El sistema político mexicano sigue girando en torno a la figura y el legado del General Lázaro Cárdenas del Río, Presidente de México entre 1934 y 1940. Hasta el ex-presidente Enrique Peña Nieto, conocido por sus convicciones neoliberales, sintió la necesidad de invocar al General Cárdenas el día en que presentó al Congreso de la Unión su proyecto de contra-reforma energética que buscaba revertir los logros de la era cardenista. Al parecer, incluso los políticos más neoliberales no pueden escapar de la larga sombra de Cárdenas. No se atreven a enfrentarlo de frente, sino que se ven obligados a manipular su imagen para hacer creer que el General apoyaría sus políticas.
Cárdenas es el padre fundador del Estado mexicano moderno. Como ha escrito Samuel León y González “antes de 1934 todos fueron antecedentes y, después de 1940, consecuencias”. La excepcional estabilidad del sistema político mexicano a lo largo del siglo XX se debe en gran medida a los logros de Cárdenas. Sin su exitosa materialización e institucionalización de los principios de la Revolución Mexicana, es difícil imaginar cómo México podría haber evitado la constante serie de golpes, contragolpes, guerras civiles, intervenciones extranjeras y revoluciones sociales que marcaron la historia política de casi todos los demás países de América Latina y el Caribe a lo largo del siglo XX.
Durante el periodo neoliberal, su legado fue cínicamente distorsionado y, ironías de la historia, puesto al servicio precisamente de las fuerzas que habían sido sus principales adversarios. Pero esta manipulación del Cardenismo no reduce en lo más mínimo el enorme valor del proyecto originario. El cardenismo ofrece una gramática política innovadora y potente a favor de la lucha por la justicia social que difiere radicalmente de otros discursos contemporáneos. El legado cardenista nos habla con una mística propia de una época anterior al endurecimiento de las categorías ideológicas resultado de la Guerra Fría. Cárdenas recogió libremente lo que consideraba los mejores elementos tanto del sistema comunista como del capitalista, y tanto de la teoría política marxista como de la liberal, sin encerrarse dogmáticamente dentro de ninguno de estos esquemas ideológicos. Su visión ecléctica y creativa del desarrollo económico, del proceso democrático y de la justicia social desafía los marcos de referencia contemporáneos y nos inspira en la tarea común de construir nuevas ideologías políticas.
Para Cárdenas, la función principal del Estado no es mantener la estabilidad política o económica, sino impulsar y lograr progresivamente el cambio social. Cárdenas concebía al Estado como una poderosa herramienta para intervenir al lado de los trabajadores, los campesinos, los pueblos indígenas, los pobres y los marginados en general, en sus luchas en contra de la explotación y la dominación. Para Cárdenas, el papel fundamental del Estado es luchar activamente en contra de la concentración de poder político y económico.
Cárdenas no era un “populista” en busca de gloria personal o control político. Tampoco era un liberal que intentaba perfeccionar el sistema capitalista por medio de un “Estado de bienestar”, como el estadounidense Franklin Roosevelt. Por el contrario, Cárdenas fue un líder extraordinariamente innovador, comprometido con el pluralismo político, la movilización popular y el cambio social estructural. Logró una profunda reforma agraria, estableció la primacía de los derechos laborales sobre los objetivos de los dueños de los medios de producción, impulsó una reforma radical de la educación pública y fomentó la gestión colectiva de la producción así como la nacionalización de la industria petrolera, pero todo ello a través de cauces y métodos estrictamente legales e institucionales.
Cárdenas tuvo la fortuna de poder dar seguimiento a la praxis innovadora tanto de la Revolución Mexicana (1910-917) como de la Constitución mexicana de 1917, de gran trascendencia histórica mundial. La Revolución Mexicana fue la primera revolución social del siglo XX y quizá la lucha social más importante en el continente americano durante la primera mitad del siglo pasado. La Constitución mexicana fue la primera del mundo en incluir explícitamente un amplio abanico de derechos sociales, a la tierra, el trabajo, la salud y la educación, entre otros. También incluyó un esquema de derechos de propiedad sumamente innovador que desafía y va más allá de las estériles dicotomías de la Guerra Fría.
Hay que recordar que durante la década de los 1930, México se encontraba en una situación política y económica mucho más favorable que la de Europa. Mientras el «Viejo Mundo» recogía los pedazos dejados por la Primera Guerra Mundial, se tambaleaba bajo la crisis económica y se preparaba para lanzarse al desastre de la Segunda Guerra Mundial, en la década de los 1930 México iba dejando atrás su propia época de lucha armada generalizada y se encontraba en medio de un sólido proceso de reconstrucción estatal. Y aunque la Gran Depresión también había golpeado duramente a México, cuando Cárdenas asumió la Presidencia de la República en 1934 la economía se encontraba en un proceso de vigorosa recuperación (Águila 66). En suma, al tomar Cárdenas las riendas del poder en 1934 México se encontraba maduro para la innovación institucional y la transformación social.
El presente artículo retoma la amplia investigación histórica que ya existe sobre el periodo cardenista con el fin de tomar en serio al ex presidente no solamente como una destacada figura histórica nacional sino también como un teórico social y un líder político de trascendencia mundial. Al igual que Nicolás Maquiavelo, Antonio Gramsci, Vladimir Lenin o Maximilien Robespierre, el líder mexicano desarrolló un enfoque altamente innovador de la acción política. La teoría y la práctica del Cardenismo son importantes no sólo como artefacto histórico, sino también como inspiración contemporánea en la lucha colectiva por replantear y rearticular una nueva visión de la democracia revolucionaria para el futuro.
II. El Estado combativo
«Otorgar tratamiento igual a dos partes desiguales, no es impartir justicia ni obrar con equidad», fue uno de los posicionamientos teóricos claves de Cárdenas (La obra social 33). Para el expresidente, el Estado no debe flotar por encima de la contienda socio-política en un territorio «neutral» como fuerza centralizadora, estabilizadora y mediadora, sino que tendría que participar directamente en las grandes batallas históricas por el poder social y económico. Un temprano discurso de Cárdenas al terminar su mandato como Gobernador del Estado de Michoacán en 1932 capta bien este enfoque:
En una etapa del devenir de la humanidad en el que el giro de la evolución oscila fatalmente entre el egoísmo individualista y un concepto más amplio y más noble de la solidaridad colectiva, no es posible que el Estado como organización de los servicios públicos permanezca inerte y frío, en posición estática frente al fenómeno social que se desarrolla en su escenario. Es preciso que asuma una actitud dinámica y consciente, proveyendo lo necesario para la justa encauzación de las masas proletarias, señalando trayectorias para que el desarrollo de la lucha de clases sea firme y progresista. La Administración que hoy concluye no quiso limitarse a ejercer una intervención ocasional … para discernir la justicia social dentro de un formalismo abstracto de las leyes, sino que, penetrando derechamente en la profundidad misma del problema, adentrándose en las realidades, puso todos sus empeños en la polarización de las energías humanas, antes dispersas y en ocasiones antagónicas, para formar con ellas el frente social y político del proletariado michoacano. («Informe» 5)
Cárdenas defiende con vehemencia la necesidad de un Estado activista. Rechaza la sugerencia, o incluso la «posibilidad», de que el gobierno pueda «permanecer frío e inerte» o «estático» ante los problemas sociales. Por lo contrario, el Estado debe ser «dinámico y consciente». Además, para lograr la justicia social es necesario romper con el «formalismo abstracto del derecho» para «penetrar hasta el fondo del problema mismo». Este último aspecto es crucial ya que demuestra la clara ruptura de Cárdenas con las concepciones tradicionales del Estado de Derecho como un simple respeto a la letra, o incluso al «espíritu» de la ley. Al contrario, el General pone la ley al servicio del «problema en sí» en el ámbito social.
Así que la visión cardenista va más allá de las concepciones típicas del Estado activista, regulador o de bienestar. Para él, no basta con que el Estado participe en la economía o la gestione, sino que debe comprometerse directamente con la transformación del poder social y político. Por ejemplo, proclama que el Estado debe «proporcionar el apoyo necesario» para capacitar a los trabajadores y asegurarse de que sus luchas siguen líneas «firmes y progresistas». También se enorgullece de que su gobierno en Michoacán participó activamente en la construcción de un «frente proletario político y social» unificado.
Estas declaraciones no se tratan de demagogia vacía pronunciada por un líder «populista» empeñado en engañar a las masas para que apoyen su concentración personal de poder. Primero como gobernador de Michoacán y después como presidente, Cárdenas facilitó activamente la organización y el surgimiento de organizaciones independientes de trabajadores y campesinos. Pidió a las organizaciones que presionaran de forma autónoma a su gobierno con el fin de evitar la burocratización de su movimiento y para garantizar que su gobierno se mantuviera fiel al proyecto revolucionario. Incluso llegó a distribuir armas a los campesinos organizados para que pudieran tomar y defender directamente la tierra que legalmente les pertenecía de las invasiones de los hacendados y oligarcas contra-revolucionarios.
Durante sus seis años en el poder presidencial, Cárdenas expropió y redistribuyó más de 18 millones de hectáreas de tierra a los campesinos. Esta cantidad era superior a la que habían redistribuido todos los gobiernos posrevolucionarios anteriores durante los diecisiete años posteriores a la promulgación de la Constitución de 1917. Al final de su mandato, en 1940, casi la mitad de la tierra cultivable estaba en manos de ejidos y comunidades. El antiguo sistema latifundista de poder económico y social en el campo se había desmantelado, aunque, por supuesto, quedaba todavía un importante número de haciendas individuales.
Cárdenas también apoyó a los sindicatos. Durante sus primeros meses en el poder se produjo una explosión de actividad sindical en todo el país. El impacto de la Gran Depresión, unido a la orientación conservadora y pro-empresarial de las administraciones anteriores a la de Cárdenas, había generado una gran cantidad de demandas y descontentos que, con la llegada de Cárdenes, salieron a flote. Las élites políticas y económicas, así como la prensa mercenaria, reaccionaron de forma histérica frente a las nuevas movilizaciones obreras. Pidieron a Cárdenas que detuviera las huelgas para asegurar la estabilidad política y económica necesarias para la inversión y el crecimiento.
Pero Cárdenas no les hizo caso. En respuesta, el presidente viajó personalmente a Monterrey y se enfrentó directamente a las asediadas élites económicas. El 9 de febrero de 1936, exigió públicamente a los propietarios que respetaran la Ley Federal del Trabajo y que se entablaran negociaciones con los sindicatos. En su histórico discurso de los «catorce puntos», Cárdenas justificó en primer lugar las movilizaciones obreras: «Las agitaciones [sindicales] provienen de la existencia deaspiraciones y necesidades justas de las masas trabajadoras, que no se satisfacen, y de la falta de cumplimiento de las leyes del trabajo, que da material de agitación.» Acto seguido hizo una llamada al orden a los propietarios: «Debe cuidarse mucho la clase patronal de que sus agitaciones se conviertan en bandería política, porque esto nos llevará a una lucha armada.» Y por si todavía hubiera alguna duda con respecto a sus intenciones, concluyó sus catorce puntos con unaamenaza directa a los poderosos empresarios de Monterrey: «Los empresarios que se sientan fatigados por la lucha social, pueden entregar sus industrias a los obreros o al Gobierno. Eso será patriótico, el paro no» (Cárdenas, Los catorce 46-48).
Es por lo tanto incorrecto caracterizar al Estado revolucionario mexicano materializado a través de la práctica cardenista como una entidad «autónoma» que se sitúa «por encima de las clases». Por ejemplo, en su clásico estudio sobre el cardenismo, Nora Hamilton escribe que «según la Constitución [mexicana], el Estado era implícitamente autónomo, no en el sentido de que no se reconocieran las clases, sino en el de que el Estado se concebía por encima de las clases y capaz de ejercer su autoridad independientemente de la influencia de éstas» (Hamilton 62-63). Hamilton se adscribe aquí a una visión conservadora y sonorista del Estado revolucionario mexicano. Pero esta visión es incorrecta como caracterización del acercamiento Cardenista al estado revolucionario mucho más activista y combativo.
En 1934, durante su campaña electoral en la que viajó por el país entero visitando las aldeas más remotas, a menudo a pie o en bicicleta o a caballo, Cárdenas expuso algunas de las coordenadas centrales de su teoría de Estado:
En México se pugna por destruir, y se va destruyendo por medio de la acción revolucionaria, el régimen de explotación individual; pero no para caer en la inadecuada situación de una explotación del Estado, sino para ir entregando a las colectividades proletarias organizadas las fuentes de riqueza y los instrumentos de producción. Dentro de esta doctrina, la función del Estado mexicano no se limita a ser un simple guardián del orden, provisto de tribunales para discernir justicia conforme a los derechos de los individuos, ni tampoco se reconoce al mismo Estado como titular de la Economía, sino que se descubre el concepto del Estado como regulador de los grandes fenómenos económicos que se registran en nuestro régimen de producción y de distribución de la riqueza. (La gira48).
Para Cárdenas, el primer paso es «destruir» lo viejo. México necesita utilizar la «acción revolucionaria» para acabar con el «régimen de explotación individual». Así mismo, Cárdenas pretende utilizar el poder y la autoridad del gobierno para entregar directamente las «fuentes de riqueza» y los «instrumentos de producción» a los campesinos y los trabajadores.
De nuevo esto no se trata de simple demagogia. En respuesta a la huelga de electricistas, que dejó a la ciudad de México a oscuras durante días al principio de su gobierno, Cárdenas presionó a las empresas británicas que controlaban la compañía eléctrica para que accedieran a las demandas de los trabajadores (Anguiano 60- 62). Más tarde, expropiaría y entregaría a la administración obrera tanto los ferrocarriles nacionales como la industria petrolera (Anguiano 88). En el campo, utilizaría una estrategia similar al privilegiar los ejidos colectivos y el establecimiento de cooperativas rurales en la redistribución de la tierra. Los dos casos más emblemáticos fueron las expropiaciones masivas que implementó en La Laguna y en Yucatán (Nava Hernández 16).
Es fascinante observar cómo Cárdenas se mueve con tanta libertad entre diferentes vocabularios y gramáticas del pensamiento político. Por ejemplo, casi al mismo tiempo habla de «masas proletarias» y de «Estado regulador». Cárdenas se inspira claramente por las tradiciones marxista y liberal, pero se niega conscientemente a elegir entre los dos sistemas. Cárdenas tampoco adopta una posición «centrista» en algún lugar «entre» los dos marcos, en el molde de los defensores contemporáneos de la «tercera ola» o la «socialdemocracia».
La posición de Cárdenas es una síntesis verdaderamente única de la praxis liberal y socialista. Combina, por un lado, el respeto liberal a la propiedad privada y a una “sociedad civil” autónoma con, por otro lado, el compromiso socialista con la redistribución directa y la socialización de la riqueza y el poder social. Arnaldo Córdova lo ha expresado bien: «Cárdenas no estaba luchando por la abolición de la propiedad privada; estaba luchando en contra de ella, aunque suene paradójico, para conservarla, y en esto no hacía sino llevar adelante el programa de la Revolución». Por tanto, es difícil, sino imposible, caracterizar el planteamiento de Cárdenas utilizando las categorías típicas de la Guerra Fría.
También deberíamos cuestionar la caracterización de Cárdenas como principalmente un «pragmático», un «modernizador», o un «constructor del Estado». Por ejemplo, Gil Joseph y Jurgen Buchenau destacan la continuidad entre Cárdenas y sus predecesores. Escriben que Cárdenas «perfeccionó en muchos aspectos la estrategia de formación del Estado iniciada hasta Obregón y Calles». Para ellos, la decisión de Cárdenas de expropiar las compañías petroleras en 1938 no surgió de ninguna convicción particular sobre el papel del Estado en la sociedad moderna, sino que pretendía «mostrar a la nación que su agenda reformista no se había estancado» (132). Estos autores también afirman rotundamente que «Cárdenas no era marxista» y que apoyó la creación de la CTM, un nuevo sindicato nacional poderoso, ideológicamente radical y de masas, sólo porque «veía a la CTM como un aliado útil en su búsqueda por construir un Estado corporativista más incluyente y más justo en el que el gobierno mediara tanto en los conflictos de clase como en los políticos».
Héctor Aguilar Camín y Lorenzo Meyer también ponen la carreta delante de los bueyes: «Cuando [Cárdenas] decidió deshacerse del Jefe Máximo [Calles] tuvo que fortalecer la presidencia encontrando apoyo en la organización popular», y posteriormente, «la alianza de vastos grupos campesinos con Cárdenas tenía que ser recompensada, y esto sólo podía hacerse a costa del sistema hacendario» (Aguilar Camín y Meyer 132). En lugar de entender el compromiso cardenista con el poder presidencial, las organizaciones populares y los grupos campesinos como algo que surgió de su compromiso ideológico con un Estado fuerte como una herramienta necesaria para acabar con las haciendas, los autores sugieren que en realidad lo que más determinó las acciones de Cárdenas fue su enfrentamiento personal con Calles. Una vez más se presenta a Cárdenas como un político pragmático y efectivo en la construcción del aparato burocrático del Estado moderno, en lugar de como un líder nacional con una visión innovadora del papel transformador del Estado a favor del cambio social.
Tales interpretaciones de Cárdenas como un vulgar estatista suelen remitirse a su discurso de toma de protesta en 1934, en la que proclamó: «Es fundamental ver el problema económico en su integridad, y advertir las conexiones que ligan cada una de sus partes con las demás. Sólo el Estado tiene un interés general y por eso sólo él tiene una visión de conjunto. La intervención del Estado ha de ser cada vez mayor, cada vez más frecuente y cada vez más a fondo» (Discurso del Gen. 1934, 11).
Pero debemos prestar mucha atención a las palabras y las acciones de Cárdenas. Es un error catalogar estas declaraciones como ejemplos de “estatolatría» que ve en más gobierno y burocracia la solución a todos los problemas sociales. Hay que darnos cuenta que Cárdenas no pide «más gobierno» sino una «mayor» y «más profunda» «intervención del Estado». En lugar de abogar por la acumulación de autoridad burocrática, el nuevo presidente defiende el uso de las instituciones estatales para transformar al poder social.
El Estado se encuentra en una situación ideal para emprender tales acciones de transformación social porque, argumenta Cárdenas, es la única parte de la sociedad capaz de alcanzar una «visión de conjunto» y, por tanto, de actuar en aras del «interés general». Esto es clave, según el Presidente, porque las complejidades de la esfera económica exigen un enfoque global basado en la conciencia de las múltiples «conexiones que unen cada una de las partes con el resto». Todo ello implica el despliegue de un pensamiento estructural y sistemático en su máxima expresión. De nuevo, es importante recordar que el Estado cardenista no flota por encima de la sociedad como regulador o árbitro neutral, sino que participa directamente en la lucha por el poder económico y de clases. La «visión de conjunto» que celebra no es una perspectiva divina, sino una perspectiva ascendente basada en la realidad social.
En ausencia de un proletariado suficientemente grande y poderoso en el México de los años 30 del siglo pasado, parece decir Cárdenas, es el Estado el que tiene que hacer el trabajo necesario de transformación social. Volvamos al propio Cárdenas para aclarar su visión teórica y práctica:
La principal acción de la nueva fase de la Revolución es la marcha de México hacia el socialismo, movimiento que se aparta por igual de las normas anacrónicas del liberalismo clásico y de las que son propias del comunismo que tiene como campo de experimentación a la Rusia Soviética. Del liberalismo individualista se aparta, porque éste no fue capaz de generar en el mundo sino la explotación del hombre por el hombre, al entregar, sin frenos, las fuentes naturales de riqueza y los medios de producción, al egoísmo de los individuos. Del comunismo de Estado se aparta, igualmente, porque ni está en la idiosincrasia de nuestro pueblo la adopción de un sistema que lo priva del disfrute integral de su esfuerzo, ni tampoco desea la sustitución del patrón individual por el Estado-patrón. (La gira 47)
De manera dialéctica, Cárdenas se distancia tanto del liberalismo «clásico» «individualista» como del comunismo «de Estado». Su proyecto intelectual y político consiste en sintetizar y tomar los mejores elementos tanto del pensamiento liberal como del marxista y, al mismo tiempo, ir más allá de ambos para construir una nueva praxis que podríamos caracterizar como «comunalismo democrático» o «socialismo liberal».
El cardenismo mantiene la crítica estructural del sistema capitalista que yace en el corazón del socialismo clásico e intenta utilizar uno de los productos clave del capitalismo, el Estado burgués, para enfrentarse directamente al sistema capitalista y transformarlo simultáneamente desde arriba y desde abajo. Por tanto, es erróneo decir que Cárdenas «no era marxista» simplemente porque valoraba el papel transformador del Estado capitalista y no estaba empeñado en eliminar la propiedad privada como tal. Es cierto que nunca proclamó públicamente su adscripción al marxismo y que casi nunca citó directamente a escritos marxistas. No obstante, su compromiso teórico y práctico con la lucha de clases y su constante crítica al capitalismo y al individualismo liberal revela que, de hecho, estaba profundamente inspirado por los principios marxistas.
Es un error esterilizar o moderar el legado cardenista pretendiendo que su principal, o único, objetivo era consolidar el Estado moderno mexicano. Su objetivo central fue el cambio social radical. Para muestra un botón. En una entrevista concedida a Monthly Review en 1961, Cárdenas aclararía su admiración por los principios subyacentes del comunismo:
Usted me pregunta si soy comunista. Yo se lo pregunto: ¿Qué es el comunismo? Sé que conoce la respuesta. Pero me refiero a la propaganda anticomunista que difunden a diario, y cada vez con más vigor, personas cuyos motivos todos conocemos. El comunismo presentado por esta propaganda mata a la gente, roba a los niños de sus padres, perjura las creencias religiosas… de este comunismo no sé nada. Al visitar la Unión Soviética y China no vi nada parecido, sino al contrario, gente luchando por su libertad, su liberación económica y su dignidad. ¿Se puede estar en contra de una teoría que intenta resolver los problemas de las masas? (Cárdenas, «An Interview» 84)
III. Revolucionaria «Ley y Orden»
Algo que confunde a muchos con respecto a la praxis de Cárdenas es el hecho de que en adición a defender una visión de un Estado combativo y comprometido con la lucha de clases también estaba plenamente comprometido con la defensa del Estado de derecho. El discurso de la «ley y el orden» suele ser propio de ideologías conservadoras. Incluso en las llamadas repúblicas «revolucionarias», este enfoque suele servir para defender los privilegios y el statu quo. Pero durante los mágicos seis años del gobierno de Lázaro Cárdenas las cosas eran diferentes. En una fascinante inversión del marco comúnmente aceptado, Cárdenas puso la «ley y el orden» al servicio del cambio social y la subversión política ya que las acciones del presidente a favor de los obreros, los campesinos, los indígenas y la soberanía nacional siempre estuvieron firmemente fundamentadas en el texto de la Constitución de 1917.
Y el compromiso de Cárdenas con la ley nunca fue formalista ni superficial. Como hemos visto anteriormente, el presidente se negó explícitamente a esconderse tras el «formalismo abstracto del derecho». En cambio, prefirió «penetrar hasta el fondo del problema mismo». Para ello la Constitución de 1917 fue una gran aliada, ya que su texto va mucho más allá de la simple organización de la autoridad burocrática y la definición de los derechos fundamentales para proyectar una visión utópica de reorganización del poder social. Hay una enorme diferencia entre ser fiel a una constitución liberal «clásica» como la de Estados Unidos y una constitución revolucionaria como la de México.
El compromiso de Cárdenas con una visión transformadora del Estado de Derecho fue particularmente evidente durante la expropiación petrolera de 1938. Antes de tomar finalmente la decisión el 18 de marzo de ese año, Cárdenas primero realizó innumerables esfuerzos para convencer a las compañías petroleras internacionales y a los sindicatos nacionales de trabajadores del petróleo de que llegaran a un acuerdo (Gilly, El Cardenismo 188-95). Insistió que los trabajadores moderen sus exigencias y también que las empresas respeten la poderosa Ley Federal del Trabajo y negociaran de manera honesta y transparente con el sindicato.
Cárdenas sólo tomó la decisión de expropiar a las compañías petroleras cuando éstas desafiaron abiertamente a la ley y a las instituciones públicas. A principios de 1938, la Suprema Corte de Justicia de la Nación rechazó formalmente la apelación de las compañías contra las demandas del sindicato petrolero y les ordenó cumplir de inmediato con la decisión de la Junta Federal de Conciliación y Arbitraje emitida el 18 de diciembre de 1937, que les había ordenado respetar el Código Nacional del Trabajo y negociar colectivamente con los trabajadores. En respuesta, las empresas declararon primero que les era imposible cumplir con la ley y satisfacer las demandas de los trabajadores. Más tarde, aceptaron un aumento parcial del salario y las prestaciones de los trabajadores, pero siguieron negándose a reconocer todos los derechos legales del sindicato. Las empresas también recurrieron al chantaje al amenazar con suspender la producción de petróleo si el gobierno les obligaba a cumplir la decisión de la Junta y las demandas del sindicato.
Cárdenas se enfrentó a la disyuntiva de rendirse y aceptar la existencia de un poderoso enclave económico internacional que se negaba a cumplir la ley, o dar un paso firma adelante para garantizar la existencia de un Estado de Derecho soberano y unificado en toda la nación. Cárdenas sorprendió a todos eligiendo el segundo camino. Antes de su histórica decisión el presidente no había dado ninguna señal alguna de que estuviera dispuesto a llegar a la expropiación total de las empresas petroleras extranjeras.
En su anuncio público explicando la expropiación, Cárdenas no se lanzó a ataques políticos patrioteros, sino que apeló al Estado de Derecho y a su compromiso de defender el interés general de México como nación y de la clase trabajadora en particular:
Es evidente que el problema que las compañías petroleras plantean al Poder Ejecutivo de la nación, con su negativa a cumplir la sentencia que les impuso el más alto tribunal judicial, no es un simple caso de ejecución de sentencia, sino una situación definitiva que debe resolverse con urgencia. Es el interés social de la clase laborante en todas las industrias del país el que lo exige. Es el interés público de los mexicanos y aun de los extranjeros que viven en la República y que necesitan de la paz y de la dinámica de los combustibles para el trabajo. Es la misma soberanía de la nación, que quedaría expuesta a simples maniobras del capital extranjero, que olvidando que previamente se ha constituido en empresas mexicanas, bajo leyes mexicanas, pretende eludir los mandatos y las obligaciones que le imponen autoridades del propio país. (Cárdenas, Discurso del Presidente)
También cuestionó directamente a quienes sostenían que la «inversión extranjera» en el sector petrolero había impulsado la economía nacional:
Se ha dicho hasta el cansancio que la industria petrolera ha traído al país cuantiosos capitales para su fomento y desarrollo. Esta afirmación es exagerada. Las compañías petroleras han gozado durante muchos años, los más de su existencia, de grandes privilegios para su desarrollo y expansión; de franquicias aduanales; de exenciones fiscales y de prerrogativas innumerables, y cuyos factores de privilegio, unidos a la prodigiosa potencialidad de los mantos petrolíferos que la nación les concesionó, muchas veces contra su voluntad y contra el derecho público, significan casi la totalidad del verdadero capital de que se habla. (Cárdenas, Discurso del Presidente)
Por último, señala que las compañías petroleras internacionales han demostrado una total falta de preocupación por el bienestar de los mexicanos:
Examinemos la obra social de las empresas: ¿En cuántos de los pueblos cercanos a las explotaciones petroleras hay un hospital o una escuela, o un centro social, o una obra de aprovisionamiento o saneamiento de agua, o un campo deportivo, o una planta de luz, aunque fuera a base de los muchos millones de metros cúbicos del gas que se desperdician en las explotaciones? ¿En qué centro de actividad petrolífera, en cambio, no existe una policía privada destinada a salvaguardar intereses particulares, egoístas y alguna vez ilegales? (Cárdenas, Discurso del Presidente)
Este discurso no fue gritado desde el balcón de Palacio Nacional ante masas acarreadas en el Zócalo capitalino para aclamar a su líder, como suele ocurrir en los sistemas populistas, fascistas o totalitarios. El mensaje fue leído tranquilamente en la radio por un Cárdenas pensativo y humilde. En los días siguientes se produciría un levantamiento espontáneo de apoyo popular en el que cientos de miles de ciudadanos formaban largas filas para aportar hasta sus más humildes posesiones, desde alcancías hasta gallos, con el fin de contribuir al pago de la indemnización demandada por las compañías petroleras a cambio de la expropiación. Pero Cárdenas no cayó en la tentación de la demagogia y, el 21 de mayo de 1938, se limitó a saludar rápida y silenciosamente desde Palacio Nacional a las masas reunidas en la Plaza de la Constitución.
Existían dos modelos históricos para la gestión del poder presidencial vigentes cuando Cárdenas arribó a la Presidencia de la República. Por un lado, la tradición de presidentes débiles subordinados al poder caciquil de Calles, como ocurrió durante el “Maximato”. Por otro lado, el ejemplo de Calles mismo. Cárdenas pudo haber intentado emular y desplazar al propio Calles convirtiéndose él mismo en el nuevo «Jefe Máximo». Pero Cárdenas rompió con ambos moldes. Trabajó desde el primer día de su presidencia para, de hecho y no sólo de nombre, «institucionalizar» el legado de la Revolución Mexicana y la promesa de la Constitución Mexicana.
Por ejemplo, la transformación del Partido Nacional Revolucionario Callista (PNR) en el Partido de la Revolución Mexicana (PRM) durante el sexenio de Cárdenas fue mucho más que un simple cambio de nombre. El PRM era un verdadero partido de masas con participación popular de obreros y campesinos basado en una sólida ideología y plataforma política de izquierdas. Excluía por completo de su estructura interna al sector empresarial privado. El PRM también consiguió despolitizar a los generales revolucionarios creando un «sector militar» dentro del partido con el fin de estabilizar su participación en la política nacional.
Otro logro institucional clave de Cárdenas fue el rescate del poder de la oficina de la Presidencia de la República. Antes de Cárdenas, un ex presidente desempleado, Calles, manejaba el poder a través de una entrecruzada red de alianzas personales informales. Con Cárdenas, la autoridad de los generales revolucionarios se «rutinizó» de manera efectiva al encarnarse en las instituciones públicas.
El compromiso revolucionario de Cárdenas con el Estado de derecho, las instituciones públicas y el cambio social contrasta fuertemente con el estilo de gobierno más «populista» utilizado por sus predecesores inmediatos. Durante los diecisiete primeros años tras la promulgación de la Constitución, de 1917 a 1934, la política mexicana estuvo en manos de los hacendados liberales de Sinaloa y Sonora. Venustiano Carranza, Adolfo de la Huerta, Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles se negaron sistemáticamente a hacer realidad las promesas sociales radicales de reforma agraria, derechos de los trabajadores, educación y justicia social que se habían incluido en la Constitución.
Para ellos, las promesas sociales eran útiles más para fines ideológicos que prácticos. Por ejemplo, entendían al nuevo texto del artículo 27 de la Constitución, que exigía una vasta expropiación, redistribución y colectivización de las tierras propiedad de los antiguos caciques porfiristas, como una fase transitoria, en el mejor de los casos, hacia un estilo individualista, estrictamente capitalista e inspirado en el ejemplo de los “farmers” estadounidenses. En 1930, Calles hasta llegó al extremo de pronunciar la muerte de la reforma agraria colectivista (Knight, «The rise» 247).
Carranza, Obregón y Calles también eran conocidos por su talante autoritario, siempre listos para reprimir a sus adversarios políticos. Por ejemplo, en respuesta a la huelga general encabezada por el combativo sindicato de electricistas en 1916, Carranza declaró la ley marcial y estableció la pena de muerte no sólo para los líderes del movimiento, sino también para cualquiera que participara de alguna manera en reuniones donde se discutiera la huelga o incluso «estuviera presente en una reunión sindical» una vez que quedara claro que la reunión tenía un propósito subversivo (Gilly, La revolución 242). Esto contrasta radicalmente con la respuesta de Cárdenas, descrita anteriormente, a una huelga similar de trabajadores del sector eléctrico al principio de su propio gobierno, así como con su trato generalmente tolerante e incluso de apoyo a la oposición política, tanto de izquierdas como de derechas, durante su mandato como presidente.
La corrupción también fue moneda corriente entre 1917 y 1934. Gran parte de la tierra redistribuida fue a parar a manos de generales y altos funcionarios del gobierno en lugar de a campesinos necesitados. Calles en particular fue conocido por colocar a familiares cercanos en puestos de gobierno importantes.
Cárdenas no estaba interesado en cultivar un culto a la personalidad o centralizar el poder en sí mismo, sino en utilizar el poder de su cargo para institucionalizar y materializar las promesas de la revolución. Cárdenas fue el primer presidente mexicano que insistió en reunirse constantemente con los ciudadanos y recorrer al país, a menudo viajando a pie para llegar a las zonas más remotas y sentándose durante horas con campesinos, estudiantes y trabajadores para discutir sus problemas y propuestas. En general, el presidente prefería escuchar humildemente a grupos reducidos que pronunciar discursos grandilocuentes ante multitudes anónimas.
Cárdenas defendió activamente a los sindicatos y a la clase obrera urbana, pero a diferencia de los líderes populistas como Vargas en Brasil, Perón en Argentina y Calles en México, su principal base de apoyo estaba en el campo, entre los campesinos. Él mismo había nacido en el pequeño pueblo de Jiquilpan, Michoacán, y compartía la humilde, digna y profunda weltanschaung típica de los campesinos mexicanos que habían participado en la Revolución Mexicana. Su forma de hacer política popular distaba mucho de los “populismos” sudamericanos.
En general, mientras que figuras como Vargas, Perón y Calles caminaban por una fina línea entre el socialismo y el fascismo, Cárdenas prefirió mezclar el socialismo con el liberalismo. Cárdenas permitió una amplia libertad de prensa y toleró la protesta social durante su mandato (Townsend 126, 372). También abrió las puertas de México a refugiados políticos como León Trotsky y a miles de exiliados políticos de la guerra civil española. Y al final de su sexenio, Cárdenas dimitió discretamente y se negó a convertirse en el nuevo cacique informal o “Jefe Máximo” de la Revolución Mexicana. Cárdenas podría haber insistido fácilmente en ser reelegido o en mantener el control sobre los resortes del poder, como Calles había intentado hacer en 1934. En lugar de ello, permitió que se celebraran elecciones competitivas en 1940 y entregó el poder a un sucesor, Manuel Ávila Camacho, que no era su primera opción de sucesor y que sí eventualmente buscaría convertirse en el nuevo «Jefe Máximo» pero para repudiar al programa cardenista.
La defensa cardenista del Estado de derecho y de las instituciones gubernamentales, y de la oficina de la Presidencia de la República en particular, es lo que a menudo lleva a la gente a situar erróneamente a Cárdenas como un liberal, «pragmático», o simple «constructor del Estado». Para muchos, tanto a la derecha como a la izquierda del espectro ideológico, es difícil imaginar que alguien tan comprometido con la intervención del Estado pueda estarlo también con la lucha de clases y la transformación social.
La ideología de Cárdenas va en contra tanto de las perspectivas marxistas clásicas, que ven al Estado en los sistemas capitalistas como una herramienta esencial de la clase dominante, como de los planteamientos liberales, que limitan estrictamente la intervención del Estado al ámbito de la regulación económica, la defensa de las libertades civiles y la generación de oportunidades económicas. En lugar de abrazar la innovadora síntesis cardenista entre socialismo y liberalismo y verla como una indicación del potencial disruptivo y creativo del marco cardenista, la mayoría de los observadores toman el camino más fácil. Intentan eliminar la disonancia cognitiva ignorando o tratando de suavizar un lado de esta síntesis socialista-liberal sui generis.
Pero en realidad el enfoque cardenista ofrece una fascinante síntesis liberal-socialista que es tan poderosa precisamente porque desafía las categorías contemporáneas. Su visión es, desde luego, un producto material de la lucha social y el debate político que tuvieron lugar durante la Revolución Mexicana (1910-1917) y la Convención Constituyente de 1916-1917, pero Cárdenas fue el hombre que logró mejor madurar estas ideas en la teoría y también fijarlas en la práctica por medio de su acción política directa.
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* Este texto es una traducción libre de algunas secciones del artículo originalmente publicado en inglés: “Cardenas and the Combative State” ; Revista: Revista de Crítica Literaria Latinoamericana ; Volumen: 2017(1), 2017. Nuestro agradecimiento a Jaime Ortega por su generoso apoyo con la traducción y la edición del texto.
** Director del Programa Universitario de Estudios sobre Democracia Justicia y Sociedad.