del noroeste particularmente de maiceros, porque este año se cayó el precio del grano, se cayó brutalmente cuando el año pasado las cotizaciones fueron muy altas. Cayeron los precios, sí, pero no los costos de modo que para muchos ya no es rentable producir maíz porque tienen que venderlo con pérdidas, lo que ciertamente resulta de la sobreproducción mundial que deprime las cotizaciones, pero también del monopsonio que conforman un puñado de grandes acopiadores entre los que destacan Maseca y Minsa, que especulan con su capacidad de compra. Crisis de rentabilidad que sin duda es peligrosa para la seguridad alimentaria del país. 

Y no estamos hablando de campesinos de cinco hectáreas estamos hablando de agricultores medianos y grandes, algunos muy grandes. Empresarios a quienes no se justifica subsidiar porque tienen dinero. Grandes fortunas que han ganado gracias que, en el momento oportuno, cuando no tenían precio, compraron las tierras que después se regaron, gracias a que fueron privilegiados por las políticas públicas, concesiones, subsidios, corrupción…Pero, aun así, no son renunciables, son agricultores que abastecen el mercado interno y necesitamos atenderlos sobre todo a los medianos. Necesitamos que sea rentable la agricultura empresarial de granos básicos y oleaginosas y esto tiene que lograrse mediante políticas públicas como las que de hecho ya se están aplicando, pero deben ajustarse y profundizarse. Así por ejemplo frente a la reciente caída de los precios aprovechada por el monopsonio para especular el gobierno compró dos millones de toneladas del grano pagando los costos de producción más una ganancia, y creó una reserva estratégica. Por ahí va.

Que sea rentable la agricultura empresarial, sí, pero también que sea ambiental y socialmente sostenible. Y para esto es necesaria una reconversión productiva. Ya tenemos trabajos de transición agroecológica para agricultores familiares. Sembrando vida y Producción para el Bienestar tienen escuelas campesinas, en donde los productores incorporan sus saberes y adquieren otros. Pero este esquema es para campesinos pobres. Necesitamos una transformación tecnológica también para capesinos medios y grandes. 

No es posible seguir agotando los mantos freáticos y contaminándolos con arsénico, no es posible seguir agotando los suelos y perdiendo fertilidad, es inadmisible que se sigan talando bosque para producir aguacates. Necesitamos seguir exportando aguacates, jitomates, fresas, arándanos…. Pero necesitamos producirlos de manera sostenible justa y no como hasta ahora con procedimientos y relaciones laborales ecocidas e inicuas. Es inaceptable que lo que sostiene nuestra agricultura de exportación sea la explotación inmisericorde de la naturaleza y la explotación desalmada de los trabajadores. No podemos renunciar a esta rentable y empleadora actividad económica, no podemos prescindir de los productores medianos y grandes, pero hay que transformar su forma de producir que no puede seguir siendo extractivista, en el doble sentido de depredar tierras, aguas ríos y bosques y también depredar a los trabajadores; que el “extractivismo” del plusvalor no es menos oprobioso que el de la naturaleza. 

Sobre el maíz, ¿cómo resolver el problema de la demanda, como ser autosuficientes?

Por más que hacemos, la demanda de maíz amarillo se incrementa a mayor velocidad que la oferta; no somos productores de maíz amarillo en volúmenes significativos. Actualmente necesitamos importar 18 millones de toneladas de este grano porque tenemos una demanda interna insatisfecha. Y este maíz se emplea fundamentalmente para fines industriales: edulcorantes, aceites, y sobre todo para la engorda de ganado, para los forrajes. 

El crecimiento de la demanda forrajera y de la demanda industrial de maíz amarillo, ha sido impetuoso, ha sido explosivo en las últimas décadas mientras que la oferta va creciendo, pero de manera mucho más modesta. Algunos piensan que la respuesta está en producir más y más maíz amarillo. Y sí, necesitamos y podemos producir mayores volúmenes y con ello reducir la importación de un grano que además es transgénico de modo que puede contaminar nuestra comida y nuestro genoma maicero. Sin duda necesitamos reducir las importaciones de maíz amarillo, pero no solo produciendo más sino también consumiendo menos. Me explico. 

En las últimas décadas hemos transformando nuestra ingesta haciéndola cada vez más dependiente de cárnicos, lácteos, aceites y azucares, lo que incluye los ultraprocesados y los que de plano son chatarra, Mudanza que se traduce en una demanda creciente de maíz amarillo para usos industriales y para fines forrajeros. Mantenerse en esta ruta conlleva no uno sino dos grandes males: por una parte, tener que importar cada vez más maíz amarillo deteriorando nuestra balanza comercial; por otra seguir deteriorando nuestra alimentación con todas las secuelas sanitarias que esto tiene. Entonces necesitamos cambiar el modelo alimentario, incrementando el consumo de frijol, de productos frescos, de frutas y hortalizas, reduciendo el consumo de carnes, lácteos, refrescos y alimentos muy procesados. De esa manera reduciremos la demanda de maíz amarillo, pero también lo que es más importante mejoraremos nuestra salud. 

¿Cómo impulsar la agricultura para la autosuficiencia alimentaria en un país como México que enfrenta progresivamente una mayor escasez de agua?

Una parte de la respuesta está en la distribución geográfica de los cultivos. Ahora está de moda hablar de relocalización, la relocalización global de las industrias, por ejemplo, para acortar cadenas. Esto hace que México cuente con el privilegio desde el punto de vista de inversión extranjera, de tener como vecino a uno de los mercados más grandes del mundo, lo que permite a los inversionistas que relocalicen sus industrias en la zona norte del país, acortar las rutas de suministro y acercar los mercados. Pero esta relocalización ahora industrial también ha existido desde hace mucho en nuestra agricultura. La agricultura intensiva mexicana se fue trasladando progresivamente al norte y noroeste y en particular a las planicies costeras de Sonora y Sinaloa, regadas por las grandes presas que se construyeron hace más de medio siglo. Región que hoy padece un severo estrés hídrico que el cambio climático sin duda agravará. 

De por sí teníamos en Aridoamérica, a dónde finalmente se fue a situar gran parte de nuestra agricultura intensiva, un severo problema con el agua. Hoy ese problema es mayor. El cambio de régimen de lluvias va a provocar –está provocando– una situación de crisis gravísima. Hace unos años en el norte se tuvo que sacrificar el ganado porque se moría de sed y de falta de alimento, hubo que enviarlo al rastro porque no había forma de sostenerlo. Y tenemos problemas con las presas, hay que reducir la extensión cultivada porque el agua rodada no alcanza. En otros lugares el agua tiene que ser sacada de pozos más profundos, con incremento de los costos de energía. Tenemos pues un problema severo de estrés hídrico en el norte, noroeste, incluso en el occidente del país. Necesitamos enfrentar este problema con la relocalización de nuestros cultivos. No podemos seguir pensando que nuestra agricultura de riego más relevante por volumen de cosechas y productividad puede sobrevivir y progresar estando ubicada donde el agua escasea. 

Necesitamos entonces atender al potencial de otras regiones del país, regiones del sur y sureste donde los recursos hídricos son abundantes. Hay que llevar la agricultura que requiere agua a donde hay agua, no puedes llevar el agua a donde está la agricultura. Si bien ahí no tienes extensas llanuras costeras como las de Sonora o Sinaloa, sí tiene tierras que se pueden habilitar para la agricultura; algunas son terrenos que se desmontaron para una presunta ganaderización del sureste que resultó insostenible. Hay muchas tierras que hoy son potreros abandonados y que se pueden convertir en aprovechamientos agrícolas. 

No será el modelo norteño que no es deseable ni tiene ahí las condiciones agroecológicas para implementarse. La intensificación sostenible de la agricultura en el sur y sureste tiene que ser distinta, de otra escala, con otra tecnología y sobre todo con otros actores. Pero se puede, en estas regiones, incrementar la producción, la productividad, el empleo, el ingreso… mediante una agricultura cada vez más intensiva, pero sostenible y campesina. Hay modelos de agricultura sostenible en pequeña y mediana escala en lugares en donde hay mayor abundancia de lluvias, ríos y humedad. Estos modelos te permiten incrementar y mejorar la producción de la milpa diversificada si la combinas con árboles frutales, si siembras las milpas de lomerío en escalones, es decir en terrazas. Este modelo es el que está utilizándose en Sembrando Vida.

En resumen, hay condiciones para intensificar la producción agrícola en donde está el agua, es decir, en el sur y en el sureste del país, en donde hay tierra susceptible de utilizarse, en donde está la capacidad laboral que migra, porque la agricultura, como hoy se tiene, no es rentable y porque siente que en el sur y sureste no hay futuro. Necesitamos intensificar la producción comercial en el sureste mediante obras de riego, pero no las presas gigantescas que destruyen cuencas. Necesitamos pequeñas y medianas obras de regadío que permitan utilizar el agua que ahora se va al mar.

Necesitamos pues reconvertir productivamente la agricultura del sureste, pero habrá que hacerlo preservando el entorno natural y preservando la socialidad indígena y campesina. Porque también los campesinos pueden revolucionar la agricultura sin perder su alma en el intento, sin dejar de ser campesindios y sin abandonar el paradigma de la milpa. Esto es posible. Pensemos entonces en una reubicación mediante programas públicos, siempre más hacia el sur-sureste del país, conservando en el norte aquello que es sostenible en el norte, en condiciones de estrés hídrico.

¿Cómo podrían las políticas públicas abordar la problemática multidimensional del campo mexicano?

El reto es sin dada grande y por ello debe ser bien formulado. El gobierno de la 4T planteó desde el principio que había que darle prioridad a los pobres, que había que darle prioridad al campo y a la agricultura y estas prioridades se cumplieron en términos de programas públicos. En efecto, se le dio esta prioridad en programas sociales y de fomento productivo. Pero también es importante reconocer algo que no se ha logrado todavía a plenitud y que se tiene que plantear la 4 T para el próximo sexenio. Me refiero a reconocer y asumir que el campo es muchas cosas al mismo tiempo, que el campo es polifacético y debe ser abordado de manera integral.

El mundo rural, lo que llamamos el campo es multifuncional. En tanto economía el campo genera valores de cambio y hay que buscar que lo haga con eficiencia y rentabilidad. 

Pero la agricultura no produce mercancías genéricas, una parte sustancial de su producción es nuestra comida, bienes de los que depende la vida y sobre los que no hay que dejar que imperen los mercados. La agricultura tiene una función que va más allá de la economía, una vital función alimentaria, y hay que garantizar que la cumpla bien: necesitamos comida adecuada, suficiente, accesible, producida en condiciones que no deterioren el medio ambiente una agricultura que produzca subsistencia 

La agricultura es economía y es alimentación, pero la agricultura también es medio ambiente; la agrícola es una actividad que se desarrolla en constante, inmediata y profunda interacción con su entorno natural. La agricultura debe ser rentable y producir suficientes alimentos, pero debe ser también sostenible, ambientalmente amable; debe producir bienes económicos, bienes alimentarios y también lo que llaman “servicios ambientales”. 

El campo es igualmente un ámbito social, un mundo de vida en el que debe haber equidad, justicia distributiva…. El campo debe generar ingresos, alimentos, servicios ambientales y también bienestar. No puede ser que las comunidades rurales sean las que provocan más migración porque son inhóspitas, el campo debe producir calidad de vida. 

Y esto puede ocurrir en paz, o como ahora en medio de la violencia delincuencial. La inseguridad –que está asociada con la pobreza, pero no solo se origina en ella– es una maldición que es necesario erradicar, el campo debe producir paz, armonía, convivencia fraterna. 

Pero también debe producir gobernabilidad, es inadmisible que en el campo la gente se mate por rencillas y las comunidades se confrontas por asuntos mayores o menores porque se ha erosionado la forma colectiva de tomar decisiones, porque ya no funciona la asamblea, porque no se confía en los gobiernos… El campo debe producir gobernabilidad. 

Y finalmente, pero no por mencionarlo al final es menos importante, tenemos al campo como productor de cultura. México es un país urbano, el número de campesinos no se ha reducido en términos absolutos, pero si en términos relativos. Y sin embargo nuestra cultura profunda, nuestra identidad, siguen estando en el campo, siguen siendo de origen rural y en el caso de México, muy particularmente asociado con la con las comunidades indígenas. Es decir, asociado a las culturas originarias de este continente: a sus prácticas, a sus tradiciones festivas, a su indumentaria, a sus alimentos, a sus saberes, a sus usos y costumbres. El campo genera identidad, genera una cultura que conforma nuestro ser y a la que no podemos renunciar.

Entonces si el campo es producción económica, si el campo es alimentación, si el campo es medio ambiente, si el campo es bienestar, si el campo es seguridad y paz, si el campo es gobernanza, si el campo es cultura, si el campo es todo esto junto, no podemos pensar en políticas públicas compartimentadas, en políticas públicas dirigidas a una sola cuestión, a un solo tema. 

El feudalismo institucional es una herencia maldita que en la 4T y desde la presidencia de la República se ha empezado a combatir, pero aun hay mucho que hacer. Es correcto que en el campo converjan múltiples programas y acciones gubernamentales, pero es necesario que se entreveren, que se combinen. No solo que confluyan, sino que se articulen virtuosamente generando sinergias, que se ensamblen para lograr el desarrollo integral, el desarrollo territorial. Necesitamos más, muchos más ordenamientos territoriales y planes de manejo participativos, necesitamos lo que en el pasado fueron los programas de desarrollo regional sustentable. Y para esto hace falta que las acciones y programas de las diferentes secretarías se entrelacen, hace falta que marchen no solo juntas sino bien avenidas y concertadas la Secretaría de Agricultura con la Secretaría de Bienestar, para poner un ejemplo. Y es que la Sader tiene un programa: Producción para el Bienestar que va dirigido a campesinos pobres y si bien tiene Sembrando vida que también va dirigida a los productores familiares. Los dos programas son de conversión agroecológica, ambos van dirigidos a campesinos pobres. Luego entonces tienen que articularse, buscar sinergias. 

Pero, además lo que se haga en el campo va a tener un enorme impacto sanitario. No podemos seguir pensando que se van a resolver los problemas de morbilidad y mortalidad excesivos que se pusieron en evidencia durante la pandemia, solo con una revolución del sistema de salud pública; un reordenamiento de la institucionalidad sanitaria que ciertamente estaba muy deteriorada y está empezando a reconstruirse. Y es que nos estamos enfermando y muriendo de más. La Covid-19 enfermó gravemente y mató a más de los que debía porque a los mexicanos nos aquejan comorbilidades que nos debilitan ante el virus. Porque estamos obesos porque tenemos diabetes, porque padecemos enfermedades cardiovasculares. Y todo esto tiene que ver con nuestra vida sedentaria y con la mala alimentación. Necesitamos entonces combinar la atención a la salud con atención de las causas de la enfermedad. Causas que en parte están en la alimentación que a su vez tiene que ver con la agricultura y con el sistema de acopio, transformación y distribución de los alimentos. 

Tanto en el ámbito de la salud como en el de la agricultura necesitamos atender la cuestión de la tecnología. Los neoliberales se despreocuparon de la soberanía tecnocientífica y México que por ejemplo producía vacunas, dejó de hacerlo y ahora se importan. Otro caso dramático es el de las camas con ventilador necesarias para los enfermos graves de Covid-19 que no se tenían en cantidad suficiente y que durante la pandemia no había en el mercado. Hoy gracias al trabajo de Conahcyt se fabrican aquí esas camas y tenemos una vacuna para Sars-CoV2. 

Y es lo mismo en el caso del campo: antes se diseñaban y producían las semillas mejoradas que nuestras condiciones agroecológicas requerían, hoy se las compramos a Bayer-Monsanto. Necesitamos nuevas variedades e incluso híbridos que nos permitan enfrentar los retos del cambio climático y necesitamos sustancias y procedimientos con que sustituir los venenos de las trasnacionales. Por fortuna Conahcyt está trabajando en ello. La alimentación, la equidad social, la preservación del medio ambiente y la salud van juntas y requieren insumos tecnológicos. Es pues indispensable que Sader, Sebien, Semarnat, la Secretaría de Salud y CONAHCYT trabajen en equipo 

Necesitamos enfrentar los problemas multidimensionales del campo y del país de manera holista e institucionalmente coordinada. Hay algo ya de esto en el Grupo Intersectorial de Salud, Alimentación, Medio Ambiente y Competitividad (GISAMAC), una convergencia de funcionarios de diferentes ámbitos de la administración pública federal,  que se reúnen para tratar explorar las intersecciones desarrollando los abordajes integrales que demandan sistemas complejos y de desarrollo no lineal como la agroecología, el medioambiente, el desorden alimentario, el sistema de salud… a los que podríamos añadir los temas de educación, de economía, de infraestructura, de justicia… Atender los problemas del país, entre ellos el del campo, de manera integral acabando de una vez por todas con el feudalismo institucional, con un comportamiento vicioso que se reproduce aun en el cambio de régimen, pues así funcionaba la vieja institucionalidad que aún no hemos rediseñado y también porque se ha vuelto cultura. Esto, que es parte de la necesaria reforma del Estado, es una tarea irrenunciable de la 4T.

¿Qué papel han jugado y podrían jugar en todo este proceso integral que planteas, las organizaciones y movimientos campesinos?

Tengo que reconocer –y lamentar– que en lo que va de sexenio las organizaciones rurales de segundo y tercer nivel han estado muy poco presentes. En los tiempos del PRI y del PAN las organizaciones campesinas independientes y más o menos democráticas se acostumbraron a pelear por los derechos de sus socios buscando que accedieran a los programas públicos. Las organizaciones, aun las mejores, estaban acostumbrados a lo que coloquialmente se llamaba “bajar recursos” pues de otro modo se quedaban sin socios. Y esto generaba relaciones clientelares y corporativas entre las organizaciones y el estado y entre las dirigencias y las bases. Con el nuevo gobierno esto terminó.

Pero el gobierno de la 4T no ha sido capaz de construir una nueva relación con el campo a través de sus propias organizaciones; una relación sana, constructiva no clientelar y no corporativa. Y tampoco las organizaciones independientes han entendido que los tiempos son otros, que no se trataba de que si antes la CNC era la que tenía derecho de picaporte en las secretarias ahora serían ellos. Y no, porque Andrés Manuel no se aviene a prácticas abierta o sutilmente clientelares que desvían los recursos que debían llegar a los productores. Lo que está muy bien para evitar que haya corrupción y desvíos, pero no está bien cuando lo que se requiere no es solo que lo que se destina al campo llegue al campo, sino que se potencie y multiplique a través la organización autogestionaria de los beneficiarios.  

Programas como Producción para el Bienestar y Sembrando vida organizan a la gente en escuelas campesinas, biofábricas, viveros…Lo que está muy bien sobre todo cuando la comunidad que -incluye a los que no participan en los programas- los conoce y acepta. Las CACs están bien pero no bastan. La verdadera organización campesina independiente y autogestionaria puede ser favorecida por las políticas y programas públicos, pero no puede ser creada por iniciativa de los gobiernos. Si el mayor pecado del viejo régimen fue pervertir a las organizaciones campesinas el mayor error que podría cometer la 4T es pensar que se puede regenerar al campo sin la participación de los campesinos organizados. El punto de partida son las comunidades rurales cuya vida colectiva hay que restaurar y fortalecer pues son la base. Pero dentro de la comunidad habrá grupos organizados y más allá de la comunidad habrá organizaciones sectoriales, regionales, estatales, nacionales, internacionales…La organización es la mayor riqueza de los pueblos y los gobiernos de la 4T reconocerla y respaldarla.