Con las políticas neoliberales impulsadas desde finales de la década de los 70, los sistemas nacionales que disponían de autonomía y sólo ocasionalmente estaban sujetos a choques externos se fueron diluyendo (Furtado, 1999). Dando lugar a un nuevo espacio-tiempo productivo, caracterizado por la pretensión de ritmos constantes de aceleración productiva con alcance planetario. Esta estrategia, impulsada por las empresas multinacionales -sujeto protagonista de la era neoliberal- comenzó a desplegar sus profundas contradicciones desde el año 2008, con el fracaso del intento de control del proceso productivo global por parte de Estados Unidos, que trajo como resultado la relocalización de la fuerza industrial en favor de China y la desindustrialización relativa del país del norte de América.
Bajo este contexto en el documento que aquí se presenta se tiene como propósito analizar la estrategia de relocalización de los flujos de valorización del capital estadounidense en territorio mexicano que, en aras de generar condiciones para su reposicionamiento en la competencia mundial, comenzó la búsqueda del aseguramiento de cadenas de proveeduría que le permitan acercar los procesos productivos a su territorio de consumo. Lo que en términos mediáticos se conoce como nearshoring.
Para ello, en un primer momento se expondrá el papel del México en el escenario mundial y la pérdida de la hegemonía estadounidense. En un segundo momento se documentará la distancia de las políticas económicas de la 4T con respecto a las políticas de corte neoliberal y los retos que este proyecto de transformación presenta en materia de planificación económica.
México en el escenario económico mundial
De acuerdo con Marx, el modo de producción capitalista tiene una pulsión al crecimiento ilimitado. Bajo esta lógica de expansión acelerada -que viene de la estructura orgánica del capital en su movimiento- la consecuencia natural es que el sistema tienda a alcanzar una escala planetaria. A esto se le ha llamado la constitución del mercado mundial.
Como parte de esta dinámica, las fronteras funcionan para la mano de obra y para delimitaciones políticas (o controles regionales de fracciones del capital) pero no para el capital (como flujo). Pues la dinámica productiva capitalista se constituye a escala mundial. Por ello afirmamos que la economía global no se trata de la suma de los capitales nacionales sino de un fenómeno esencialmente transnacional. O para efectos más precisos, en términos de la Ley de desarrollo que descubre Marx en El Capital, mundial o planetario.
Aterrizando estas premisas al caso mexicano, se tiene documentado que, durante el periodo neoliberal las fuerzas políticas dominantes en nuestro país estuvieron abiertamente vinculadas a los intereses económicos globales (Salas, 2017), lo que explica la ausencia de una política explícita de industrialización. En su lugar, se aceptó la imposición (venida del exterior) de políticas de apertura comercial, liberalización de la cuenta de capitales de la balanza de pagos, desregulación de la entrada de inversión extranjera y eliminación de subsidios por parte del Estado a actividades industriales, que favorecieron el ritmo de crecimiento de las exportaciones, no así mejores condiciones de vida de las y los mexicanos. Situación que da cuenta de que industrialización y subdesarrollo son dos fenómenos que pueden convivir (Vidal, 2020).
Entre los resultados obtenidos se observa que, en los años de neoliberalismo se registró un incremento de la producción generada en nuestro país, pero consumida en el exterior. Pues, mientras el producto en el periodo de 1993 a 2020 se multiplicó por 2, el monto de las importaciones y las exportaciones se multiplicó por 5. Analizando con más detalle este comportamiento -por país de destino y de origen-, se comprueba que Estados Unidos es el principal destino de las exportaciones mexicanas con más del 80 por ciento. Pero, también se puede ver que la participación de las importaciones provenientes de Estados Unidos ha decrecido en un 25.8 por ciento entre enero de 1993 y febrero de 2023, al pasar del 71.3 al 45.5 por ciento, mientras que en el mismo periodo las de origen chino han aumentado en un 16.6 por ciento, al pasar del 0.9 al 17.5 por ciento del total de las importaciones mexicanas.
Con ello, se puede sostener que la política de impulso a la actividad manufacturera, lejos de ser leída como una política de industrialización (como fue presentada por los gobiernos neoliberales), da cuenta de una estrategia global que redujo a nuestro país a formar parte de un proyecto de planificación económica privado de alcance global, mediante la función de plataforma exportadora de solo algunas ramas económicas, y sin vínculo con el mercado interno, dado el alto componente de importación que se reporta.
Trayendo como consecuencia para nuestra economía, la desarticulación productiva y la incapacidad de coordinar las decisiones económicas de carácter estratégico. De ahí la necesidad de recuperar al Estado como centro neurálgico de la toma decisiones económicas. Dicho lo cual, valdría recordar la premisa surgida de Bretton Woods, según la cual la balanza con el exterior era algo demasiado importante para permitir que dependiera del mercado (Furtado, 1999:96).
Pérdida de hegemonía estadounidense
Las leyes de la dialéctica nos indican que cuando un proceso llega a su maduración final este entra en un proceso inmediato de disolución para dar paso a una forma superior. Bajo esta lógica, las fuerzas emergentes en el contexto de la maduración del mercado mundial dejan ver que la pretendida unilateralidad por parte de Estados Unidos no fue más que un momento transitorio, un poder con pies de barro que apenas alcanzó consolidación (patrón fiat en 1971) comenzó a presentar aceleradamente episodios recurrentes de crisis financieras que alcanzaron su cenit en el 2008. Bastaron cuatro décadas para mostrar este límite, que hoy se verifica en una reorganización de la economía mundial sin la posibilidad de que esta se encuentre definida por una sola potencia.
Para muestra se tienen: i) la inocultable caída de los principales indicadores económicos estadounidenses; ii) la profundización de la integración en otros tiempos-espacios del mercado mundial como es el caso de los BRICS. Que, bajo el liderazgo del gran país asiático, han venido impulsado una agenda clara de autonomía e independencia a las opciones de dominio impuesta por las entidades trasnacionales como el Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial; iii) el progresivo acercamiento de Europa a las economías rusa y china, como resultado de la crisis económica que no han podido superar del otro lado del Atlántico, y que se ha agudizado por el conflicto bélico que se desarrolla en su territorio.
Para abordar el primer punto, vale la pena comenzar con un poco de historia, y recordar que el auge estadounidense se da en el periodo inmediato a la posguerra (1947-1949), cuando las exportaciones norteamericanas representaban un tercio de las exportaciones mundiales, y comenzó a generarse una narrativa de corte imperialista en favor de este país. Pues tal y como señala Furtado (1971b: 38): “En 1953, superados los efectos inmediatos de la guerra y también los más agudos del conflicto coreano en los mercados de materias primas, su participación [refiriéndose a Estados Unidos] había declinado hasta poco más de una quinta parte”.
En un intento por revertir esta situación, y siendo todavía en la década de los 50 el único país con capacidad para conceder financiamiento a mediano y largo plazo, el vecino país del norte optó por hacer uso del dólar como instrumento de acumulación con liquidez internacional, y la expansión hacia otros territorios, a través de sus empresas. Fue así como, “entre 1950 y 1965, las inversiones fijas norteamericanas en manufacturas latinoamericanas aumentaron de 780 a 2,714 millones de dólares. El mayor volumen de esas inversiones se dirigió a México (752 millones), a Brasil (722 millones) y a la Argentina (617 millones)” (Furtado, 1971b:55). Y con este registro de cambio patrimonial, los capitales estadounidenses fueron expandiendo su control sobre las actividades productivas al interior de los países en donde tenían presencia.
De ahí que, una de las hipótesis planteadas por Furtado (1999:33) dicte que “el verdadero motor de crecimiento económico [en el siglo XX] no fue tanto el dinamismo de las exportaciones, sino la ampliación de los mercados internos, derivada del aumento del poder de compra de la población asalariada”, haciendo referencia a la población de los países destino de los capitales estadounidenses.
Décadas después, el modelo de organización productiva que impulsó a Estados Unidos -el fordista- cayó en crisis. Y pese a que muchos estudios siguen tomando como inmutables las relaciones sociales de producción, la realidad nos muestra que el fordismo apenas duró algo más de 50 años (de 1930 a 1980). Pues su base, sobre estructuras jerárquicas y sistemas de producción en masa, con productos estandarizados, no pudo atender las contradicciones surgidas en el eslabón más importante de su cadena de montaje: la resistencia de los trabajadores ante formas de organización repetitivas y automatizadas.
Esto desencadenó una serie de afectaciones al país del norte, que entrada la década de los 80, dejó de ser el principal acreedor y proveedor de capitales en el mundo, convirtiéndose en el principal deudor (Furtado, 1999), como resultado del desequilibro estructural expresado en la reducción de su tasa de ahorro en cerca de la mitad de la magnitud observada en los tres decenios anteriores.
A la par, el auge de China en el comercio mundial ha sido objeto de la mayor atención en los últimos años; no sólo por su manejo de economía mixta con decisiva presencia estatal y un sistema político centralizado, también porque desde el año 2003 se ha convertido en el segundo socio comercial de la región latinoamericana. De acuerdo con estudios de Dussel (2017), ha desplazado a Alemania y a Japón al cuarto y quinto sitio respectivamente, y quitado mercado al principal socio comercial de la región: Estados Unidos. En 2014 el comercio total de la región latinoamericana con el país del norte representó 37.1 por ciento, trece puntos porcentuales más en comparación con 2001, año en el que China ingresa a la Organización Mundial del Comercio.
Si contrastamos estos datos con la participación relativa promedio de las exportaciones chinas, vemos que éstas crecieron de 8.0 a 29.5 por ciento en el mismo lapso. Una de las ramas que más contribuye a estos indicadores es la electrónica, que en 2001 representó el 56 por ciento de las importaciones de América Latina provenientes de Estados Unidos, y en 2014 redujo su participación a 20.2 por ciento; mientras que la participación de las importaciones chinas se elevó de 3.9 por ciento a 37 por ciento.
En términos generales, la presencia de China en la región latinoamericana da cuenta de las siguientes tendencias:
- Las relaciones de China con los países latinoamericanos han sido de tipo inter-industrial y altamente concentrado: con la economía china exportando en forma creciente manufacturas de nivel tecnológico medio y alto -en particular, eléctricos y autopartes- y los países latinoamericanos exportando a China materias primas y/o manufacturas vinculadas a materias primas. Muestra de ello es que en el periodo de 2001 a 2014, el 67 por ciento de las exportaciones de América Latina y el Caribe (ALC) al país asiático consistieron en materias primas y manufacturas vinculadas a materias primas: minerales metalíferos, escorias y cenizas, semillas y frutos, cobre y sus manufacturas y petróleo, mientras que más de la mitad de las importaciones chinas dirigidas a ALC se enfocan a eléctricos y autopartes (Ortiz y Dussel, 2016).
- ii) Desde el año 1991, China ha desplazado a Estados Unidos como proveedor de bienes de inversión en la región. Siguiendo con los autores antes referenciados, las importaciones de bienes intermedios provenientes de Estados Unidos han elevado en forma significativa su participación relativa al pasar de 62 por ciento a 74 por ciento de 1991 a 2014, mientras las importaciones de bienes de capital se redujeron en nueve puntos en el mismo periodo. Por su parte, América Latina ha elevado de manera importante las importaciones chinas en bienes de capital, las cuales pasaron de 9 por ciento en 1991 a 30 por ciento en 2014; mientras que las importaciones de bienes intermedios crecieron de 40 a 50 por ciento de 2001 a 2014. Estos datos contribuyen a documentar la política proteccionista que Estados Unidos en sus discursos comienza a impulsar.
El suceso más concreto que desata la problemática aquí abordada (el nearshoring) proviene de una realidad geoeconómica: la crisis financiera en Wall Street develó una relativa desindustrialización de Estados Unidos con el fenómeno asociado de la industrialización de China a tal grado que se agita un nuevo polo que muestra que el actual periodo no es de un dominio absoluto sino de una recomposición de relaciones económicas de dominio.
Ante esta situación, México se encuentra en una aparente encrucijada, ya que su posición cercana e integrada con la economía norteamericana nos llevaría a la conclusión de que nuestro destino es afectado por esta reorganización. Pero, la hipótesis que aquí se plantea es la siguiente: que el país hegemónico, al perder capacidad global, se refugia en la capacidad regional, para intentar remontar de alguna manera al poder en crecimiento. De ahí que Estados Unidos necesite una re-industrialización acelerada debido a que la pandemia y la guerra entre Rusia y la OTAN han puesto de manifiesto que es demasiada la dependencia productiva que se tiene frente a China.
Dada la naturaleza de la afirmación, conviene precisar que no se trata de una sustitución de “poderes hegemónicos” sino de la posibilidad material de que convivan simultáneamente diferentes modos productivos, en donde los diferentes países, culturas y realidades puedan proyectar sus particularidades y necesidades sin la imposición externa, antes bien, aprovechando las nuevas fuerzas productivas alcanzadas durante la maduración del sistema capitalista.
Retos de la Cuarta Transformación
La historia económica nos muestra que, en los momentos de grandes crisis económicas, las economías que logran despegarse del sistema internacional en crisis ganan autonomía por la vía de la ampliación y diversificación de su mercado (Furtado, 1999).
En este sentido, consideramos que el principal reto de la 4T consiste en ampliar los grados de autonomía y soberanía económica. Para lo cual consideramos que se debe comenzar a trazar un proyecto de planificación económica que tenga como principio el menor costo para las mayorías. En este sentido, proponemos el trazo de la siguiente ruta:
1. Tener sólidos diagnósticos del comportamiento actual de la economía mundial, de manera que se puedan construir hipótesis de las tendencias a mediano y largo plazo, que permitan proyectar los escenarios de ante tal o cual tipo de inserción de nuestro país a las cadenas de producción a nivel regional y global.
2. Detectar los anacronismos institucionales que impidan o demoren esta transformación. Y este diagnóstico pasa por el establecimiento de una nueva ética económica consciente de que, sin soberanía económica, el bienestar al interior del país no es posible.
3. Dada la articulación de los espacios productivos que aquí hemos documentado, se deben trazar estrategias de regulación para los grandes capitales que circulan al interior de nuestro país.
Como se puede apreciar, la propuesta se encamina a una mayor participación estatal en temas económicos. Pues no se puede seguir permitiendo que sean las élites económicas globales las que posean la atribución de la planificación económica a escala global, ya que con ello se pone en franca desventaja a las y los trabajadores de nuestro país que, carentes de un Estado que los representara durante el periodo neoliberal, no pudieron desarrollar estrategias que les permitieran hacer frente a los mecanismos de trazados por las empresas multinacionales para lograr su mayor objetivo: la maximización de la ganancia.
Los riesgos de una conformación del espacio económico multinacional (entre Estados Unidos y México) son altos. Razón por la cual se deben tener claros los intereses nacionales de cada país, de lo contrario la dominación económica de uno sobre otro se hace presente. Dicho lo cual, esto se debe traducir en una premisa a la hora de analizar el nearshoring.
En otro nivel, pero en el mismo sentido, consideramos que, se debe dejar de priorizar el aumento de la productividad empresarial sin considerar los efectos sociales que este proceso genera. Ya que como bien se ha documentado “elevar la competitividad internacional al rango de objetivo estratégico al que se subordina todo lo demás, equivale a instalarse en una situación de dependencia similar a la de la época preindustrial” (Furtado, 1999: 95).
Consideraciones finales
Desde la crisis de 2008 se tienen elementos para sostener que el mercado mundial, más que ser visto como un espacio-tiempo en el cual el capital domina sin resistencias, debe analizarse como el comienzo de la conformación de una nueva función social colectiva a disposición de nuevos tipos de organización social.
Desde esta perspectiva, el nearshoring pude entenderse como parte de una estrategia para construir un nuevo nivel cualitativo del mercado interno, que nos permita abrir otras posibilidades de articulación con el mercado mundial. Peor, para ello se necesita: i) superar la racionalidad de mercado que hoy impera, y en su lugar comenzar a trazar estrategias de planificación económica a escala local, nacional y regional. Ya que la composición del mercado mundial implica la conformación de una función social global que permite que los procesos de desarrollo no sean necesariamente excluyentes entre sí; y ii) continuar con la recuperación de nuestra soberanía económica, necesaria para construir un nuevo tipo de metabolismo económico. Lo que requiere tener claridad respecto a que la base de un proyecto nacional debe ser compatible con la preservación de la identidad cultural de nuestro país. De ahí las constantes críticas al colonialismo intelectual que hoy prevalece.
Con lo aquí expuesto se puede afirmar que la dependencia es menos un problema del nivel de inversiones que de la falta de creación de un sistema económico articulado, capaz de plantear su propia dirección. En este sentido, el nearshoring abre la posibilidad de una estrategia con horizonte geográfico definido. Una dirigida a implementar una política de sustitución de importaciones, pero ya no a escala nacional, sino a escala regional, por el estrecho vínculo que se presenta con los sectores económicos estadounidenses. Para lo cual se requiere terminar de sepultar las posturas poco científicas que plantean al determinismo geográfico y hasta la inferioridad étnica como elementos explicativos de la apropiación del valor de economía como la mexicana, en favor de las empresas multinacionales.
Referencias
DUSSEL, Enrique. 2017. América Latina y el Caribe-China. Economía, comercio e inversión, México: UDUAL
FURTADO, Celso. 1971b. El poder económico: Estados Unidos y América Latina. Buenos Aires: Biblioteca fundamental del hombre moderno.
FURTADO, Celso. 1999. El capitalismo global. México: Fondo de Cultura Económica.
MARX, Carlos. 2019. El Capital. México: Siglo XXI editores.
ORTIZ, Samuel y Enrique DUSSEL. 2016. El Tratado de Libre Comercio de América del Norte ¿contribuye China a su integración o desintegración? La nueva relación comercial de América Latina y el Caribe con China, ¿integración o desintegración regional, 245-308.
SALAS-PORRAS, Alejandra. 2017. La economía política neoliberal en México. México: Akal.
VIDAL, Gregorio. 2020. “Estados Unidos, las empresas transnacionales y el subdesarrollo: Una lectura desde Furtado” en Revista de Ciências Sociais. Vol.51 No. 1, marzo/junio pp. 75-105, Fortaleza, Brasil. http://dx.doi.org/10.36517/rcs.51.1.d03 http://repositorio.ufc.br/bitstream/riufc/50969/1/2020_art_gvidal.pdf